La memoria historia y pictórica de María Girona

María Girona, Albert Ráfols- Casamada y Miguel Ángel Muñoz. Barcelona, España. S/F
María Girona, Albert Ráfols- Casamada y Miguel Ángel Muñoz. Barcelona, España. S/F Foto: Especial

“Quiero pintor el aire-

-Claude Monet

Cuánta razón tenía José Hierro al referirse a la sencillez estética en la obra de la pintora catalana María Girona (Barcelona, España, 1923-2015), cuando afirma: “Si hubiese algún rasgo que pudiera caracterizar suficientemente la pintura de María Girona, este rasgo seria la sencillez, lo más difícil en arte. Sencillez significa que un mundo inocente, casi infantil, es expresado con unos medios justos, limpios, nada aparatosos. Porque lo que importa no es el cómo, sino el qué. No importa, naturalmente, para el contemplador, aunque lo sea todo para el creador, ya que la única manera de que su visión del mundo llegue a nosotros es gracias a los medios expresivos”.1 Una artista, que en un momento de rupturas formales – el expresionismo abstracto y el informalismo- y radicales declaraciones estéticas se comprometió con la difusión de la tradición cultural mediterránea y catalana. Reflexionó durante seis décadas en la soledad de su estudio sobre las posibilidades de la pintura, del dibujo, del collage. Una pintura hecha de pintura, a partir de una admirable economía de motivos figurativos, y de la belleza interpretada a partir de la mirada del artista.

En 1945 expuso por primera vez su obra junto al Grup dels Vuit en Barcelona; estudia en el taller de Ramón de Capmary y la disciplina del dibujo en la academia de Tárraga. Participa en la formación del colectivo “Estampa Popular”. Es parte de una generación dorada del arte español- catalán: Antoni Tàpies, Josep Guinvart, Albert Ràfols- Casamada, Joan Brossa, Juan Eduardo Cirlot. En los años cincuenta vive y trabaja en Paris con una Beca del Gobierno Francés y ahí redescubre a Cézanne, Matisse, Picasso, Braque, Bonnard, Sunyer, en fin una tradición noucentista. “El París de los años cincuenta fue fundamental para mí, pues supuso – dice Girona- quitarme de encima todo el lastre que llevaba. El impacto fue fundamental. Asistía con Albert Ràfols Casamada a un taller de dibujo en la Grand Chaumiére, academia entonces legendaria”. De regreso a Barcelona funda y da clases en la Escuela de Diseño Eina y no deja de exponer en ferias, museos y galerías: Participa en la II Bienal Hispanoamericana de La Habana, 1953; Expone en los Salones de mayo de Barcelona, 1957-60; Galería Sur, Santander, 1958; Galería Lambert, Paris, 1961; Ateneo de Madrid. 1963; Galería Sur, Santander y en el Museo de Ceret, Francia, 1966; Galería Pecanins, México, 1979; Galería Rene Metras, Barcelona, 1981; Galería Joan Prats, Barcelona, 1985; Galería Ámbit, Barcelona, 1987; Galería Juan Gris, Madrid, 1990; Galería Leonarte, Valencia, 1992; Galería Sur, Santander, 1993; Galería Cadaqués, Cadaqués, 1995; Galería Juan Gris, Madrid, 2003; Galería Lonarte, Valencia, 2004; Galería Juan Gris, Madrid, 2005. Recibió la condecoración La Creu de Sant Jordi, entre muchas otras. Una vida y obra independiente. Pero que supo mantener un diálogo interminable en la creación, con su compañero de vida, Albert Ràfols- Casamada, uno de los nombres esenciales de la pintura abstracta del siglo XX.

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5fdd863e0885c.jpeg ı Foto: larazondemexico
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5fdd8648b708a.jpeg ı Foto: larazondemexico

Hoy no se discute la capacidad de Girona para dominar la esencia pictórica y emotiva de los objetos cotidianos, su configuración intemporal que los convierte en simbólicos. Sillas, vasos, tazones, ventanas, fruteros, teteras, macetas, residuos de una vida simple embalsamados por un “halo” gris de viejo polvo. Casa de Santander, 1955; Homenaje a Picasso, 1967; Díptico pompeyano, 1998; Terraza, 1994; Vaso y jazmín, 1997, son cuadros de tonos apastelados, en los que mezcla un sentido cálido con cierta añoranza, y un dibujo sencillo pero evocador que fue parte constante de su lenguaje. Un universo de sensaciones imprevistas que da vida a un mundo de arte inédito de cierta belleza extraña. Un motivo conduce a Cézanne, otro Giotto y a Matisse: ordenar el espacio con empastaciones de color que el dibujo transforma en volúmenes autónomos. Un arte que admira la discreción constructiva de Joaquín Sunyer. Cercana siempre a Joan Miró, de quien admira la economía gestual y la originalidad cromática. Una fuente de inspiración para los pequeños bodegones que definen la obra madura de María Girona. Algunos de ellos, permiten insinuarlo, como una exquisita pieza Desayuno, 1996, donde no oculta su dominio de dominio de unos recursos sobre los que incide en paciente búsqueda de imágenes, convertidos en espacios silenciosos donde los objetos parecen flotar en un espacio único. Una pintura de objetos modelados por la luz, creados por los empastes del color, y líneas muy sutiles, que se transfiguran en masas cromáticas. Valencia, 2004, o el contraste blanco- gris, plano – luz de Frutero y limones, 2005. Motivos reiterativos, sí, pero nunca repetidos. Todo esto sin énfasis y en silencio. Girona trabajó con unos limitados recursos temáticos que, administro con exigente destreza visual: la naturaleza recreada con una imaginación depurada por el tiempo. El poeta José Hierro acierta, como solía hacerlo, en la apreciación de la pintura de Girona. Un arte de apariencia sencilla con poco que ver con las vanguardias más radicales.

Rafael Canogar, María Girona, Miguel Ángel Muñoz y Albert Ráfols-Casamada. Madrid, España S/F
Rafael Canogar, María Girona, Miguel Ángel Muñoz y Albert Ráfols-Casamada. Madrid, España S/F ı Foto: Especial

Ángel Crespo – ese poeta maravilloso de lo cotidiano -, en su poema Fuego verde, dedicado a María Girona dice en su fragmento final:

Son las formas – y pasos- del fuego verde,

de su multicolor madurez, de su muerte amarilla,

granate, tierra en llamas. El aire lo enciende y lo

apaga, y también el agua y la arena, todos siervos

donados de la imaginación.2

Girona despliega en su obra, no sólo el fuego verde, sino un abanico de colores profundos y deslumbrantes: malva, azul, violeta y blancos fijados por el saturo marrón y el siena arcilloso de los objetos y el espacio entorno a Port de la Selva, 1999, o los polícromos bodegones y collages últimos. La naturaleza, se transformó en un mundo de arte sin límites. El pintor Robert Delaunay decía: “Una buena pintura murmura siempre algún ritmo cósmico”. Y, cada obra creada por María Girona susurra siempre poesía.

1 Los sentidos de la mirada. Convergencias sobre arte, José Hierro. Editorial Síntesis, Madrid, 2014. Edición y compilación de Miguel Ángel Muñoz.

2 Fuego verde, Ángel Crespo. Publicado en el libro María Girona. Ediciones Guadalimar, Madrid, 2001