Ha muerto José Agustín (1944 –2024) una de las mayores figuras de la contracultura mexicana, quien asumió el ánimo de rebeldía juvenil en acciones que circunscribían el uso de drogas, la libertad sexual y la devoción por los elementos de la cultura moderna (el arte pop, el rock, el cine de autor, el espectáculo televisivo, la psicodelia, el bebop/jazz...). Cómplice de los narradores Gustavo Sainz (1940–2015), Parménides García Saldaña (1944–1982) y René Avilés Fabila (1940 – 2016): grupo que Margo Glantz invistió como “los escritores de la onda”, precisa catalogación en el sentido de su identificación con la moda efímera, el escándalo, la provocación, la irreverencia y la anarquía.
José Agustín publica en 1964 a la edad de 20 años La tumba, novela que se ha convertido en un libro de culto: aguda crítica de la sociedad mexicana desde la mirada de un joven rebelde que está fastidiado de los esquemas pequeños burgueses que ponderan en el país. Le siguieron De perfil (1966) —novela de formación— y Se está haciendo tarde (final con laguna) (1973): estructurada a la manera de un viaje sugestivo en compañía de botellas de vodka, tequila, marihuana y droga fuerte en ruta del tarot y el I ching. “La novela más intensa que se ha escrito en México”, ha dicho Juan Villoro.
Legado literario que se extiende a más de 20 volúmenes donde destacan: Ciudades desiertas (1982) —narración ‘antimachista’ de un varón enamorado rabiosamente de una mujer—, Cerca del fuego (1986) —complejo relato sobre la ciudad—; Dos horas de sol (1994) —mirada apremiante a la ‘modernidad mexicana’ de fin de milenio—, Amor del bueno (1996) —volumen conformado por cuatro piezas de conjuras rebeldes—. Insoslayable la Tragicomedia mexicana (tres cuadernos de crónica de la vida política en México de 1940 a 1994). Entrañable el Diario de brigadista: testimonio de un escritor en ciernes de apenas 16 años que viaja a cuba en 1961, a escondidas de sus padres, para incorporarse a la Campaña de alfabetización emprendida por el gobierno cubano.
José Agustín, el adalid irreverente de la cadencia urbana en La miel derramada (1992); el sacrílego crítico de la ‘cultura institucional’ en La contracultura en México (1996); o el hombre rock plasmado en El hotel de los corazones solitarios (1999). Se despide de nosotros físicamente el más inquieto representante de una generación de escritores que retrataron un tiempo hilvanado por el rock, la psicodelia y el desparpajo. Siempre lindante al fuego: detrás de la gran piedra y del pasto: el mundo que lo arrebujó.