Luis Spota, seis novelas revisitadas

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Foto: larazondemexico

La historia de esta edición de las novelas de Luis Spota reeditadas por Siglo XXI1 se remonta por lo menos formalmente al año de 1985. Fecha del fallecimiento de Luis Spota, en el mes de enero, y al número de la revista Plural,2 que le dedicó a su memoria en mayo de ese mismo año su director Jaime Labastida. En ese número el poeta y filósofo Labastida señalaba que Spota había sido objeto de un desdén crítico en México, a pesar

de la riqueza, complejidad y calidad de su obra. En aquél artículo titulado “El lugar de Luis Spota en la literatura mexicana” Labastida señalaba tres cosas: 1) “Spota acumula una enorme cantidad de materiales narrativos, varias líneas de acción que tienden hacia un punto”, 2)

“La novelística de Spota constituye un inmenso mural quizás sólo comparable al intento de un Diego Rivera por expresar el conjunto de nuestra problemática política, económica y social.”-Jaime Labastida.

3) “Spota trabajaba sus manuscritos con extremo cuidado”. Cabe señalar que tocó a su amigo Jaime Labastida preparar, para su edición final, la novela póstuma Días de poder. En ese mismo número colaboraban Rafael Solana, Evodio Escalante y Sara Sef chovich, todos reunidos para saludar y salvar la obra literaria del novelista. También en ese número colaboraba su viuda, compañera y amiga Elda Peralta, quien escribió unas palabras que pueden ayudar a comprender mejor el proyecto literario de Luis Spota:

Se forjó un código de conducta personal que le permitió no traicionarse nunca, ser congruente consigo mismo [...] Para él, el objetivo máximo del periodista, del informador, era la búsqueda de la verdad. La verdad era el primer peldaño hacia la justicia [...] No desinformar era vital para él.3

En cierto modo las novelas de Spota venían a llenar los huecos de la desinformación oficial.

I

Los títulos de sus novelas están asociados en mi mente a la figura de Jesús Castañón Rodríguez, autor de mis días, lector insaciable, abogado, apasionado de la política y del derecho y profesor de Teoría del Estado desde la cátedra que había heredado de su amigo y compañero bibliófilo Jesús Reyes Heroles en la Facultad de Derecho de la UNAM. Don Jesús leía con avidez inexplicable para mi gusto adolescente las novelas de Luis Spota que trataban de los usos y costumbres de la práctica política y eventualmente del despotismo en México; leía las novelas del que se llamó Luis Mario Cayetano Spota Saavedra Ruoti Castañares (1925-1985): las disfrutaba, leía, releía, anotaba y, eventualmente, citaba como ejemplo algún episodio en sus clases. Pronto descubrí que las leía de una manera peculiar y no sólo como un lector ingenuo deseoso de entregarse a la catarsis de la lectura, a través de Spota, para comprender mejor el país que le había tocado vivir, sino también, diría, con un ojo clínico atento a descubrir en sus obras el calendario ritual del poder en México y a veces por lo mismo como un libro de augurios. Le encantaba leer en esas  novelas la transcripción que había hecho Spota de los mecanismos y secretos resortes del poder y de los políticos mexicanos. Además, me consta que leía esas novelas lápiz en mano para encontrar o descubrir en ellas frases o sentencias, provenientes del oficio de la política en el Renacimiento y en la Revolución Francesa; reconocía  en ellas la voz de Nicolás Maquiavelo, el tono de Francesco Guicciardini, los acentos de Baltasar Castiglione, los ecos de Baltasar Gracián o de Napoleón Bonaparte, y esos libros que genéricamente se conocieron como “espejos de príncipes”. Lápiz en mano marcaba también algunas anécdotas y gestos pintorescos o bochornosos de los hombres de guerra y de poder del México revolucionario y postrevolucionario.

Cabe recordar que Luis Spota tuvo la curiosidad de ir a entrevistar al novelista alemán conocido como Bruno Traven. Quizás la literatura de Spota tenga mucho qué ver con esa compleja forma de narrar. Aunque yo no entendía el fervor con que don Jesús se entregaba a esas lecturas, me atreví a dejar constancia de esa incomprensión en la nota, valga la redundancia, más bien injusta e incomprensiva, que escribí sobre Luis Spota y que publiqué primero en Vuelta y luego en mi Arbitrario de literatura mexicana. Paseos I (ver recuadro al final de estas letras). Nota injusta, acabo de escribir, y no solamente por razones literarias, sino humanas y personales, pues debo precisamente a Spota una de mis primeras publicaciones en el suplemento cultural de El Heraldo de México, cuyas puertas me abrió generosamente a principios de los años setenta. Creo que las páginas que me publicó estaban dedicadas al escritor medieval o renacentista español conocido como el Marqués de Santillana. Spota era un hombre maduro, inquieto. Le dejé el manuscrito de mi trabajo escolar y me dijo que volviera en quince días. Al llegar esa fecha ya lo tenía leído y me anunció que se encontraba en prensa. Me ruboricé. Cuando salió publicado creo que no le dije a nadie salvo a mi padre, que tampoco dijo nada. No volví a ver a Spota. Salí de

México un año para hacer un viaje que me cambiaría la vida.

II

La de Luis Spota es una literatura realista, bien escrita, rápida y astutamente armada para captar la atención de los lectores. En su momento tuvo un éxito enorme, abrumador, como hecho para desmentir la idea de que en México no se lee. Se le hicieron homenajes y todavía diez años después de su muerte ardía el ascua de su fama. Sin embargo, por avatares editoriales, su obra dejó de reimprimirse y sus libros se volvieron inencontrables, aunque la realidad, por así decirlo, los pedía a gritos. Entre 1975 y 1980 Luis Spota publicó las seis novelas que componen el conjunto titulado La costumbre del poder: Retrato hablado (1975); Palabras mayores (1975); Sobre la marcha (1976); El primer día (1977); El rostro del sueño (1979); y La víspera del trueno (1980). Las más de 2 mil 800 páginas que componen estas novelas fueron publicadas durante los periodos presidenciales de Luis Echeverría y José López Portillo, pero recapitulan la historia política del país que va de Manuel Ávila Camacho, Miguel Alemán, Adolfo Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz, así como la de los hombres del poder económico que crecieron y prosperaron a la sombra de sus gestiones y que forman parte de la realidad corporativa mexicana contemporánea. Cada una de las novelas está acompañada de una lista de personajes, un elenco entre cinematográfico y teatral, hecho para orientar al lector en la selva de las miles de páginas que componen las narraciones. Estos repartos apuntan a la relación que tiene la obra con el cine y el teatro. Por esas razones, resulta tanto más significativa la reedición de la serie La costumbre del poder que ha emprendido Siglo XXI Editores, gracias a la iniciativa de su director Jaime Labastida, quien en 1997 decía: “La primera gran novela urbana la ofreció Luis Spota y no Carlos Fuentes” (Crónica, 384, 10 de julio de 1997).

La figura de Luis Spota y la de Carlos Fuentes están asociadas por la historia literaria. La novela del primero, Casi el paraíso, fue publicada en 1956 y La región más transparente, del segundo, en 1958. Ambas, me parece, están a su vez inspiradas en las grandes construcciones que fueron en Estados Unidos la de John Dos Passos y en Argentina la novela de Leopoldo Marechal, Adán Buenosayres (1948). Tal vez también podría pensarse en ciertas novelas italianas como preludio de las de Spota: las de Vasco Pratolini, Via del Corno, traducida como Crónica de los pobres amantes, o las novelas de Alberto Moravia. Otra referencia para encuadrar este panorama de los usos y costumbres del poder en México en el siglo XX sería la saga del novelista francés Maurice Druon: Los reyes malditos, sabia composición que administraba, igual que las de Spota, el terror, el suspenso, el morbo y la pasión. Además cabe asociar otra figura a la de Luis Spota, quien aspiraba secretamente a componer una comedia humana mexicana al estilo de la de Balzac: la del escritor jalisciense Agustín Yáñez. Ambos, Spota y Yáñez, tenían en mente armar una visión panorámica a través de la novela, de la historia y aun de la geografía de México. Hacia adelante.

Spota inspirará las obras de René Avilés Fabila, Vicente Leñero y Héctor Aguilar Camín, cuyos temas son precisamente los de la relación, no siempre saludable y a veces perversa, entre el periodismo y el poder.

Lo cierto es que resulta un poco inquietante que las novelas de Spota de la serie La costumbre del poder se hayan podido publicar a muchos años de distancia de su primera edición. Es como si la historia no hubiese pasado y más bien fuésemos obedientes a las entrañas de una geografía subterránea que sigue animando el paisaje más allá de la supuesta transición política y de los avatares sexenales.

III

Las novelas de Luis Spota pueden inscribirse en el panorama universal del voyerismo en torno a los ricos y los poderosos. Los nombres de Tom Wolfe en La hoguera de las vanidades (1987) o las novelas del francés Paul-Loup Sulitzer o alguna otra satírica de Gore Vidal. El precedente de esta narrativa en el ámbito de la literatura clásica quizá esté, toda proporción guardada, en Tito Livio, Propercio y Suetonio. Spota seguramente tenía muy bien estudiados a sus autores clásicos latinos. Otra conexión relacionada con Spota es la relativa a su origen italiano. Él, junto con Vicente Lombardo Toledano, Rodolfo Usigli, Carlo Cóccioli, Sergio Pitol, forman parte de esos escritores de origen italiano avecindados en México y comparten un aire de familia. Estas referencias sólo son índices para tratar de situar mejor al autor.

También de origen italiano, el analista político Leonardo Curzio saludó la obra de Luis Spota recientemente en la presentación de esta reedición a fines del año pasado con palabras significativas que ayudan a situar al novelista:

Hoy, con más años encima, compruebo que Spota es en realidad un prosista eficaz con algo de periodista y con algo de fabulador. Sí, recurre con obstinación al tópico y a las generalizaciones, pero eso no condena su obra a la trivialidad. Tiene miga, una muy precisa visión del fenómeno del poder; entiende bien las bajezas —más frecuentes que las grandezas (que también las hay)— del ejercicio del poder. Entrevera con eficacia el erotismo y el servilismo; ambos tocan, por distintas razones, una parte hipersensible de nuestra persona. Al recorrer las páginas de los libros que comentamos, percibo ecos de otras novelas políticas a las que, en su momento, dimos mayor crédito. Algo recuerda al Curzio Malaparte de la historia del mañana, y en muchas otras partes anticipa fragmentos de la tan celebrada La fiesta del chivo, de Vargas Llosa, que ha descrito, como pocos, la abyección frente al poderoso.4

En la presentación también participó la escritora Sara Sefchovich quien dedicó una tesis a estudiar a Spota y lo ha seguido releyendo.5

IV

La novela Retrato hablado de Luis Spota fue escrita entre 1960 y 1974, en México y en Cuernavaca. Incluye al final una lista de más de ochenta personajes: políticos, militares, empresarios, sacerdotes, periodistas, asesores y amigos que giran alrededor del fundador del Grupo Olid, don Eugenio de Olid, que es la figura central no sólo de la novela, del Grupo Olid y de la república imaginaria de Nueva Castilla, sino de la saga narrativa que despliegan las seis novelas de esta ambiciosa serie. Las otras cinco novelas de la serie también incluyen esta lista de personajes que va variando libro con libro.

V

Retrato hablado de un déspota por boca de sus amigos y deudos que van contando su vida y atrocidades, hazañas y empresas a partir del momento de su muerte y durante su procesión fúnebre. El hexágono narrativo participa de la novela del dictador latino americano, del naturalismo telúrico y de los episodios nacionales, sin dejar

de apostar a una visión profética de lo que podría devenir ese país-ciudad que gravita en torno a la figura que raya en lo grotesco y esperpéntico de este “Tirano Banderas” mexicano, de su corte y su país-región. Las casi tres mil páginas que componen este fresco consagrado a la política, y en particular al poder, podrían quizá ser comparadas con el panoscopio narrativo de Agustín Yáñez a quien, al igual que a Spota y a Carlos Fuentes, lo desvelaba la idea de retratar en sus leyendas al ángel de la historia o si se quiere al demonio lugareño que busca hacerse época, estilo y atmósfera a través de los pactos que va celebrando con sus devotos.

Rupturas y corrupciones, violación y muertes, pasiones, fiestas, rituales, torturas, engaños, robos, asesinatos, manipulaciones son la fibra de que está hecha esta tapicería imaginaria

que apuesta por su condición literaria a ser como una urna o un telescopio para mirar hacia el pasado y hacia el futuro, hacia el presente de las formas peculiares que asume la praxis de la política en ese reino menos imaginario de lo que se quisiera aceptar.

VI

Novela Spota un tiempo mexicano, los tiempos bravos de una modernización asentada en la desigualdad y en la corrupción. En estas pinturas murales que recuerdan a Siqueiros y a Orozco por su despiadada brutalidad la literatura se ejerce como un acto de espionaje al mundo de los poderosos, sus usos y costumbres. Brilla por su ausencia el mundo indígena, aunque están presentes los temas y motivos de la cultura ranchera y campesina... Las calculadas indiscreciones de Spota sobre los hombres de poder son de muy distinta calidad a la mirada penetrante de otro ojo crítico contemporáneo, el de Daniel Cosío Villegas, a quien también desvelaba el mundo del mando, aunque en el caso de éste además se daba un ingrediente moral, sino es que moralista, un impulso ético que, en el caso de Luis Spota, se resuelve más bien en un impulso estético.

A Spota no le interesan tanto lasheridas del cuerpo social como las formas de esa herida. Narra como si fuese no un juez sino un médico o un confesor de esas almas perdidas en los corredores y pasadizos del laberinto del poder.

VII

Las novelas de Luis Spota sobre el tema del poder no dejan de ser un misterio. Es un misterio que después de años de publicadas sigan siendo buscadas por el público. ¿Qué buscan en ellas los lectores? Creo esas novelas pueden ser leídas como un conjunto de libros adivinatorios para tratar de comprender los rumbos y el subsuelo de la política mexicana que se ha ido degradando y se ha ido acercando a las imágenes caricaturescas propuestas por el novelista.

VIII

En un país donde no existe la cultura de escribir diarios, epistolarios y memorias, le toca a la narrativa desempeñar el papel de guía y al libro ser en cierto modo una especie de gimnasio intelectual para educar a los ciudadanos en el arte o artificio de la política. Luis Spota, heredero de la novela de la revolución y de la narrativa telúrica hispanoamericana, narrador atraído por las cifras del poder, entendió esto bien y dedicó sus más serios esfuerzos a hacer de la novela una escuela de y para la conducta pública.

Notas

1 Luis Spota, La costumbre del poder: Retrato hablado (413 pp.), Palabras mayores (469 pp.), Sobre la marcha (531 pp.), El primer día (527 pp.), El rostro del sueño (459 pp.) y La víspera del trueno (391 pp.), Siglo XXI, México, 2017.

2 Plural, segunda época, vol. XIV, núm. 164, mayo de 1985, México. Contiene: Elda Peralta, “El Luis Spota que fue”, p. 2; Luis Spota, “Días de Poder”, p. 7; Rafael Solana, “Para orientarse dentro de Spota”, p. 15; Evodio Escalante, “Luis Spota y los intelectuales”, p. 18; Sara Sefchovich, “Ideología y ficción de la obra de Luis Spota”, p. 21; Luis Spota, “¿Quién es la bella modelo de la Diana?”, p. 27; Jaime Labastida, “Luis Spota en la literatura mexicana”, p. 32.

3 Elda Peralta, “El Luis Spota que fue”, ibid.

4 Leonardo Curzio, “Luis Spota: La costumbre del poder”, en Este País, 1 de febrero de 2018. http://www.estepais.com/articulo.php?id=1372&t=luis-spota-la-costumbre-del-poder

5 Ver Ideología y ficción en la obra de Luis Spota de Sara Sefchovich, Grijalbo, México, 1985.

Luis Spota: La intimidad apócrifa

El primer día narra las primeras veinticuatro horas de un presidente de la República y el novelista se complace en describir la soledad repentina, la deserción proverbial e instantánea de los colaboradores más cercanos. Tampoco está ausente la evocación detallada de los momentos más significativos del personaje en cuestión: sus odios personales, su trepar untuoso las jerarquías, las salidas, las excursiones con la putilla devenida amante protegidas por la indispensable escolta de legiones de esbirros.

Aunque formalmente se trata de una novela, la imaginación se eclipsa y la narración pasa a ser un simple expediente para exponer las tenebras de la “alta grilla”: ¡Los mecanismos desconocidos del poder! Los elementos son los de un folletín no imaginativo: el escamoteo del personaje en beneficio de la alusión anecdótica, la idea del político cuya única vida privada es el revés resentido de la vida pública, la transformación de lo verosímil en caricatura previa. Spota se limita a consignar lo que sus lectores ya saben, aunque quisieran observar más cerca: en la política cortesana la acción siempre está en otra parte. Eltruco consiste en hacerles creer a esos lectores que él sí ha observado de cerca las cosas y que ellos tenían razón en todas y cada una de sus chabacanas sabidurías sobre lo que es la política a la mexicana.

De tal suerte que el realismo de Spota es apenas fidelidad a las anécdotas y personajes políticos más conocidos, fidelidad a todos los lugares comunes y a todas las leyendas negras sobre el poder en México: la primera dama que fue bailarina y vendió su cuerpo por unas cuantas monedas, el primer magistrado que fue el lame-botas de un general.

Spota sabe muy bien cómo escamotear la descripción de los mecanismos reales de sujección multiplicando las imágenes y tópicos convencionales sobre el poder. Ejemplo característico es la insistencia con que habla de los negocios de los funcionarios de Estado sin aludir nunca al ciclo de corrupciones que se teje entre la iniciativa privada y la administración más allá de todo cambio sexenal. El primer día es, junto con las novelas de la precedieron, una tangencial alabanza al poder. Afirma que si la del político no es una vida ejemplar, al menos parece sana, que es envidiable, que hay “sentimientos humanos” en la tontería y la crueldad, que la maldad es banal y que el déspota es digno de piedad cuando mendiga esa “última alegría: gozar todo”: “Como en aquellos días”.

Paraíso 25 es la enésima novela de Luis Spota. Al igual que otras obras suyas centradas en torno al aparato político y sus pintorescas inconsistencias, este novelado sainete asienta parte de su interés y atractivo en el hecho no tanto de fabricar rumores, como de prestar a los rumores corrientes fábrica narrativa, si no es que literaria. [...] Porque Spota, por consabido se da, es un autor para la clase media empleómana, y él escribe en narraciones lo que otros se contentan con rumorar. Paraíso 25 documenta la corrupción, o si se prefiere, hace un inventario detallado de los negocios allanados por una postiza, ineficiente representación política. Paraíso 25 presenta también un retrato de las improvisadas clases dominantes tal y como son vistas por los advenedizos que las envidian. Presenta, pues, una sarta de lugares comunes vertidos en narraciones rápidas, astutas, pero a la larga poco convincentes.

EL HECHO de que no presente la novela personajes cabales, capaces de altercar, el hecho de que no exista en Paraíso 25 ningún personaje exento de corrupción, produce a la larga resultados mecánicos y termina arrastrando al novelista por esa pendiente hasta ponerlo a correr con la realidad que describe. [...]

La facilidad del best-seller, ese conjunto de recursos, trampas, sístoles, suspensiones y golpes teatrales, lleva al autor de Paraíso 25 a escribir una novela donde todo y todos son tropos, parodias, calcas, convenciones, marcas, títulos, etiquetas y lugares comunes. Pero si éstos prestan legibles ganchos y resortes a la narración, también la cosifican, la achaparran y apachurran a la pobre medida ambiente deprimiéndola, haciendo decaer, en sistemática proporción, el interés de la novela más allá de su pesada tentativa testimonial [...] La novela prematura que es Paraíso 25 no expone lo suficiente las peripecias sexenales de los personajes. ¿Será que el amor que el autor les tiene no basta para enredarlos en verdaderos riesgos?

Sucede que esos personajes han sido vistos desde el exterior y, en el afán de documentar y denunciar, arruina Spota lo entrañable, lo íntimo de cada personaje. Quizá el predominio de los diálogos y acciones sobre la descripción, la desproporción que existe entre la pintura de las extravagancias y la medrosa, casi nula, presentación de las meditaciones y ensimismamientos de los diversos personajes, acuse la debilidad de una novela sin margen para la especulación, para el reflejo afectivo de unos personajes en otros. [...] Entre los personajes no hay lucha sino guerra, dominación, y la solidaridad sólo aparece entre los criados, que terminan siendo —estigma significativo de la literatura mexicana contemporánea— los únicos dignos, verdaderos seño-res. Paraíso 25 es una obra escrita desde la certidumbre de que en México no existen, ni para remedio, hombres íntegros.

En Adolfo Castañón, Arbitrario de literatura mexicana. Paseos I, Lectorum, 2003.

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