Ana V. Clavel ha apostado por explorar regiones más allá de su escritura y de las historias
de sus novelas. Ya sea mediante la ecfrasis, es decir, la representación verbal de una representación visual, transformando la portada de su novela Cuerpo náufrago (2005) en una hipostación de imágenes, donde le guiña el ojo al famoso mingitorio que Marcel Duchamp convirtió en una obra de arte; ya sea a través de exposiciones alusivas a sus obras, donde registra un interesante vínculo extraliterario.
Aparte de eso, el tema de sus novelas es el deseo visto desde perspectivas poco convencionales, como el apetito sexual de la niña en su novela El amor es hambre (2015).
En Territorio Lolita, Clavel reflexiona sobre la avidez del deseo, desde el punto de vista masculino y también desde las pulsiones de las púberes. Nabokov, creador no sólo de una extraordinaria literatura sino de una novela inusitada, Lolita (1955), describe la pasión que despiertan las jóvenes pubescentes en un hombre de cuarenta años, a las que llama nínfulas o ninfetas (la autora nos explica los intríngulis de la traducción en español de nymphet, acuñada por Nabokov). El protagonista, el profesor europeo Humbert Humbert, se arrebata por una púber estadunidense. En estos momentos en que se acusa de acoso sexual a personajes de la cinematografía y se desbroza el camino de la misoginia en todas partes, pareciera “incorrecto” deambular por un camino temático tan espinoso, que se acerca a la pedofilia o de plano lo es.
Hoy sería imposible pensar que Lewis Carroll, nom de plume del reverendo Charles Lutwidge Dodgson, diácono anglicano, matemático, autor de Alicia en el país de las maravillas y fotógrafo de pequeñas disfrazadas y desnudas, no tenía intenciones malsanas frecuentando “amistades” de niñas. En Territorio Lolita se exponen muchas de sus curiosas pasiones. A finales del siglo XIX, Dogson se desenvolvió con cierta frescura. Como el desnudo infantil no levantaba ámpula, apunta Clavel, las madres llevaban a sus pequeñas hijas de siete y nueve años para que fueran fotografiadas sin ropa por el famoso creador de Alicia y sus extraños viajes a una dimensión maravillosa. Sus fotografías revelan el mundo de transición entre las niñas y su metamorfosis en futuras nínfulas.
La exaltación por estas prejóvenes tiene una historia. En la época de la reina Victoria, la estricta moral en relación al sexo originó que los hombres en Inglaterra y en el continente frecuentaran los prostíbulos. Las púberes vírgenes eran muy apreciadas. De ahí surge un libro, nos cuenta la autora de Territorio Lolita, las Memorias de Josephine Mutzenbacher, que aborda las experiencias de una nínfula en la prostitución.
Los fáunulos también llaman la atención de Clavel y aborda los ejemplos del púber Tadzio en Muerte en Venecia de Thomas Mann, e incluso del personaje
de Peter Pan, al que yo más bien veo como un joven, no púber, en pequeño.
En su revisión a las distintas versiones de Caperucita, que parten de historias orales hasta quedar recogidas primero por el francés Charles Perrault a finales del siglo XVII y luego interpretadas por los hermanos Grimm en 1812, la autora incide en el deseo soterrado de la niña, en la curiosidad del deseo de la propia Caperucita, una Lolita de otros tiempos. En su novela El amor es hambre (2015), Clavel lidia con una Caperucita, seductora e incluso feroz como un lobo que recorre el bosque.
Clavel persigue el arquetipo hasta toparse con el estereotipo, es decir, de la Lolita paradigmática como una núbil que apenas tiene sus primeras menstruaciones, hasta la Sue Lyon de la versión cinematográfica de la novela de Nabokov realizada por Stanley Kubrick (1962). El prototipo descubre un grado de inocencia, pero en donde ya anida el deseo, la persecución todavía indecisa del goce. Por eso, a partir de Mauricio Molina, la autora llama a este tipo de Lolita l’ enfant fatale.
Ana Clavel señala y explica la presencia de Lolitas o nínfulas en otras artes. Dada su propia faceta performática, en la que ha destacado, como cuando presentó la novela Las Violetas son flores del deseo (2007) y pidió a varios artistas plásticos que “intervinieran” unas muñecas de cartón que luego formaron una interesante exposición de muñecas sexualizadas (ella misma preparó su propia muñeca). También organizó una pequeña representación teatral. Con la aparición de Las ninfas a veces sonríen (2013), la autora volvió a emprender una exhibición de arte interpretativo de su libro, cuya protagonista es una nínfula sin Humbert Humbert ni hombre mayor que la persiga. Se trata de la ninfeta por sí misma. Sus deseos son suyos.
La plástica, pues, atrae a la autora. En Territorio Lolita analiza la figura de las nínfulas del pintor polaco francés Balthus, a las que él trata con inocencia, según dijo, pero esa inocencia se abre a lo inefable. Como apunta del cuadro El sueño de Teresa (1938), la niña de Balthus, de unos doce o trece años, es pintada como “un ángel pubescente que resplandece ante nuestra mirada por más que ella se encuentre con los ojos cerrados, vuelta hacia sí misma, como en el goce de su propia irradación” (p. 160).
También toca las muñecas adolescentes y desmembradas del fotógrafo polaco Hans Bellmer, y la fijación que el pintor Kokoschka alimentó por una muñeca de tamaño natural, con la que pidió ser enterrado. No resumiré aquí lo que Clavel investigó y expuso con maestría. Retoma al escritor uruguayo Felisberto Hernández y su libro Las hortensias (1949), cuyo protagonista, que teme perder a su esposa, se hace fabricar una muñeca, retrato de su mujer. Este libro es el eco intertextual de Las Violetas son flores del deseo de nuestra autora, junto con otros libros, películas y fotografías que violentaron o violentan hoy por hoy el establishment:
... la censura suele calificar estos trabajos de “pornográficos”, de criminalizarlos por sus tintes “pederásticos” y atentar contra la sensibilidad de las buena conciencias. Pero se olvida de que el arte es uno de los pocos espacios contemporáneos de ritualización y sublimación del deseo (p. 176).
Clavel hace una amplia revisión de películas y empieza por las versiones de Lolita, la de Stanley Kubrick y la de Adrian Lyne (1997). Se detiene en Pretty Baby (1978), del francés Louis Malle; Taxi Driver (1976), de Scorsese; La rodilla de Clara (1970), de Eric Rohmer; Beau-père (1981), de Bertrand Blier; Belleza americana (1999), deSam Mendes; y desde luego en la voz de una Lolita, a partir de El amante (1992), de Jean Jacques Annaud, versión cinematográfica de la novela de Marguerite Duras. El escrutinio resulta por demás atractivo. Un programa completo para un cine club sobre el territorio de las Lolitas.
Este libro es un brillante conjunto de ensayos sobre un mismo tema que se multiplica, se separa de sí mismo y luego recompone proteicamente las formas de su esencia, es decir, las del deseo y su reflejo en el arte. Un libro “raro” y fascinante.
Ana V. Clavel, Territorio Lolita, Alfaguara, México, 2017, 255 pp.