Ciudades

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Una gran ciudad, para estar viva, necesita reinventarse todo el tiempo. Siempre está en construcción o reconstrucción. En un abrir y cerrar de ojos descubrimos de pronto un rascacielos, un centro comercial o una gasolinera que no conocíamos, quizás porque dejamos de pasar por ese rumbo durante algún tiempo. También nos sorprende que un sitio que frecuentábamos ha dejado de existir. Puede ensancharse, sufrir colapsos —como los ocurridos en los sismos históricos que la han modificado— e incluso cambiar de nombre: así como el Zapotlán de Arreola creció al punto de convertirse en Ciudad Guzmán, nuestra capital pasó de tener una denominación administrativa, Distrito Federal, a convertirse en Ciudad de México: CDMX, según su logotipo oficial. Antes de este cambio, el nombre abarcaba el D. F. más los municipios pegados del Estado de México. Hoy no hay manera de distinguirlos. Si decimos que hay mala calidad de aire en el Valle de México abarca toda la mancha urbana. En cambio si decimos que es legal el aborto en la CDMX, esa ley no aplica para los municipios conurbados.

Es extraño que una urbe tan grande, la quinta más habitada del mundo con 22 millones, no tenga un gentilicio con el que nos reconozcamos que no sea el de defeños (en algunas partes del interior de la república nos dicen defectuosos) o chilangos. El primero ya es inoperante. El segundo, según investigaciones de Gabriel Zaid, proviene de Veracruz. Llamarnos capitalinos tampoco nos describe, como a los zacatecanos, los oaxaqueños o los colimenses, que también lo son. El término mexiqueño, que no sé a quién se le ocurrió (seguramente a la Academia de la Lengua de México), no puede ser adoptado por decreto, ya que mexicano o mexiquense ya están patentados. Los nacidos en Mexicali son llamados cachanillas; los de Cuernavaca, guayabos; los de Veracruz, jarochos; los de Culiacán, culichis. Y esos gentilicios le dan identidad a sus nidos. Carlos Velázquez proponía a AMLO, en este mismo suplemento, la creación de un Estado de La Laguna: “El de Torreón no se siente coahuilense, y los de Gómez Palacio y Lerdo no se sienten duranguenses”. Son laguneros, como no lo son los habitantes de Saltillo o de Durango.

"Es Extraño que una urbe tan grande, la quinta más habitada del mundo, no tenga un gentilicio con el que nos reconozcamos".

Y como sucede con las grandes capitales, la mayoría de sus habitantes suelen no haber nacido allí, aunque hayan vivido en ellas la mayor parte de sus vidas. Las grandes ciudades de Occidente son habitadas por inmigrantes, que dejan de serlo al vivirlas sin perder neceariamente sus costumbres, su cultura, su lengua.

Las grandes urbes están llenas de pequeñas ciudades: hay barrios chinos en la CDMX, en Nueva York, en San Francisco, en Toronto, en Buenos Aires y un largo etcétera. Los Estados Unidos —cuyo gentilicio desconoce la geografía al autollamarse americanos— quizás tengan una de las mayores comunidades de inmigrantes que se agrupan para no perder su identidad y al mismo tiempo para aceptar su condición de locales: mexicanos, salvadoreños, rusos, italianos, irlandeses, polacos, mixtecos, cubanos, entre muchas otras. El lado opuesto de la moneda: hay comunidades gringas bien asentadas en nuestro país y que muchas veces no hablan español. Ajijic y San Miguel de Allende, por ejemplo, son las únicas ciudades estadunidenses que no requieren visa para entrar. Por cierto, esta última declaró a Trump persona non grata en el 2016.

El plan del nuevo gobierno es descentralizar algunas secretarías y oficinas federales para llevarlas a los estados. Y quienes emigren se llevarán consigo a su ciudad. Decía Alejando Aura: “Óyeme decir que no me iré”, para concluir el poema con la misma afirmación: “Óyeme a mí decir que no me iré. / La ciudad se morirá conmigo, / yo estaré en su fundamento”. Kavafis también habla de esa partida: “No encontrarás otro país ni otras playas, / llevarás por doquier y a cuestas tu ciudad; / caminarás las mismas calles, / envejecerás en los mismos suburbios, / encanecerás en las mismas casas. / Siempre llegarás a esta ciudad” (traducción de Cayetano Cantú).