Hebert Sousa perdió cada uno de los dos primeros asaltos de la final olímpica del peso medio masculino. El ucraniano Oleksandr Khyzhniak, primer preclasificado, tenía al brasileño al borde de la derrota en los Juegos Olímpicos de Tokio.
Cuando solo un nocaut podía salvarlo, Sousa soltó un golpe que cambió el combate y su vida.
Sousa anestesió a Khyzhniak con un zurdazo a la mandíbula al promediar el tercer asalto el sábado, consiguiendo un espectacular triunfo que le dio a Brasil su segundo oro en la historia del boxeo olímpico.
Tras un momento cinematográfico, Sousa subió a lo más alto del podio como el campeón de la que fue casi con toda seguridad la mejor división en la Arena Kokugikan. El brasileño lloró y besó su medalla dorada antes de colgársela al cuello con delicadeza.
Khyzhniak, de la posible gloria al fracaso
Khyzhniak había pasado los siete primeros minutos y medio de la pelea castigando a Sousa por todo el ring, con una combinación de potencia y precisión.
El ucraniano fue uno de los mejores entre las 286 individuos que subieron al ring en Tokio, y parecía un claro aspirante al Trofeo Val Barker como el mejor boxeador del torneo. Pero se topó con Sousa, tercer cabeza de serie, cuyas habilidades defensivas y variedad de golpes lo llevaron a la final tras superar a dos tremendos fajadores: el kazajo Abilkhan Amankul y el ruso Gleb Bakshi.