Una vida entre sombras, locuras, asombros, pero al mismo tiempo, discreta, paráfrasis que sirve para describir la trayectoria creativa de Yayoi Kusama (Nagano, 1929), además de pretexto para remomorar – como mero pretexto y recuerdo histórico- su exposición en el Museo Rufino Tamayo de la Ciudad de México, cuyo título fue Yayoi Kusama. Obsesión Infinita y que fue la primera muestra retrospectiva en América Latina de una de las artistas- junto con Yoko Ono y Shigeko Kubota- japonesas más relevantes de nuestro tiempo. La exposición presentó un recorrido exhaustivo a través de más de 100 obras creadas entre 1950 y 2013, que incluyen pinturas, trabajos en papel, esculturas, videos e instalaciones, en las que se recrean las infinitas obsesiones de la artista. Se presenta la trayectoria de Kusama desde el ámbito privado a la esfera pública, desde la pintura al performance, del estudio a la calle. Pero en Kusama toda su obra es nueva y pública, puesto que reordena audaces fantasmagorías con renovada fuerza dramática. Pude ver hace tres años una excelente selección de su obra en Madrid – en Museo Reina Sofía, coproducida con la Tate Modern de Londres, la misma muestra se pudo ver en el Centre Pompidou, el Whitney Museum y la Tate Modern.-, pero lo sorpresivo es constatar la tenue presencia que el tiempo va depositando en su trabajo, siempre nuevo y siempre el mismo. Sus señales de identidad formal ancladas en un inmóvil escenario lleno de color - por ejemplo, My Flower Bed, 1962-, que se recomponen en instalaciones o performances, cada cual más complejo y arriesgado.
Su formación artística fue convencional en su país natal, hasta que llegó en 1957 a Estados Unidos con el pintor Kenneth Callahan, quien la recomendó con la marchante Zoe Dusanne, la cual organiza su primera exposición en Seatle. Al pasar del tiempo viaja a Nueva York y comienza a trabajar con la galería Radich Gallery, donde mostro unos cuadros de redes infinitas. Sus primeras obras deben mucho a los líricos y poéticos Paul Klee, Joan Miró y mucho a los surrealistas como Joseph Cornell y Marx Ernst, pero muestran ya una original sobriedad eficaz, pintadas en blanco y negro: Dot Abstracction, 1958-60, Infinity Nets(White), 1959. Con ello se abre una época de búsqueda de nuevas investigaciones, que va configurando el camino personal, centrada su obra en la recuperación simbólica de las marcas que hacen su historia: mujer y artista.
No es casual, que la crítica recurra al viejo tópico que persigue su trabajo: es un ejemplo refinado de inmadurez, de adolescente elaboración de antiguas heridas que han marcado su vida, quizá por ello vivir en un manicomio en Japón. Como todas las simplificaciones, esta caracterización es injusta. La obra de Kusama expresa una vitalidad imaginativa que deja en nada las polémicas instalaciones actuales que tanto irritan al visitante habitual de los espacios de arte contemporáneo. En los años 1960 y 1970 la artista japonesa acaparaba la atención del mundo del arte en Nueva York, por sus Accumulation Sculptures, una forma de representación masiva e infinita de penes, lunares y espejos; piezas como: Love Forever,1966; Compulsion Furmiture, 1964 y sus series de fotografías Net Obsession, 1966, entre otras, la llevaron a la cima artística de ese tiempo en Estados Unidos. Además de su profundo dramatismo, vitalidad inagotable, imposible conciliación entre mente y cuerpo y la alegría lúdica e infantil. Una hechicera sin tiempo que sobreactúa perversamente. Pero como muchos de los personajes de la literatura japonesa, el peso de la realidad le hizo reconducir el disfrute de la fama, el éxito y en 1973 decidió volver a su país natal para instalarse como paciente externa en un manicomio y seguir trabajando en un pequeño taller. Reconstruir este relato subraya los cambios que han marcado la evolución de la artista, a la vez que señala las continuidades que sustentan su multifacética carrera. “Una trayectoria como la de Kusama – dice Frances Morris- será necesariamente un relato que fluctúe entre Oriente y Occidente, un relato de diálogo, de intercambio y ruptura. La artista recibió una formación en nihonga, la pintura tradicional nipona ( a su vez, una fusión de Oriente y Occidente)”1. Las experiencias alucinatorias de Kusama han pesado demasiado sobre la fama de la artista. Ella misma considera que se enfrentó a un número, tal vez demasiado alto, de barreras. De entrada, mujer y extranjera (corría en quimono por las calles neoyorquinas), manifestó su rechazo por el entonces omnipresente expresionismo abstracto norteamericano, "un movimiento patriarcal, expansivo y autoritario ante el que ella creó sus delicadas redes infinitas". La vida que empaña su mirada ha ganado en amargura y densidad. El bosque creativo de Yoyoi Kusama está poblado de autorretratos, corazones, flores negras, selvas oscuras, sillones cuajados de penes, chaquetas de plata cargas de flores y varias instalaciones que son el resultado de su búsqueda infinita del espacio en sus Infinity Mirror Rooms, espacios en los que los sueños y las pesadillas se multiplican, y se entretejen en la imaginación del espectador. El pensamiento de la artista se destila en su mirada.
Al ver en retrospectiva la obra de Yayoi Kusama sorprende cómo desde sus inicios enlaza la poética simbolista - influenciada por su amigo el poeta surrealista y crítico nipón Takiguchi Shüzö - ocular con la característica iconografía oval del corazón-vagina de las posteriores feministas, a las que sigue inspirando después con sus acumulaciones de falos, que forran mobiliarios y vestimentas. ¿El absurdo del sexo? Transfigura el objeto más trivial o se lo inventa, tal es su fuerza de su obra.