Cine mexicano, el principal protagonista del FIC Morelia

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Foto: larazondemexico

Pese a lo llamativo y bien logrado de las producciones extranjeras, que incluyen títulos tan esperados como reconocidos —dígase la sorprendente Parasito, de Bong Joon-Ho, o la retorcida y seductora Light House, de Robert Eggers—, nuestro cine se mantiene como el principal protagonista del que, con todo el merecimiento, se ha convertido en el evento fílmico más importante de nuestro país.

Más allá de la siempre significativa presencia del director mexicano que mayor continuidad ha conseguido en las últimas décadas, Arturo Ripstein, quien en proyección especial presentó El Diablo entre las Piernas, una de sus películas recientes mejor logradas (dicho sea de paso), la selección en competencia del evento entregó un puñado de títulos en las que como rasgos distintivos podemos mencionar la inclusión —ya fuera de forma directa o indirecta— de cuestionamientos con respecto a la normalización de la violencia y apuntarse dentro de la tendencia a la autoreferencia que actualmente permea el entretenimiento a nivel mundial.

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Tal es el caso de Muerte al Verano, de Sebastian Padilla, que pese a ciertas secuencias en donde la ejecución no es la más acertada, desarrolla con ligereza una trama romántica alrededor de un adolescente que, mientras ensaya con su banda de death metal y enfrenta las implicaciones del primer amor, camina entre ejecutados que aparecen tirados en la calle.

Por otro lado, contando con protagonistas que se ubican en un rango muy similar de edad, Esto no es Berlín, de Hari Sama, resulta una envolvente mirada a la escena artística urderground impulsada por jóvenes que se convulsionaban en el México análogo de los 80s, entre arcades, el mundial de fútbol y los excesos.

Estás dos cintas son, quizás, de las que dentro de la sección demostraron tener mayores elementos para enganchar al público en general, al igual que Polvo, ópera prima de José María Yazpik —en la que el actor además se reserva el papel principal—. Ésta producción, sin complicarse demasiado, ni caer en falsas pretensiones, hilvana una simpática comedia con un drama de fondo incluido; tiene el acierto de poner en el centro de todo a una de tantas comunidades ignoradas de nuestro país, misma que se ven en peligro cuando un grupo de narcos buscan recuperar un cargamento perdido en el lugar.

Finalmente, no podemos dejar de mencionar Mano de Obra, de David Zonana, y Sanctorum, de Joshua Gil, películas que se convirtieron en las más referidas y en serias candidatas a llevarse los premios principales. La primera es una calculada y descarnada exposición acerca de la desigualdad social; la segunda — hablada en mixe—, un brillante ejemplo de cómo conjugar fondo y forma para ofrecer una poderosa reflexión de tintes apocalípticos, que deambula entre lo real y lo fantástico, acerca de los campesinos obligados a trabajar para los narcos.

Así pues, aunque el nivel general de las producciones mexicanas vistas en esta edición XVII del Festival Internacional de Cine de Morelia, es un tanto menor en relación al visto el año pasado, no deja de incluir títulos que dan fe de la existencia de conceptos fuertemente comprometidos con nuestro contexto y que realmente vale la pena revisar cuando lleguen a la cartelera comercial.

gi

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