LA HERENCIA

Parte 3 "Colisión"

LA HERENCIA
LA HERENCIA Foto: larazondemexico

Sasia se paseaba por el pueblo y sí, todos la veían pero no como había computado en un inicio, la paranoia que ella daba por hecho era una genuina curiosidad y si no le preguntaban su procedencia era por unas reglas de etiqueta no escritas pero de todos sabidas “no meterse en los asuntos de los demás… hasta que te pregunten por el clima”.

Sasia observó y observó, nada era lo esperado, no había agresividad, conflicto, o siquiera algo de prisa, la vida transcurría entre encuentros casuales a mitad de la calle donde los hombres inclinaban la cabeza ante las damas en una arcaica y obsoleta deferencia y contrario a lo que Sasia tenía archivado, las mujeres no se sentían ofendidas ante el gesto.

El atardecer en el valle llegaba pronto, el sol, poniéndose tras la montaña le restaba unos preciosos minutos de claridad al día y la niebla que subía ante el descenso de la temperatura también contribuía a la temprana noche. Un extraño sujeto en zancos iba por la calle prendiendo farolas, Sasia sabía los nombres de los objetos pero, nunca había visto su funcionamiento, era como estar en un archivo de inmersión histórico. Las farolas soltaban un humo grasiento pero de aroma agradable y la luz, aunque tenue, fue suficiente para que los habitantes de Dante llegaran a sus hogares a cenar, charlar en el pórtico antes de dormir o leer un libro frente a la chimenea. La vida de la ciudad se reducía prácticamente a cero después de la puesta de sol y a pesar de la falta de electricidad o, quizá por ello, las personas llevaban un ritmo de vida pausado, sereno y silencioso, Sasia pensó en lo perdido antes de entender lo ganado, siguió observando, ahora, francamente intrigada.

-o-

Veía luces tras los parpados y cuando abría los ojos, solo había oscuridad, la suave voz que escuchaba no lo calmaba, por el contrario, sentía ira, el miedo ya era pasado, ahora era un león herido o, mejor dicho, una rata atrapada, una rata de laboratorio. Roberto escaparía, eso era un hecho, ahora solo necesitaba averiguar cómo.

Los diabólicos robots con cara humana se acercaron para inyectarle algo a la vena, había un ligero aroma a ayahuasca y uno muy ligero de belladona, eso lo alertó, lo último que necesitaba era luchar contra sus demonios internos, forcejó pero fue inútil, una somnolencia lo invadió y antes de perder la consciencia pensó en la vergüenza que estaba haciéndole pasar a sus maestros, vencido en un instante.

Una voz extraña lo despertó, entreabrió los ojos sin mover un solo músculo facial adicional, una pequeña caja de un negro sin reflejo, era de donde provenía la voz, no entendía, apenas y era similar a su idioma, aunque, de vez en vez, captaba alguna palabra y casi la entendía.

El enemigo estaba moviendo unas extrañas cosas de colores y sobre ellos había una “ventana” donde cambiaba lo que se veía. Roberto había leído sobre esa cosa en los textos del abuelo, ”tevisión”, “pantaplana” o algo similar, incluso había fotos en las revistas en las que ponían un precio aunque, leer y ver eran tan diferentes como lo serían dar un sorbo de agua y lanzarse un clavado al río desde el risco y decir la palabra “agua”.

Abobado con lo que veía no se había dado cuenta de que estaba suelto, apenas lo hizo, dio un salto y corrió al otro extremo de donde estaban los enemigos. Corrió por pasillos enormes y extensos, corrió hacia la luz y entonces salió al más bizarro universo que jamás hubiera imaginado ni en sus peores pesadillas. Se sobrepuso al shock inicial y sus instintos le indicaron ir hacia el oriente para buscar un lugar donde las sombras ocultaran su presencia.

Palermio hizo una nota en la bitácora, sujeto suelto en el puesto de vigilancia, hasta el momento no presenta los signos de locura que se detectó en los sujetos de prueba anteriores, quizá se debiera al burdo entrenamiento de supervivencia que habían detectado y si bien era apenas inicial, era más de lo que habían presentado los otros sujetos de análisis.

El cerebro de Roberto no lograba asimilar lo que veía, enormes y delgadas construcciones se elevaban hasta las nubes y lo que había tomado por pájaros eran unos vehículos que en nada se parecían a los aviones que le había enseñado el abuelo como lo más moderno del mundo y que, en secreto, hubiera sido el motor que lo llevara hasta ese momento pero, no había aviones sino unos extraños rombos que se movían en todas direcciones rompiendo toda ley natural.

Palermio hizo una anotación y un marcador de pulso empezó a latir en la parte superior de la tableta, más valía vigila el estrés, no quería que el más prometedor de los candidatos se muriera por algo tan sencillo de tratar como la hipertensión . El palpitar era increíblemente acelerado.

-o-

Sasia terminó de procesar y se dirigió hacia el bosque, le tomaría al menos un día llegar al puesto de vigilancia, tenía mucho que reordenar, así que lo haría con una subrutina dormida.

-o-

Roberto estaba perdiendo la cabeza, el corazón amenazaba con escapar de su pecho, y la respiración detenerse ante la variedad de enemigos, algunos verdaderamente parecían gigantes, seres monstruosos recubiertos de metal y eran tan poderosos como las historias, controlaban el rayo, el aire, se comunicaban a kilómetros de distancia sin gritar, tenían cosas que solo había visto en la antigua revista. Se sentó en un rincón y lloró, sin importar cuantos hombres iniciaran la guerra, ellos seguirían siendo superiores.

TE RECOMENDAMOS:
LA HERENCIA