En 1989, en el Palacio de Bellas Artes se montó en escena por primera vez Aura, la ópera basada en el libro de Carlos Fuentes con la composición de Mario Lavista. Es una pieza en un acto, dividida en once escenas, dentro de una burbuja sonora donde los personajes de Fuentes cantan y representan las atmósferas de esta historia que, a decir de su compositor, también tiene que ver con el famoso poema de Francisco de Quevedo: “Amor constante más allá de la muerte”.
A casi treinta años de su estreno, la pieza se presenta de nuevo el próximo 22 y 23 de septiembre en el Teatro de la Ciudad, bajo la dirección de Ragnar Conde, director concertador mexicano que ha construido una interesante carrera en teatro, cine y ópera. Desde 1992, Conde ha participado en un centenar de proyectos escénicos y cinematográficos en México, Estados Unidos, Colombia, España, Francia, Italia y Suiza; por ejemplo, ha llevado a la escena piezas de Mozart, lo mismo que adaptaciones de Tennessee Williams a la ópera. Fue becario del Programa Merola 2011 del San Francisco Opera Center y estuvo a cargo del concierto final presentado en el War Memorial Theatre.
Ha sido beneficiario por tres años consecutivos del programa del FONCA “México en Escena”, a través de Escenia Ensamble, A. C., colectivo de artistas multidisciplinarios del cual es fundador y director general, con el que ha producido espectáculos en México, Italia y Estados Unidos.
¿Qué vemos en el escenario con la versión en ópera
de Aura?
Es una obra bastante compleja, desde la novela de Fuentes que está cargada de simbolismos, planos espirituales, sensualidad, sexualidad, una mezcla de brujerías y reencarnaciones en una obra muy compleja e interesante. Todo esto aparece de alguna manera en el escenario.
"La ópera surgió en el ámbito popular, para el pueblo, como una telenovela, una comedia, con todo tipo de historias".
¿Cómo se traslada el ambiente de Aura a la música
y la escena?
El maestro Mario Lavista se enfocó en estas atmósferas misteriosas, hasta un poco macabras, podría decir, donde no sabemos si estamos en el terreno de los vivos o los muertos. Es música complicada para los cantantes, como buena parte de la música contemporánea, porque se basa en pequeñas sutilezas y eso, de pronto, requiere de un trabajo mayor del que —por lo general— se realiza.Sin embargo, abre muchas posibilidades y matices para complejizar el proceso mental de los personajes. Cuando se cuenta con un elenco que tiene además una gran capacidad actoral, como el que tenemos ahora, es posible sacar provecho de la música. Y la combinación realza a tal punto las atmósferas que te hace sentir escalofríos.
¿Cómo surge este proyecto, después de que esta ópera tenía casi tres décadas sin representarse?
Todo fue circunstancial: coincidieron el centenario del Teatro de la Ciudad Esperanza Iris, el décimo aniversario de Escenia Ensamble, el 75 aniversario del maestro Lavista y el noventa aniversario de Carlos Fuentes. El proyecto comenzó a formarse desde hace varios años y por diversas razones no se había consolidado. Cuando revisamos qué queríamos montar este año planteamos la propuesta, la idea prosperó y también se convirtió en un homenaje al maestro Lavista; incluso entró en la programación del Foro de Música Nueva Manuel Enríquez.
¿Qué tan complejo es hacer ópera en México?
Hacer ópera es complejo en cualquier lugar. Hay que dominar diversas disciplinas. La diferencia principal entre dirigir teatro y ópera es que, en esta última, el intérprete escénico no controla sus propios tiempos, y eso hace una diferencia enorme porque debe trabajar con orquestas en las que, a veces, el director concertador debe conjuntar todas las voces en un mismo tiempo y ritmo, y el intérprete en el escenario —el cantante, en particular— tiene que adaptarse a esos tiempos. Cuando uno lo lleva a una ficción determinada puede toparse con muchas circunstancias, por ejemplo, a estar al tanto de que en ciertos momentos no puede voltearse o no puede ir al fondo del escenario porque su voz no va a cruzar la orquesta. Ocurre una serie de situaciones complicadas, además de lo que implica ensamblar el espectáculo, que incluye desde crear grandes escenografías, vestuarios, manejar a grupos enormes —a veces, en la ópera pueden estar ciento cincuenta personas en un escenario— y controlar a toda la gente que participa, con el fin de crear algo estético y armonioso. Todo esto, más el corto tiempo de ensayos que uno suele tener, lo vuelve un enorme reto. Luego esos pocos ensayos no siempre son por elección: muchas veces, los cantantes de ópera que pueden hacer roles específicos no están en México. Nuestro país, por ejemplo, no es de voces wagnerianas, y si estás haciendo una pieza de Wagner, los cantantes principales llegan una o dos semanas antes del estreno, y ese es el tiempo que tienes para hacer que una ópera funcione. Requiere de planeación, sensibilidad a la música, y no tienes muchas oportunidades de equivocarte. Por eso, cuando uno tiene la posibilidad de montar una ópera como Aura, una pieza corta, con un elenco mexicano muy talentoso y comprometido a dedicarle el tiempo necesario, resulta un verdadero privilegio. Te brinda la oportunidad de profundizar tanto en el aspecto teatral, como vocal y musical. No es común que te toquen semejantes oportunidades.
¿Consideras que la ópera es todavía un espectáculo poco popular?
Cuando empecé a trabajar este género, efectivamente, pensé que era un espectáculo clasista y que la gente no lo iba a entender o se iba a aburrir. Pero en realidad la ópera surgió en el ámbito popular, para el pueblo, como una telenovela, una comedia, con todo tipo de historias que son accesibles para todos. La barrera que pudo existir durante algún tiempo fue la del idioma, pero hace mucho tiempo que eso quedó rebasado con el uso de subtítulos en todas las presentaciones. Creo que ver ópera es una experiencia apasionante. Poco a poco, la gente en México le ha perdido el miedo a los escenarios de la ópera: se ha dado cuenta de que no es algo elitista ni tan costoso.