Artífice del impactante tríptico de Sarah Kane (Ansia, Devastados y Psicosis 4:48), además de Los Baños de Paul Walker y El dragón dorado de Roland Schimmelpfennig, entre muchas otras puestas en escena, la compañía Por Piedad Teatro (fundada en 1999) vuelve a los escenarios con La Reina de Belleza de Leenane, dramaturgia del irlandés Martin McDonagh.
Con la presente propuesta —con temporada en el foro La Gruta del Centro Cultural Helénico hasta el 14 de mayo—, continúa su exploración de textos que reflexionan sobre la condición humana, desde lo desgarrador de una mirada, lo violento de una palabra, lo brutal de un deseo o simplemente de una sonrisa que encierra una rabia incontenible.
La Reina de Belleza de Leenane se interna en el cruel microcosmos que habitan dos mujeres que viven en la punta de un cerro. Alejadas del resto del poblado y abandonadas por sus demás familiares, madre e hija conviven en una interacción intermediada por el desprecio, el odio, la amargura, la insatisfacción y la venganza.
Relación violenta que se complementa y satisface con el dolor de la otra, Mag (de 70 años) y Maureen (de 50 años) están atrapadas en un campo de inescapabilidad; se ofenden, humillan, maltratan, pero siguen juntas. “Mi mundo no gira alrededor de las galletas que te gustan, mamá”, dice una.
La inseguridad, el enojo, los reclamos, los comentarios ácidos y las exigencias van en ambas vías, el ambiente se trastoca por el fastidio en el interior de una cabaña llena de figuritas de porcelana, carpetas tejidas, fotos de los hermanos Kennedy, una mecedora y cientos objetos carcomidos por el tiempo.
En toda la región se respira egoísmo, existe una atmósfera que se tambalea entre la realidad y la imaginación, entre los deseos reprimidos y las fantasías de libertad, al sabor de un grumoso complán o de un té acompañado de unas horrorosas galletas Kimberley.
Mag se pone una peluca para recibir a las visitas en su casa, Maureen quiere sentirse deseada, Ray se pregunta por qué nunca le devolvieron una pelota mientras jugaba cuando era niño, y Pato decide dejar de ser el mofado irlandés en Inglaterra y probar suerte en Estados Unidos. Todos tienen un deseo y a su vez un profundo sentimiento de autodesprecio.
Sofía Álvarez, Ana Graham, Roberto Beck y Antonio Vega, bajo la dirección de Angélica Rogel, juegan un metafórico spin-ball, deporte que consiste en pegarle a una pelota de tenis amarrada a un poste con raquetas parecidas a las de ping pong. Así, los personajes toman su turno y golpean a Maureen hasta romper ese hilo que la mantiene unida con su propia estructura.
En la puesta en escena todo se cuestiona, cada uno de los actos ocurridos pasan por la duda de la veracidad, lo que ocurre se repiensa nuevamente para buscar pruebas, ya sea de haber pisado un hospital psiquiátrico, de saber por qué se tiene la mano quemada, o sentirse con la hermosura de una reina de belleza.
Además de vacas, programas de radio con música irlandesa antigua y series de televisión australianas en Leenane (en la región montañosa de Connemara, en el condado de Galway al oeste de Irlanda), se anida una melodramática historia que se construye con insultos, rencores y delirios, que son vividos por una mujer que tiene una maleta en la mano, objeto que saca emocionada del cuarto y, después, vuelve a meter decepcionada. “Siempre hay alguien que se está yendo”.
- Autoría: Martin McDonagh
- Dirección: Angélica Rogel
- Cuándo: hasta el 14 de mayo
- Horarios: viernes, 20:00 h
- Sábados y domingos, 18:00 h
- Dónde: Foro La Gruta del Centro Cultural Helénico