Sorda tarde de antitaurinismo; gran mano a mano de cojinazos

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De entradón, aire frío y sol quemante, la tarde inaugural de la temporada grande se llenaba de expectativas, ante el cuarto mano a mano de dos figurines del toreo actual. No obstante, volaba la sospecha de que los toros no habían sido bien elegidos, pues la ganadería acusa de mansedumbre bestial desde hace unos buenos lustros.

Sin picar, los seis ejemplares de Gómez pasaron a su segundo tercio sólidos y al mismo tiempo derritiéndose de fuerza, a pesar de la incuestionable buena estampa que presumieron todos. De todos los segundos tercios, el único que destacó fue el impulso que puso el mismo Adame al cierraplaza, y la oreja que se le otorgó al Juli acabó manchando una tarde de un público caprichoso y ciego.

Garzo, atiborrado de oros negros su traje de luto en honor a su padrino Armillita chico, Julián López, El Juli, 68 orejas y cuatro rabos después, llegó a su cita a la Plaza México frente a un Compadre, meano de 506 kilos de cárdeno astifino, rabón carón enmorrilado, brindado a la memoria de Miguel Espinosa Armillita, al centro del ruedo.

El dato

Ésta es la primera vez en quince años que se abre una temporada con un mano a mano.

El burel comenzó saliendo cara en alto, a pesar de los derechazos y los medios pases de pecho que le encimaba el madrileño, con lo que apenas pasaba en redondo. De puro toreo académico, de dozantina lidió un toro vivo que acaso mató con un espadazo trasero y mal colocado, marca de su legendario julipié, alzando el único trofeo malhadado de la fría primera tarde de temporada.

Con Rebujito, segunda suerte para El Juli, tercero y más pesado de la tarde, cárdeno oscuro, ojito de perdiz, bajito y lomitendido de 539 de parado, el matador malhizo un numerito de quites que quisieron ser chicuelinas y no se sabe qué más, para coronarse muy forzadamente con un derechazo tendido muy sentido, un par de naturales largos, de aplausos y un pase de pecho para recordar, pero dos pinchazos que acusaban la mansedumbre del borrico no pudieron con la vida de un pichón astado que no valía nada.

Cielo rojo, 522 kilitos de un castaño gacho, entró al quite con gratuitas chicuelinas antiguas de El Juli, que no halló salida buena con un quinto que deslució al numerado, que para esta altura de la noche ya iba vaciando el monolito táurico más grande del mundo, mofándose de lo que la empresa le tenía reservado para el resto de la temporada.

Joselito, carmín y rosas sutiles de oro, que de 21 corridas en España se llevó 21 orejas, ésta su primera tarde grande no pudo ni con los pastueños ni con un público que, sin exigirle, le impuso un muro de apatía. Su mala suerte inició con un berrendito y jirón Misionero, de 526 kilos, cornivuelto de níveos pitones, caribello al que Juan Ramón Saldaña colocó un buen par de banderillas.

Tornando lento, fue de naturales a derechazos, brilló con una tanda de molinete de adorno, que puso nervioso al Juli con su consistencia. Continuó plagando de ovaciones su muleta volantina, y abusando de sus condiciones –mal colocado, tropezó el confianzudo Adame– entró a lomo con verdad a colocar una toledana tendida que acabó por brindarle un aviso con mares de abucheos.

La segunda suerte de Joselito, cuarto de un mano a mano sin poder reventar, Despacito, carnoso cárdeno de media tonelada, ya fue la evidencia flagrante de la sosería de la ganadería queretana. El pinchazo con que apuró el matador, reflejó la mala tarde del ganadero, criticado por los conocedores, aplaudido por la horda de villamelones que llenaron el coso de Nochebuena con alguna esperanza.

Mi rey, simplemente fue suelto salinero ojinegro de 535 de absoluta vanalidad, al que puso los rehiletes clásicos el hidrocálido, para recoger algunas palmas de quienes quedaban atentos en la noche de los teofilitos en la Plaza México, que finalizó con dos pinchazos reglamentarios en la escalada de un Joselito, que no vio su domingo inmerso en los 1500 kilos de durmientes bisteces.

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