Atildado y correcto, afable y sereno, Saúl Ibargoyen (Montevideo, Uruguay, 1930- Ciudad de México, 2019) parece estar satisfecho de sí mismo. Y no es para menos. Poeta, narrador y ensayista. Radica en México desde 1976. Jefe de redacción y subdirector de la revista Plural (2da. época), México. Colaborador de Casa de las Américas, Excélsior, Plural, entre otras. Fue uno de los grandes maestros en la Escuela de Escritores de SOGEM. Ganó el Premio Iberoamericano Bellas Artes de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada en 2002 por El escriba de pie. En Uruguay obtuvo premios del Ministerio de Instrucción Pública y del Ayuntamiento de la ciudad de Montevideo. Miembro de la Academia Nacional de las Letras de Uruguay desde 2008. Entre su obra se encuentra, en cuento: Quién manda aquí (1986), Los dientes del sol (1987), entre otros. En ensayo Poesía y computadora (compilador, 2003); en novela, La sangre interminable (1982), Toda la tierra (2000). En poesía: El pájaro en el pantano (1954) Límite (1962), De este mundo (1963), Los meses (1964), El amor (1965), Poema abierto al presidente Johnson y otros poemas (1967), El Rey Ecco Ecco (1970), Viento del mundo (1971), Patria perdida (1973), Poemas de la extranjera (1977), Exilios
(1978), Catálogo (1979), Poemas con amor ( 1979), Poeta en México City (1998), El escriba de pie (2001), Grito de perro ( 2001), El poeta y yo. Antología 1956-2000 (2003), ¿Palabras? (2006), Poeta semi-automático (2006), Poemar (2007), Nuevas destrucciones (2008), Rojo es el silencio. Poesía reciente 1995-2006 (2008), Tango negro (2013), entre muchos otros. En su novela La última copa la tradición oral y de la memoria para contar a sus lectores imágenes vertiginosas sobre el alcoholismo y sus consecuencias: persecuciones policiacas, amaneceres en el lodazal, memorias perdidas y encuentros amorosos insatisfechos.
¿Cuáles han sido las circunstancias de la escritura en su reciente novela, La última copal?
—Todo hecho de escritura es circunstancial, también el hecho o acto de lectura. En cuanto a ésta, mi quinta novela, las circunstancias fueron provocadas por la insistencia del director de Ediciones Eón, Rubén Leyva, quien con mucha y discreta tenacidad me fue conduciendo hasta las hojas en blanco; casi me puso la pluma en la manó (pues escribo todo así, a la antigüita). Tal vez ya existía como un destino de escriturar determinadas temáticas apoyadas en ex-periencias de vida, o quizás no fueran temas sino tranches de vie en tránsito hacia una inevitable metaforización. O sea, pulsiones que en una circunstancia precisa encontraron su tiempo de nacer.
¿'Por qué siente la necesidad de hacer público algo tan privado, tan íntimo?
—No sé si hubo esa necesidad. Además, en literatura existe una vagarosa o indefinible frontera entre lo subjetivo y lo social; también en la existencia diaria y en sus incontables expresiones. Aun sin una propuesta decididamente autobiográfica, ciertos elementos muy personales se filtran tanto en un verso como en las características de un "personaje. Pero, en definitiva, siempre serán representaciones. ¿Ese personaje es el escritor o una representación suya, más o menos incompleta, nunca total? ¿Ese gesto es una simbolización de un gesto real o un retrato gestualmente elaborado? Pero, ¿importa en verdad esa diferencia entre realidad y representación? Lo esencial es que se logre un relato convincente, con cuanta información estética sea posible y con una propuesta que se instale en función de un intento renovador, es decir apegado a una tradición pero creciendo fuera de ella.
—¿Considera a la novela un ejercicio de la memoria o se podría incluir dentro del género autobiográfico?
—Creo que en parte me adelanté a esa pregunta. Existe en ese relato, como en todo lo que uno escribe, una ineludible labor de memorización que es el apoyo de las coyunturas ficticias. Se trata de fabular, y de tal modo que lo inventado formará parte de lo auto-biográfico: como un proceso al revés. Y tan así puede resultar que en posteriores escritos narrativos, si llegan a producirse, la experiencia o circunstancia de escritura de La última copa estará de seguro como factor autobiográfico, más que como un mero asunto formal o de estilo. Sostengo además que una cosa es la memoria hacia lo literario y otra es la memoria hacia lo vivido: en ésta la vivencia corporal (el vómito, la amarga sabrosura del vino, las noches enajenadas, el desorden sensorial, el tiempo fragmentado, las relaciones confusas, las crudas inenarrables, etcétera) se expande en otras dimensiones. Aun así, reconozco que el proceso de escritura de esta novela fue agotador: me dejó en estado de vacío, de horror ante la propia nada. Algo de catarsis, sí.
—Usted es narrador, traductor, ensayista y, desde luego, poeta, ¿cree que todos estos géneros juegan una complicidad en su obra?
—Sí, hay algo de eso. Lo más evidente sería, quizás, la aplicación de un similar sistema metafórico (diría Bajtin) el que, asimismo, aparece con frecuencia en la manera de hablar, en el complejo discurso cotidiano. En cierto sentido, la metaforización de la orali-dad pasa a la escritura, y no de ésta a aquélla. Por lo tanto, insisto, el sistema de metáforas se cumple casi igualmente en todos los géneros. Digo "casi" por razones que sería irrelevante anotar. Solamente que "la escritura en mí", parafraseando a Rubén Darío, muestra explícitamente ese apego a la oralidad, porque en definitiva la ver-balización primigenia, fundamental, viene de ahí. Claro que las voces poéticas a las que uno apela se distinguen de las voces narrativas, o de la voz que trato de otorgarle a un poema traducido (aunque la traducción sea sólo una aproximación).
—En cuanto poeta, acaba de publicar dos nuevos libros, ¿cómo desarrolla ese universo tan propio dentro de la actual poesía latinoamericana?
—Sigo apostando a lo subjetivo en el arte, aun en el marco de ciertas tradiciones y legados culturales. En otras ocasiones he reiterado la idea, nada original, de que cada poeta debe fundar su propio ismo, su propia tradición, su verdad no intercambiable, su modo de escarbar la médula de cada palabra, su sed del nombre secreto de los seres y las cosas, su arte poética irrenunciable e invendible. Mis recientes poemarios, escritos en los últimos diez años, tienden a plantear, en el primero [¿Palabras?], las dudas metafísicas sobre el verbo poético en sí y para sí, más allá de las pulsiones temáticas y las angustias de tono ético. Y en el segundo [Poeta semiautomático], un reconocimiento a la herencia surrealista (direc-ta e indirecta) que se fue acumulando irregularmente en mi escritura desde hace décadas. Dicen que el surrealismo ha muerto, fagocitado por la posmodernidad neobarroca, ¡entonces viva el surrealismo! Mi amigo Floriano Martins estaría de acuerdo.
Los temas en su obra aparecen y desaparecen con el paso de los años. ¿Considera importante en su trayectoria recuperar algunos temas olvidados?
—¿Existe el olvido en poesía? Pero es verdad: temas van y vienen; a veces no son temas, sino la máscara de deseos, frustraciones, impulsos, símbolos, imágenes, etcétera, que el inconsciente acumula y entreteje. A veces los sucesos sociales (con su cauda de injusticia, de corrupciones, de sórdidas impunidades, de guerras imperiales, de sucia violencia, de agresiones ideológicas, etcétera) se transforman o producen impulsos que se unen .con la energía interna. De esa unión convulsiva puede surgir una expresión épica o una figuración de amores rotos. Nunca se sabe. Hay temas, sí, arraigados a la infancia, que son recuperados con cierto ritmo. El poeta no debe dejar morir al niño que está en él, que no duerme, atento siempre. Si lo ve agonizar, debe aplicarle una buena respiración boca a boca... Los temas, pues, no tienen fecha de aparición, así como la creatividad trabaja en su propio tiempo histórico.
En estos más 30 años de vivir en México su producción ha sido muy vasta. ¿Qómo la definiría en cuanto a un proceso que aún no acaba?
—No es fácil una respuesta afinada, pues uno está como en medio de un camino por el que pasa mucha gente. Se hace camino a lo Machado, y pocas veces te detienes a mirar para atrás, recordando la canción de Atahualpa Yupan-qui. Debo suponet-que de algún modo uno realiza un examen más o menos crítico del propio trabajo, pero desde el ejercicio de la escritura. Incluso, desde esa protoescritura, desde esos versos que apenas se insinúan a partir de una imagen, de una representación, de una mínima angustia, de una injusticia social soterrada o evidente... Pero sí podría mencionar instancias personales que se expresaron en la poesía: el exilio, sobre todo (ese exilio que en más de un sentido nunca termina). Y las numerosas circunstancias de la vida cotidiana, los viajes, los amores, las amistades, las resonancias de la multiplicidad cultural mexicana, la actividad laboral. Pero la poesía rio fue suficiente en mí, por eso la apelación a continuar la forja de un discurso narrativo desarrollado en novelas y cuentos. Pienso que ambos discursos, el narrativo y el poético, constituyen el envés y el revés de un entramado único.
¿El título de su antología, El poeta y yo, expresa el estado de ánimo que ha que refleja a lo largo de más de 50 años de creación?
—El título pretende indicar esa dudosa separación, esa frontera indefinida y en permanente estremecimiento que une o separa al poeta del ser humano de cada día. Mucho se ha escrito y hablado sobre este asunto, pero luego de estos años en que, para mi caso, ambos han marchado juntos y hasta revueltos, se fue forjando la certeza de que tal vez no se trate sólo de un poeta y de un yo. Pues, ¿cómo saber cuántas personas habitan en nosotros, cuántas manos se reúnen en la escritura de un verso o en el simple acto de tomar una cuchara? Cuando escribimos, ¿quién escribe por nosotros, quién desde nosotros, quién hacia nosotros? Son preguntas que no puedo contestar: sólo queda continuar respirando y escribiendo.
¿Cómo se estructuró este libro, y por qué la necesidad de reunir su poesía en un volumen? Se lo pregunto, pues veo que faltan algunos de sus libros en la antología.
—La estructura del libro, salvo la coda final, estuvo a cargo del antologo, el escritor uruguayo Hugo Giovanetti Viola, quien asimismo redactó el prólogo. Hay muchas maneras de organizar una antología; en ésta, se aplicó la idea de ordenar los textos fuera de una línea del tiempo. O sea, de acuerdo con las etapas fundamentales que Giovanetti percibió en el autor, vinculadas hondamente a situaciones de exilio y otras formas del desarraigo. Si faltan poemas de algunos libros se debe a que se cierra el trabajo en 2000, tal vez como año emblemático.
Hay momentos en los que la estructura del libro parece más propia de la música que de la poesía...
—Es curiosamente oportuna la pregunta, pues el antologo es profesor de guitarra y buen cantor de tangos. Hace muchos años compusimos a cuatro manos y dos voces una extraña milonga que sólo los dos recordamos. Digo extraña, pues tiene un aire metafísico ajeno a esa especie musical.
Muchos de sus primeros textos poéticos tienen mucho que ver con la política y lo social, ¿cree todavía en la revolución?
—Hay algo bastante obvio: toda manifestación poética implica, por su naturaleza, una connotación social, más allá o más acá del programa estético de cada poeta. Es decir, aunque el receptor sea uno solo, siempre trasladará una determinada sedimentación o adherencia sociocultural; y si el receptor se multiplica, la carga será, por supuesto, mucho mayor y de más ancha diversidad. Eso depende, por un lado, de ciertas características de la personalidad creativa, incluyendo la íntima entretela; y, por otro lado, qué concepto se tiene del receptor (lector, escuchante), lo que lleva a la reiterada cuestión de la función de la poesía, del poeta y del receptor. Además, la socialización de la obra puede darse en varios sentidos: la complacencia que deriva de una aceptación a priori, el cuestionamiento de posturas tradicionales del receptor, la prudente proclividad a propuestas más o menos arriesgadas, etcétera. Y si en algunos poemas de El poeta y yo aparecen resonancias políticas, es por aquello que decía el maestro Darío: se trata de un clamor conti-nental, aunque confirmado por vivencias personales y colectivas en verdad sísmicas (dictaduras, represión, exilios, viajes, migraciones). En cuanto a la palabra revolución, que en muy pocos lugares aún se utiliza en una acepción fuerte, debemos refrescarla con base en nuevas y extendidas luchas poéticas, vista como un proceso raigal, tiende a proponer productos revolucionarios, aunque éstos no operen sobre la realidad. Es un tema que el espacio no nos permite ampliar.
¿Todavía influye en sus textos, ya poéticos, ya narrativos, o es un asunto cerrado?
-Como ciudadano de dos países, México y Uruguay, y por lo tanto ciudadano de las naciones hermanas de Latinoamérica —responde el escritor—, me identifico con las propuestas políticas que apunten a la felicidad social, a la participación masiva y libremente organizada de nuestros pueblos, al rechazo de las prepotencias imperiales, al cuidado de la propia soberanía y al respeto de la ajena, al intercambio de bienes materiales y espirituales cuya finalidad no sea la de la acumulación y el despilfarro, etcétera. No renunciar a la verdad más personal ya es una actitud política.
En cierto sentido, ¿puede leerse El poeta y yo como una muestra de la fuerza de la escritura para desentrañar la verdad de la vida o de la fantasía?
—La lectura de la antología puede alcanzar ese sentido de energía que se ha señalado en gran parte de mi escritura: habría que ver cuánta fuerza pone cada lector. Pienso que desentrañar la verdad de la vida es un asunto que nunca me he planteado. Más bien, he buscado (o hemos procurado, el poeta y yo) representar metafóricamente determinados estados de ánimo, o a veces desarrollos más extensos y de mayor información estética, cultural o ideológica, o asimismo tematizaciones más definidas, o sólo esas imágenes que viven fugazmente en nuestros sueños. Y tal vez con el oscuro deseo de que esas representaciones verbales sean también un desentrañamiento...
Usted escribe poesía y novela. ¿Cree que se complementan de algún modo?
—Se complementan, se apoyan, pero también se contradicen. No obstante, según mi experiencia en ambas modalidades, la motivación creativa es la misma. Por eso, al desarrollar una historia, al inventar personajes y actores, al añadir tantas sustancias y datos e interacciones y sucesos, siempre se da lo no previsto, la sorpresa que puede originar un protagonista con sólo llorar en un momento inoportuno. Una diferencia quizás está en que mis novelas se sostienen en un topos fronterizo tan real como inventado, mientras que "la poesía en mí" se desplaza por sitios incontables y aún más imprevisibles.
*Esta entrevista pertenece al libro Elogio de la memoria. Ensayos y conversaciones, de próxima aparición en Editorial Praxis.