El "Concierto para violín" de Chaikovsky es venerado por innumerables violinistas como uno de los más desafiantes para dicho instrumento. No se trata únicamente de una demostración de técnica musical, sino que también revela la vulnerabilidad y expone la esencia de uno de los músicos más destacados del periodo romántico. Con este contexto, tres coreógrafas decidieron emprender la misión de plasmar sus reflexiones sobre el amor, la nostalgia y las emociones que residen en el universo femenino. Todo esto inspirado por una pieza musical dividida en tres movimientos, que surgió en el momento más sombrío y turbulento de la vida del célebre compositor ruso.
El "Concierto para Violín" se presenta como el nuevo programa estelar de la Compañía Nacional de Danza en su Temporada 2023. Este espectáculo amalgama las coreografías de Yazmín Barragán, Rocío Murillo y Sonia Jiménez. Las tres obras se inspiran en los distintos movimientos del célebre concierto de Chaikovsky y cuentan con la colaboración especial de Alejandra Urrutia, actual titular de la Orquesta de Cámara del Municipal de Santiago.
El "primer movimiento", coreografiado por Yazmín Barragán, aborda el movimiento inicial del concierto del compositor ruso con un lenguaje que entrelaza lo neoclásico con lo contemporáneo. Sin embargo, es el sello distintivo del movimiento clásico el que brilla con protagonismo en esta pieza. Barragán, que en el pasado formó parte de la Compañía Nacional de Danza durante 16 años y ya había colaborado en otros montajes para la agrupación, reincide con su "primer movimiento", una obra que, cabe mencionar, tuvo su estreno inicial en 2019 por la Nacional de Danza.
Llegan Alonso Alarcón, Marcelo Lombardero...
En 2019, año en el que Barragán presentó su “primer movimiento”, la Compañía Nacional de Danza experimentó un período de significativa transformación. No sólo enfrentaron un cambio en la dirección artística, sino también una renovada perspectiva. La meta era posicionarse como un referente en Latinoamérica, fusionando nuevas expresiones con un repertorio tanto nacional como internacional, abarcando lo tradicional y lo contemporáneo, todo ello bajo la dirección de Elisa Carillo y Cuauhtémoc Nájera. Durante este periodo de transición, justo antes de la irrupción de la pandemia, la agrupación empezó a destacar por incorporar tendencias vanguardistas sin descuidar su repertorio clásico y tradicional con matices nacionales.
Piezas renombradas como "Por vos muero" del español Nacho Duato, y "Tercer concierto para piano" de Rachmaninov, adaptada por Uwe Scholz -uno de los coreógrafos alemanes más influyentes del siglo XX-, se integraron al repertorio de la compañía. Asimismo, creaciones como “All long dem day” de Marco Goecke, evidenciaban el progresivo nivel técnico e interpretativo de la agrupación. La exploración de lenguajes más experimentales quedó patente en obras como “Huma” de Melva Olivas.
Estas innovadoras propuestas delinearon un "antes y después" en la trayectoria de la Compañía Nacional de Danza, y proporcionan el contexto esencial para comprender la obra de Barragán. Esta pieza surgió justo antes de la revolución dancística que caracterizó a la compañía en tiempos recientes. Hoy, la obra de Barragán se percibe distante del lenguaje y las composiciones coreográficas actuales de la compañía. No obstante, esto no implica que esté desfasada o fuera de lugar. De hecho, su pieza destaca por su sensibilidad en la construcción, fundamentada en líneas y cánones con movimientos estructurados que despliegan una notable limpieza y precisión. Sin embargo, ante la evolución palpable de la Compañía, la obra de Barragán se presenta como una reminiscencia clásica que, aunque respeta la musicalidad intrínseca de la pieza, no refleja por completo el dinamismo y renovación que ahora caracteriza a la agrupación.
El "segundo movimiento" está a cargo de la destacada bailarina, maestra y coreógrafa Rocío Murillo, quien tiene en su haber más de 100 obras coreográficas. Estas han brillado en los escenarios más competitivos de ballet y en la formación dancística, tanto en compañías nacionales como internacionales. En esta oportunidad, Murillo nos brinda un solo coreográfico magistralmente interpretado por la primera bailarina Blanca Ríos.
En cuanto a la composición, Murillo evidencia con claridad su influencia clásica. Esto se refleja en cómo entiende y proyecta el desarrollo musical de Chaikovsky en la ejecución corporal. De las tres propuestas, la de Murillo es, tal vez, la que se sumerge con más audacia en el concepto de nostalgia. Dicha emoción es palpable en el "concierto para violín" de Chaikovsky, quien, al componerlo, atravesaba una dolorosa ruptura amorosa. En este contexto, Murillo utiliza a su favor el trasfondo emotivo intrínseco en la creación musical del ruso, estructurando su pieza con una inclinación hacia el purismo clásico. Sin embargo, en ciertos momentos, se atreve a desplegar movimientos más desarticulados que contrastan con la línea clásica, creando un intrigante conflicto corporal que resalta la idea de pérdida.
No obstante, un aspecto que puede generar cierta disonancia es la iluminación. Aunque Murillo busca retratar la nostalgia, la ambientación lumínica a momentos parece contradecir esa intención. En algunos tramos, la iluminación incluso recuerda a la pieza de Barragán por su paleta cromática similar. A pesar de que un espacio abierto y todo iluminado puede evocar soledad, la complicidad y la intimidad que Murillo y Ríos buscan transmitir no siempre se perciben con claridad. Esto se debe a que, al enfrentar un espacio tan abierto, Murillo opta por desplazamientos amplios que, en ocasiones, opacan los momentos en que Ríos destila su destreza técnica y emotividad. En conclusión, estamos ante una obra técnicamente impecable. Al igual que Barragán en el "primer movimiento", Murillo comprende la música desde su raíz clásica, pero con el desafío añadido de impregnarla con una esencia más emotiva.
Finalmente, el "tercer movimiento" está bajo la dirección de la bailarina, coreógrafa y escritora, Sonia Jiménez. Aunque el recorrido coreográfico de Jiménez en la compañía ha sido breve, ha mostrado gran solidez, no solo en sus obras, sino también en el enfoque de sus propuestas, abarcando tanto la danza como la literatura.
En este marco, Jiménez nos sorprende con una audaz propuesta coreográfica basada en el "tercer movimiento" del compositor. Aprovecha toda la experiencia adquirida, no sólo como bailarina y maestra ensayadora, sino también por haber sido parte del proceso de transición durante la revolución dancística que vivió la Compañía Nacional de Danza desde 2019 hasta ahora. Se puede percibir en ella la intención de comprender la complejidad del tercer movimiento, que muchos músicos describen como una oda de emociones eufóricas. Aunque lo entiende, busca romper moldes y alinearse más con la dirección actual y discursiva de la compañía bajo sus nuevos directores. No obstante, desafía esta premisa y muestra una propuesta más sólida que sus trabajos anteriores; en esta ocasión, con 25 bailarinas en escena, se percibe algo grandioso, en línea con coreógrafos contemporáneos como Eckman, Crystal Pite, y McGregor, quienes juegan con múltiples cuerpos en desplazamiento, ocupando y rompiendo espacios estructurados en el escenario.
La pieza de Jiménez comienza de manera arrolladora: cuerpos en estructuras coreográficas lineales, pero caóticas. Aquí reside el desafío de la coreografía, pues, por un lado, el tercer movimiento tiene una melodía danzante, recordando el galope de un caballo, elemento predominante en esta coreografía. Y por el otro, el contrapunto de la coreógrafa no sólo respeta la noción musical básica, sino que desarrolla una alegoría coreográfica vertiginosamente alegre. El desafío radica en que, en ciertos momentos, las bailarinas no logran plasmar el movimiento con precisión. Aunque se percibe un lenguaje neoclásico con bases de ballet estrictas, la coreógrafa decide llevar a las intérpretes a posiciones y torsiones complicadas, lo que a veces resulta en ejecuciones que parecen poco nítidas. Sin embargo, el diseño de vestuario, a cargo de Miguel Cabarenta, es acertado: inspirado en el estilo Charleston Flapper, crea un efecto óptico que transforma cualquier “movimiento mal ejecutado” en una visión cautivadora y hasta pudiera pasar por un lenguaje contemporáneo. Otro triunfo de esta obra es su iluminación, manejada por Elvira Ramos, que proyecta magistralmente la visión de Jiménez. En conclusión, el "tercer movimiento" nos transporta más a un concierto de jazz que a la frenética locura de Tchaikovsky, aunque esto contravenga el canon tradicional.
En conclusión, el nuevo programa de la Compañía Nacional de Danza para la temporada 2023 revela una evolución palpable, mostrando una entidad que reconoce su pasado, se adapta con resiliencia a las adversidades del presente y vislumbra un futuro prometedor en el escenario global dancístico. La audacia para combinar técnicas tradicionales con innovaciones contemporáneas se manifiesta en cada coreografía, creando una amalgama rica en experiencia, técnica y emoción. Esta introspección profunda no solo solidifica la relevancia de la Compañía en el ámbito nacional, sino que también la proyecta como una voz dominante en el panorama internacional. En este contexto de renovación y valentía, aguardamos con gran expectación lo que deparará el futuro para esta emblemática agrupación.
AM