“El verdadero contenido de una fotografía, es invisible,
Porque no se deriva de una relación con la forma, sino con el tiempo”
John Berger
El uso dogmático que se ha hecho de la fotografía ha obligado a un buen número de autores – artistas y teóricos, antiguos y modernos -, a considerar la suprema estética como algo inherente a la realidad. La esquina más retratada del mundo – una inmensa plancha mirando al infinito ( el Flatiron building de Stieglitz)-, la arrogancia erótica de los desnudos masculinos de Mapplethorpe o el esteticismo que impregnan la jerarquía de males sociales en la abismal relatividad de Sebastiao Salgado nos condenan a un perspectivismo que sólo es posible por la agobiante (hiper-realidad) que alivia los inoportunos deseos de conocimiento y voluntad. El conocimiento como poder consciente, como reacción a la elocuencia y regocijo de la belleza, tiene un solo vicio, la soledad. ¿ Cuántos poetas como Ezra Pound han enloquecido para espiar nuestra miserable buena disposición a aceptar nuestra realidad? La memoria perdida en un punto sin retorno… Son imágenes curiosas que no chocan demasiado con la tendencia más “realista” de la fotografía artística, pero sí con la que se inclina hacia los valores formales o la que experimenta con el propio medio.
Si hablamos de un guardián celoso de la memoria,, de la locura, del registro de una época en México, éste podría ser el fotógrafo Humberto Zendejas, que traduce en imágenes ese accidente geográfico, particularmente fascinante y, como tal, en su desnudez, con un gesto en momentos terrible, pero también sorpresiva de capturar todo el universo de un personaje en un instante. Pocos foto- reporteros del México de los años 50, 60 y 70 han sabido como él preparar el medio fotográfico – trabajó en los periódicos Ovaciones, Excélsior y Esto- para la expresión artística, a base de desconfiar de la realidad, como si ésta reprimiera algún secreto. Viendo en retrospectiva sus fotos sobre un México cultural “maravilloso” ( el de las galerías de arte; de los suplementos culturales a la cabeza con Fernando Benítez; el de la Zona Rosa y el Mural Efímero de Cuevas; el de grandes pintores como Ricardo Martínez, Juan Soriano, y Carlos Mérida; el del cine de Luis Buñuel, Luis Alcoriza, Emilio Fernández, Gabriel Figueroa; el de los estudios antropológicos de Gutierre Tibón, Alfonso Caso y Piña Chán; el de grandes fotógrafos como Manuel y Lola Álvarez Bravo, el de la consolidación creadora de José Revueltas, Juan Rulfo, Juan José Areola, Octavio Paz y Carlos Fuentes), movido sobre todo por sus intelectuales: Rufino Tamayo, David Alfaro Siqueiros, José Luis Cuevas, Salvador Novo, Andrés Henestrosa, Fernando Botero, Gabriel García Márquez, José Vasconcelos o Carlos Monsiváis, uno descubre al artista faro, cuyos destellos, han iluminado nuestra historia cultural. Pero apenas hay obras de los ochenta en adelante lo que, junto al hecho de que todas las fotografías que integran su archivo son en blanco y negro, otorga al conjunto un aire de mirada retrospectiva no actualizada. Algo que se contradice con la vitalidad de una ciudad en continua transformación y crecimiento, que sigue siendo meca de artistas y, entre ellos, de fotógrafos.
[caption id="attachment_1087107" align="alignnone" width="696"] Humberto Zendejas. Britte Bardot. Colección: Miguel Ángel Muñoz[/caption]
Vemos en las fotos de Zendejas la sabiduría doméstica, tan suiza. de Fischili & Weiss, y, como no, al epígono americano de Walter Evans. Todo ello hace que debamos analizar si trayectoria más de acuerdo con sus propios términos de artista visual, y su habilidad al convertir en legendarias algunas de sus tomas, como lo es ya, las tomas del primer encuentro entre José
Luis Cuevas y Siqueiros en un programa de televisión. Hay que recordar que tenían en los años 60 y 70, un pleito constante por sus conceptos distantes sobre los rumbos del arte. Y, ahí, en ese instante Zendejas tuvo la intuición de tomar la cámara y disparar. Foto canónica ya. Zendejas pasa delante de nuestros ojos convencido de que memoria y presente se deshacen en un dripping como sangre en el espejo. Su forma de narrar consiste en centrar la historia en una imagen, es concentrarse en ella. En cierta manera, es como si rescatase el momento de lo que pasa entremedias de la sucesión. En este sentido, las imágenes de Zendejas no crean un orden, son autosuficientes, absolutas en su reflejo histórico.
Desde mi punto de vista sus fotos evocan, claro, a la estética del retrato o “foto - reportaje” – no me gusta el término- que, por otra parte, es tan natural no sólo en México, sino Estados Unidos.. Pienso, por ejemplo, en la novela La mujer de las dunas (1962), del escritor Abe Kóbo,, porque el protagonista es un entomólogo que recorre las dunas para fotografiar insectos, pero que será “tragado” por la arena. Es una metáfora extraordinaria de una realidad succionada, pulverizada, abismada en la nada.
Walter Benjamín escribió que la fotografía disolvería el aura sacra del arte multiplicando su presencia… o ampliando sencillamente su capacidad comunicativa; es decir, también estética. ¿Es eso poco?. Zendejas sitúa la fotografía en el arte grande: construye, personaliza, activa a través de la lente que jamás es neutra. Un oficio sin pretensiones, por supuesto, pero con unas capacidades de observar y detener el instante ilimitadas.
[caption id="attachment_1087110" align="aligncenter" width="482"] Humberto Zendejas. Marilyn Monroe. Colección: Miguel Ángel MUñoz[/caption]
El discreto encanto, por llamarlo así al autodominio que se impone un fotógrafo, le permite a Zendejas eludir la forma tan frontal y sorprendente las imágenes y gestos de sus personajes. ¡ Qué fuerza! Sin embargo, ¡ qué estremecedora belleza la de saber sacar a estos encuadres tan despojados!. ¡ Qué hondura en esa bien llamada “línea sutil” donde la mirada del artista queda detenida en un instante, en el cual Salvador Novo queda mirando al infinito, pensando en todo, pero en nada al mismo tiempo. Revisa uno sus fotos y puede caer en la tentación de descubrir gestos y técnicas diversas, y, en especial, como un aire sorpresivo, místico, con algo de ese momento detenido como deseaba Richard Avedon. Pero es éste un enfoque trivial, porque lo importante en Zendejas es su concepción del espacio, su ubicación de las figuras, el alargamiento histórico y cultural de éstas, que se nos asemejan, a veces, aun momento definitivo de nuestra historia cultural.
Novo, Siqueiros, Tamayo, García Márquez, Henestrosa: he aquí una radiografía moral y técnica de la fotografía. El escenario único transforma las figuras en fantasmas, que posan con la naturalidad de un juego. El efecto que nos produce no es más nunca cotidiano, ni pintoresco, ni memorioso, sino de una desnudez histórica sobrecogedora. En realidad, los iconos por excelencia como Novo, Monsiváis, Cuevas, quedan al descubierto por la cámara de Zendejas. Aquí, el registro de la memoria se hace, en efecto, intenso, inmenso, y lo que uno cree ver como la neutra imagen realista de un protagonista de nuestra cultura, se nos revela como evocación melancólica de una irrepetible arcadía literaria y plástica, quizá irrepetible. Los hilos de esta línea sutil los forma el instante, como pequeños surcos de arena, el trenzado de una escritura gris donde el universo graba signos para nosotros, meros personajes de la memoria. Ahí estamos, como sombras monocromas, luminosamente positivados por la lente de Zendejas, poeta y narrador del retrato, escrutador del abismo. Humberto Zendejas derribó finalmente el momento fotográfico para dibujar el tiempo. Convirtiendo el reportaje e incluso el testimonio en el eslabón perdido entre pasado y presente. Si un gran artista como Walter Evans se merece el paraíso por regalarnos lo que sea ha perdido, Zendejas merece nuestro agradecimiento total por
darnos lo que aún no ha sido. Ojalá los disparos de luz de Humberto Zendejas, iluminen nuestra oscura realidad y nuestra memoria cultural.
[caption id="attachment_1087108" align="alignnone" width="696"] Humberto Zendejas. Marilyn Monroe. Colección: Miguel Ángel Muñoz[/caption]