No hay un Philip Roth sino varios. No pretendo ser exhaustivo simple y llanamente porque no puedo (no me da), pero vayan estas cinco notas que son eso: apenas apuntes de un lector entusiasta.
I. ROTH Y ESTADOS UNIDOS
En una conversación que Philip Roth tuvo con Primo Levi en 1986, el primero le preguntó al segundo sobre sus raíces y su integración a la vida italiana; y Levi le respondió:
No veo contradicción entre “raíces” y ser (o sentirse) “un grano de mostaza”... hay una ventaja en pertenecer a una minoría, no necesariamente étnica... Si me permites devolverte la pregunta: tú, Philip Roth, ¿no te sientes, al mismo tiempo, “arraigado” en tu país y “grano de mostaza”? En tus libros percibo un marcado sabor a mostaza. 1
Y en efecto, siendo un escritor fundamentalmente estadunidense, atado a las tradiciones, modos de ser, obsesiones y problemas de ese su país, al mismo tiempo sus libros tienen una fuerte impronta de la vida y peculiaridades judías en Estados Unidos. Una de las líneas maestras de su obra es ésa: las tensiones, convergencias, desencuentros y encuentros entre el flujo migratorio judío y sus descendientes y el mundo americano.
"Estaba un poco agotado de que se creyera que sus novelas eran algo así como un retrato autobiográfico fiel. Le parecía una lectura limitada, estrecha, incapaz de comprender lo que realmente significa la creación literaria.”
Las otras son el sexo, las relaciones de pareja, familiares, el mundo intelectual, el envejecimiento, el deterioro, la muerte. Es decir, la vida y sus múltiples facetas. Desde el joven puñetero hasta el viejo decrépito, Roth exploró las sucesivas etapas de la existencia tomando como base su propia experiencia, pero transformándola y dándole un sentido intenso, complejo, contradictorio y luminoso. Él mismo lo apuntó cuando escribió que sus esfuerzos transcurrían “entre el mundo escrito y el no escrito” (esa aproximación le parecía más útil que la distinción entre imaginación y realidad o entre arte y vida), “los mundos entre los que tengo la sensación de que voy y vengo a diario...”.2
Creo incluso que estaba un poco agotado de que se creyera que sus novelas eran algo así como un retrato autobiográfico fiel. Le parecía una lectura limitada, estrecha, incapaz de comprender lo que realmente significa la creación literaria. No es casual que escribiera Los hechos, que inicia con una carta a su “querido Zuckerman” y en la cual intenta distinguir entre lo realmente vivido y lo creado. Al final, Zuckerman le responde al “querido” Roth:
Dos veces he leído tu manuscrito. Ahí va la franqueza que me pides: no lo publiques; te sale mucho mejor escribir sobre mí que informar ‘escrupulosamente’ sobre tu propia vida.
Y el creado le dice a su creador:
Me debes nada menos que la libertad de escribir libremente. Yo soy tu permiso, tu indiscreción, tu clave de expresión... En la ficción puedes ser mucho más fidedigno, sin estar todo el tiempo con la preocupación de no causar daño directo... Tú, Roth, eres, entre todos los personajes protagonistas, el menos completamente dibujado... Tu talento no consiste en personalizar tu experiencia, sino en personificarla, encarnarla en la representación de una persona que no eras tú...3
Dirá el escéptico: se estaba curando en salud. Quizá. Pero lo cierto es que, en efecto, entre vida y creación no existe una correspondencia mecánica y Roth hizo de la materia prima de su experiencia un insumo sustantivo —pero uno— de sus obras de creación.
Si por un lado están sus personajes, por el otro se encuentran sus contextos. Roth sabe que éstos modelan las posibilidades de la existencia. Y sus novelas abarcan un arco temporal amplio, aunque sus escenarios fundamentales son los del noreste norteamericano, destacadamente Newark. Citadinos, habitados por migrantes y sus hijos, en la mayor parte ilustrados e invariablemente con una relación de amor/odio o mejor dicho (lo anterior suena demasiado rotundo) de aprecio y desencanto con el hábitat que los cobija. La conjura contra América,4 o la posibilidad hecha realidad de que Charles A. Lindbergh, antisemita y admirador de los nazis, llegue (y llega) a la presidencia de Estados Unidos en los años cuarenta. El clima opresivo y persecutorio del macartismo en la posguerra en Me casé con un comunista5 o el fin del placentero sueño americano en los años sesenta en la terrorífica Pastoral americana.6 En todas ellas aparecen pulsiones incubadas en la sociedad que Roth vive con angustia y justa preocupación. Se trata de los resortes excluyentes de y contra minorías, de las fórmulas atormentadoras contra aquellos que no comparten los valores del american way of life o de las ansias de venganza ciega contra una sociedad a la que se piensa irredimible. Unos son resortes aceitados desde
la derecha, pero otros, sin duda, desde la izquierda.
Roth parece decir: conozco las virtudes de mi país, sus valores, personajes e historias. Pero, ¡cuidado!, existe una cara preocupante, plagada de prejuicios y resortes excluyentes a la que no debemos dar la espalda. En una tesitura similar, recrea las dudas fundadas y cargadas de angustia sobre la viabilidad y el significado del Estado de Israel, en contraste con la posibilidad de una nueva diáspora hacia Europa donde un Roth (contra otro Roth) supone que los judíos eventualmente podrían vivir más seguros (Operación Shylock).7
Leo lo anterior y es claro que estoy haciendo una lectura reduccionista de cuatro obras mayores. Como si las mismas se pudieran reducir a su escenario, como si se tratara de panfletos políticos, como si Roth quisiera revelarnos algunas netas. Y por supuesto que no. Se trata de explorar los resortes que mueven a las personas, sus complicadas relaciones y marcos valorativos, sus sueños defraudados, sus certezas rotas, su incapacidad para apartarse de situaciones opresivas. En suma, contextos que ayudan a subrayar las pasiones malsanas que nos acompañan y modelan... queriéndolo o no.
II. ROTH: EL REBELDE, EL IRÓNICO
En sus primeras novelas Roth activa un potente resorte mordaz. Intenta conjurar lo que le resulta aberrante o repulsivo con una catarata de sonrisas capaces de desmontar un sentido común que le resulta opresivo. Ilustro con dos de sus primeras obras.
El lamento de Portnoy8 o El mal de Portnoy (traducciones de Portnoy’s Complaint), la novela que lo lanzó a la fama y al escándalo, es el monólogo delirante, franco, desgarrado e irónico de un joven abogado obsesionado por el sexo. Se trata de una verborrea imparable, incontenible que intenta y logra seguir la cadencia del lenguaje oral. Le habla a su psicoanalista y ello le permite una libertad tan amplia que en su momento trastornó a no pocos lectores púdicos:
Desde luego, por la casa yo veía menos el aparato sexual de mi padre que las zonas erógenas de mi madre. Y, una vez, vi su sangre menstrual..., la vi reluciendo oscuramente en el gastado linóleum... sólo dos gotas rojas hace más de un cuarto de siglo, pero todavía brillan... en mi Museo Moderno de Agravios y Opresiones.
"Roth parece decir: conozco las virtudes de mi país, sus valores, personajes e historias. Pero, ¡cuidado!, existe una cara preocupante, plagada de prejuicios y resortes excluyentes a la que no debemos dar la espalda.”
Es un texto provocador, que se acerca a la obscenidad sin demasiado recato, pero que devela las redes culposas donde se encuentra atrapado el protagonista.
Por su parte, el 3 de abril de 1971, el presidente Richard Nixon dijo:
De acuerdo a creencias personales y religiosas, considero que el aborto es una forma inaceptable de limitación de la población. Además, el planteamiento no restrictivo del aborto o el aborto por encargo me resultan imposibles de conciliar con mi fe en el carácter sagrado de la vida humana, incluyendo la vida de los que aún no han nacido. Porque en verdad, los no nacidos también poseen derechos reconocidos por la ley, y hasta reconocidos en los principios proclamados por las Naciones Unidas.9
Esa declaración fue el disparador para que Philip Roth se pusiera a escribir una comedia extrema sobre su presidente. Nixon es Tricky y se ufana “de que en este gobierno los fetos y embriones de Norteamérica han hallado finalmente una voz”. Por ello, en una conferencia de prensa le preguntan si piensa extender el sufragio a los no nacidos. Y ufano y contundente informa:
Nuestros técnicos y científicos se van a dedicar a conseguir el voto para los no nacidos... Ahí están los rusos y los chinos, que no permiten votar ni a los adultos, y aquí estamos en Norteamérica, invirtiendo miles y miles de millones de dólares de los contribuyentes en un proyecto científico diseñado para extender el sufragio a gentes que no pueden ver ni hablar ni oír ni siquiera pensar...
Pero, por desgracia para él, al presidente le estalla una crisis inesperada, porque ya se sabe que siempre resulta sencillo rebasar a la autoridad por la derecha o por la izquierda. Los boy scouts salen a la calle gritando que Tricky E. Dixon está a favor de la fornicación. Y entonces el presidente cita a una sesión de emergencia a sus asesores, convencido de que los boy scouts sólo buscan impedir su reelección.
Tricky se siente acorralado. Dice a su brain trust que “tal vez la mejor actitud será que aparezca en la televisión y niegue todo. Decir que nunca forniqué”. Uno de sus sofisticados consejeros lo para: “No le creerían; no en este momento... usted es el padre de dos niñas”. (A continuación, una apretada síntesis de la discusión que transcribo porque ilustra el tipo de humor del primer Roth).
Tricky: ¿Por qué no podemos decir que las adoptamos?
Entrenador político: Eso no resuelve realmente el problema... aun cuando pudiéramos hacer creer al pueblo norteamericano que esas chicas que tanto se parecen a usted fueron adoptadas... usted todavía va a estar comprometido... por parecer que ha metido a su casa los críos de la cópula de otros. Usted estaría ligado a ese cargo de fornicación.
Entrenador legal: ... culpabilidad por asociación... Si aparece en televisión y declara ser impotente, la mayoría de la gente no va a saber ni de qué está hablando... La mitad va a pensar que quiere decir que es marica.
Entrenador político: Aparecer en televisión y decir que usted es marica. ¿Lo haría?
Tricky: Oh, lo haría sin dudarlo, si usted piensa que va a dar resultados...
Entrenador espiritual: ... en su ansia por hacer lo necesario y correcto para la nación, usted tal vez esté pasando por alto un pequeño detalle técnico. Los homosexuales también tienen relaciones.
Tricky (pasmado): ¿En serio? ¿Y cómo?
(Aquí el Entrenador Espiritual coge a Tricky de la mano, como cuando reconforta a alguien de duelo, e, inclinándose hacia adelante, susurra discretamente al oído del presidente.)
Tricky (apartándose): ¡Pero eso es terrible! ¡Es repugnante! ¡Usted lo está inventando!
Entrenador Político: ... los homosexuales... no están envueltos de forma alguna en el tipo de actividad sexual que produce fetos y los boy scouts se han levantado en armas debido a los fetos. En consecuencia, si usted se presentara en televisión y se proclamara homosexual... quedaría limpio del cargo que los boy scouts le están formulando... (El debate continúa, pero hasta aquí la ilustración).
Una discusión digna de Los Tres Chiflados o de los Hermanos Marx. Una sátira agria y alegre, un divertimento devastador. Los sujetos (payasos) son capaces de todo con tal de lograr la reelección de su presidente. El poder es un imán y todo se justifica para alcanzarlo. Roth se indigna con su presidente, intuye sus debilidades y las explota en una farsa que lleva a extremos delirantes. Sabe que se trata de una caricatura, de una distorsión, pero lo hace “para que resalten vivamente rasgos y cualidades que de otro modo sólo serían vagamente visibles a simple vista”. 10
"Creo que la trayectoria vital y las obsesiones de Roth forjaron un escritor (Zuckerman) capaz de expresar las aprehensiones y angustias de una época. En efecto, un alter ego, potente y desgarrado.”
III. ZUCKERMAN Y ROTH
Nathan Zuckerman es una creación mayor de Roth. Ambos nacen el mismo año en Newark y ambos son escritores. La visita del maestro, Zuckerman desencadenado, La lección de anatomía y La orgía de Praga11 pintan a un autor obsesivo, indignado con su entorno, envuelto en redes de alta tensión producto de relaciones belicosas. Sus conflictos son con los otros, pero (creo) sobre todo con él mismo. Insatisfecho profesional, no es casualidad que sus antagonistas reciban un trato preferencial —esmerado— por parte del autor. Y a sus dolencias anímicas es necesario sumar las físicas (incluyendo el accidente en el que se rompe la mandíbula). Zuckerman es un autor judío norteamericano cuyos resortes están en alguna medida aceitados por la sombra del holocausto, demasiado reciente como para olvidarse de él. Se trata de una nube que acompaña su existencia y que modela buena parte de su paranoia, en el entendido de que los paranoicos en ocasiones tienen razón. Creo que la trayectoria vital y las obsesiones de Roth forjaron un escritor (Zuckerman) capaz de expresar las aprehensiones y angustias de una época. En efecto, un alter ego, potente y desgarrado.
IV. ROTH SOMBRÍO
En su última etapa los temas de la vejez, el deterioro, la enfermedad y la muerte se instalaron en el centro de su obra. Patrimonio. Una historia verdadera12 es el relato de los últimos años de su padre y de su paulatina pero irreversible decadencia. Roth acude como testigo y acompañante de esa disminución y menoscabo de las facultades de Herman Roth. En ningún momento edulcora la relación entre el hijo y el padre, sus tensiones y desencuentros, y quizá por ello mismo el relato resulta en contraposición, y en algunos pasajes, no sólo entrañable sino cálido y hasta amoroso. El deterioro convierte a un hombre fuerte, independiente y orgulloso en su contrario; mientras que el hijo distante y crítico se acerca al viejo con otros ojos.
En Elegía,13 un exitoso hombre de negocios agoniza a los 71 años y puede observar su vida desde ese nuevo mirador en el cual todo lo realizado, lo querido, lo abominado, nada significan. Es un relato desolador con sus siempre presentes gramos de ironía. Ante la muerte no hay nada que hacer. Incluso quienes lo acompañan en ese trance —de manera destacada su hija— son impotentes, y Roth (y su personaje) se niegan a reblandecerse ante las construcciones supuestamente consoladoras y realmente pueriles de las religiones. Ve pasar a una joven mujer y ensueña la posibilidad de un nuevo encuentro sexual, pero incluso ese resorte, constata, se ha atrofiado. La muerte puede ser veloz, pero en este caso es precedida de un largo y tortuoso proceso desgastante e inútil. Una batalla que se da sin fuerzas y sin esperanza y en donde el desenlace está escrito de antemano.
En La humillación,14 un viejo y destacado actor ha perdido la confianza en sí mismo y con ello su resplandor, su capacidad de atracción. Otra vez, la historia de un desplome anímico, de una derrota vital. Su nueva incapacidad para actuar en el teatro se extiende a la vida. Sin lo primero lo segundo se seca. Un relato donde el abandono, la soledad y la impotencia se colocan en el centro de la vida. Simón Axler piensa en el suicidio con una “sombría euforia” porque su mundo se “ha venido abajo”. Empieza a desconfiar de sí mismo e incluso de su historia de éxito, porque tal vez nunca tuvo talento sino suerte. Se trata de “un pánico que surge con la edad”. “Algo fundamental se ha desvanecido” y sabe o intuye que nada volverá a ser como antes. En contraste, tiene la oportunidad de iniciar una nueva relación o quizá una aventura, pero el alivio momentáneo presagia y cumple un final aún más sombrío. “Detestaba sus lágrimas, pero estaba llorando de nuevo, llorando a causa de la madeja enmarañada que formaban la vergüenza, la pérdida y la ira”.
Tres ejemplos sin final feliz posible. Porque, parece decir Roth, hay de dos: una vejez paulatinamente degradante y degradada o la muerte súbita. Lo primero es lo que explora sin demasiada misericordia.
Ese sentimiento trágico es el que explora también en Némesis,15 donde un joven promesa: decidido, ejemplar, noble, con todo un futuro venturoso, contrae polio en el verano de 1944, lo que lo convierte en un hombre amargado, solo, quebrado. Un relato sobre la injusticia inherente a la vida o sobre el azar y sus inclemencias o sobre el contraste entre expectativas y realidades.
V. UNA CLAVE
En 1980 Roth entrevistó a Milan Kundera16 y el escritor checo le dijo:
Una novela no afirma nada: una novela busca y plantea interrogantes... La estupidez de la gente procede de tener respuesta para todo. La sabiduría de la novela procede de tener una pregunta para todo... El novelista enseña al lector a aprehender el mundo como pregunta... La gente prefiere juzgar que comprender, contestar a preguntar. Así, la voz de la novela apenas puede oírse en el estrépito necio de las certezas humanas.
Creo que ahí se encuentra una clave de lectura para las novelas de Roth.
Notas
1 El oficio: Un escritor, sus colegas y sus obras, Seix Barral, 2003.
2 Lecturas de mí mismo, Mondadori, 2008.
3 Debolsillo, 2009. También en Meridianos, Versal, 1988.
4 Mondadori, 2005.
5 Alfaguara, 2000.
6 Alfaguara, 1999.
7 Alfaguara, 1996.
8 Grijalbo, 1969.
9 La cita mezcla la traducción de Marcelo Covián, La pandilla, Grijalbo, 1973, y la de Ramón Buenaventura, Nuestra Pandilla, Mondadori, 2008. Las notas siguientes se toman de la primera.
10 Lecturas de mí mismo, Mondadori, 2008.
11 Las cuatro novelas aparecen reunidas en Zuckerman encadenado, Seix Barral, 2005. Fueron publicadas originalmente en 1979, 1981, 1983 y 1985.
12 Seix Barral, 2003.
13 Mondadori, 2006.
14 Mondadori, 2010.
15 Mondadori, 2011
16 El oficio: Un escritor, sus colegas y sus obras.