Tibio el clima, en el ruedo todo también era tibio. La tarde comenzó con aplausos rasos para los tres alternantes, a pesar de la seriedad con la que Joselito quería mostrarse frente al público que le rechifló la muleta hace quince días. Ponce, magnánimo, se mostró muy cómodo con su donación para los damnificados del sismo por delante, y con eso torearía toda la tarde.
El primer burel de la tarde fue de El Vergel, Regiomontano de nombre, con casi la media tonelada de peso, justo de fuerza frente al reparto de caballos del rejoneador Jorge Hernández Garate, que si lució con una actuación engreída, todo lo quemó en el rejón de muerte.
El dato
Enrique Ponce donará su sueldo para las víctimas del terremoto del pasado 19-S.
Entrepelado de estampa, cornivuelto y acucharado de cornamenta y de 521 de fuerza con la que salió Un sueño, toro de Barralva, que saltó antes de cualquier capotazo la contrabarrera de sol, quedándose atorado en la barrera de picadores, para enfado de su coleta, Enrique Ponce, perla y laureles en oro, pues se adivinaba que quedaría a la mitad de sus posibilidades, luego de la inyección de puya de José Palomares y las obligatorias tres banderillas que le asentaron. El valenciano, como pudo, se quedó a medias vueltas a media altura y solamente con una estocada buena, que ultimó al medio toro con el que se quedó. El público, inconsciente, aplaudió al toro en el arrastre.
De hinojos, chiclamino y coral de oro, Joselito ansiaba ya el segundo toro de la tan criticada ganadería de Teófilo Gómez. El largo, entrepelado y pastueño Jocoso de 518 kilos, sería la gran apuesta de un Adame que buscaba reconciliarse con el ruedo. Sin emoción, el teofilito cayó a la tercera tanda desarmando al hidrocálido, que mendigaba aplausos con martinetes y sacándose al bicho por las espaldas en una lidia indudablemente derechista. Recurrió a las dozantinas para coronar sus desplantes y matar ¡con un sombrero de charro en vez de la muleta!, dividiendo pitos y ovaciones en la plaza, pero mejor hubiera sido acertar con la toledana y nada más.
Otro volador y desclasado de Barralva, Maitecho fue la suerte más pesada de la tarde, zaino, vuelto de arboladura y 550 de carnes. Tercero en turno en los chiqueros, era la primera carta del Payo García, güero patilludo, obispo de oros atacado, y fue una faena muy reprochada por los tendidos. García se fue con dos avisos, un toro vivo y un mar embravecido de abucheos.
Dada la noche contundente, la luna reinaba y Ponce y su avanto y rajado Festivo, de la ganadería de Gómez, recogieron aplausos con muleta encimada en el toreo por redondo, una vitolina y una desajustada poncina, porque el toro nunca humilló; se fue con un aviso, ninguna pretendida oreja y una vuelta al ruedo. Adame y su paradójico, largo Conciliador –suelto barralveño de 530 de embestida dura–, salió hecho jirones de un segundo tercio que el respetable, caprichoso con él, le rogó, y él, conciliador, acepta con creces.
El Payo y su obvio teofilito Murmullo, fueron a más en una noche aluzada de luna, mucho más digno con su veroniquear que con su muleta, su pinchazo y su matar recibiendo. Con oles estentóreos, fuera de sí, los tendidos le regalaron una inmerecida peluda al patilludo. Vivaracho, otro teofilito, bajo rabón salinero de 519 kilos, fue el regalo de un Ponce que, aunque no quisiera, todo le premiaba su público, los mediodoblones, los medioscambios, los bailecitos y las porcinas en redondo. Dio y dio, el valenciano no dejó de brindar y la gente hasta exigía al juez un rabo que hubiera llegado tan indebido como el par de orejas con que se coronó el muy mimado Enrique Ponce.