Expone la saña que acarrea la violencia

Vanessa Londoño (Colombia, 1985) obtuvo en 2017 el Premio Aura Estrada y el galardón Nuevas Plumas de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Sabíamos por referencias y consultas hemerográficas de sus trabajos literarios publicados en Vice (México), Revista Brando (Argentina), The Clinic (Chile), El Malpensante (Colombia) y El faro (El Salvador). Londoño era una especie de enigma en el panorama de la narrativa colombiana.

Pocos sabían de ella; la escritora argentina Selva Almada me dijo hace unos meses en un correo electrónico: “Espérate, Vanessa está por publicar un relato que será una bomba, un acontecimiento editorial”. Y aquí está, El asedio animal (Almadía Editorial, 2021), primera novela de Vanessa Londoño. Selva Almada tenía razón: texto crudo, seductor, terrible y doloroso: muestrario del avasallamiento, ilegalidad y barbarie que se genera en la espiral de la violencia: flagelo que consume a Colombia desde hace incontables décadas.

“Esta novela la terminé en enero de 2019; pero, me doy cuenta que la publicación ahora en 2021, devela de manera precisa esa serie de rangos de violencias que son las fuentes del actual conflicto social en mi país. Estallido que se auguraba desde hace años. Las condiciones de desigualdad se precipitaron con la pandemia: la clase política nunca ha tenido un programa convincente para resolver el asunto, siempre ha minimizado la pesadumbre de los pobres”, dijo a La Razón, Vanessa Londoño.

¿Indiferencia que se transforma en una ‘visión de animalidad’ de los hechos? Creo que la novela puede verse como un mapa de esos espacios donde el terror impera. Sí, hablo de una afiliación a la ‘animalidad’ que escolta a los políticos en Colombia.

¿Y la temática sexual? En los espacios dominados por el patriarcado se genera un desconcierto; en ese sentido, los vínculos de la violencia con las relaciones afectivas y sexuales son muy confusos: el deseo y el abuso conviven.

¿Amputaciones en el plano de lo simbólico o son reales? Ficciones que sobreviven en espacios horrorosos. Lo alegórico se da en el sentido de que, por ejemplo, una mujer violentada no puede denunciar al agresor; esas mujeres simbolizan la mutilación de la lengua, se ven conminadas a callar.

¿Lásides y El Torero, personajes que son metáforas de la violencia patriarcal? El Torero lo tomé de un paramilitar que concebía el derecho de ser amo de todas las vírgenes de la zona. Lásides, violador sexual contra un niño, trágico episodio que golpea a la madre del infante. Lásides, hombre blanco: quise referir el enfrentamiento de dos perspectivas: la del transgresor blanco y la de un niño indígena víctima.

¿Lenguaje de los grupos indígenas recreado con lirismo a la manera de Rulfo? Me ha seducido siempre esa habla, la quise incorporar en la novela. Hay una pluralidad del uso de ese lenguaje a lo largo del relato. Yo diría que la trama y los elementos lingüísticos se empalman.

Tonalidad en que se entrecruzan los designios de la voz narrativa. ¿Un yo custodiado por un omnisciente él? Sí, el narrador se imbuye de ese otro tono que propicia la visión de la tercera persona. Quizás, eso se lo debo a la lectura frecuente de una novela que ha sido determinante en mi escritura: La casa grande, de Cepeda Samudio.