Cielo andaluz y el ole público en falso y de verdad, interrumpido el ritual inicial por los honores a la bandera monumental de la banda de guerra de la policía bancaria e industrial y el canto amargo de un Pepe Aguilar del todo fuera de lugar en pos de algo mejor que bravura, fueron el prólogo largo con homenaje a Emilio Checa, aficionado de lujo, incluido, de un 78 aniversario ferial de una Plaza, eso sí, muy amurallada por fuera, pero desnuda de suerte en su interior.
Carlos en honor a un Camacho importante en las ganaderías, fue la casi media tonelada que acabó con la cara en alto toda su faena, por no picarlo, por no discutirle nada al de los Encinos el lagunero Arturo Gilio, confirmante en aniversario de azul y oro. Con Calita como padrino y Pablo Hermoso de testigo, el respetable le pasó la primera oreja al que vació un bicho mandón con muleteros pases de punta para el nuevo torero.
Miguel, en honor a un Alesio, fue un cárdeno claro para el naucalpense Calita que, de rodillas y con buenos capotazos lo recibió. Una cuadrilla excepcional del sindicato de la Confederación Autónoma de Trabajadores y Empleados de México administró los trabajos de un Encino que siempre quiso escaparse, que sin picarse se fue de lleno por unas dozantinas que lo capitularon con un lance de espada desordenado que sudó un segundo triunfo de una tarde donde algo más pasaba en los tendidos.
25 años después de su primer toro en binomio, Hermoso de Mendoza toreaba a otro cárdeno abultado, Arias, apellido de abogado taurino, con demasiados 542 kilogramos de reservón que le complicaron todo al de a caballo toreador, dejando lucir, acaso, a Ilusión, nieto de la leyenda Cagancho, para redondear el fin de una carrera enigmática, renovadora, con dos rejones de castigo a su primero de la tarde. Pensativo, quedó atrapado en sus dudas un buen rato en las tablas, se asomaba el fin de una era que, por lo menos, para la maestra de la plástica Carmen Parra, siempre fue un regalo de pura gracia para los espectadores, un héroe mítico que nos tocó en suerte.
Abría la segunda parte del aniversario. Eduardo del Río, jefe de Comunicación de Tauromaquia mexicana, le dio nombre al segundo de un Ernesto Javier Tapia, el Calita, feliz de recibir a un atacado berrendo en cárdeno que pasó por mala vara y malos palitroques y perdió las manos enseguida. Triste toro, sin nada que transmitir a un tendido del todo distraído, iba imponiéndose para un coleta citador alucinante que no se ajustó ni en la lentitud de sus trazos.
Dionisio, quinto Encino de tarde airosa, un caribello de muchas patas que hizo hilo en las verónicas del de Torreón de 23 años que parecía iba a volver a hacer lo que el de a cuatro le dijera. Desbrindado, el de 483 kilos asistía a descompás, cayéndose, falseando todo igual por naturales que de derechas. Su caída fue sin el vuelo esperado. Fría la noche, frío el ruedo iba quedando en el aniversario que despedía a un grande.
Manuel se llamó el último astado bragado del rejoneo histórico de De Mendoza, que para el aficionado de número Luis Magos pasó a la historia dando un atractivo nuevo al rejoneo, una personalidad de valor con doma exacta, revolucionada.