Sexo rápido en La tierra baldía

Foto: larazondemexico

Al entrar en el aciago poema de T. S. Eliot, La tierra baldía, el lector experimenta de manera inmediata un intenso lenguaje lírico que deriva, también de manera casi inmediata, en un texto fragmentario, “una pila de imágenes rotas”, pleno de referencias plurales y articulado con súbitas acciones y rápidos diálogos.

Bajo el trazo fuerte de una dura intuición del tiempo, “Abril es el mes más cruel”, surgen representaciones de tiempos distintos en una apretada simultaneidad e irrumpe la primera acción, bella y engañosa, del poema:

Y cuando éramos niños, y nos

[quedábamos con el archiduque,

mi primo, me llevó a pasear

[en trineo,

y yo estaba aterrada. Me dijo: Marie,

Marie, sosténte fuerte. E íbamos

[colina abajo.

En las montañas, allí te sientes libre.

Este comienzo nos entrega, en el aire puro de la altura y con una sensación de libertad —y compañía—, su misterio a través de la única escena idílica de toda la compleja trama de la composición: él y ella están en el nudo ciego del poema. A partir de aquí aparecerán otros cuadros, otros pensamientos, otros personajes, otras conversaciones y la poliédrica pieza cobrará cada vez más densidad en una sucesión de ondas, pero ellos —los primos en el trineo, la pareja en el jardín de los jacintos, la mujer que espera y el soldado que regresa, el hombre que fue mujer y la mujer que volvió a ser hombre, el joven rubicundo con la muchacha indiferente (ayuntados sobre el diván) y el mercader de Esmirna con su “invitación” a un fin de semana en el Metropole— tejerán una opaca red de cristal y estarán presentes en cada línea. El idilio desaparecerá de golpe.

• La “ominosa” baraja de Madame Sosostris, la atmósfera fantasmal de la “Ciudad irreal”, la habitación cercada —“aspirada de inanidad sonora”, en instintiva continuación-homenaje a Stéphane Mallarmé—, el rey muerto, el anciano “con pechos arrugados de mujer”, el corazón bajo los pies y el “Dulce Támesis”, arrasarán la idea del amor.

Muy bien podríamos pensar que el carácter fracturado, fantasmal, peregrino del poema proviene, de un modo significativo, de la destrucción del idilio inicial y de la sustitución de éste por el sórdido amor contemporáneo. En un denso tejido, la recurrencia —oscura, cortada, oblicua— del acto sexual nos abruma de un modo imperceptible. El diálogo sobre el dinero abonado para cambiar los dientes flojos de la compañera, la conversación sobre el aborto y las píldoras del boticario, la cita de Filomela “tan rudamente forzada”, el hastío de la mujer —primero, asediada con caricias y, después, “apenas consciente de su amante ido”— y las rodillas levantadas “en posición supina” en Richmond, crean no desnudez sino precariedad.

En este encogimiento de la vida, el mito del amor sobreviene una descompuesta narración sucia de soledad y sexo a la orilla del Támesis.

• El poema tiene múltiples caras y es difícil decir cuál es la principal. En algunos planos hallamos la imagen del árbol agotado, la roca seca, el trueno y la muerte por agua; en otros, las escenas fugaces de la urbe fugitiva con sus muchedumbres en exhalación silenciosa sobre el Puente de Londres; en otros más, historias, mitos y citas de vario origen. Sin embargo, si hay un hilo en la espesa urdimbre cambiante, en la red de alusiones y símbolos, ese hilo sería la triste cita alrededor del amor invertido y postergado en mero sexo. Tan es así que, si suprimiéramos los instantáneos y descosidos encuentros carnales, el poema perdería no sólo su oscuridad profunda sino la acción dramática que lo caracteriza.

• En la simultaneidad de La tierra baldía, al lado de las alusiones líricas están las declaraciones brutales; junto al bello simbolismo crece la cruda realidad; en medio de la leyenda retornan las notas vulgares; sobre el mito de las ninfas triunfa la anécdota pedestre de las mozas, las amantes y las extenuadas compañeras de procreación.

• Los puntos de contacto entre “Zona” de Guillaume Apollinaire y La tierra baldía nos producen asombro. Ambos poemas son una nueva visión de la ciudad; ambos poemas utilizan, de manera principal, el recurso de lo simultáneo (invento del cubo-futurismo); ambos poemas tienen como trasfondo la guerra; ambos poemas exhiben máquinas (autos, claxons, gramófonos, autobuses, tranvías, torres de acero...); ambos poemas refieren la religiosidad cristiana y la visión trágica y cómica de Grecia y Roma; y ambos, con “la solitaria pluma extraviada” de Mallarmé en la mano, descubren el tiempo roto.

Sin embargo, las diferencias también nos asombran. El texto de Apollinaire chilla pleno de vida, el de Eliot exhala un humor exánime; uno celebra el encanto de los edificios y las máquinas, el otro observa los puentes fantasmagóricos y las nebulosas calles pringosas; en el primero, el duro amor persiste, a pesar del abandono y la desgracia, en el segundo la pasión ya no está —o es un asunto irrelevante— y sólo quedan el cuartucho, el perro que hurga la tierra, las canoas con ninfas efímeras, el murciélago con rostro de niño, las ratas furtivas en el callejón con huesos y la sombra que nos perturba como un tercero en discordia.

• La tierra baldía es, en su múltiple diseño literario, una metafísica de las costumbres de la sexualidad moderna: en vez de la posesión —sanguínea, originaria y mitológica— por locura o por rapto o por metamorfosis, el sexo por cinismo o por indiferencia. La escena mallarmeana en una habitación hermética, donde “surgían extraños perfumes sintéticos”, desemboca en el solitario drama mezquino de una pareja después de ayuntarse:

“Mis nervios están mal esta noche. Sí,

[mal. Quédate conmigo.

“Háblame. Por qué nunca hablas. Habla.

“¿En qué estás pensando? ¿Qué

[pensamiento? ¿Qué?

“Nunca sé qué estás pensando. Piensa.”

Pienso que estamos en un callejón de

[ratas

donde los hombres muertos perdieron

[sus huesos.

El simbolismo y la poesía pura han encontrado, con el truco de la cuerda rota o la llave perdida, la tétrica imagen solipsista del siglo xx en la confesión y el coloquialismo subterráneos.

• A casi cien años de su publicación, La tierra baldía —el velado y difícil poema de las alusiones y los símbolos, de la literatura sobre la literatura— no deja de desocultarse y ofrecernos —“Datta, Dayadhvam, Damyata”—, en “una pila de imágenes rotas” la ciudad descompuesta, el amor torcido, el sexo rápido y cascado.

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