Barcelona, España. "Ocurrió a finales de octubre de 1958, durante unas jornadas del Grupo 47 en las localidades de Grossholzleute, en el Allgau. De los escritores allí reunidos no conocía más que a unos pocos, lo cual no era de extrañar, pues sólo hacía tres meses que había vuelto a vivir en el país del que me habían deportado las autoridades alemanas en el otoño de 1938." De esta manera comienza la autobiografía del crítico literario alemán Marcel Reich-Ranicki, (1920- Wlocawek, Polonia- Frankfurt, Alemania, 2013), publicada bajo el título de Mi vida. Reich-Ranicki fue una de las figuras más singulares, complejas e interesantes de la cultura alemana contemporánea, gracias a sus vivencias en el gueto de Varsovia, la relación con el Grupo 47, su etapa como crítico independiente en la publicación semanal Die Zeit, donde trabajó 14 años, y 15 al frente de las páginas literarias del Frankfurter Allgemeine, que lo convirtieron en una verdadera autoridad literaria europea.
Lo sorprendente del volumen es que tiene diversas lecturas: la historia de un judío nacido en Polonia el 2 de junio de 1920, educado en Berlín desde los nueve años, deportado al gueto de Varsovia a los 18, y que 20 años después de su expulsión regre-só a Alemania; la opinión de un crítico de poder excepcional considerado un "verdugo" literario; la pasión literaria y de amor-odio con escritores como Thomas Bernhard, Elias Ca-netti, Bertolt Brecht, Heinrich Boíl o Günter Grass, entre muchos otros, están registrados en esta autobiografía tan instructiva como sorprendente. Otro de sus grandes libros es Los abogados de la literatura
-Conversando con algunos jóvenes escritores alemanes en Frankíurt me hablaron de usted como un gurú de la crítica literaria en Alemania, ¿lo cree ser?
-No. Ese concepto o calificativo me parece un término absurdo, aunque se han referido a mí de esa forma desde hace más de 15 años. La palabra "gurú" implica la infalibilidad, y un crítico no puede ser infalible. Existen este tipo de críticos, pero no son buenos, ni siquiera tienen idea de nada. Son los malos los que nunca se equivocan. Los contrarios, es decir, los buenos, exponen su parecer y al opinar se ponen en las manos de la opinión pública, de los lectores y de los mismos autores. Siempre he creído que un buen crítico dice "sí" o "no", y con ello se puede equivocar.
-¿Usted cree tener errores grandes o equivocaciones terribles en su carrera?
-Creo que cada crítica depende de la situación, del tiempo en que se llevan a cabo. Si leo una crítica que hice hace diez o 15 años, doy una visión de aquel tiempo, que quizá no tenga que ver con mis opiniones de hoy. Ahora, si releo un libro es posible que llegue a la conclusión de que en aquel momento traté bien o mal al texto, porque siempre cambian las circunstancias. La crítica está sujeta al momento en que se realiza. Y esto lo tienen que entender no sólo los lectores, sino también los mismos escritores, que muchas veces no tienen el criterio para entenderlo.
-Pero, ¿no podría ser muy radical su postura o es su forma de entender la crítica profesional?
-Desde luego, yo sólo entiendo la crítica como una actividad profesional. No la veo de otra forma. Con respecto a lo anterior, me gustaría poner un claro ejemplo: entre 1960 o 1959, escribí sobre el libro Billar a las nueve y media, de Heinrich Boíl. Han pasado más de 40 años desde entonces, y al releerla es una crítica favorable; y lo fue a mi modo de ver porque era la primera novela alemana de la posguerra que trataba de la debilidad, del comportamiento alemán frente al nazismo, y lo cuestionaba.
Leído años después no me parece tan buen libro, pero en su momento causó mi admiración, hoy todas las situaciones han cambiado, y desde luego mis juicios. Pero eso uno como crítico lo tiene que entender, si no estamos perdidos.
-¿Cree que es muy dura esa postura de criticar positivamente y, después negativamente?
-Desde luego que no. Eso se llama evolución de pensamiento, y lo más importante es tener juicio sobre lo que se lee.
-¿Cuál es la principal diferencia entre escribir en un periódico a conducir un programa de televisión cultural?
-Entre ambas actividades no hay nada que ver. Mi trabajo en televisión es secundario. No sé cuánto va a durar. Mi verdadera pasión, es escribir crítica literaria. La crítica escrita te obliga a ser preciso. Lo otro, los comentarios que se hacen en radio o televisión, son como charlas de café. Tienen un interés poco profesional, no hay tiempo para hacer juicios claros, cosa que cuando se escribe se tiene la oportunidad de corregir y explicar con mucho mayor certeza.
-¿Cómo fue su relación como crítico con Thomas Bern-hard? Pues con él vivió una relación muy intensa.
-Bernhard sentía y sabía incomparablemente más de lo que era capaz de expresar con palabras. Por eso mismo pudo expresar lo que encontramos en sus libros. Pero su obra se caracteriza por una imperfección ruda y desdeñosa. Bernhard habría rechazado, sin duda, como una pretensión absurda o una insolencia la idea de que su misión era proporcionar algo perfecto. Lo suyo era lo fragmentario, además del "fanatismo de la exageración". Su prosa resulta agobiante incluso cuando narra con aparente despreocupación y vivacidad. Cuando mejor creía entenderlo, tanto más inquietaba.
-¿Fue complicado su trato o eran posturas diversas las de ambos: la del escritor y ¡a del crítico?
-No del todo. Sin embargo, mis conversaciones con Bernhard no fueron ni agobiantes ni inquietantes sino, por lo general, charlas distendidas y agradables. Bernhard era uno de esos escritores nada escasos que crean literatura -y además maravillosa-, pero no se interesan especialmente por ella.
-Otro de los autores que más cita en su libro es a Elias Ca-netti, ¿cómo se conocieron?
-Lo conocí en Frankfurt en 1964 y nos citamos para una larga conversación en Londres, donde vivía desde hacía muchos años. Acudí en seguida allí y le llamé al momento. Se mostró encantado y fue sumamente cortés, pero antes que nada quiso saber cuánto tiempo permanecería en la ciudad. Cuando oyó que pensaba quedarme una semana se sintió muy complacido. Me dio a entender que, aunque en aquel momento se hallaba en Londres, acababa de retirarse y se había enclaustrado en su escondite secreto.
-¿Cuál fue su primera impresión al descubrír al Canetti hombre y no al escritor?
-Me impresionó desde el primer momento. Era campechano como amable y muy charlatán. A veces me he encontrado con actores, pero sólo en muy raras ocasiones con escritores que irradian semejante atractivo. Los actores, de todos modos, necesitan un papel, un texto, para hacer efectivo ese carisma, que en el trato cotidiano desaparece, en cambio, rápidamente. Canetti era un hombre de conversación. Apenas comenzaba a hablar y parlotear en tono magistral, su personalidad desplegaba su influjo y sus encantos.
-¿De qué conversaron en su primer encuentro en Londres?
-Hablamos, naturalmente, de literatura. Apenas había leído autores contemporáneos. Reconocía aquel desconocimiento sin despecho ni orgullo. De los grandes escritores en lengua alemana de la primera mitad del siglo XX, sólo reconocía a unos pocos; pero sobre ellos -en especial sobre Kafka y Karl Kraus- se pronunciaba con gran viveza. En cuanto hablaba de su obra y su vida, en cuanto trataba de su propia persona y la esbozaba para el invitado, se advertía cierto tono solemne. Me dijo que nadie había leído aún gran parte de sus diarios, escritos hacía años, y de distintos apuntes, y que, por medidas de seguridad, es decir, para impedir el acceso a ellos, de periodistas y críticos y demás curiosos impertinentes, los había redactado en una escritura secreta.
-Otro aspecto principal de Canetti es la vanidad que, incluso usted mismo apunta en su libro, ¿cree que en general el artista es vanidoso?
-Por desgracia, sí. Todos los escritores lo son, pero sólo algunos intentan ocultarlo, la mayoría no hace ningún esfuerzo. Hay un grupo de literatos que son más vanidosos todavía que todos los escritores. Más, más todavía. Esos son los críticos. Creo que es natural, porque los críticos emiten juicios, pero no existe un código, por eso estamos pendientes de la opinión de los que nos leen, colegas, lectores, editores, escritores.
-Pero, ¿usted se considera vanidoso con toda la extensión de la palabra?
-Un crítico sin vanidad es una contradicción en sí mis-
-Hasta ahora hemos hablado de la crítica literaria pero en proceso, ¿hay una crítica dedicada a la poesía?
-La crítica de la poesía es para mí un asunto de preocupación. Las reseñas de libros de poemas del Frankfurter Allge-meine y otros grandes periódicos suelen ser minuciosas y eruditas y, quizá, también acertadas. Sin embargo, tenían y tienen un defecto fatal: son aburridas. La culpa no se ha de buscar só-lo en los reseñadores, sino también en la materia. Es indudable que sobre la nueva poesía se puede escribir con seriedad y, al mismo tiempo, de manera divertida, pero en la mayoría de los casos resulta muy difícil. En efecto, sin ejemplos textuales, la crítica de la lírica carece de sentido. Sin embargo, las citas de versos afectan a menudo a la legibilidad de las reseñas.
-El nombre de Marcel Reich-Ranicki es fundamental no sólo en las letras alemanas, sino en toda Europa, ¿cree que en momentos le sobrepasó el poder de ejercer la crítica?
-Es indudable que la palabra que mencionas no tiene un buen eco; en seguida se piensa en abusos y arbitrariedades. Así pues, las simpatías de la gente no
están del lado de quienes ejercen el poder sino, más bien, de quienes lo sufren o son, incluso, víctimas. Es cierto que me esforcé por concentrar en mis manos todo el poder que consideré necesario -y no me refiero sólo al trabajo en la redacción de un suplemento. Mi participación en la vida literaria sobrepasó ampliamente en esos años los límites: fui miembro de muchos jurados; en 1977, fui coiniciador del concurso celebrado en Klagenfurt para la concesión del Premio Ingeborg Bachmann, y hasta 1986 actué como portavoz del jurado de este concurso. Después de muchos años me pregunto: ¿A quién favoreció mi gestión de una sección de tan grandes dimensiones durante 15 años en el Frankfurter Allgemeine? Siempre he pensado, y aún sigo creyéndolo, que la favorecida fue la literatura.
-¿Qué le ha enseñado la crítica como historia?, o ¿cuál es para usted su máxima enseñanza?
-La historia de la crítica literaria, y no sólo la alemana, nos enseña que quienes escriben muchas descalificaciones, son también atacados con especial frecuencia y descalificados a su vez. En este hecho se puede ver una justicia profunda. En cualquier caso, el oficio literario ha sido siempre peligroso: quien lo ejerce con seriedad arriesga mucho; y quien siembra vientos tiene que contar con recoger tempestades. En mi caso, estoy lejos de las quejas y de los lamentos. Aunque no quiero -como digo en el libro- ocultar que la brutalidad de algunas de las manifestaciones dirigidas contra mí me han dejado perplejo.
*Esta entrevista pertenece al libro Elogio de la memoria de próxima aparición y que publicará Editorial Praxis.