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Cuando los guardias se lo llevaron a rastras, el jovencillo tenía sus ojos abiertos de manera desmesurada y éstos reflejaban el brillo de la nieve por los rayos declinantes del Sol en el ocaso. La culpa de todo era por la nieve. Quién le mandó hablar de ella con el escritor célebre.
—Camarada, dormimos en la nieve… —dijo con suavidad el muchacho mientras estrujaba nerviosamente el gorro en sus manos. El gran hombre los visitaba a ellos, a los prisioneros del régimen.
Máximo Gorki (1868-1936) frunció el entrecejo y su gesto se volvió todavía más adusto. ¿Era esa frase un reproche, una queja o tan sólo constataba un hecho, como decir de noche soñamos o caminamos lentamente o comemos un caldo con carne podrida? ¿No era acaso la suya una confesión, una muestra de conciencia al mencionar un sacrificio en medio de una épica como la representada por su trabajo?
El autor de La madre visitó en junio de 1929 un campo de concentración en las islas Solovki, la cuna del GULAG, su intención era negar la información de un libro publicado en Inglaterra con un título muy elocuente: Las islas del infierno; una prisión soviética en el norte lejano.
Ahí pudo conversar con uno de los prisioneros, un muchacho de catorce años, quien le relató entre otras cosas “el castigo de los mosquitos” cuyo ataque a un hombre desnudo amarrado en una estaca podía dejarlo en los huesos en un plazo de horas.
Al conocer las atrocidades cometidas en el campo, Gorki lloró. Sin embargo, Martín Amis en Koba, el temible, transcribe lo que el escritor puso en el libro de visitas al elogiar a las autoridades del campo: “A los incansables centinelas de la Revolución, capaces de ser al mismo tiempo notables y audaces creadores de cultura”. Amis cuenta también que a ese muchacho interlocutor de Gorki lo fusilaron inmediatamente después de haberse retirado el escritor.
En el otoño de 1933, el más célebre novelista soviético visitó las obras del Canal Mar Blanco-Mar Báltico, con el propósito de coordinar un libro laudatorio: Belomor, historia de la construcción del Canal de Stalin. 36 escritores colaboraron con él en esta obra monumental hoy considerada un ejemplo de propaganda infame.
Cien mil prisioneros emprendieron en un principio la obra titánica del canal, bajo tutela de la policía secreta. “Ustedes, antiguos enemigos del proletariado, se han transformado a sí mismos de manera colectiva en un esfuerzo victorioso”, dijo el viejo escritor a un grupo de ellos quienes lo escuchaban en silencio, como si oyeran el sermón de un sacerdote en una iglesia, aunque si hubieran podido más bien habrían llorado de risa como ante un payaso en el teatro que dijera muy serio chistes de humor negro.
“En sus bigotes hay escondidas algunas cucarachas”, murmuró uno de los convictos y se rió por lo bajo mostrando su boca sin dientes. Junto a él, otro de los esclavos dijo: “Son como los bigotes de Stalin, pero mejor cállate si no quieres un balazo en la nuca”. “No estaría mal, así descansaría…”, replicó el hombre, inmóvil en posición de firmes como todos sus compañeros, luego ambos aparentaron seguir prestando atención al discurso del literato que venía de disfrutar un banquete brindado por el comandante del sector.
Prepararon una sorpresa para Máximo Gorki y sus acompañantes: un coro de prisioneros entonó un canto compuesto para la ocasión:
Somos gente curtida los soldados del Canal.
Pero no es ése nuestro rasgo principal.
Una gran época nos ha reclutado
Para que el porvenir quede allanado.
Vitali Shentalinski narra en el primer tomo de su trilogía sobre las relaciones del KGB y los escritores rusos, la manera cómo en esa visita Gorki —el escritor comunista quien vivía en un palacio moscovita y había escrito sobre los miserables y los perseguidos del zarismo—, abrazó emocionado a Yagoda, el jefe de la policía secreta, diciendo: “¡Ustedes no acaban de comprender lo que están haciendo!”. El historiador agrega: “Lo comprendían, claro que lo comprendían. Y de seguro se reían del viejo chocho a sus espaldas”.
Alexander Solyenitsin (1918-2008) calcula en Archipiélago GULAG un número de 150,000 los prisioneros muertos en ese periodo —por hambre, frío, agotamiento, enfermedades, malos tratos y ejecuciones— construyendo el Canal de Stalin para unir el Mar Blanco y el Mar Báltico (descubrimientos recientes en los archivos del KGB documentan la muerte de casi 90,000 prisioneros). La obra fue inútil y no sirvió para la navegación al carecer de la profundidad suficiente.
El disparo se escuchó en la lejanía, con un eco singular. La cuadrilla siguió su trabajo sin hacer mucho caso, al fin y al cabo la jornada estaba por terminar. En algún sitio la sangre escurrió manchando de rojo la nieve. El cadáver del muchacho lo dejaron ahí para alimento de las aves de rapiña.
Obras destacadas
»Makár Tchudrá (1892)
»Malva (1897)
»Los ex-hombres (1897)
»Pequeños burgueses (1901)
»Los bajos fondos (1902)
»El hombre (1903)
»Los veraneantes (1904)
»Los bárbaros (1905)
»Los enemigos (1906)
»La madre (1906-1907)
»Los últimos (1907-1908)
»La vida de un hombre innecesario (1908)