Michaux: un poeta pintor hechizado por el arte

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Foto: larazondemexico

Octavio Paz decía que el poeta y pintor Michaux: “Dicen que los puentes no existen o que el movimiento es ilusorio: aunque nos agitamos sin cesar y vamos de una parte a otro, en realidad nunca cambiamos de sitio. Michaux es uno de esos pocos. Fascinado se acerca al borde del precipicio y, desde hace muchos años., mira fijamente. ¿Qué mira? El hueco, la herida, la ausencia..? 1

Es difícil resumir la importancia del escritor, poeta y pintor belga Henri Michaux (1899, Namur- 1984, París), en la cultura del siglo XX, y no sólo por su versatilidad creadora. Se le considere como pintor o como poeta, en cualquiera de estas dos facetas por separado habría merecido ocupar un lugar internacional de privilegio, lo cual es poco frecuente en nuestro tiempo. ¿Será por lo que su escritura tuvo siempre de grafia, de gesto, de nervio? No hay que desdeñar, desde luego, lo que este “bárbara”, como le decía el pintor Josep Guinovart, halló en Asia, y, en especial, en la vieja y refinada China, país donde la propia caligrafía poética es inseparable de la pintura. Sus primeros bocetos datan de 1937 y muestran, sobre un fondo oscuro, negro, el palpitar de vagos paisajes andinos, donde se cocieron sus primeras ilusiones visionarias. Había en ellos algo de los paisajes de Max Ernst, con sus perfiles mágicos y fluorescencias orgánicas, de aspectos inquietante. “ Para Michaux – decía Octavio Paz - la pintura ha sido un viaje al interior de sí misma, un descenso espiritual. Una prueba, una pasión”. Michaux experimentó, nunca se perdió. No buscaba el éxtasis sino la exaltación. Nacido en Bélgica y nacionalizado francés en 1955, la presente antología se abre con unas “Notas autobiográficas” que redactó Michaux a finales de los años cincuenta. No llaman en ella la atención los datos, sino algunos sucintos comentarios. A fines de 1921 dice estar en Marsella y señala: “Cima en la curva de la desesperación”. En 1929 agrega que viaja a Turquía, Italia y el áfrica del Norte y añade: “Viaja contra”. Ahí tenemos ya el estilo y la trayectoria de Henri Michaux, que buscó un pseudónimo sin encontrarlo. Porque toda la vida de Michaux (también conocido como pintor, después de la Segunda Guerra Mundial) es un viaje en la realidad y con la palabra. Primero un viaje físico hacia lo diferente, y después un viaje mental con sustancias alucinógenas. Bien lo refleja en su poema Mi sangre:

El caldo de mi sangre en que chapoteo Es mi poeta, mi lana, mis mujeres. No tiene corteza, se hechiza, se expande. Me llena de vidrios, de granito, de tiestos. Me desgarra. Vivo en las trizas. En la tos, en lo atroz, en el trance Construye mis castillos Y los ilumina En telas, en tramas, en manchas.2

Michaux, como muchos otros de sus contemporáneos, partió, en fin, del inmenso continente imaginativo del surrealismo, pero, enseguida, giró por una senda personal e intransferible. Una senda netamente caligráfica, que pugnaba por expresar – explorar- lo que entreveía sometido al efecto de potentes narcóticos y exóticos alucinógenos, como la mescalina o el peyote. Todo esto fluyó de la manera más deslumbrante en la década de los cuarenta, cuando Michaux, junto con Fautrier y Dubuffet, se convirtió en el alma del emergente informalismo francés. Desde luego, una corriente alterna al grupo de artistas franceses, fueron los españoles Antoni Tàpies, Josep Guinovart, y los integrantes del grupo El Paso, como Antonio Saura, Luis Feito, Manolo Millares y Rafael Canogar. Era una obra de apretada escritura visionaria sobre papel, en la cual la sensación cósmica no perdía nunca una dimensión íntima, porque, en realidad navegaba por el insólito e interminable océano de lo cerebral, la galaxia más recóndita.

El pintor – poeta, desarrollo su discurso estético, para escapar a la influencia de las palabras, así como para lograr desarraigarse, y cada obra es una exploración, ya sea de los poderes de la noche, o, para dejar ir la mano “en el desorden, la discordancia y el atolladero, el mal, y el andar patas arriba”, así aparecen manchas, signos, y muchedumbres en movimiento. “La voluntad – dice el Michaux- equivale a la muerte del arte”, por ello, privilegia la acuarela, o bien la aguada y las tintas diluidas, que le permiten una ejecución rápida de su obra.

En 1938, Michaux intuyó el potencial automático de esta ebullición pictográfica y recomendaba que el pintor simplemente se dejara llevar por su mano. Esta conquista de lo espontáneo no era, sin embargo, para él un camino fácil, sino un paso a lo desconocido, una tentación cargada de insólitas dificultades. “Todo arte – escribió Michaux- posee su tentación propia y sus regalos”. Los desafíos, como el que Michaux llamó el “combate contra el espacio”, fue clave para el desarrollo de su obra. Sus exploraciones, a partir de los cuarenta, trabajando con aguadas, guaches y tinta china, revelaron un universo en el que manchas y trazos se adentran por sendas psíquicas fantasmales. Pero, en cuanto triunfó el informalismo tachista, formando una corriente y escuela, Henri Michaux se desentendió y siguió a su aire, con total independencia. Michaux: es el gesto y la desesperación que traza la mano. Literatura, pues, muy del tiempo y de las ideas que le tocaron vivir. La única respuesta a la muerte es el arte. No el arte pasivo, sino activo como quería André Malraux. ¿En qué consiste la acción? En su palabra poética, en ese mensaje tembloroso acompañado de gestos muy gestuales y abstractos.

La edición del libro – catálogo Icebergs (Círculo de Bellas Artes, Madrid, 2006), constituye una ambiciosa aproximación global a la vida y obra de Michaux y desde luego, un gran mérito, ya que reúne un conjunto notable y representativo de su obra, seleccionada, a partir de muchas colecciones privadas europeas, de difícil acceso. Un conjunto representativo de todas sus etapas, temas y técnicas. Aunque este volumen destaca por un exhaustivo análisis de su obra plástica – muy influida por Giorgio de Chirico, Paul Klee y Max Ernst -, también incluye numerosos documentos, libros, cartas y manuscritos fundamentales para comprender la íntima y compleja vida y pintura de Henri Michaux.

Sin duda, otro libro importante de Michaux es Escritos de pintura ( Colegio de arquitectos de Murcia), traducido por Chantal Maillard, donde recopilan una parte importante de los escritos de arte del poeta, que nunca es un teórico, sino que nos va guiando sobe sus propios pasos estéticos. La pintura es, para él, una forma de marginarse, de fugarse. Un trazo es un verso, y un verso un trazo. “Cuando miro el papel – dice Michaux- en blanco, escribe, veo correr a lo lejos un hombre espantado. ¿Espantado de qué? No lo sé, y también el rito ridículo de hombres que dan vueltas sobre sí mismos…”. Sin duda, ambos volúmenes son una oportunidad fascinante, para seguir descubriendo el sentido revelador de una obra poética y pictórica que se mantiene viva al pasar de los años.

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