Silvio Zavala (Mérida, Yucatán, 1909- Ciudad de México, 2014) fue un historiador prolífico. De él se conocen los libros La filosofía política en la conquista de América, o, el más reciente, Apuntes de historia nacional 1808-1974; también su nombre es citado por su labor académica. Además, ha contribuido a la historia de las ideas de América y de México con obras como La utopía de Tomás Moro en la Nueva España y otros estudios (1937), Ideario de Vasco de Quiroga (1941), Recuerdo de Bartolomé de las Casas (1966), Fray Alonso de la Veracruz, primer maestro de derecho agrario en la incipiente Universidad de México 1553-1555 (1981), entre otras. Ha colaborado en el Centro de Estudios Históricos de Madrid entre 1933 y 1936 y ha sido director de la Biblioteca Histórica Mexicana de Obras Inéditas, director y maestro del Centro de Estudios Históricos de México y director del Museo Nacional de Historia en el Castillo de Chapultepec de 1946 a 1954. En realidad, Silvio Zavala se apartó desde hace mucho de las aulas universitarias para dedicarse de lleno a sus proyectos de investigación. Esto sucedió en los años ochenta, para escribir y analizar los siete tomos sobre El servicio personal de los indios. Sin embargo, la lista de sus obras no deja de aumentar: Por la senda hispana de la libertad, La encomienda india, Los esclavos indios en la Nueva España y otros que vienen en camino. Pues no contento con haber escrito textos fundamentales de la historia contemporánea, Zavala, a un paso de los 105 años, sigue dedicado a escribir, descubrir y describir la historia todavía inconclusa de México. Ha recibido el Premio Fray Bernardino de Sahagún del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México (1968) el Premio Nacional de Letras (1969), Presea Vasco de Quiroga (1986), Premio Rafael Heliodoro Valle (1988), la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X El Sabio (1993), el Premio Carlos de Sigüenza y Góngora de la Academia Mexicana de Archivos Históricos y el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales (1993).
¿Cómo se entendieron, en los albores del siglo XIX, esas primeras manifestaciones de independencia de nuestro país ante el clero español?
El clero poseía en la Nueva España fuertes capitales sobre propiedades rústicas. No era acreedor exigente: asegurado el dinero mediante hipotecas, aguardaba pacientemente el hundimiento total del propietario o su restablecimiento económico.
La iglesia se había convertido, de este modo, en la fuente principal del crédito agrícola. El estado español se encontraba en grave situación hacendaria y calculó que podría obtener del capital eclesiástico americano 44 millones de pesos. El decreto del 26 de diciembre de 1804 ordenó el establecimiento de cajas de consolidación y la venta de fincas de crédito vencido. Los valores se depreciaron y surgieron protestas de ladrones comerciantes de Valladolid, en Michoacán, y del Tribunal de Minería.
¿Qué sucede en la ciudad de México en ese momento y qué se produce en el campo de la agricultura?
La agricultura mexicana producía azúcar en ingenios trabajados en su mayoría por hombres libres, a diferencia de la economía esclavista de las Antillas. Por el puerto de Veracruz se enviaban anualmente a Europa cerca de 50 mil arrobas de azúcar, que valían más de tres millones de pesos. Los cereales, raíces nutritivas y el maguey eran otros ramos atendidos. Con el trigo y el maíz la producción anual, de acuerdo con los promedios de los diezmos, ascendía a 22 o 24 millones de pesos.
¿Podría hablarse de que comienza la revolución criolla?
La revolución criolla esbozó un programa destinado a reformar las bases del estado colonial: democratización de la agricultura, libertad de comercio e industria, supresión de estancos y gravámenes hacendarios, libertad de los esclavos, supresión de tributos personales, acceso de los hijos del país a los altos empleos civiles, eclesiásticos y militares; en resumen, la revolución burguesa en un país señorial, minero, de varias razas, castas y jerarquías, extenso y pobremente poblado. La abrumadora tarea esperaba a los incipientes parlamentos. El gobierno efectivo de los caudillos comprobaría que la constitución real del país distaba mucho de la proyectada en los primeros momentos de la vida independiente, y que el programa revolucionario tropezaría con grandes dificultades para su realización.
Ahora que usted menciona la constitución real del país, hay dos hombres clave: Morelos e Hidalgo, ¿qué similitudes tienen y para qué luchan?
Morelos pertenecía, como Hidalgo, al sacerdocio colonial, pero carecía de la cultura de éste; su sorprendente inteligencia menguó el defecto, caso frecuente en los militares y políticos del Nuevo Mundo. Cursó sin especial relieve la filosofía escolástica; enseñó gramática a los niños destinados a las escuelas superiores en el pueblo michoacano de Uruapan. Al saber la rebelión de Hidalgo, se entusiasmó, lo entrevistó y obtuvo una comisión militar; al final de su vida revolucionaria confesaba que las luces del cura de Dolores lo inclinaron a seguir la causa insurgente.
En el caso de Morelos, para qué lucha: ¿para liberar a su pueblo aun siendo él español según algunos documentos?
Morelos tenía conciencia de su incultura, como se desprende del siguiente diálogo que sostuvo con Andrés Quintana Roo en la víspera de la instalación del congreso de Chilpancingo: «Óigame, señor licenciado, porque de hablar tengo maña y temo decir un despropósito; yo soy ignorante y quiero decir lo que está en mi corazón, ponga cuidado, déjeme decirle y cuando acabe, me corrige para que sólo diga cosas en razón». Timidez, pero al mismo tiempo incontenido deseo de opinar. En los documentos parroquiales figura Morelos como español, es decir, blanco americano, pero es muy probable la existencia de sangre indígena y negra en su familia.
¿Qué hay de la literatura política e ideológica de la conquista en el siglo XVIII?
A primera vista aparentaba ser escasa la significación ideológica de un tema como el de la conquista de América, relacionado con la acción de hombres que solían carecer de letras. Cuando los soldados supieron leer y escribir o contaron con el asesoramiento de religiosos, letrados y escribanos, ¿no obedecía su empresa al solo deseo de satisfacer, mediante las armas, fines de codicia y explotación disimulados bajo la apariencia de una cruzada cristiana? Así lo creyeron muchos autores de los siglos XVIII y XIX.
En La filosofía política en la conquista de América y Por la senda hispana de la libertad usted asegura que hay una vinculación de pensamientos en el hecho de la conquista.
Conviene puntualizar que existe un pensamiento al que se encuentran vinculados los hechos de la conquista. Así se comprende la posibilidad de la campaña que iniciaron eclesiásticos y funcionarios cultos para reducir la conducta de los conquistadores y pobladores en aras de mayor justicia. Además, la doctrina que nutre las instituciones destinadas a regir la nueva sociedad hispanoamericana no es independiente de la filosofía política creada por la secular cultura europea. De ahí las conexiones inexcusables con la teología y la moral, porque en el siglo XVI español los problemas humanos se enfocan preferentemente desde el punto de vista de la conciencia. Así lo demuestran aquellas Sumas de tratos y contratos en que el teólogo se pone a ilustrar al mercader con respecto a los peligros que acechan a su alma. De la misma manera se atiende en los tratados políticos a la salud de conciencia del príncipe y a la de hombres de armas, como los conquistadores, que viven expuestos a tentaciones continuas.
¿Hay alguna significación moderna del contacto de dos continentes?
No es difícil percibir que la teoría acerca del primer contacto del Nuevo Mundo con Europa, a más de su interés histórico, posee una significación moderna; porque no pocas veces han resurgido las circunstancias que rodean a la expresión de naciones poderosas y al gobierno de pueblos coloniales. Esto nos autoriza a interpretar la conquista española de América como un antecedente valioso de la presente experiencia internacional y política, aunque no sean idénticas las terminologías ni la individualidad teórica en cada caso.
*Esta conversación pertenece al libro Elogio de la memoria. Ensayos y conversaciones de próxima aparición en Editorial Praxis.