Dedico este texto a Laura Vélez, Arcelia Tovar e Ignacio Vázquez Paravano
Los avances en la legislación y los cambios en el entendimiento de la diversidad y la expresión de género, suponen un rayo de esperanza en el camino de la lucha por los derechos y la igualdad de la comunidad LGBT+. Quizá sea por lo significativo de estas transformaciones, que existen quienes afirman que ser gay, lesbiana, bisexual o transexual responde a una moda, a una manía pasajera o a una novedad que, después de agotarse, se extinguirá como el uso del fax frente al WhatsApp.
Los registros históricos sustentan las discusiones sociológicas y antropológicas. El presente y el futuro del hombre se construyen a partir de los entramados del pasado. En pocas palabras, mirar hacia atrás se convierte en el referente más certero de lo que somos.
La revisión de la narrativa humana implica una tarea de paciencia y desafíos, también una ruta de descubrimientos que nos sirve para justificar cuestiones incomprensibles, usos, costumbres, comportamientos y hábitos.
La existencia de la atracción física y afectiva entre personas del mismo sexo existe desde que el mundo es mundo, igual que el travestismo, la bisexualidad y la transexualidad.
Basta remontarnos a los versos de Safo de Lesbos, la poetisa del Siglo V a. C. que profundizó en el amor y las relaciones carnales entre mujeres; a las victorias del Batallón Sagrado de Tebas (Siglo IV a. C.), constituido por ciento cincuenta parejas de amantes varones; a las candentes misivas que Sor Juana Inés de la Cruz enviaba a la Virreina María Luisa Gonzaga Manrique de la Lara entre 1680 y 1688; los amores prohibidos de Oscar Wilde con Lord Alfred Douglas; o la atormentada y vital creación del artista mexicano Julio Galán, cuya obra, siempre vinculada a su homosexualidad, expresa el dolor de la incomprensión, la reprobación de la familia y el reto de revelarse tal cual era en el México cerrado de finales del Siglo XX.
Entre muchos otros, estos ejemplos demuestran que el Orgullo LGBT+ no es una moda, sino una vertiente universal, la más genuina manifestación del interior y un derecho inherente al ser humano.
Nos toca vivir en una nueva coyuntura que se despliega repleta de retos: El uso de las redes sociales promueve la denuncia y la exigencia, la era digital nos ha hecho pensar que sabemos más y entendemos mejor. Esto es cierto, el problema es que también propicia y refuerza el odio y la difusión del mismo. La creciente visibilidad de la comunidad LGBT+ no debe ser motivo de ataques y exclusión, sino del surgimiento de un entorno en el que el nos brindemos la oportunidad de vincularnos desde nuestra humanidad.
Usemos la historia y los avances tecnológicos para rescatar la concordia y el respeto.
DGC