Harry Graf Kessler /El viajero que vino del frío

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Foto: larazondemexico

Por Héctor Orestes Aguilar

para Rafael Segovia Canosa

Resulta sumamente vergonzoso que la incomparable biografía intelectual, la trayectoria y el legado de Harry Graf Kessler (París, 1868-Lyon, 1937) sean prácticamente desconocidos para los lectores en español. Gran protagonista de la historia cultural europea moderna, Kessler cubrió gran cantidad de ámbitos por medio de su prolífica y multifacética acción pública, desplegada a lo largo de los años definitivos para el tránsito del siglo xix al xx y, en lo respectivo a Alemania, el periodo entre el establecimiento del imperio guillermino hasta los oscuros días previos a la dictadura nacionalsocialista.

Una muy buena parte de la portentosa historia de vida de Kessler ha quedado registrada en sus diarios, reunidos en nueve monumentales volúmenes con un promedio de mil páginas cada uno, más dos cd-rom con diversos materiales complementarios, desde fotografías hasta reproducciones de artículos periodísticos. En virtud de esa exhaustiva cantidad de registros de primera mano sobre la vida del autor, la media docena de biografías asequibles en nuestros días de nuestro personaje —en alemán e inglés— en buena medida se han visto obligadas a realizar laboriosos ejercicios de sinopsis de ese gran magma autorreferencial.

Intentar en unas cuantas líneas una semblanza justa de Kessler es una osadía sin sentido para los propósitos de esta aproximación.

Es imprescindible hacerlo patente: estamos ante uno de los impulsores más destacados de la alta cultura moderna y ante un escritor no sólo torrencial sino dotado de una pluma privilegiada. En primer término, Kessler fue un aristócrata (Graf significa Conde en alemán) interesado e involucrado en el desarrollo de un campo llamado de forma habitual por los contemporáneos “gestión cultural”. Acaso esto lo motivó para realizar estudios de economía (Nationalökonomie), jurisprudencia e historia del arte, mosaico de materias muy comunes en los antecedentes académicos de quienes, en la actualidad, se dedican a la dirección o administración de empresas culturales.

Kessler dividió sus pasiones entre el viaje, la escritura, la diplomacia, el mecenazgo cultural y la vida en sociedad, principalmente. Poseedor de una moral estética muy refinada, estaba dotado con una gran sensibilidad tanto para la ciencia como para las artes, la empresa y la política. No es un azar su lúcida y entrañable biografía de Walther Rathenau, el intelectual, filósofo y político quien, como último canciller de la República de Weimar —si hemos de creer además a Stefan Zweig, quien escribió sobre él en El legado de Europa— encarnó en grado máximo la genialidad.

Jörg Meier, estudioso de Kessler en su faceta de bibliófilo, editor y autor, ha señalado cómo el Conde se vio beneficiado desde su infancia con el trato cotidiano ante una cantidad

inusitada de personalidades del ámbito internacional, quienes formaban parte de su entorno familiar, integrado por influyentes banqueros de París. De tal modo, tuvo contacto siempre con empresarios, industriales, aristócratas y diplomáticos. Una educación europea —primero en una entidad educativa parisina, luego en Ascot, Gran Bretaña, y después en el Johanneum de Hamburgo, en Alemania— lo dotaron asimismo con un fluidísimo don de lenguas, un natural cosmopolitismo y, sobre todo, con una curiosidad intelectual fuera de serie. Acaso por ello, después de haber realizado estudios de jurisprudencia, también cursó historia del arte y otras materias humanísticas, entre ellas psicología, en Leipzig, con el célebre

Wilhelm Wundt. No resulta sorprendente, en absoluto, contar entre sus interlocutores y colaboradores más cercanos a escritores excepcionales como Hugo von Hofmannsthal, Gerhart Hauptmann, Rainer Maria Rilke y Richard Dehmel; artistas referenciales como Henry van de Velde, Edvard Munch y Auguste Rodin; compositores como Richard Strauss y un director de teatro de la talla de Max Reinhardt.

En los diarios citados al principio de este texto no puede encontrarse una justificación clara ni un plan detallado del viaje emprendido por Kessler a México a partir de la segunda semana de noviembre de 1896. Alexander Ritter encontró con gran puntería una carta al Barón Eberhard von Bodenhausen del 9 de octubre de aquel mismo año, fechada en Southampton, donde Kessler contaba, ya de camino a Norteamérica, su intención de permanecer cuatro semanas en la región. No llegaron hasta nosotros mayores testimonios escritos respecto a las motivaciones o intereses específicos de Kessler sobre México, pero el propio Ritter baraja una serie de posibilidades: la influencia de libros y descripciones de viaje por las Américas, con mucha repercusión por aquellos días en Europa; la moda del exotismo del fin de siglo; y conocer el lugar de los hechos del malhadado capítulo del Imperio de Maximiliano cuentan entre las principales motivaciones posibles de Kessler para internarse en nuestro país. Amén de otras de orden más probable, como el deseo de conocer a Teobert Maler, el explorador y fotógrafo de la península de Yucatán y de la prodigiosa arquitectura maya, cuyos trabajos de registro etnográfico y visual del año 1895 habían causado gran impresión al Conde.

El México a donde arribaba Kessler observaba cómo, de nueva cuenta, con sesenta y seis años, muchos para la época, Porfirio Díaz asumiría la Presidencia de la República casi de manera automática después de unas elecciones donde había derrotado a su único contrincante, Nicolás Zúñiga y Miranda, por una diferencia de sólo 17 mil 146 votos. Con una pequeña salvedad: el candidato opositor había sumado cero sufragios. Aquél era el México donde los tranvías de mulitas acababan de ser sustituidos por los vagones más modernos, impulsados por energía eléctrica, y en el cual el cinematógrafo no tenía más de tres meses de haber sido presentado por primera ocasión ante la sociedad capitalina en el sótano de la droguería “Plateros”. Para los efectos de la incursión de Kessler, lo más importante residía en el hecho de ser un país dotado con una red ferrocarrilera de alcance muy estimable, condición para realizar itinerarios antaño impensados.

Los Apuntes

sobre México,

libro de un

ensayista viajero

Kessler viajó a México provisto de una estimable cantidad de referencias acartonadas, prejuicios y convencionalismos de todo orden, expresados en su cuaderno de apuntes sobre todo en el sentido contrastivo, pues en ellos se percibe un insistente ánimo de comparación entre el mundo civilizado (Europa del norte) y los habitantes de un nuevo mundo en muy precarias vías de desarrollo. De forma muy explícita, el 23 de noviembre de 1896 anota:

Lo que resulta de interés aquí es el hombre tropical y la sociedad humana tropical: la psicología del individuo y del conjunto del pueblo en un país cálido; en relación con la cultura, interesa también la opuesta correlación de mutuos cambios y adaptaciones entre un pueblo y una civilización ajena, impuesta a él en todos sus elementos; y, por último, el problema racial, el mestizaje.

A más de un lector los Apuntes sobre México le irritarán y parecerán aun insultantes. Como se apuntó, Kessler había sido alumno, así fuese de forma fugaz, de Wilhelm Wundt (1832-1920), uno de los grandes científicos alemanes del siglo xix dedicados a la experimentación psicológica, fundador además de una tendencia muy útil después para los propósitos expansionistas de los imperios coloniales europeos: la Völkerpsychologie o psicología de los pueblos, también entendida como la psicología del desarrollo de la humanidad, una perspectiva completamente determinista, jerarquizadora y racista, entendiendo aquí este término como algo basado en la fisionomía de una comunidad humana, como

la de un grupo étnico específico. Wundt fue un eslabón —con seguridad el más experimental— en la larga cadena de pensadores, filósofos y creadores vinculantes del pensamiento romántico alemán y sus visiones del mundo a través de imagotipos folclóricos o folclorizantes con las investigaciones dedicadas a establecer el carácter nacional de los pueblos, sus estereotipos principales e idiosincrasia.

Para Kessler, el arsenal conceptual, la aparatosa sistematicidad y la solemnidad académica de Wundt fueron una mina de oro. Si seguimos a Egbert Klautke, quien ha documentado la historia de la Völkerpsychologie en Alemania, Kessler fue uno de los intelectuales más renombrados del cambio de siglo en ser seducidos por los escritos de Wundt fuera del ámbito estrictamente médico y quien aprovechó con versatilidad las enseñanzas de su maestro. Por una parte, nuestro autor empleó terminología wundtiana en sus escritos sobre la interpretación y el goce estéticos con el fin de aparentar mayor calado científico. Por otra, el Conde introdujo nociones de la psicología de los pueblos en sus escritos de viaje e incluso en sus ensayos de corte político y diplomático sobre Estados y naciones.

Debido al notorio esmero de los Apuntes, me atrevo a calificarlos como estupendo ejemplo de los “ensayos itinerantes”, llamados así tanto por la academia como por la industria editorial y periodística italiana: escritos de viaje con la soltura y espontaneidad de la pieza narrativa de circunstancias aunada a la densidad de un texto reflexivo más allá de la simple descripción testimonial. Desde sus líneas iniciales, los Apuntes sobre México dan cuenta de su empaque ensayístico. La primera constatación de Kessler en este libro es la de vivir en un mundo ya “homogeneizado”, donde la experiencia de viaje implicaba aún la posibilidad de cambio. Nuestro autor, además, había vivido intensamente la condición europea a través de su instrucción formal, y en virtud de las relaciones públicas de su familia y de las suyas propias tenía contacto incesante con una gran cantidad de cosmopolitas muy parecidos a él. El trasladarse a la otrora Nueva España le permitió dar un gran salto sobre sus hasta entonces acotadas experiencias de viaje y lo impulsó a escribir algo más allá de una mera bitácora cotidiana.

El Gide alemán

El Conde tenía grandes facultades como escritor y estos Apuntes las muestran en toda su extensión. Esta fue su obra más conocida, leída y comentada en vida, y no es gratuito. A la primera edición de 1898 le siguieron otras de 1903, 1921, 1929, 1962, 1964, 1988 y la edición del centenario, de 1998, aún en circulación en la serie de libros de bolsillo de la editorial Insel, de Frankfurt. De tal modo, se estableció como referencia para los germano hablantes al menos durante tres generaciones. Sin exagerar, puede suponérsele como uno de los diez libros sobre México escritos en alemán más leídos o consultados a principios del siglo pasado y uno de los más bellamente impresos.

El plan de la obra no es demasiado complejo. Observa una estructura cronológica y la distribución de su texto no fue, de manera alguna, premeditada ni repartida con calculado equilibrio: sus siete capítulos son de muy distinta longitud y sutileza; a excepción de dos de ellos no llevan intertítulos ni obedecen a un sistema de análisis temático preciso o acotado. Kessler no era Humboldt; tampoco Antonin Artaud. Sus intenciones no eran elaborar un reporte científico ni una poetización de sus experiencias, por más alucinantes o inspiradoras de suyo. Intenta cifrar todo aquello registrado a lo largo de su trayecto, sí, pero de una manera muy distinta a la ejercida por su contemporáneo Franz Hessel (1880-1941), gran maestro de la escritura itinerante de la literatura moderna y quien dotó

a la prosa ensayística alemana de una capacidad descriptiva inusual mediante la reconstrucción escrita de los desplazamientos físicos, fuesen estos triviales paseos breves o periplos más prolongados.

Kessler lo que sabía escribir, y excelentemente bien, como muy pocos en cualquier lengua, eran diarios. Compite y en algunos momentos iguala, e incluso supera, a diaristas clásicos como André Gide o Paul Léautaud. Sus impresiones mexicanas son las de un muy agudo observador e intérprete de lo cotidiano con un oficio mayor para componer seductores bosquejos narrativos. Analizados desde la perspectiva de los géneros literarios, sus registros participan en buena parte de la naturaleza de la crónica, sin duda, y

para mayor fortuna de sus lectoras

y lectores actuales, este libro está impregnado por un sostenido aliento épico. Las referencias culturales de Kessler compatibilizan de manera inusual con ello. Su mirada era la de un experto historiador del arte. En el sexto capítulo de sus Apuntes, “A través de las cordilleras occidentales”, viaja en carruaje de la mano y con los ojos del pintor flamenco Jan Brueghel El Viejo y del dibujante y grabador del Barroco Jacques Callot, por ejemplo.

El prestigio vitalicio de los Apuntes sobre México para los lectores en alemán proviene, me atrevo a suponerlo, de sus dos capítulos más extensos, el II y el IV. Sobre todo, de este último, titulado sin más “Yucatán”, donde se consigna uno de los episodios más emocionantes y menos documentados de la historia cultural mexicana de fines del siglo xix, el encuentro entre Kessler y Teobert Maler, un veterano de la Intervención Francesa nacido en Roma de padres alemanes, quien había adquirido la nacionalidad austriaca y era 26 años mayor al aristócrata.

Maler había estudiado arquitectura e ingeniería en Karlsruhe; inopinadamente se enroló como voluntario en la expedición monarquista y a los 22 años era ya cadete en la Primera Compañía de Exploradores del kaiserlich mexikanischen Korps [ejército imperial mexicano]. Después del malhadado fin del efímero Imperio de Maximiliano permaneció en México durante trece años, pues ya desde su fugaz vida de soldado se había interesado por las culturas originales mexicanas. Entre 1886 y 1894, a través de varias expediciones, dibujó, fotografió y describió más de cien sitios arqueológicos de la parte norte de la península de Yucatán, convirtiéndose así en uno de los principales investigadores de campo de la cultura maya de todos los tiempos y en el gran pionero de la fotografía antropológica de nuestras culturas indígenas. Para mayor interés de Kessler, Maler también llevaba un diario, base de su breve monografía Impresiones de viaje a las ruinas de Cobá y Chichen Itzá, publicado póstumamente en español sólo hasta 1932. Todos sus registros fotográficos, prácticamente sin excepción, eran y siguen siendo sobrecogedores y estimulantes.

Yucatán fue una experiencia decisiva para Kessler. Sin remedio, debió de confrontar, uno a uno, sus prejuicios sobre México con la realidad. A pesar de seguir sosteniendo juicios y calificativos eurocentristas en sus anotaciones, es perceptible un cambio de perspectiva a partir de su llegada a Mérida el 26 de noviembre de 1896. Para empezar, le sorprendió hallarse ante tal diversidad cultural. Los habitantes de la península eran, de esa forma lo enuncia, de raza blanca, “distinta a la mexicana”; y al entrar en contacto con los lujos y privilegios de la Casta Divina, no le quedó sino aceptar, aun a regañadientes, que, comparado con el lujo de la alta sociedad meridana, el estilo de vida de los europeos del norte, al menos en ciertos aspectos de la vida cotidiana tan esenciales como la vivienda, fuera de una “estrechez pequeñoburguesa”.

Uxmal, Chichen Itzá, las cuevas de Loltún y Labná, descritas por la pluma de Kessler, siguen siendo tan fascinantes ahora como hace 120 años. El viajero alemán quedó pasmado —quién no— ante la soberbia arquitectura de los mayas. Se sorprende por el orden vertical de Uxmal y sus pirámides, “colosales” para él, desprovistas en su proyección y disposición de un plano horizontal, orientadas hacia lo alto; se rinde ante la imposibilidad de describir cada uno de esos magníficos templos y edificios, pues, admite, cada esbozo sonaría a un cuento de

hadas. En Kabah, ante el templo

de Kukulcán, no puede sino rendirse a la evidencia de encontrarse frente a una obra maestra del arte, una visión cautivadora, como “un relato de Poe o un Capricho de Goya”.

¿Puede reprochársele a Kessler no haberse desprendido por completo de sus escrúpulos tal y como lo consiguió Teobert Maler? Imposible. Como lo demuestra en las postreras páginas de los Apuntes, llegaba a México no sólo con reticencias culturales sino también con cierto impulso de revancha. No lo alentaba ninguna misión antropológica ni de orden social propiamente dicha. Su inmersión en la alteridad dista muchísimo de una cierta conversión —así fuese temporal—, como en el caso de su anfitrión austriaco. Tampoco tenía la intención de convertirse en un experto acer-

ca de México o de la experiencia de la mexicanidad ni ambicionó contribuir con sus escritos a una teoría del éxota, a la manera, digamos, de un Victor Segalen. El viajero alemán no abandonó sus anteojeras ideológicas porque en su ánimo no estaba cavar muy adentro del México profundo sino confirmar la presencia de ciertos elementos para corroborar sus monomanías. “Los mayas de hoy son psicológicamente incapaces de mantener una actividad guiada por una fuerza de voluntad regular y constante”, dice sin reparos, por ejemplo, para justificar la pervivencia del estado de semiesclavitud presenciado en Yucatán.

La imagen de México en Alemania /

La mirada alemana sobre México

El proyecto de traducir al español los Apuntes sobre México y presentarlos a los lectores de nuestro país era, para quien esto escribe, una ambición postergada desde hace bastante tiempo. A fines de los años noventa, durante el proceso de revisión de

mi ensayo “Hugo von Hofmannsthal: la escritura sin sombra” (editado

por la Universidad Veracruzana en La escritura sin sombra, de 2002), Kessler se me reveló ya no sólo como uno de los colaboradores cercanos del poeta austriaco —con quien escribió a cuatro manos el libreto del ballet Josephs Legende, de Richard Strauss— sino como

uno de los intelectuales europeos emblemáticos de la era moderna. La lectura de sus impresiones vividas en su viaje americano dejaba en claro, asimismo, su gran aporte para la difusión y recepción de la imagen de México en el ámbito cultural alemán de principios de siglo xx. La necesidad de contar con una traducción de esta obra se convirtió en un desafío complicado, pues ni siquiera el corpus del propio Hofmannsthal es moneda corriente en español y no era previsible una coyuntura favorecedora del rescate de un libro por otra parte proclive a ofender o enfadar a ciertos editores y lectores mexicanos.

Enmarcar esta edición de los Apuntes sobre México dentro de las actividades del año dual Alemania-México 2016-2017 permite felizmente a una editorial del prestigio de Herder México y a un traductor de primera línea como José Aníbal Campos presentar por primera vez en español una pieza imagológica tan notable como la de Harry Kessler. Al cursar estas páginas los lectores tendrán por supuesto la oportunidad de constatar las escasas o abundantes transformaciones de ciertos rasgos de la vida nacional desde el Porfiriato.

Gozar por fin de la prosa de nuestro autor en español es, además, un privilegio y un placer. Por más racistas y limitados que puedan parecernos a los mexicanos y a los alemanes de hoy algunos de sus dichos, fueron contadas las inteligencias como la suya durante la República de Weimar. No resulta extraño que los nazis se hayan ensañado con él y, durante los días siniestros del Tercer Reich, le confiscaran todos sus bienes, incluyendo su extraordinaria colección de arte y su exquisita biblioteca.

Tenemos entre manos un inmejorable ejemplo de las miradas cruzadas entre Alemania y México, pues de estas anotaciones de viaje también puede aprenderse mucho de cuánto y cómo ha cambiado la visión germana de los otros y de sí mismos en el vértigo del siglo pasado. Asómense los lectores a los Apuntes sobre México imaginando la emoción compartida de un intelectual europeo moderno llegando por primera vez a estas tierras y la de un país en construcción revelándose a la mirada compleja, sofisticada y culta, de quien como muy pocos pudo atisbar sus luces, sombras e intersticios al filo de un cambio de época.

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