“Sólo hasta donde existe esta proyección sentimental son bellas las formas”: Paul Westheim.
Con más de un siglo de existencia, el expresionismo fue uno de los movimientos más críticos y poderosos de las vanguardias artísticas del Siglo XX. Opuestos al impresionismo e intérpretes de las emociones y los dilemas del individuo, sus trazos deformes y colores brillantes rompieron el pacto del arte con la belleza y representaron la soledad, la miseria, pero, sobre todo, el olor a muerte y la decadencia de entre guerras.
Las formalidades de la Historia del Arte sitúan al movimiento en la Alemania de las primeras cuatro décadas del siglo pasado, si bien, es posible vincular sus formas expresivas, sensibilidad y uso de la distorsión a favor de las honduras del ser a otros momentos y lugares, como la España del Greco y Goya, el Flandes de Bruegell, el México de José Clemente Orozco, Siqueiros y de las elocuentes Cuatlicue y Coyolxauhqui.
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La posibilidad de una vertiente expresionista en México fue planteada en 1964, por la escritora, crítica de arte y feminista española Margarita Nelken y sustentada en el libro ‘El expresionismo mexicano, una tendencia actual’. Con su propuesta, Nelken busca demostrar que el lenguaje emocional del expresionismo se verificaba igual en el arte prehispánico, que en la obra de José Luis Cuevas, contemporáneo de la feminista española.
Materializada en la exposición “Margarita Nelken y el expresionismo mexicano”, la tesis de la crítica que llegó a nuestro país huyendo del totalitarismo nos impacta por sus aciertos, pero también por su originalidad: ¿Cómo alinear en un mismo estilo a David Alfaro Siqueiros a Mathías Goeritz y una figurilla totonaca? ¿Es válido comparar una escultura de Ignacio Asúnsolo con un cuadro surrealista de Alice Rahon?
Las respuestas pueden variar dependiendo del punto de vista de quien responde. La Historia del Arte tradicional nos habla de fechas y estilos, características y asociaciones ideológicas y literarias, al contrario de Margarita Nelken, que parte de una comunión en la sensibilidad. Todo está en las referencias a lo humano, a las emociones, al lamento, lo místico.
En sus investigaciones sobre el universo prehispánico el filósofo e historiador del arte Paul Westheim (1886-1963) insistía en que la representación siempre está ligada a una posible experiencia, donde el objeto existe sólo después de ser pensado. En su libro ‘El arte del México antiguo’ (1950), el crítico alemán afirmaba que las manifestaciones precolombinas podían ser comprendidas como un fenómeno artístico desde sus fundamentos espirituales y psíquicos, algo similar a lo que se percibe en las series de los Teúles de José Clemente Orozco, la sintética fuerza comunicativa de José Guadalupe Posada y en las rugosas superficies pétreas de las esculturas de Geles Cabrera o Ignacio Asúnsolo.
Si en su tiempo el expresionismo hecho en Europa fue el principal crítico de la doble moral de la sociedad burguesa, las creaciones de los artistas que Nelken inscribió dentro del expresionismo mexicano, hacían lo suyo exprimiendo la emoción, el descontento y la denuncia para comunicarla a través de formas duras, impactantes tan incomprendidas como las de las interpretaciones prehispánicas.
En algún momento André Bretón afirmó que México era surrealista por naturaleza. Nelken hace los mismo al justificar las cualidades expresionistas innatas del prehispánico y su continuidad en el trabajo de sus contemporáneos mexicanos.
No cabe duda de que la exposición del Museo de Arte Moderno, fue planeada en buen momento. Uno de los cuadros que Nelken ocupa para justiciar su teoría y las cualidades de Siqueiros como crítico de su momento es “Nuestra imagen actual” (1947).
En su obra, el pintor representa un vital personaje en actitud de recibir o de dar. Con un cuerpo fuerte y labrado por el trabajo, el cuerpo del protagonista luce coronado por algo parecido a una cabeza de piedra con ciertas semejanzas a las olmecas, pero carente de rostro, en un lamento por el fracaso en la creación de la identidad nacional en un conglomerado de ideales igual de diversos que fallidos.
En la actualidad resulta fácil identificarnos en esa construcción de frustración y dolor, pues, “nuestra imagen actual”, sí la de nosotros, habitantes del siglo XXI mexicano, habla de desencuentros y divisiones, del odio que han sembrado entre nosotros, pero también de lo universal en el arte y de las cadenas que, incluso hoy, nos dejan escapar.
La exposición estará hasta el 30 de abril en el Museo de Arte Moderno.
AM