Siguiendo los pasos de una pequeña niña en una comunidad oaxaqueña, Valentina o la Serenidad nos propone un conmovedor acercamiento al proceso del duelo en la etapa infantil, que así como resulta sumamente personal —pues la misma directora retoma parte de experiencias propias—, es poseedora de una agridulce universalidad gracias a lo genuino del manejo de las emociones, mientras atiende a las creencias espirituales desde la perspectiva de la inocencia de los niños y sus juegos que no son ajenos a la tristeza de la pérdida, y por el contrario forman parte del proceso para entenderla y asumirla.
La cámara a pulso con cenitales y contrapicadas refleja desde un principio el espíritu juguetón de la protagonista, mientras saca provecho del entorno rural enmarcado por árboles, pastizales y un río cuyas aguas en su momento cobraran protagonismo para alimentar la ensoñación que impregna aquí lo cotidiano de idas y venidas entre la casa a la escuela donde el peso de símbolos y costumbres es una constante, pero manteniendo la sobriedad en el manejo de las texturas y colores evitando así caer en el costumbrismo.
Por su parte Danae Ahuja Aparicio, la niña a cargo del rol principal, seleccionada tras un minucioso proceso que incluyó además algunos talleres, no solo muestra un talento natural para hacer la transición entre la concepción del mundo llena de imaginación que tiene el personaje y el desencanto que habrá de enfrentar, sino que hace un irresistible derroche de carisma y ternura mostrando una gran convicción a la hora de tomar posturas y dar réplica a la visión del adulto.
Claro que ella viene cobijada por la profunda interpretación de Myriam Bravo —Huachicolero (2019), Nudo Mixteco (2022)—, quien sabe darle la carga justa de emoción a los diálogos breves y las pequeñas acciones llenas de significado, así como a los silencios y las miradas al borde del llanto, entre los que se asoma su transitar por el dolor de esposa y las pocas o muchas herramientas que tiene a mano como madre para explicarle a su pequeña la partida de alguien tan importante.
Valentina o la serenidad de la también actriz Ángeles Cruz —Tamara y la Catarina (2016), Finlandia (2021)— es una de esas películas donde la forma y el fondo encuentran equilibrio en lo humano del ritual para alcanzar la entrañable belleza al ponerse por completo al servicio de los sentimientos y lucir una honestidad irreductible en todo momento al abordar al tema de la infancia en los poblados del interior de la República. Es de lo mejor que se ha podido ver en la edición 21 del Festival Internacional de Cine de Morelia, y del cine mexicano en los últimos años.
JVR