Debería empezar este escrito con mi nombre pero, mi nombre no importa, es más, lo anterior también es una forma bastante común de iniciar, el anonimato de quien habla y en el anonimato viene la verdad del que puede decirla sin temor a una represalia y la incredulidad del que escucha y juzga como poco confiable a quien no entrega su nombre como aval de la misma.
Ah, los nombres, quizá si los escogiéramos fueran realmente nuestros pero, no, son la decisión arbitraria de quienes nos engendraron “no tienes cara de Luis”, “no pareces un Pedro”, “¿En serio te llamas Juan?”, “Pareces un Eduardo” o también, está el piropo a la dama en un “María Jesús es un nombre hermoso aunque palidece ante la perfección de tu rostro”. No son nuestros, es la costumbre del sonido, es el condicionamiento en la pronunciación cariñosa de nuestra madre o quizá, el reflejo pavloviano a la dureza del mismo en el regaño, somos lo que creemos ser, lo que nos dicen que somos, lo que nos enseñan a ser, como comer, que escribir, como pensar, lo que es bueno, lo que es malo, la absurda vergüenza al amor y el extraño culto a la violencia… somos el reflejo de una sociedad que nos lleva por el mainstream y nos dice como nos llamaremos, ya no en la arbitraria elección hecha por nuestros padres sino en la más genérica decisión de nuestro oficio. Lic, arqui, ing., doc, o el más amplio y cuasi universal “maestro” maestro en artes, leyes, de kínder a licenciatura, o el multifacético “maitro” que es de oficio, cariño, despectivo o indicativo. ¿Somos lo que somos o, somos lo que nos dicen que somos? La flor es flor, o rosa o lavanda o petunia o… es el aroma, la forma, el color, la rareza… si no me explico, lo entiendo, somos lo que nos nombramos y es más preciada la orquídea oro de Kinabalu que la margarita común y entonces llegamos al punto, no es el nombre, no es la percepción, ni siquiera es el color, no es la flor o la belleza subjetiva desde quien la mira, la rareza es el indicador del valor.
No es el nombre, el oficio o nuestra decisión lo que nos da valor sino la rareza y todo estaría genial si aceptáramos que somos únicos e irrepetibles pero, choca con lo que se espera de nosotros, lo que nos instruyen y educan, en la uniformidad de la opinión, en la homogeneización de nuestros seres, en la transformación de nuestro entorno para la aceptación de la belleza desde una sola visión y la narrativa binaria del sí, no; blanco, negro; derecha, izquierda; puedes, debes y un largo etcétera de absolutos mezclados hasta perder la esencia y, no obstante, teñidos de celo pues, buscamos la rareza pero no perdonamos lo diferente, la manada de individuos, cada uno en su mundo digital donde todos quieren ser iguales aparentando ser distintos… Sí, se oye confuso pero, lo sabes perfectamente así que no, mi nombre no importa, es más, usa el tuyo para nombrarme, no me llames “tocayo”, “pariente”, no digas que tengo “el mejor nombre” solo llámame como te han llamado desde que naciste, siente como tu nombre deja de pertenecerte y empiezo a apropiármelo, escucha el fonema en el viento susurrando mi nombre, sí, es mío ya.
No me veas como un ladrón, así lo quisiste, así lo pediste, lo imploras en cada ocasión en que admiras al ser de cuerpo perfecto ¿perfecto? ¿para quién? Exacto, no lo sabes, sigues lo mismo que todos, a la masa, al monstruo de las mil cabezas que se mecen al unísono. No, no lo digas, millones lo han dicho ya, lees el betseller no porque sea tu género sino porque te lo recomendaron, ves las mismas series de los mismos temas o los refritos de las películas que han sido remasterizadas una y otra vez, escuchas los mismos acordes, las mismas letras, te vistes igual, haces las mismas poses en las mismas selfies, te gusta la admiración de quien no conoces y evitas abrirte con quien tienes a lado.
Como te decía el nombre no tiene importancia, ni aunque sea el mismo que el tuyo, tienes el mismo gusto, respiras el mismo aire, eras único e irrepetible hasta que decidiste ser lo que te dijeron que eras… no te deprimas, al fin, de eso se trata la sociedad ¿no? La normalidad, lo aceptable, la conducta perfecta en el entorno perfecto, el cuerpo, la ropa, la actitud, los modales, la conducta pero… ¿quién te dijo que esa era la perfección?
Vamos, no te alteres, solo me llevaré tu nombre, además, ni siquiera lo escogiste… solo te acostumbraste… además, es tan común como la margarita, tan abundante como el aire, y tan inútil como el tiempo… ah, fue el tiempo lo que te llevó a enarcar una ceja, bien, acabas de volverte un poco raro, te falta aún pero, no te preocupes, puedes usar ese nombre otorgado mientras encuentras el tuyo ¿no sabes cómo? Bueno, usa el que tienes, que más da que sea usado por millones, al fin y al cabo, eres especial ¿no?
¿Esto es raro verdad? En la rareza está el valor… ¿Me juzgas? Supongo que desde lo que todos dicen que es “normal”, ¿no lo soy? Bueno, me llevo tu nombre, al fin, son solo sonidos… como la sal en la comida, el agua al sediento y… nómbralo… El sonido es eso, sonido, es lo que implica.
Yo uso… tu nombre y la verdad, mientras sigas a los mismos, hagas lo mismo y dejes que te digan como pensar, mientras comes, bebes y amas lo mismo… da igual, aquello que nombres, tu nombre, es solo sonido y es algo…común… hasta que…
…
Lo sabes, eso es.