Centenario de la desaparición física de Franz Kafka (Praga, Imperio Austrohúngaro, 3 de julio,1883-Kierling, Austria, 3 de junio, 1924): el más grande y enigmático mito literario de la cultura occidental. El autor de La muralla china sigue dialogando con nosotros arropado en un blando celaje de gracia recóndita. Sabemos que, en los años juveniles fue inundado por una iluminación poética que irrumpió en sus ojos como una marea: brisa que colmaba su alma: consciente de ese estrépito, se puso a escribir en soledad.
Entre el desorden amoroso de mi biblioteca doy con el ejemplar de Relatos, publicado en Cuba en 1964. Primer contacto que tuvimos muchos jóvenes cubanos con el narrador de Praga. Ejemplar que metí en mis dos maletas cuando me fui de Cuba en 1978. Aquí lo tengo conmigo. He tenido que ponerle precinta en el lomo para reparar el deterioro de 60 años de impresión.
“La obra de Kafka crece como un intento desesperado por expresar esa angustia en símbolo que la hiciera accesible y le permitieran sobreponerse a ella y ‘envejecer de una manera natural’. Espiaba cada uno de sus síntomas, trataba de precisar las más turbias fluctuaciones de su conciencia”, suscribe el crítico literario Ambrosio Fornet. Max Brod no cumplió —gracias a Dios—, la petición del autor checo de quemar sus manuscritos. Vuelvo a los laberintos de la compleja relación del autor de La Condena con el padre, un próspero comerciante judío, a quien le interesaba que el hijo se preparara con rigor para administrar el negocio familiar.
Soy testigo otra vez de la inquietud de Milena Jesenská, leo el fragmento de una de las cartas que le escribió Kafka: “Si pudiera hundirme en el sueño, así como me hundo en la angustia, cesaría de vivir. / Estar solo en una habitación es tal vez una condición necesaria de la vida. / No tengo a nadie, a nadie salvo el temor, abrazados y convulsivamente nos debatimos las noches enteras. / Siempre viviré asustado, sobre todo de mí mismo”.
Aquí estoy frente a La metamorfosis, La Muralla China, Diarios, Carta al padre, Cartas a Milena, Bestiario, El Castillo, El Proceso, La condena, Un médico rural, En la colonia penitenciaria, América: evidencias de una vida asediada por una sucesión de padecimientos anímicos inauditos. Estas ficciones, cartas, aforismos, diarios y meditaciones revelan a un ser necesitado de la soledad, pero temeroso frente a ella. Amó a varias mujeres y se vio imposibilitado para cohabitar con ellas.
Narrador dueño de un estilo de extrema exactitud, franqueza y flexibilidad verbal. Léxico que apela a la conformación de estructuras sintácticas que develan nuevos ángulos comunicativos en el afán de expresar pensamientos complejos. Maestro en la construcción de sintagmas fluidos nunca monótonos tanto en oraciones breves como en las extensas: variedad de inflexiones en que cada palabra está dispuesta con sentido lógico desdeñando los giros lingüísticos rebuscados. “Tengo once hijos. El primero es bastante insignificante, pero serio y perspicaz; aunque lo quiero, como quiero a todos mis otros hijos, no sobreestimo su valor. Sus razonamientos me parecen demasiado simples. No ve ni a izquierda ni a derecha ni hacia el futuro; en el reducido círculo de sus pensamientos, gira y gira corriendo sin cesar, o más bien se pasea”: fragmento del relato “Once hijos”, del libro Un médico rural.
Leer a Kafka una vez más para ser testigo de una escritura sinuosa que asciende y desciende en sincrónicos conformes que acentúan y, asimismo, niegan el vacío posible, la página en blanco como un reto, portón para traspasar el desconcierto y llegar al absurdo. Kafka nos legó un catálogo de paradójicos espejismos.
Los críticos literarios insisten en los comentarios que han asediado al escritor checo-judío: acongojado, impenitente, desconsolado, extravagante, culpable, trágico. Hay una franja que impide ver la auténtica faceta de un fabulador irónico, lúdico y sedicioso que vislumbró en los frisos de la soledad el paraje capital de la comedia trágica que supo erigir a través de fulgores abismales de nuestro tiempo. Sí, es cierto Kafka sigue “hablando al presente” como afirman los traductores de su obra, Alberto Gordo y Adan Kovacsics.