El escritor Álvaro Pombo fue galardonado ayer con el Premio Cervantes, el máximo reconocimiento de las letras en español. El jurado destacó que el autor “ha creado aquello que define a los grandes escritores, un mundo literario propio, imperecedero e imprescindible, que conmueve”. Además resaltó que “indaga en la condición humana desde las perspectivas afectivas de unos sentimientos profundos y contradictorios”.
El escritor estaba en su casa cuando recibió la llamada de Ernest Urtasun, el ministro de Cultura para comunicarle lo que él no esperaba que le sucedería. “Cuando me dijo que me habían concedido el Premio Cervantes de este año, me alegré mucho”, dijo ayer a La Razón de España con una voz quejumbrosa, ronca, pero impregnada de alegría y, también, de su habitual retranca.
“La verdad —prosiguió— es que no me esperaba que me lo entregaran. Para nada. Pensé que lo iba a recibir cualquiera de los otros autores de los que se hablaba en estas últimas horas, tanto los de aquí como los de Hispanoamérica, que son todos magníficos, por cierto, como Leonardo Padura, del que se hablaba mucho, creo”.
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Álvaro Pombo, que, cuando se habló con él, acababa de conocer la noticia de esta concesión, no estaba demasiado alterado por la sorpresa. Mantenía el pulso del día a día, algo que encaja bien con la perspectiva de un hombre que, no disimula sus gozos, pero que siempre ha mantenido los pies en la tierra. “No te voy a disimular que lo deseaba, ¡¿cómo no lo iba a desear?!”, señaló por teléfono, “pero la realidad es que no me lo esperaba. Y cuando te digo que no lo esperaba, es que no lo esperaba para nada”, agregó.
A su notabílisimo nivel como poeta y ensayista se une el ser uno de los grandes novelistas de nuestra lengua, que indaga en la condición humana desde las perspectivas afectivas de unos sentimientos profundos y contradictoriosErnest Urtasun, Ministro de Cultura de España
Cuando le comunicaron que se le había concedido el galardón, la reacción que tuvo ante la noticia fue directa, sincera y sin artificios, como no puede ser de otra manera en un autor como él, que no se esconde detrás de imposturas y que dice lo que piensa. Así que sin más, soltó: “‘Vaya alegrón que me has dado, ministro’, eso le dije”, contó riendo.
Y después añadió: “Es verdad. He sido muy honesto con él. Enseguida le he confesado que tenía que ir al dentista. De hecho, tengo una cita con él ahora. Y es que estoy viejo, ¿sabes? Eso es lo único cierto. Por eso tengo que ir a pasar por el dentista. Estoy para chapa y pintura”, admitió con una enorme carcajada.
El escritor viene de una buena racha, sus dos últimas novelas, El exclaustrado, que acaba de editarse en Anagrama, y la anterior, Santander, 1936, también publicada por este mismo sello, han ido acompañadas de críticas favorables.
Pombo, que no renuncia al tabaco ni a la compañía de los gatos —ahora tiene uno atigrado de color pelirrojo—, es una persona de proyectos, que no puede entregarse al ocio. “Tengo previstas todavía otras cuatro novelas”, admitía hace unas semanas a La Razón de España.
El escritor también está en metido en un buen momento creativo. Y, además, prometió continuar así, porque proyectos, como reveló, tiene todavía bastantes por delante y algunos de muy distinto signo y dimensión.
Álvaro Pombo es un novelista de calidad, atípico, de mil aristas, con una notable formación filosófica, una vocación de poeta que no oculta ni disimula, un compromiso político evidente y una mirada sobre el entorno que es tan lúcida como ética.
Es autor de una bibliografía dilatada, en la que se conjuga, el ensayo, el cuento, siempre inasible y difícil, la novela y la poesía. Su nombre siempre estará vinculado a títulos sobresalientes de la literatura contemporánea moderna, como El héroe de las mansardas de Mansard, que recibió el Premio de Novela Herralde; El metro de platino iridiado, La cuadratura del círculo, El temblor del héroe y La fortuna de Matilda Turpin.
Álvaro Pombo ha tenido también una deriva política desde sus inicios hasta hoy. Él lo reconocía y aseguraba que si en su juventud estaba más identificado con unos postulados vinculados, por lo general, con la izquierda, ahora se veía más como un hombre conservador. Pero, actualmente, que sigue usando gorra de lana, que le gusta leer junto a una estufa y que jamás ha dejado sus cigarrillos por la corrección política, sólo conserva una militancia. La misma que en su juventud: la literatura y los libros.
Cultivador de metáforas
Álvaro Pombo, escritor de libros insólitos. Miembro de la Real Academia Española, reconocido ensayista, poeta y novelista multipremiado: El héroe de las mansardas de Mansard (Premio Herralde de Novela 1983), El metro de platino iridiado (Premio de la Crítica 1990), Donde las mujeres (Premio Nacional de Narrativa 1997), La cuadratura del círculo (Premio Fantenrath 1999), La fortuna de Matilda Turpín (Premio Planeta 2006), El temblor del héroe (Premio Nadal de Novela 2012)... Autor que abreva de referencias literarias, filosóficas y teológicas: Keats, Joyce, Rilke, Heidegger, Vallejo, Antonio Machado, Shakespeare, Cernuda, Cervantes, Nietzsche, Cioran, Nerval... En sus textos hay una intención de hablar de Dios desde el yo. “Todas mis historias, aunque parezca que no, las he vivido y pensado en primera persona del singular”, ha dicho el autor de Los enunciados protocolarios (2009). Decir para ritualizar el tiempo: conjurar en los intersticios del silencio para entrever todas las resonancias. “La pasión está relacionada con el tiempo. Se puede hablar de pasiones frías que son duraderas: la pasión cuando está encendida es irreprimible”, asevera Pombo, cultivador de metáforas supremas. supremas