El editor, diplomático, ensayista, traductor, cronista y poeta Jaime García Terrés (Ciudad de México, 15 de mayo de 1924-Ibidem, 29 de abril de 1996) arriba al centenario de su nacimiento. Promotor cultural con destacadas gestiones como director general de Difusión Cultural, UNAM (1953-1965), director de la colección de Poesía y Ensayo de la Imprenta Universitaria (1960-1965), director de la Revista de la Universidad de México (1953-1965); director general de la Biblioteca Archivo de la Secretaría de Relaciones Exteriores (1968-1971), director general del Fondo de Cultura Económica (1983-1988) y director de la Biblioteca de México José Vasconcelos (1988-1996).
Asimismo, fundó el grupo Poesía en Voz Alta (1956), la Casa del Lago (1959) y la Colección Voz Viva de México (1960). Embajador de México en Grecia (1965–1968), de donde nace el cuaderno de crónicas y memorias Reloj de Atenas (1977). Ingresa a El Colegio Nacional el 20 de octubre de 1975. Encabeza diferentes proyectos literarios, académicos y culturales: consejero del Instituto Nacional de Bellas Artes (1947); subdirector general del INBA (1948-1949) y consejero del Instituto Internacional de Teatro (Centro Mexicano) dependiente de la UNESCO (1948-1949).
Summa poética donde convergen la cavilación filosófica, la añoranza, el aticismo, lo aciago, actos épicos, tributos a creadores, la degradación humana y la trivialidad de la vida en estrofas que exploran lo cotidiano (“Las catástrofes son mi territorio / pero las llevo con filosofía / sin murmurarlas como cosa mía / sin concederles cara de velorio”): tópicos volcados en los volúmenes El hermano menor (1953), Correo Nocturno (1954), Las provincias del aire (1956), Los reinos combatientes (1961), Todo lo más por decir (1971), Honores a Francisco de Terrazas (1979), Corre la voz (1980), Parte de vida (1988).
“La elocuencia de García Terrés se halla en la razón directa de su sobriedad; en la perfecta alianza de sonido y sentido que se da en sus poemas, la destreza rítmica nunca aparece como algo exterior sino como el medio preciso para suscitar en quien lee la experiencia transmitida en los versos”, escribió José Emilio Pacheco. Trance lírico en diálogo con un ardor de íntimas exaltaciones y vislumbrados índices cívicos. “Al averno frutal de la memoria /desfilan héroes amargos: /Ellos / no saben; yacen /apenas en la yerba; dicen/ el día que nos miraba, / y la violenta procesión /—ésa, sin dueño—/ de núbiles colores y proezas vecinas”, suscribe García Terrés.
Realiza admirables versiones poéticas del griego (Giorgos Seferis, Kaváfis, Odysseas Elytis, Embiríkos, Sikelianós...), del inglés (Blake, Eliot, John Donne, Lowell, Sylvia Plath, Seamus Heaney, Yeats, Malcolm Lowry, Wallace Steven, William Carlos Williams...), del alemán (Novalis, Hördelin, Gottfried Benn, Georg Trakl...), del francés (Laforgue, Paul Claudel, Artaud, Michaux...) y del italiano (Eugenio Montale...) reunidas en Bailes de máscaras (1989). “No aprecio diferencias radicales entre la creación de un poema y la versión de otro ajeno. Y, a decir verdad, me es arduo insistir, si logro consumar a mi gusto su traducción, en que aún se trata de un poema ajeno”, comentaba sobre la faena del traductor.
García Terrés inicia su trayectoria con el ensayo Panorama de la crítica literaria en México, el cual dio a conocer a los 17 años de edad. Establece desde la adolescencia, una relación afectiva con Alfonso Reyes con quien publica uno de sus primeros ensayos: Sobre la responsabilidad del escritor, el cual incursiona en los compromisos éticos que debe asumir el creador literario. Es válido destacar su labor ensayística plasmada en Poesía y alquimia. Los tres mundos de Gilberto Owen (1980) y Los Infiernos del pensamiento (1986). Da a la imprenta dos gozosos y cordiales volúmenes, 100 imágenes del mar (1962) y El teatro de los acontecimientos (1988): símbolos, dictámenes, postergaciones, delirios y ocurrencias de realidades insólitas. Recomendable para los lectores jóvenes Las Manchas del sol (1988), selección de su poesía de 1956– 1987.
En Las provincias del aire (1956) y Todo lo más por decir (1971): Jaime García Terrés pondera “consciente y reiteradamente el agotamiento o pérdida de la tradición poética mexicana que se había iniciado con Tablada como una poesía cultista que no representaba sino se oponía a la realidad del país”.
Escribe: “Por la mañana gris, diseminadas, / resbalan horas de viejo duelo. / Uno siente el hastío de la calle, las mismas, ah, las mismas caras cenicientas, / y la sombra apilada en las esquinas”; o recalca: “Otros hombres han ido por esta misma calle, / indiferentes, olvidados, / haciendo con sus vidas un lamentable nudo ciego”. Poeta de venturoso estoicismo que supo descifrar los acordes de azarosos enigmas existenciales: “Escóndete. Que nadie vea / la punta de tus sueños / ni tu caótica raíz. / Es peligroso”.
Advertencia de vida, jardín abierto de piedra en piedra de García Terrés: “De mi canción hice un abrigo, /y lo bordé con filigranas / desprendidas de muy antiguos mitos, / de los talones hasta la garganta; /pero los necios me robaron /y con él se vistieron ante la faz del mundo / como si ellos mismos lo hubieran fabricado. / Canción, no te importe el despojo, / porque es mayor empresa / caminar desnudo”.
“Veo con tristeza que lo que para él era más importante, la poesía, esté un poco relegada en el canon actual, pero por otro lado esto es lógico, los poetas van y vienen en la presencia de los lectores y estoy seguro que la obra poética de García Terrés debe tener lectores cuya presencia no ignoramos, pero se manifestarán. Dispersos en los caminos, aquí y allá, quienes nos formamos como escritores y lectores en esa escuela, llevamos, como una Odisea de bolsillo, el legado de García Terrés”, ha sentenciado el crítico literario Christopher Domínguez Michael.