Juan José Millás escribe bitácora para lectores voyeristas

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Foto: larazondemexico

Después de su exitosa novela Que nadie duerma, que este periódico seleccionó como el mejor libro de ficción publicado en México en 2018, Juan José Millás (Valencia, 1946) está de vuelta con La vida a ratos (Alfaguara, 2019): fábula en forma de diario o apuntes personales que se bambolean en los espacios de la invención: un hombre de 67 años de edad —también llamado Juan José Millás— exhibe un talante divertido, irónico, reflexivo, hipocondriaco, melancólico y solitario con total franqueza.

¿Experimentación literaria? Novela que es un sumario de apuntes personales de un protagonista que notifica sobre sus visitas a la psicoanalista, los paseos por la ciudad,

[caption id="attachment_1024498" align="alignright" width="176"] Obra: La vida a ratosAutor: Juan José MillásGénero: Novela / DiarioEditorial: Alfaguara, 2019[/caption]

relaciones con amigos, viajes, encuentros con alumnos de un taller literario, traslados en el metro, comentarios de lecturas, los gin-tonic de las tardes...: escenarios cotidianos donde todo parece ordinario; pero, lo milagroso acecha: sus gestos se vinculan con lo absurdo y lo sorprendente. El relator, cita a John Cheever: “En la madurez hay misterio, hay confusión”.

“Aquí está el otro Millás, la otra cara del novelista que algunos admiran. Pero, más que todo está el otro lado de la vida de ese fabulador. El intangible, y mucho del ser evidente que soy. Yo creo que lo misterioso está en lo normal, en lo cotidiano. Nunca he tenido intención de llevar un diario como tal, se me ocurrió la idea de hacer uno pero, con todo el andamiaje propio de la novela. Lo empecé a redactar a los 67 años de edad y lo terminé tres años después. Son 194 semanas del alegato de un hombre que no sabe cuándo la irrealidad irrumpió en su vida”, precisó en entrevista con La Razón, Juan José Millás.

Un pesimismo sosegado arropa la conducta de este narrador... Sí, estoy de acuerdo, me gusta ese aserto para el protagonista, quien está acosado por la perplejidad y vive entre el sueño y la vigilia, entre lo visible y lo invisible. Apariencia y realidad: dicotomía que me obsesiona.

¿Ver a los otros es verse a sí mismo? Cuando observo al otro, estoy viéndome. Ver a los otros es vernos a nosotros mismos. En este libro, el lector asume el papel de voyerista, de ‘mirón’; se da cuenta de coincidencias: todos los seres humanos nos parecemos, no somos tan distintos, por eso nos gusta asomarnos a los espacios ajenos para corroborar que hacen lo mismo que nosotros.

¿Cuánto hay del ‘Millás real’ en estos folios? El diarista no se toma muy en serio, ironiza sobre su propia vida: yo tampoco me tomo muy en serio. Lo autoparódico comienza cuando decido ponerle mi nombre. Soy el mejor personaje que conozco: estos apuntes siguen el curso de mi vida íntima.

¿Exploración sobre episodios de la vejez? La idea nace del intento de escribir un texto sobre el tema. Es un asunto complejo esto de la vejez: llega poco a poco, lenta e irremediablemente. No puedo definirla, por eso apelo a narrarlo a través de estos esbozos, de estas reflexiones que son una suerte de diario existencial desde la mirada de un ‘setentón’ abrigado en la perplejidad, sus manías y  perspectiva del mundo.

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Notamos a un autor que se ha deleitado en la escritura de este libro... La escritura de una novela como tal me plantea muchas dudas, tengo que interpolar muchos rumbos, tengo que despejar muchas encrucijadas; sin embargo, escribí este libro siguiendo el cauce de los derroteros diarios con total confianza y gozo.

Semana 1

Por Juan José Millás

LUNES. Pronto cumpliré sesenta y siete años. ¿Soy un viejo? Evidentemente sí, pero a mi alrededor todo el mundo lo niega.

—Anda, anda, no digas tonterías.

A veces soy yo mismo el que lo niega. Cuando paseo por el parque de buena mañana, por ejemplo, la imagen que tengo de mí es la de un «muchacho». Me estimula sentir el frío en el rostro, me gusta apretar el paso hasta alcanzar el límite de la carrera, pienso con ilusión en el periódico y la taza de té que me esperan al final de la caminata. En ocasiones, a esas horas comienzo a imaginar ya la comida, incluso me acerco al mercado y compro algo especial. Con frecuencia, mientras voy de acá para allá, recuerdo la frase con la que comienza John Cheever sus memorias: «En la madurez hay misterio, hay confusión».

Cierto, hay misterio, hay confusión, a veces el misterio procede de la confusión y la confusión del misterio. Pero contesta ya, maldita sea, a la pregunta con la que te has levantado de la cama este lunes de enero: ¿Eres o no eres viejo? Sí, coño, lo soy, soy viejo. Un viejo. (…)

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