La melodía y el esplendor pop
No tuvo mucha suerte Tom Petty allá por los setentas, cuando cantaba y tocaba (primero el bajo, después guitarra rítmica) al frente de Mudcrutch, banda sureña de country-rock. Es decir: no al nivel masivo que lo esperaba durante el resto de su carrera, pero allí hizo sus primeras armas el rubio guitarrista y cantante nacido el 20 de octubre de 1950 en Gainsville, Florida, y sin duda ahí están el germen y la escuela de su talento como compositor e intérprete. Después retuvo a dos miembros de Mudcrutch (Ron Blair en el bajo y Stan Lynch en la batería) para formar Tom Petty and The Heartbreakers, banda con la que comenzó su ascenso a las altas esferas del rock.
Lo de los Heartbreakers pertenecería a ese género un poco difícil de caracterizar llamado heartland rock, que propone un estilo directo, sin rebuscamientos, melódico y con brillos pop, unido a una profunda convicción en las posibilidades del rock como algo más que entretenimiento y, con esto, la vocación por hablar con franqueza desde y para la clase trabajadora norteamericana (de ahí que sea fácil colocar a Petty y su banda junto a Bruce Springsteen, Bob Seger y John Mellencamp). Entre 1976 y 1987 la banda grabó siete álbumes de estudio: Tom Petty and the Heartbreakers,You’re Gonna Get It (1978), Damn the Torpedoes (1979), Hard Promises (1981), Long After Dark (1982), Southern Accents (1985) y Let Me Up (I’ve Had Enough). Discos sólidos, con matices estilísticos que van desde el sonido más hardrockero de Long After Dark hasta el casi tecnopop de Southern Accents (por ejemplo, en las texturas de “Don’t Come Around Here No More”, co-escrita por Petty y Dave Stewart, de Eurythmics).
Quizá, más que álbumes en la tradición de la unidad conceptual, de aquel todo que es más que la suma de sus partes, los de Petty con los Heartbreakers brillan sobre todo por la calidad de sus mejores canciones. Porque eso fueron: buenas canciones, con buenas melodías y buenos estribillos, perfectas y redondas que, cuando alcanzaban sus niveles más altos de calidad (“American Girl” y “Breakdown” del disco debut, “Refugee” y “Even the Losers” de Damn the Torpedoes, “The Waiting”, de Hard Promises, entre otras) parecían brillar por encima de las restantes.
Quizá ese amor (de naturaleza Beatle y Byrd) por la melodía cuidada y el esplendor pop, así como la honestidad a flor de piel, mantuvo a Petty al margen de las tendencias más populares de su tiempo: no hizo ni glam rock ni rock progresivo, y no lo atravesó el punk; o, mejor dicho, quizá todo eso fue de alguna manera procesado e integrado hasta volverse carne y sangre con un estilo propio, en el que pudo notarse, además del cuidado de las canciones y el artesanado pop, la intensidad rítmica tan tensa del new wave y el ímpetu riffero del hard rock. Durante los años ochenta no fue (más bien poco y nada) lo que concedieron Tom Petty y los Heartbreakers a la moda de los sintetizadores y el culto a la imagen, pero conservaron su popularidad y, dejaron ver su evolución y progreso, quizá de manera más continua y sostenida que otros artistas como David Bowie o los Rolling Stones, que vieron sus momentos de bajón musical en esa década.
Entre 1988 y 1991 se produce algo así como un breve paréntesis en la discografía de Tom Petty and The Heartbreakers, y son los años en los que su líder integra al supergrupo Travelling Wilburys, junto a Roy Orbison, Bob Dylan, George Harrison y Jeff Lynne. Petty fue el miembro más joven de esta banda, y tuvo esa rara dicha de tocar y hacer música con sus maestros. Después de dos álbumes (Vol. 1, de 1988, y Vol. 3, de 1990), Petty se reunió nuevamente con Jeff Lynne (como co-productor, bajista, guitarrista y tecladista) y Mike Campbell (primera guitarra, mandolina, slide, dobro), de los Heartbreakers, con invitados como Harrison y Orbison, para grabar el que sería su primer disco solista, Full Moon Fever (1991) con hits decisivos de su carrera, “Free Fallin’” y “I Want Back Down”, entre otras composiciones de primer orden, más un cover bellísimo de “I’ll Feel A Whole Lot Better”, de los Byrds, verdadera afirmación de raíces musicales y buen hacer interpretativo.
El trío de productores (Petty, Campbell y Lynne) se encargó del regreso de los Heartbreakers, Into the Great Wide Open, con la maravillosa “Learning to Fly”, aunque tal vez no sea uno de los mejores discos de la banda. Lo siguieron en esa década Songs and Music From “She’s the One” (1996), banda sonora de la película homónima, y Echo (1999), de gran intensidad emocional y sin duda entre los mejores de la discografía.
Esta relativa escasez de álbumes (con respecto a las décadas anteriores) no quiere decir que Petty y sus músicos permanecieron inactivos. Tanto el líder como la banda completa se embarcaron en proyectos diversos y de gran interés. Está, por ejemplo, el segundo disco solista de Petty, Wildflowers (1994), también entre lo mejor de su carrera (contenía, por ejemplo, “You Don’t Know How It Feels”), y el excelente Unchained (1996), grabado por Johnny Cash con Petty y los Heartbreakers como banda de apoyo. Además de una versión de “Southern Accents” (del álbum homónimo de 1985), este disco contenía una de “Rusty Cage”, de Soundgarden, y en esa línea parece visible cierto ímpetu más duro o roquero que el country folk más típico de trabajos anteriores de Cash, con la huella dejada por Petty y su banda.
Durante los años dos mil la producción de Cash se mantuvo en forma e incluyó cuatro discos, dos con los Heartbreakers —The Last DJ (2002), y Mojo (2010)—, uno como solista, Highway Companion, y Mudcrutch, el regreso de la banda donde todo comenzó para Tom Petty, un excelente conjunto de covers clásicos (incluyendo una versión impresionante del folk tradicional “Shady Grove”) y algunas canciones nuevas.
Tom Petty grabó su último álbum de estudio con Mudcrutch, titulado simplemente 2 (2016). En la segunda década del siglo XXI su producción musical bajó en número: además del regreso con su primera banda, Hypnotic Eye (2014), con los Hearbreakers, muy bien recibido por la crítica que oyó en su estilo un regreso a las raíces setenteras de la banda. En todo caso, es la última entrada en su discografía.
Un buen lugar para empezar a conocer la obra de Tom Petty es sin duda el compilado Greatest Hits (1993), una buenísima puerta de entrada. Y vale la pena explorar The Live Anthology (2009), un box set de cuatro discos que compila material grabado en vivo.
Petty era un encendido defensor de la libertad de los artistas para decidir hasta los últimos detalles de la composición, presentación y promoción de su obra, y por ello se enfrentó en numerosas ocasiones a la industria de la música. En 1981, por ejemplo, cuando los Heartbreakers ya disfrutaban de notoria popularidad, la discográfica MCA pretendió aprovecharse de ello cobrando un dólar extra (9.98 en lugar de los acostumbrados 8.88, en una maniobra que fue conocida como “precio de superestrella”) por el que sería Hard Promises, cuarto álbum de la banda. Sin embargo Petty protestó, y llegó a insistir en que el disco debía llamarse Eighty Ninety-Eight (Ocho con noventa y ocho). Ante esto y las amenazas de que no recibiría la música del disco para la fecha esperada, la discográfica cedió en su intención de cobrar el dólar extra.
A la vez, cuando los Red Hot Chili Peppers lanzaron su canción “Dani California” en 2006 y pareció evidente que esta resultaba similar a “Mary Jane’s Last Dance” —al punto de que llegó a hablarse de plagio—, Petty prefirió no enfrentar a sus colegas y declaró que, después de todo, muchísimas canciones de rock se parecían entre sí y que no valía la pena meterse en “demandas frívolas”, como él mismo las llamó. Ya había pasado algo similar en 2001 con “Last Nite”, de The Strokes, “demasiado” parecida a “American Girl”, del disco debut de los Heartbreakers, y en esa ocasión Petty prefirió tomarlo más bien como un gesto sin malicia, ya que la banda en cuestión incluso lo admitió.
La calidad humana y el perfil de alguien con los pies en la tierra hicieron que Petty fuera un músico muy querido por sus colegas y que su muerte fuera tan lamentada alrededor del mundo. Bob Dylan, por ejemplo, dijo que Petty fue un “gran artista, pleno en la luz, un amigo inolvidable”, y a él se sumaron, en recuerdos afectuosos y condolencias a la familia, estrellas de la talla de Mick Jagger y Paul McCartney.
"Fue un renovador de la música en sus cuarenta años de carrera. El blues, el country, el rhythm and blues, el folk, el rock y el pop en una amalgama melódica.”
La muerte se llevó a Tom Petty la mañana del 2 de octubre de 2017, luego de que el músico sufriera una falla cardiaca. Apenas el 25 de septiembre, había culminado la gira que celebró los cuarenta años de los Heartbreakers en el mítico Hollywood Bowl californiano. Y como si la historia se empeñara en guiños o en formas circulares y retornos, la última actuación en vivo de Petty —la última canción tocada en esa última fecha— fue el primer gran éxito de la banda, “American girl”, que cerraba su debut discográfico de 1977.
—Ramiro Sanchiz
Tom, Johnny Cash: La suerte de la música americana
[caption id="attachment_649356" align="alignleft" width="300"] Tom Petty y Jhonny Cash Foto: Especial[/caption]
Su corazón transitaba por la Ruta de los 66 cuando dejó de marcar el ritmo. Tan sólo a unas horas de la masacre en Las Vegas. Esa noche trágica del primero de octubre la música americana perdió sesenta vidas y a uno de sus grandes autores, el rockero de la triste figura, Tom Petty.
Fue un renovador de la música en sus cuarenta años de carrera. El blues, el country, el rhythm and blues, el folk, el rock y el pop en una amalgama melódica a lo largo de una treintena de discos que legó, sin contar sencillos ni colaboraciones. Además de Elvis y los Beatles, su sonido era la herencia de Roger McGuinn, los Byrds y su country psicodélico, ese guitarreo mágico, brillante, de la Rickenbaker de doce cuerdas. En la versión en vivo
de “Breakdown”, en el Pack Up The Plantation (1985), antes de improvisar un monólogo sobre el de-samor, suelta la frase They put me out of the job. Es como un hachazo que te parte en dos. Lo sabe cualquiera que haya perdido la chamba y la chava en una caída. Su don era poner eso en canciones como torbellinos melódicos, lentos o veloces, siempre entrañables. Cabeza de los Heartbreakers, logró el clásico Full Moon Fever (1989) en solitario. Mucho tuvieron que ver la producción de Jeff Lynne, y las participaciones de George Harrison y Roy Orbison. El taller donde concibieron a los futuros Traveling Wilburys con Bob Dylan. Me pregunto si este grupo era perfectible con Johnny Cash.
“Cash me dijo una vez que era un trabajo noble. Es un trabajo que hace a mucha gente feliz”, declaró Petty. Ambos trovadores eran hijos de padres alcohólicos y abusivos. Los dos se refugiaron en la música y lidiaron con sus respectivos hábitos. Escribieron canciones, compartieron escenarios y grabaron juntos. El camino les tenía un lugar reservado, dos discos negros en los que Cash tuvo al productor Rick Rubin a la derecha y a Tom Petty con los Heartbreakers a la izquierda. Rubin venía de producir con Petty Wild Flowers (1994) y empezaba a grabar el primero de seis discos con Cash, American Recordings (1994). Siguieron American II Unchained (1996), III Solitary Man (2000), IV The Man Comes Around (2002), V A Hundred Highways (2006) y VI Ain’t No Grave (2010). Al unir la serie se escucha la otra historia de Estados Unidos, documentada en canciones propias y ajenas, narrada por los perdedores en esos terribles relatos del country y el blues. Tom Petty y su grupo tocaron en el II y el III.
La serie American es mística y robusta como un árbol grande y viejo. Entre las dos ramas que son Unchained y Solitary Man hay cuatro años de distancia durante los cuales la salud de Cash declinó y el hábito de Petty repuntó (It’s good to get high and never come down, cantaba en “It’s Good to Be King”). Son dos discos campiranos, oscuros y luminosos, rebosantes de canciones religiosas, covers rockeros y canciones de Cash. La comunión entre el Hombre de Negro y el Rubio de Gainesville, Florida, es rotunda: Tommy Cash y John Petty.
El II abre con una versión a “Rowboat” de Beck, el nacimiento de otra joya. En seguida se encaminan por la tiniebla cantando contra el miedo y alabando al Señor en tiempos difíciles con “Sea of Heartbreak”, “Spiritual”, el gospel “The Kneeling Drinkard’s Plea” y “Met Me In Heaven”. Hay composiciones casheras que sacuden, el rockabilly “Country Boy” y “Mean Eyed Cat”. Y una selección de covers como la enorme “I Never Picked Cotton” de Charles Williams y Bobby George, “Unchained” de Jude Johnstone, “I’ve Been Everywhere” de Geoff Mack, “Rusty Cage” de Chris Cornell y, por supuesto, “Southern Accents” de Tom Petty. Los Rompecorazones laten fino, tristemente el bajista Howie Epstein, yerno de Cash, murió por sobredosis en 2003. El disco III es más acústico y tradicional, grave y trágico. Además tocaron una pléyade musical que incluyó a medio clan Cash. Arrancan con el cover a la canción de Petty y Lynne, “I Won’t Back Down”. También reinventan “Solitary Man” de Neil Diamond, “One” de U2, “Nobody” de Bert Williams, “I See a Darkness” de Will Oldham, otra portentosa versión a “The Mercy Seat” de Nick Cave, y cuatro bellezas del rancho Cash-Carter: “Field of Diamonds”, “Before My Time”, “Country Trash” y “I’m Leaving Now”. Qué buena suerte tuvo la música americana cuando Cash y Petty grabaron este par de discos.
La vida es un volado en el aire. Cómo no entristecer al escuchar el último concierto de Tom Petty el 25 de septiembre, en el que dedica “I Won’t Back Down” a las víctimas de los temblores en México. Amerita subirle a “You Don’t Know How It Feels” y let me get to the point, let’s roll another joint. Pinche Tom, para qué te mueres.
—Rogelio Garza
Rocker Cowboy
1994 fue un año crucial para el rock. La muerte de Kurt Cobain marcó el fin de la era grunge. Pero esta corriente tuvo un ascenso meteórico que comenzó en 1989 y alcanzó su cenit en un lustro.
La nación alternativa, un movimiento tripartita, conformado por el eje Seatle-Chicago-Los Ángeles, a diferencia del hair metal y el rock ochentero reverenció a los artistas setenteros como la fuente de su inspiración.
Mientras esto ocurría, esas figuras a las que se les rindió tributo escucharon el llamado y algunas se sumaron a esa música que había insuflado al rock de una nueva dirección.
La aparición de Dylan en Woodstock 94 es una evidencia de ese reconocimiento que el grunge ponía de manifiesto. Dylan, siempre inasible, comenzó en el 89, con Oh, Mercy una etapa que correría paralela al rock alternativo y que cristalizaría en el titánico Time’s out of mind.
Mientras esto ocurría, el grunge contagió a otros músicos a pender por la renovación. Rick Rubin, productor de Beastie Boys y Red Hot Chili Peppers entre otros, asistió a Cash en su serie American Recordings, cuya cúspide es The Man Comes Around.
El regreso de Patty Smith se cocinaba. En el 96 publicó Gone Again y R.E.M la invitó a hacer los coros en “E-Bow the Letter” de su álbum New Adventures in Hi Fi.
Pero sin duda a quienes mejor le sentaron los noventa fue a Neil Young y David Bowie. Young publicó su obra maestra Ragged Glory en el 90 y Mirrorball con Pearl Jam como banda de acompañamiento en el 95. Bowie sacó en el 95 Outside y en el 97 Earthling, que volvieron a colocarlo a la vanguardia y le asegurarían un momento creativo de alta calidad que se prolongaría hasta su muerte.
Con una atmósfera de este calibre, en el 94 Tom Petty escuchó el grito de independencia y se metió al estudio con Rick Rubin como productor para grabar uno de los álbums más hermosos de la historia: Wildflowers.
De los músicos que mamaron de Dylan, Bruce Springsteen y Tom Petty resultaron sus mejores alumnos. Los inicios de Petty fueron marcados por un récord impecable durante los setentas. Wildflowers es su gran regreso. Tras explotar un sonido rasposo y cultivar la imagen de forajido a la manera de Dylan, pero con el componente urbano, Petty se volcó en un nuevo registro que reflejaba una rabiosa madurez. Con Wildflowers encontró una voz estremecedora que se traduce en un disco conmovedor hasta la médula.
Bajo el coucheo de Rick Rubin, la poesía de Petty emerge para crear un disco que además de apelar a la condición de clásico, consagra un sonido estrujante. El trabajo guitarrero del primer Petty se ve atemperado en pos de un estado anímico que se convierte en el sello de la casa de un Petty que va hacia el encuentro de su madurez como cantante y compositor.
Pocos álbumes pueden aspirar a la redondez de Wildflowers. Es perfecto de principio a fin. Afirmar que un disco no tiene desperdicio es un lugar común a la hora de enjuiciar una obra, y este argumento se esgrime con cierta irresponsabilidad, pero en el caso de Wilflowers cobra una nueva dimensión.
Flores salvajes, como su título lo indica, son las canciones que conforman este arrebato de melancolía. “It’s Good To Be A King”, una canción que le viene muy bien a Petty hacia el final de sus días, marca cierta nostalgia por la fuerza del rock primario, aquel que orilló a miles de jóvenes a coger una guitarra después de que escucharon a Dylan, así como ocurrió lo propio con esas manadas de exploradores que lanzó a la carretera On the Road.
Petty encarnó la figura del cowboy rockero, con lo que eso lleva, el apego a unas raíces que siempre moldeó de acuerdo a sus necesidades, del sonido crudo de su primer disco a Damn the Torpedoes hasta “Free Fallin’”, la melodía que lo puso en todas las radios del mundo. Wildflowers es la mirada ácida y reflexiva sobre todos esos pasos. Es Petty haciendo un corte de caja del cual sale con un disco inolvidable. Un paso al frente y el levantamiento de brazo que indica que es parte de esa revolución sónica que partió en dos los noventas.
Si un disco podría fungir como el testamento musical de Petty es Wild-flowers. Dicen que mirarle el rostro a la muerte es una experiencia transformadora, pareciera que Petty tuvo una experiencia mística que lo llevó a escribir este conjunto de canciones. No se trata de un descenso a los infiernos, sino la aceptación de las propias debilidades y el reconocimiento de que por mucho que avance el mundo, uno es un paria en esta jungla y sin dramas siempre será “Only a Broken Heart”.
—Carlos Velázquez
Tom Petty y Stevie Nicks: La bruja y el vaquero
[caption id="attachment_649358" align="alignright" width="300"] Stevie Nicks y Tom Petty en 1981. Foto: Especial[/caption]
Tan sólo mencionó su nombre. Después de todo, dicen que es una bruja. Ella hechizó el escenario con su presencia, envolventemente seductora, atemporal, y el cabello ondulado y largo y esos inevitables holanes de misterioso corte gitano. El público respondió con “delirantes” olas de aplausos según la reseña de la BBC. Petty le entregó unas gafas oscuras en un acto como de ritual celta, intercambiaron reverencias invocando un viejo rezo conocido, Stop draggin’ my heart around.
—¡Tom Petty es mi rockstar favorito! —gritó Stevie Nicks en el Hyde Park de Londres una tarde de julio de 2017, el único concierto que Tom Petty dio en Europa como parte de su gira para celebrar cuarenta años de carrera.
Petty se nutrió y enriqueció en parte gracias a los puentes de amistad que tendió con los Heartbrakers, Johnny Cash y Bod Dylan, más la prodigiosa pandilla de los Wilburys. Pero si hubo una relación musical que involucró sentimientos y hormonas, rebasando la confabulación del Club de Toby del rock, fue la productiva amistad con Stevie Nicks, que además de inspirar grandes canciones, se sirvió de las ine-vitables dosis de tensión sexual que pueden surgir entre una mujer y un hombre adictos a sus individualidades sureñas, ella de Arizona, él de la Florida; a la cocaína, a la heroína, a encarnar sus propias canciones.
Se conocieron en 1978 cuando Nicks quería que Petty trabajara con ella en su primer disco como solista.
Stevie fue la primera blonde queen fatal del rock, sin ella no podrían entenderse la concepción de Debbie Harry o la propia Madonna. En su historial cargaba con ser la intérprete de “Rhiannon”, que habla sobre el amor y reivindicación de una bruja y, además, con ser el ojo del huracán al interior de Fleetwood Mac por su romance al borde de la orgía con Lindsay Buckingham y Mick Fleetwood. La ráfaga de vientos alcanzaría después a los Eagles. Agitadas fueron las aventuras de Stevie con Joe Walsh y Don Henley. Los rumores se retorcieron cuando Stevie contrajo nupcias con Kim Anderson, nada menos que el viudo de Robin, su mejor amiga.
"¡Tom Petty es mi rockstar favorito! - Gritó Stivie Nicks en el Hyde Park de Londres una tarde de julio de 2017, el único concierto que Tom Petty dio en Europa."
Aseguraban que Nicks era una auténtica bruja. Y ningún hombre en su sano juicio podría esquivar sus encantos.
Ninguna mujer tampoco. Stevie llegó con el líder de los Heartbreakers haciéndose amiga de su entonces esposa Jane Benyo, poco después del lanzamiento del You’re gonna get it!; como una groupie, Nicks se coló en las grabaciones de Damn the torpedoes. Entre palomazos imprevistos y cervezas y probablemente más (las sustancias quedan sugeridas en la biografía de Warren Zanes Petty: The Biography, publicada en 2015) surgió “Insider”, célebre surco 8 en la cara B de Hard Promises, de 1981. La combinación no podía ser más afortunada, fusión del riff de vaquero engrasado de Petty más la ingeniería automotriz de los Heartbrakers y el inconfundible timbre vocal de la Nicks, fermentado en bourbon y medias de nylon, sabes que es ella aún con un susurro intimidado por un redoble.
El hechizo empezó a surgir efecto, porque en principio, Stop draggin’ my heart around fue escrita por Petty para los Heartbrakers, pero terminaron cediéndola al Bella Donna, el primer álbum de Stevie Nicks como solista y no sólo eso, el sencillo permaneció en el tercer puesto del Billborad Hot 100 de 1981 durante poco más de seis semanas. Con el tiempo, se convirtió en un track clásico y obligatorio en las giras por separado tanto de Nicks como de Petty.
Bella Donna también incluía “Edge of Seventeen”, inspirada en una conversación entre Nicks y Jane Benyo sobre su relación con Petty, canción que hace un guiño a las prácticas voyeuristas y, si uno se deja llevar, hasta sugerencias swingers pueden caber entre líneas.
Aunque no se encerraran en un estudio de grabación, se daban consejos, sobre todo al momento de escribir canciones, y por lo visto, no podían hacer frente a la rehabilitación de la cocaína o la heroína sin el abrazo del otro. Cuando Nicks lanzó su octavo disco solista, Trouble in Shangri-La, en 2001, Nicks declaró al New York Times que Petty había sido un gran apoyo en la composición de las canciones y al momento de superar una tormentosa relación que la había abandonado en solitarias carreteras de cocaína.
Finalmente en 2015, durante la promoción de la biografía de Tom Petty escrita por Warren Zanes, un periodista del Toronto Sun le preguntó si el libro revelaba uno que otro secretillo de la amistad entre Petty y Nicks, a lo que Zanes respondió: “Cuando le lancé la pregunta, lo único que me respondió fue: ‘Tuvimos nuestros momentos’.”
El 9 de julio de 2017 fue la última vez que Tom Petty y Stevie Nicks estuvieron juntos, en el escenario y en la vida.
—Wenceslao Bruciaga
@distorsiongay
Un tipo llamado Charlie T. Wilbury Jr.
Junten al mejor letrista de la historia del pop con el más exquisito cantante de la era del rock & roll, agreguen un Beatle y luego sumen a un productor bien calado en la industria discográfica. Enciérrenlos. Con sus respectivas plumillas y plumas, guitarras y garras. ¿Qué se exprime de ahí? Puro jugo sin bagazo, ¿cierto? Justo lo que produjeron The Traveling Wilburys, es decir: Bob Dylan, Roy Orbison, George Harrison y Jeff Lynne. Pero, ¿y Tom Petty, el quinto miembro? Bueno, él merece un punto y aparte por ponerle a esa pandilla de genios lo que le faltaba: tramos de carretera gringa, buches de gasolina y puños de polvo.
Primavera de 1988. George cenaba con Jeff y Roy, les contaba que quería hacer el lado B del sencillo “This Is Love” y que Dylan tenía un estudio en California, así que telefoneó al hombre de “Like a Rolling Stone” para que éste recibiera al trío con un invitado más: Petty. La razón: George le había prestado una guitarra y él se la devolvió el día preciso y a la hora justa, listo para unirse al plan. Fue de esta forma que “Handle with care” nació. Una ráfaga de acordes y palabras soltada por pistoleros fieros. Harrison disparó las primeras líneas y el resto siguió apretando el gatillo hasta que terminaron una tonada cuyo título se le ocurrió al de Liverpool tras leer el aviso “Manéjese con cuidado” en una caja. Un tema demasiado bueno como para ocupar la cara dos de un disco; unir formalmente a ese combo de músicos y hacer un álbum completo era mejor idea. Y pudieron llamarse Roy & The Boys, pero terminaron siendo The Traveling Wilburys debido a que Lynn y Harrison solían decir “we’ll bury ’em” (los enterraremos) al referirse a los errores que tenían lugar durante una grabación.
"En una de sus fotos más populares, De derecha a izquierda se acomodaron Orbison, Harrison y Petty: justo en el orden en el que se esfumaron del planeta.”
A partir de ahí, cada cual tomaría una personalidad alterna con el apellido Wilbury como base: Dylan sería Lucky y Orbison se transformaría en Lefty; Harrison tomaría el nombre de Nelson mientras Lynne el de Otis. Finalmente, Petty optaría por el seudónimo de Charlie T. Wilbury Jr. Para esos días, Bob tenía las maletas listas para irse de gira y había que aprovechar sus días libres a tope. Bajo la premisa de hacer una canción por jornada, los cinco se metieron al estudio de Dave Stewart, un sitio tan diminuto que los músicos terminaron grabando en la cocina. Existen videos del proceso creativo donde es posible ver a los autores apretujados con sus diapasones, haciendo apuntes. Cuando llega el turno de “Last night”, es Tom quien sostiene la libreta y el lápiz, entonces apunta: I was feeling no pain / Feeling good in my brain, refiriéndose a su encuentro con una chica. Luego, por la noche, él mismo se calza los audífonos para pegarse al micrófono y cantar ese ska con la voz nasal que años después pondría a bailar a la mismísima Mary Jane.
Pero el flaco de Florida no sólo estuvo pegado a las cuerdas durante las seis semanas que esos se juntaron (lapso que aprovechó para tomar lecciones de ukelele con el beatle); en los videos mencionados, en algún momento puede vérsele con una cámara instantánea, destapando cervezas y preparando café, fotografiando a Jim Keltner (suertudo baterista invitado) mientras azota las baquetas contra el refrigerador para “Rattled”. Vaya, que Tom, al igual que los demás, se la pasó bien. Él mismo llegó a contarlo: “Nos sentábamos en el suelo en círculo y escribíamos las canciones. Cenábamos, refinábamos las letras en la sobremesa y después a registrar las voces. Bang. Amo a esos muchachos”. Y cómo no iba a agarrarles cariño si lo ayudaron a crear “Tweeter and The Monkey Man” (según Harrison, un tema firmado por Mr. Zimmerman y el artífice de “Free Fallin’”), la historia de un par de dealers en la que se verifica lo atentos que sus autores estaban del imaginario de Bruce Springsteen (ajá, la pregunta es inevitable: ¿pudo The Boss ser el sexto miembro de la banda?).
El álbum llevaría por título The Traveling Wilburys Vol. 1 y serviría para reavivar las carreras de sus creadores. Así, Otis le produciría Mystery Girl a Lefty, Lucky se iría de gira y Nelson haría lo mismo luego —con Eric Clapton— mientras Charlie agarraría vuelo para separarse por un rato de sus Heartbreakers y diseñar su apabullante debut solista, Full Moon Fever, producido por el de la Electric Light Orchestra. Sin embargo, poco después de que el plato de estreno del quinteto viera la luz, el corazón de Orbison se detendría para siempre. Por eso en el videoclip de “End of the Line” puede verse al de dientes toscos pulsando un bajo cuyas clavijas operan como corona para un retrato del recién fallecido, de quien se tomó prestada una guitarra para colocarla en una mecedora. “Sit around and wonder what tomorrow will bring / Maybe a diamond ring”, canta Petty a lo largo del tema. Un llamado a la acción que siguió con esmero, pues con los Wilburys sobrevivientes confeccionó un disco más, ya como cuarteto, que no alcanzó los logros de su predecesor.
En una de sus fotos más populares, aquellos capos están con sus guitarras a los pies. De derecha a izquierda se acomodaron Orbison, Harrison y Petty: justo en el orden en el que se fueron esfumando del planeta. Bajo tal perspectiva, el siguiente en la lista negra sería Lynne y finalmente Dylan colgaría el calzado. Por fortuna, la pareja acá sigue, entre los vivos, cantando bajo el cráneo las líneas que el rubio del fleco lacio soltó algún día, con la mira fija en la carretera: Well, it’s all right, we’re going to the end of the line.
—Alejandro González Castillo