El reconocido director de orquesta venezolano Gustavo Dudamel y la Filarmónica de Los Ángeles (LA Phil) ofrecieron un emotivo y célebre viaje musical ayer ante un Auditorio Nacional casi lleno. El concierto, que formó parte de las actividades del Cervantino, festejó el regreso de la música en vivo y recordó los días más crudos de la pandemia, y conmovió a los presentes, quienes experimentaron un sinfín de emociones.
El recital comenzó con energía, con “Kauyumari”, obra con la cual la compositora mexicana Gabriela Ortiz celebra el regreso de la música en vivo.
La pieza “Kauyumari”, cuyo nombre en wixárika significa venado azul, inició tranquila y sutil, pero evoluciona hacia “un complejo patrón rítmico, hasta tal punto que la propia melodía se vuelve irreconocible, dando lugar a una sección de viento coral”, en palabras de la compositora, quien en sus obras se caracteriza en evocar aspectos de la naturaleza.
En la batuta, Dudamel balanceaba su mano, y al igual que la música iba cambiando él también se transformaba, hasta inclinarse un poco para mover con energía sus dos brazos, en el momento del clímax de la pieza. Fueron ocho minutos en los que la composición de Ortiz provocó diversas emociones; fue muy aplaudida por los espectadores.
El concierto continuó con Fandango, compuesta en 2020 por Arturo Márquez, a petición de la violinista estadounidense Anne Akiko Meyers.
La obra comenzó con una especie de lamento que “salía” del violín que tocaba la solista Anne Akiko Meyers. Una música que evocaba una profunda tristeza, y no es para más: Márquez la compuso en los días más aciagos de la pandemia.
En “Folia”, primer movimiento de esta pieza para violín y orquesta, tanto la solista como el director de orquesta demostraron su maestría, ella en el instrumento y él en la batuta.
A Akiko Meyers se unían el resto de los violines y demás instrumentos. Dudamel, en una especie de danza, meneaba sus brazos y manos dejándose llevar por cambio de la pieza, mientras que la violinista movía con destreza sus dedos por las cuerdas del instrumento hasta sudar.
En el segundo movimiento, “Plegaria”, la música ya tenía un aire más festivo, pues en éste Márquez rinde tributo al huapango-mariachi y al fandan-
go español.
Era imposible quitar la mirada de Dudamel y de Akiko Meyers. Para el tercer movimiento, “Fandanguito”, en la que Márquez rinde homenaje al famoso “Fandanguito Huasteco”, se unen el violín, la jarana huasteca y la huapanguera, así como la interpretación de sones y la improvisación cantada o recitada.
Akiko Meyers volvió a lucirse con los solos de violín que, conforme avanzaba la música le provocaban mayor arrojo y pasión, por lo que Dudamel se quedaba quieto.
En otros momentos de la pieza, el también director musical de la Ópera de París, el primer latinoamericano en lograr esa hazaña, hacía movimientos firmes o sutiles, y otros más le implicaban casi balancearse completamente.
El concierto terminó con Sinfonía No. 1, de Gustav Mahler, pieza muy especial para Dudamel: fue la primera obra que dirigió a los 16 años, antes de convertirse en uno de los directores más importantes del mundo.