ACANMUL

ACANMUL
ACANMUL Foto: larazondemexico

El calor húmedo era agobiante, no dejábamos de sudar y la ropa interior empezaba a rozarnos en los lugares más incómodos y la armadura dejaba llagas supurantes que eran la delicia de los enormes moscos que se alimentaban de nosotros. Los habitantes de esta zona no eran amables como los primeros que habíamos encontrado o quizá, las noticias de las diversiones extremas de nuestros compañeros se habían malinterpretado, extrañamente no les tuvimos consideración ni respeto hasta que se rebelaron a las intenciones de atraerlos a la civilización.

Ahora vagamos por pantanos de enormes árboles que meten sus raíces dentro del agua ocultando a los reptiles que sabemos que nos observan como un tentempié. Nuestra piel clara es una desventaja en estos lugares y somos objeto de burla de los lugareños al pasar del blanco al ardoroso rojo producto del sol ardiente.

Nuestro Capitán se yergue altivo sobre el mucho más bajo hombre de tez broncínea, este no se inmuta ante el levantamiento del mentón del capitán, por el contrario, se nota muchísimo más cómodo en la semi desnudez que Don Francisco con todos sus aparejos. Debo documentar el encuentro, pero mis ojos no paran de observar los turgentes pechos al aire que se pasean ante mi tentando mi compostura y buen nombre. Al menos yo puedo contenerme, no espero que los soldados lo hagan y el temor que albergo, es que, si lo hacen, la frágil benevolencia se termine en un santiamén.

El capitán llegó a un acuerdo, después de ser rechazado en dos ocasiones por los habitantes del señorío, nos permitirán asentarnos para descansar y reponer fuerzas, la zona no es la mejor, pero, al menos hay una increíble cantidad de alimento. Ellos nos permitirán estar siempre y cuando no interfiramos en su vida y no nos salgamos de la zona que nos entregaron.

Don Francisco me sugiere por llamarlo de alguna suave manera, que ponga en la crónica que fuimos los vencedores y que escogimos el lugar, nadie objetará pues somos escasos los versados en el arte de la lectura y aún menos lo de la escritura.

Son los franciscanos los que le preocupan a mi señor, ellos conocen de nuestra derrota y tienen el deber papal de evangelización así que me comisiona a cederles la autoridad religiosa sobre estas nuevas tierras y crear un monasterio sabiendo que sin los soldados será complicado su movimiento.

Mientras nuestro asentamiento crece, nuestros vecinos no están muy conformes con el liderazgo de Don Gonzalo pues el trato no fue con él y cada día que pasa se siente con mayor ascendencia sobre nuestros vecinos, Don Gonzalo cree la mentira original de ser los vencedores y no la realidad de que el señorío nos salvó de una muerte lenta por las fiebres tan comunes en estas tierras de las que los nativos parecen ser inmunes.

La ambición nos cegó, solo faltó una inundación y el brillo de las joyas de jade para traicionar la confianza que nos brindaron, la historia no nos juzgará pues no se conocerá, pero, nuestro Señor Dios no nos tendrá tal consideración cuando comparezcan nuestras almas en su presencia. Nadie comparte mi angustia, se sienten superiores sin conocer que fue solo la buena voluntad lo que nos permitió sobrevivir. Nos consideramos superiores pero tuvimos que recurrir a subterfugios y mentiras para robarles lo que siempre fue suyo… Pagaremos, lo haremos… lo sé.

Apenas llevamos unos cuantos lustros y hemos sido atacados por enemigos de la corona, han saqueado nuestras tierras y nuestros hogares, se llevan a nuestras mujeres y pedimos auxilio, pero ya no quedan aliados en estas tierras, solo piedras quemadas del otrora poderoso señorío de Acanmul.

Nos refugiamos en el sistema de cuevas y esperamos que los ingleses, holandeses y franceses se vayan. Enemigos allá y otros acá. Los mayas ven con ojos brillantes la derrota de sangre y fuego que nos propinan. Nosotros olvidamos y ajustamos la historia, ellos no. Ellos guardan su memoria en la piedra y en la susurrante voz de la selva.

Noche tras noche hemos estado bajo ataque, hemos fortalecido las defensas, pero, el fuerte de San Román el de mayor poderío fue vencido y demolido, las damas y los niños se guardaron en los túneles y se dirigieron a la Iglesia de la Santísima e Inmaculada Concepción. Espero que nuestros agresores le tengan más miedo al fuego eterno que al de nuestros arcabuces. Si no manda la corona los arquitectos y los reales para la fortificación de la villa, sería mejor dejarla, ninguna tintura vale más que la sangre que estamos derramando… las explosiones se acercan, escucho los gritos, una vez más nuestro poblado ha sido tomado. Esto no es vida y no lo es desde que rompimos nuestra palabra, nuestro compromiso y ahora lo estamos pagando.

Despierto en medio de la selva el calor húmedo es agobiante, no dejamos de sudar y la ropa interior nos roza en los lugares más incómodos y no podemos quitarnos la ropa mojada pues el sol o los mosquitos destruirán nuestra piel.

El sueño que acabo de tener fue extraño, quizá tengo demasiado tiempo metido en los documentos del Archivo General de Indias o el intento de desentrañar lo que pasó en el señorío de Acanmul está haciendo que me imagine cosas o que mi subconsciente de los brincos neuronales pero, como fuera, el sueño refuerza más esa teoría de que los mayas rechazaron en dos ocasiones a los españoles y se asentaron en una zona complicada de la región y es por eso que una ciudad tan antigua como Campeche no descansa sobre ninguna ruina maya como solía ser la costumbre y ahora, a escasos 20 minutos de la ciudad, tengo el privilegio de caminar entre un enorme conjunto de estructuras que esperan aún develar sus secretos. Aunque, por alguna razón, siento en mis huesos que ya estuve aquí, que ya viví esto y siento en las entrañas el remordimiento por romper una palabra y traicionar la confianza depositada. Debe ser el sueño… no existe otra explicación.

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