Sobre la política cultural del nuevo régimen

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I. UNA PALABRA PODEROSA

Hay quienes ven en la expresión política cultural un enunciado noble per se, de elevadas miras, con metas incuestionables y dignas donde las haya. Esto es así gracias al peso que tiene en ella la palabra cultura, que cubre con su nimbo (lo saben bien los políticos, antes que los artistas) todo cuanto la rodea. En el caso que nos ocupa hace olvidar por momentos que se trata en primer lugar de una política pública, atinada o no, como cualquier otra cuyos primeros efectos estamos ya conociendo en esta etapa que se ha dado en llamar de modo oficial —y también, con otro tono, en la picaresca popular— Cuarta Transformación.

Previo al triunfo electoral de la agrupación que la llevó a encabezar la Secretaría de Cultura, Alejandra Frausto dio a conocer un documento que constituía su carta de presentación en la materia. Se intitulaba El poder de la cultura1 y venía a ser, de acuerdo con la escritora Laura Esquivel (que todavía aparecía como futura subsecretaria) una “radiografía sensible de nuestro ADN”.

No obstante la recepción esperanzada —y por momentos apologética— que tuvo entre los artistas y escritores simpatizantes del cambio que estaba por protagonizar el Movimiento de Regeneración Nacional, el documento de poco más de quince páginas no analizó mayormente la problemática cultural y mucho menos exploró con precisión cómo enfrentarla.

Esto es, a pesar de jactarse de ser un texto que es resultado de diversos encuentros con los miembros de la comunidad cultural y de la “política de la escucha”, no profundiza en el diagnóstico del quehacer cultural del país, ni tampoco en las propuestas y alternativas que se ofrecen.

Entiendo que la corrección política —y más aún, el compromiso social— de muchos de los creadores e intelectuales consultados, hubiera podido desembocar en la necesidad de plantear un programa cultural pletórico de alusiones a la justicia, la democracia y la inclusión de los sectores siempre marginados. Pero de ahí a suponer que no le plantearan a la secretaria Frausto los problemas puntuales que enfrentan en los distintos campos de su actividad artística, institucional o de animación y difusión, hay un trecho muy grande.

O quienes fueron consultados no hablaron puntualmente de los problemas de su ámbito y competencia, o la política de escucha simplemente no escuchó. Porque lo cierto es que el documento El poder de la cultura, que sigue siendo la matriz de lo que puede denominarse la política cultural del nuevo régimen, no trasciende el wishful thinking de los programas culturales del “viejo régimen priista”: la cultura como un derecho humano, por lo que se debe garantizar el acceso equitativo de todos a ella (algo que la Constitución enarbola); retomar los espacios públicos o su “recuperación afectiva” (sic); “crear un fondo especial” (aunque ya había uno, que por lo visto no se reconoce) para la reconstrucción de los monumentos afectados por los sismos; descentralizar la vida cultural (añeja aspiración, si bien el documento habla de “redistribuir la riqueza cultural”, noción sobre la que volveremos más adelante); agenda digital y conectividad, cómo no; ante la violencia, emplear la cultura como instrumento para la paz y la convivencia ciudadana (el tejido social que venimos reconstruyendo desde hace años, pero que no se deja); la participación de los jóvenes; alentar las exposiciones itinerantes dentro y fuera del país a través de una red de museos (¿se pretende que no existía ya dicha red?); financiamiento para proyectos artísticos independientes y el (desde sexenios atrás) tan llevado y traído impulso a las industrias culturales con nuevos esquemas fiscales y de inversión, así como créditos blandos, fomentando la colaboración del sector público y privado.

"Convertir la Residencia Oficial de Los Pinos en  uno de los complejos culturales más grandes de América Latina  por lo pronto es, en el mejor de los casos, como la irrupción de las masas jacobinas en el Palacio de Versalles  .

Hasta aquí ninguna novedad. Tampoco precisión alguna que permita esclarecer los medios y las acciones concretas para alcanzar tan altos fines. Eso sí, entre las propuestas puntuales está la creación de “un observatorio de género y derechos humanos” del que todavía no tenemos noticia, pero cuyo planteamiento, me temo, choca con la simplificación administrativa (acabar con la duplicidad de cargos y funciones) que también propone, y porque este tema en la actual administración es objeto de atención central por parte de la Secretaría de Gobernación.

El documento en cuestión planteó también convertir la Residencia Oficial de Los Pinos en “uno de los complejos culturales más grandes de América Latina”, algo que por lo pronto es, en el mejor de los casos, como la irrupción de las masas jacobinas en el Palacio de Versalles. Hasta hoy, aparte de algunas proyecciones, la muestra permanente que se exhibe al anonadado público que visita el exrecinto presidencial sólo presenta las alcobas y los escenarios del palaciego modus vivendi de la familia presidencial. Entiendo que se han recibido cientos de propuestas sobre lo que se hará en el futuro con este inmenso espacio (cuyo mantenimiento y vigilancia siguen por cierto a cargo del disuelto Estado Mayor Presidencial), pero la pregunta por los recursos necesarios para cumplir con la promesa de convertirlo en un auténtico complejo cultural sigue sin responderse.

Así, el documento estelar y más influyente en lo que será el quehacer institucional de la nueva política cultural se ha impuesto a pesar de su escasa originalidad y pobre diagnóstico, y sobre todo sin ofrecer respuesta a los problemas concretos del sector.

[caption id="attachment_875811" align="alignnone" width="696"] Fuente: videoteca.co[/caption]

II . ¿REDISTRIBUIR?

ME SUENA, ME SUENA...

La riqueza cultural del país es proverbial. Premisa y sustento de la fe culturalista (de la que ya hablaba Carlos Monsiváis) que se construyó a lo largo del siglo XX, no es cuantificable fácilmente desde el punto de vista económico, tanto como desde su densidad e impacto universales. Cifrada en el enorme patrimonio material e inmaterial del que disponemos, su importancia es indiscutible. Basta mirar hacia nuestra cocina, las artes visuales, las más de 20 mil zonas arqueológicas registradas o las fiestas populares, para consignar este hecho frente al mundo entero.

Por eso quizás llama más la atención uno de los ejes del documento citado: “Redistribución de la riqueza cultural”. Quisiera suponer que se usa el concepto de redistribución como sinónimo de desconcentración (“la política cultural se concentra en la Ciudad de México y en unas cuantas zonas urbanas”), porque de lo contrario, ¿cómo sería posible, por ejemplo, redistribuir la riqueza cultural —mala o buenamente administrada—, de Oaxaca? ¿Repartiendo los vestigios de Monte Albán por todo el país?

No quisiera llevar hasta el absurdo algunos de los supuestos de este eje primordial de la política cultural morenista. Sin embargo, puesto que no se habla nunca de descentralización presupuestaria y política, ni de respeto y autonomía de los institutos y las secretarías de cultura de las diversas entidades del país, la redistribución viene a ser otra cosa: un “esquema que impulse a las culturas locales y sus creaciones”, pero desde la federación y concentrando los recursos, como se verá más adelante.

Por otro lado, cuando en este mismo tema de la redistribución se argumenta que “la mayoría de las y los mexicanos tenemos un acceso limitado a nuestras manifestaciones culturales y creaciones artísticas”, me pregunto si no ocurre lo mismo con aquellas manifestaciones culturales que no son nuestras. Es decir, el mexicano que desconoce el Popol Vuh, ¿no es acaso el mismo que ignora a Herman Melville?

Lo nuestro por delante. Da la impresión de que se pretende volver del algún modo al nacionalismo cultural de los años veinte y treinta, de cuando, como escribió Daniel Cosío Villegas, existía

toda una visión de la sociedad mexicana, nueva, justa, y en cuya realización se puso una fe encendida, sólo comparable a la fe religiosa... El indio y el pobre, tradicionalmente postergados, debían ser un soporte principalísimo... por eso había que exaltar sus virtudes y sus logros... su sensibilidad revelada en danzas, música, artesanías y teatro. Pero también era menester lanzarlos a la corriente cultural universal, dándoles a leer las grandes obras literarias de la humanidad...2

En esta última parte hay, como puede verse, una diferencia sustantiva: el documento que examinamos prácticamente no habla de traer a nuestras tierras lo mejor de la cultura universal (que luego resulta, como se ha demostrado, lo mejor que le ha pasado a nuestros creadores). Sus referencias al exterior son mínimas: usar al servicio exterior para promover nuestra cultura y generar nuevos circuitos para proyectarla al mundo.

"La Cuarta Transformación comenzó en materia cultural con un recorte presupuestal que se sumó a aquellos que sexenio tras sexenio se vienen practicando en nuestro país".

Como ideal, el de aquellos años de la posrevolución que relata Cosío Villegas sin duda era un proyecto coherente. Hoy, frente a un país —a pesar de todo— casi totalmente alfabetizado, con más del 50 % de los mexicanos usando una conexión a internet, inmersos en el vórtice globalizador, hablar de promover el intercambio entre las regiones, a través de “misiones culturales” que lleguen a las comunidades más alejadas, suena a una catequización nacionalista no sólo innecesaria sino demagógica.

Esta redistribución sin descentralización real ni reivindicación clara de la pluralidad cultural (donde lo comunitario o incluso las raíces indígenas son una parte sustantiva, sí, pero una parte), parece más una coartada ideológica que un programa serio de gobierno. Por lo mismo, corre el riesgo de que la previsión de Marx (aquella idea nada peregrina —sólo de origen hegeliano— de que la historia se repite como tragedia y luego como farsa) se cumpla, pues es evidente que la dinámica cultural del país es mucho más viva, intensa y sofisticada que lo que presupone esta exaltación hasta cierto punto artificial de lo comunitario, lo local y regional (controlados presupuestalmente desde el centro).

¿Por qué nunca es suficiente hablar de la pluralidad cultural de la nación? Como bien ha dicho Lourdes Arizpe, la nuestra, al igual que toda identidad, es relacional y múltiple:

Los mexicanos somos, al mismo tiempo, oriundos de un pueblo, barrio o ciudad, portadores de una cultura étnica —originaria maya o nahua, o de inmigración, afro y otras— o regional —oaxaqueña, jarocha, tapatía, norteña, yucateca—, practicantes de una dirección, profesión, oficio o subempleo, miembros de una feligresía religiosa, adherentes de grupos sociales diversos, y aficionados a tales o cuales tipos de música, o deporte o lo que sea. Cada una de estas filiaciones y adhesiones nos une a una gran variedad de grupos y entreteje nuestra identidad total. Hoy, además, varias de estas pertenencias múltiples nos unen a grupos en otros lugares del mundo. Así sucede con los mexicanos migrantes, artistas y viajantes de la cultura que viven en otros países.3

¿Somos más? ¿Somos menos? Esta forma de ser nuestra, compleja y rica, no se puede reducir a visiones locales, regionales o tradicionales, porque está presente en todas partes. Preocupa que el diagnóstico de la riqueza cultural que se quiere redistribuir sea limitado, como parte de un plan que no habla tampoco de la libertad cultural que hemos alcanzado a lo largo del siglo XX y que debemos consolidar para la construcción de un país  democrático y moderno, con una ciudadanía crítica y libre.

La “redistribución de la riqueza cultural” pareciera tender a descuidar o anular los programas nacionales (y no pocos locales) que vienen funcionando bien en aras de crear lo nuevo o de llegar a las “más lejanas comunidades”. Su planteamiento de nuevas “rutas de intercambio” a partir de abstracciones como aquella de que “el reconocimiento y el flujo de conocimiento serán la semilla de la nueva política cultural”, puede suponer la suplantación del desarrollo alcanzado por la vía de la experiencia institucional de décadas.

Lo que queda claro es que, contra lo que podría suponerse por el título, El poder de la cultura no promueve la actividad artística como sujeto o protagonista del cambio, sino como complemento de éste. Desde sus primeras palabras define esta vocación subalterna: “A lo largo de la historia no se ha registrado ninguna transformación social que no haya sido acompañada de una renovación cultural”. ¿Y qué mejor idea para acompañar un cambio de régimen —como definen el proceso actualmente en marcha— que apelar a algo tan rimbombante como la “redistribución de la riqueza cultural”?

[caption id="attachment_875810" align="alignnone" width="945"] Fuente: decanet.net[/caption]

III.RECORTES: "PARECE QUE PERDIMOS"

La Cuarta Transformación comenzó en materia cultural con un recorte presupuestal que se sumó a aquellos que sexenio tras sexenio se vienen practicando en nuestro país, cada vez en mayor detrimento del quehacer que nos ocupa.

El paquete económico aprobado planteó un presupuesto de 12 mil 394 millones para el área. En medio del descontento de buena parte de la comunidad cultural, no faltó la consoladora mirada al pasado del presidente de la Comisión de Cultura, Sergio Mayer, quien recordó que en el sexenio de Peña Nieto el presupuesto para la cultura pasó de 17 mil 300 millones de pesos en 2012 a 12 mil 900 millones para 2018.

Días después, el 22 de diciembre, el citado Mayer y la secretaria de Cultura, Alejandra Frausto, se disputaban en las redes el logro de un incremento de 500 millones de pesos al presupuesto para el sector cultural, con lo que éste quedó finalmente en 12 mil 894.

No obstante, el descontento perduró no sólo por el monto sino por la forma en que se decidió distribuir. Por ejemplo, 600 millones se destinarán directamente al programa Cultura Comunitaria, mientras que el INBA recibirá 176 millones menos que en 2018. Es apenas un ejemplo de cómo todas las áreas del sector acusan una disminución que puede alcanzar hasta un 26 % real si se considera la inflación y el tipo de cambio, según cálculos de Arturo Saucedo, un conocedor del tema.

El mismo Saucedo lamentó desde un principio lo que venimos señalando:

El que se concentre nuevamente el presupuesto en la oficina de la Secretaría de Cultura implica que, pese al discurso, no se está descentralizando, ni se atienden las necesidades de las entidades federativas ni de los municipios, y se hará de manera discrecional...4

A pesar de los datos contundentes que se mostraron en su momento acerca de la reducción presupuestal, la Secretaría de Cultura insistió en que se trata de

un presupuesto transparente y responsable, en sintonía con la realidad del país en términos de acceso a la cultura y promoción de las artes. Con este presupuesto podremos reorientar gastos en asuntos prioritarios e implementar una fuerte política de creación, desarrollo y promoción cultural.5

Lo que vino después es que todos conocemos a alguien que ha sido despedido de la SC, y no precisamente por tener sueldos excesivos o privilegios. También en esto, la SC acompaña el proyecto de austeridad con el que se busca financiar los programas sociales clientelares puestos en marcha por el gobierno de López Obrador. ¿Cuántos son los despedidos del sector cultural? De momento no lo sabemos con precisión, pero crónicas como ésta de La Jornada se han hecho más y más comunes:

En las oficinas del Fonca ubicadas en la calle Sabino 63, colonia Santa María la Ribera, ante la sorpresa de sus compañeros, fueron despedidos todos los trabajadores del área encargada del programa Jóvenes Creadores... La mañana del viernes, de acuerdo con versiones del personal de esa instancia que pidió el anonimato, “corrieron como a diez compañeros como si fueran ratas; les dieron hasta la una de la tarde para que se fueran, hasta la seguridad del edificio subió al departamento para decirles que ya no podían estar ahí... no son maneras, varios de nosotros llevamos trabajando aquí varios años, no nos avisaron que el recorte nos tocaría, no estábamos preparados”, dijo uno de los afectados... Otra trabajadora, en medio del llanto, apuntó: “es increíble lo que está haciendo este gobierno, hasta parece que perdimos cuando hace unos meses festejábamos el triunfo de Andrés Manuel López Obrador”.6

No obstante la promesa de que no habría despidos masivos, estas escenas se reproducen en casi todos los espacios de la Secretaría de Cultura. El despedido más notorio hasta el momento es el de Daniel Goldin, un reconocido profesional quien era director de la Biblioteca Vasconcelos y padeció el maltrato de las autoridades de la biblioteca que encabeza ahora Marx Arriaga. Alguien que trabaja con el nuevo director habría pedido a Goldin: “desocupa la dirección y bájate uno de los escritorios al sótano”.

Antes, de acuerdo también con información de La Jornada, un grupo de 65 trabajadores eventuales denunció que la biblioteca funcionaba “al borde del colapso... ante el despido de personal calificado y la zozobra laboral en la que permanece el resto de esa plantilla, lo cual redunda en perjuicio para sus usuarios”.

"Desde su invención, la manzana de la discordia entre la comunidad cultural mexicana ha sido el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes".

En plenos tiempos de Regeneración Nacional, a uno lo despiden personajes que pueden llevar por nombre Marx o Lenin, pero también sobrenombres como Marvel (Antonio Martínez, en realidad el encargado de justificar ante la prensa y las redes cualquier atrocidad, más las que él añade) o de prosapia dinástica, si bien de formas procaces, como Paco Taibo II.

Ahora bien, entre las desavenencias surgidas en torno del presupuesto cultural no hay que perder de vista la que hay entre la federación y los institutos y las secretarías de cultura de los estados. Estos, frente al recorte y la forma como se ha gestionado, constituyeron en diciembre pasado la Asociación Mexicana de Secretarios y Titulares de Cultura, integrada por representantes de 22 estados del país.

Su reclamo es meridiano, tal y como lo expresó en su momento el secretario de Cultura de Guerrero, Mauricio Leyva Castrejón:

Queremos que se regrese el subsidio piso que se nos arrebató a los secretarios de Cultura que era de 34 millones de pesos y que había sido un logro histórico porque estamos frente a un recorte que desde el 2012 no había sido tan atroz.7

La relación del gobierno federal y las instancias estatales de cultura no siempre ha sido la mejor, pero esta vez tiende a empeorar. Lo que escribió hace no mucho el sociólogo sinaloense Ronaldo González Valdés, exfuncionario cultural y estudioso del tema, sigue siendo cierto:

Está claro que, pese a la creación de la Secretaría de Cultura el sexenio pasado, en materia de financiamiento hay una evidente centralización (y diríase concentración) del recurso, además de que, en el renglón de política pública, sigue trabajándose con el mismo mapa programático, muy convencional y poco adaptado a las nuevas realidades de nuestros tiempos (globalización, nacionalismos y redes sociales incluidas), desde hace varias décadas. Una abrumadora conclusión, a la que no parece llegar el nuevo gobierno de la República, es, en consecuencia, la ausencia de una política cultural auténticamente republicana y federalista igual en lo normativo que en lo presupuestal o programático.8

Y entrando a las precisiones que buena falta hacen hoy, Ronaldo González apuntaba:

En ningún momento se establece siquiera la posibilidad de crear un Fondo de Aportaciones con criterios bien definidos, con una fórmula de asignaciones, que garantice recursos para apoyar los programas de educación artística, compañías y animación cultural en las entidades federativas. Tampoco se piensa en la manera de vincular los programas federales con las problemáticas de las regiones y comunidades en donde se gesta el déficit de cohesión social y ciudadanía que padecemos.9

[caption id="attachment_875809" align="alignnone" width="945"] Foto: Cuartoscuro[/caption]

IV. LAS BECAS DE LA DISCORDIA

Desde su invención en tiempos salinistas, la manzana de la discordia entre la comunidad cultural mexicana ha sido el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca). Entre la indolencia de los becados y el resentimiento de los rechazados y/o marginados se ha configurado un paisaje de confrontación permanente.

En medio hay un ilustre sector que nunca ha pedido beca y que se las ha arreglado por sí mismo para producir grandes cosas. Los que lo integran mantienen un dejo de burla sobre el tema y sus protagonistas, es decir, los becarios que antes fueron jurado y viceversa, y otros que han repetido esos papeles en varias ocasiones.

El asunto se ha discutido muchas veces, pero nunca desde la perspectiva más elemental, que conviene a un país pobre como lo sigue siendo el nuestro: ¿privilegiar el estatus social o el artístico? Mientras el debate se reanima, en espera de que el nuevo titular del Fonca, Mario Bellatin, presente puntualmente su programa (ha adelantado que “el Fonca es una joya, pero debe adaptarse al tiempo actual”10), es evidente que aquí el régimen se juega uno de sus principales pilares de apoyo.

Por lo pronto, no ha sido presentado el programa que Bellatin se había comprometido a entregar hace unos días y el Encuentro de Jóvenes Creadores, programado para el 14 de febrero, fue cancelado.

Y ahora el problema crece, para empezar en su dimensión financiera real, como lo ha hecho notar Blanca González en Proceso:

Con el aumento al salario mínimo que estableció el presidente Andrés Manuel López Obrador —102.68 pesos diarios—, las cuestionables becas que otorga el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca) a artistas pertenecientes a los programas de Creadores Eméritos y del Sistema Nacional de Creadores (SNC), van a incrementarse aproximadamente a 61 mil 200 pesos mensuales para los primeros, y a 45 mil 900 pesos mensuales para los segundos.11

Se trata, de acuerdo con Blanca González, de “dos ingresos pagados con impuestos de los ciudadanos que, si estuvieran gravados fiscalmente, corresponderían a un salario aproximado de 79 mil 560 pesos para los Eméritos y 59 mil 670 pesos para los miembros del SNC”.12

No es poco, y en tiempos de austeridad impuesta por el nuevo gobierno, estas cifras resultan más bien escandalosas, en función, primero, de que muchos artistas en México —enorme privilegio— no pagan impuestos. Otros, que han alcanzado el grado de eméritos, reciben becas vitalicias no obstante los extraordinarios ingresos que reciben por sus obras o como resultado de su trabajo en diversas instancias (hay quienes suman hasta cuatro o cinco sueldos, aparte de su beca).

"Tenemos un catálogo inmenso de atribuciones concentradas en un solo funcionario, Paco Ignacio Taibo II, cuya llegada al cargo ha revelado el estilo de gobernar del presidente".

Nada más en el rubro de artes visuales, la antes citada Blanca González contabiliza unos “221 creadores en el Sistema Nacional de Creadores y once eméritos”; con ello,

la erogación mensual será de 10 millones 143 mil 900 pesos para los primeros, y 673 mil 200 pesos para los segundos. Un total de aproximadamente 129 millones 805 mil 200 pesos en un año exclusivamente para las artes visuales.13

Frente a la austeridad impuesta, el tema de las becas será uno de los más complejos en esta administración. Ya hace años, cuando Mini Caire dirigió el Fonca a comienzos del pasado sexenio, los becarios reaccionaron contra una serie de modificaciones en la convocatoria del SNC. Una de las que más los molestó era la que estipulaba que tendrían que esperar un año antes de presentarse de nuevo a concurso para obtener una beca.

Malamente, las becas se han convertido en un tema intocable. No me imagino a la actual administración imponiendo nuevas reglas o terminando con los privilegios y excesos. Una cosa es despedir a montones de trabajadores por honorarios, como se ha venido haciendo, y otra muy diferente recortar o cancelar becas.

Por lo demás, nuestra inteligencia becaria, como la he llamado en otras oportunidades, no siente ningún apuro porque el sistema de becas, la más confortable invención del Estado cultural mexicano, cambie.

V. EL ESTADO EDITOR

Desde que el Estado Cultural mexicano dio sus primeros pasos luego de la Revolución, se propuso poner al libro —barato y/o regalado— como instrumento fundamental de la cruzada civilizatoria que emprendió. Esa fe culturalista hizo esfuerzos editoriales mayúsculos para poder producir los miles y miles de ejemplares comprometidos en el proyecto educativo.

El Fondo de Cultura Económica encabeza hoy el conjunto de instancias con las que cuenta el Estado mexicano en su faceta como editor, pero ahora con un nuevo modelo en el que concentra a Educal, la Dirección General de Publicaciones, Alas y Raíces y todo cuanto sirva a la Estrategia Nacional de Lectura, anunciada hace unas semanas.

Rafael Pérez Gay, sin conocer todavía cómo crecería en este sexenio el Leviatán editorial, advertía hace poco más de diez años:

Debe insistirse en que no hay en el mundo una industria editorial importante allí donde el Estado no libera el libro de texto, el único mercado realmente cautivo del libro. Mientras esto no ocurra en México, hay que alarmarse por otra proclividad del Estado: imprimir libros, y muchos, y muy baratos. Esto atenta contra las editoriales, grandes y pequeñas, sabedoras de lo que en efecto cuesta un volumen. Es poca la demanda, y se dilapida en libros subsidiados.14

La irracional concentración del poder editorial del Estado en una instancia como el Fondo de Cultura Económica, no puede augurar otra cosa más que la multiplicación exponencial de esa tendencia que advertía Pérez Gay. Y si a eso añadimos lo que serán los instrumentos de la Estrategia Nacional de Lectura, tenemos entonces un catálogo inmenso de atribuciones concentradas en un solo funcionario, Paco Ignacio Taibo II, cuya llegada al cargo ha sido profundamente reveladora del estilo de gobernar del presidente López Obrador.

El mismo gobierno que hace una distribución masiva de la Cartilla moral de Alfonso Reyes, reforma la ley a gusto para poder concretar el nombramiento de Taibo II como director del FCE, habida cuenta del impedimento legal que existía. En su cartilla, Reyes dice desde sus primeras líneas que “No todo está permitido... El bien no debe confundirse con nuestro interés particular”, pero en los tiempos que corren la máxima a seguir, por lo visto, es que no importan los medios, sino los fines.

No me detendré en la síntesis obscena que el propio Taibo II hizo de su triunfo frente a los que cuestionaron la legalidad de su nombramiento, pero sí en su ungimiento como caudillo cultural comprometido, literalmente, con abaratar los libros, como si esa fuera la condición esencial para incrementar los niveles de lectura en nuestro país.

La elefantiásica estructura editorial que ahora dirige Taibo II ya ha puesto en circulación sus primeros cincuenta títulos a menos de cincuenta pesos. A esa acción seguirán otras muchas donde la premisa de lo masivo y barato se antepondrá a otros criterios, como el que ha señalado el editor Tomás Granados:

Más que publicar cientos de miles, incluso millones de ejemplares de unas pocas obras —que es lo que en el mejor de los casos podrá hacer el nuevo FCE, con las inevitables limitaciones de calidad y diversidad que enfrenta cualquier entidad editora—, la cuarta transformación lectora debería fortalecer la presencia de las bibliotecas barriales o comunitarias, abrir las que hoy tienen propósitos acotados, dinamizar las que son meros almacenes de páginas mudas.15

Creer que en México no se lee porque los libros son caros es la premisa errónea de un proyecto cuyo destino final bien puede ser el que prevé la sabiduría popular: lo barato sale caro.

[caption id="attachment_875808" align="alignnone" width="945"] Fuente: freepik.es[/caption]

VI. EL HORIZONTE

En política —y, obvio, también en política cultural— los primeros cien días de un gobierno nunca son del todo determinantes, pero sí anticipan lógicas, estilos y formas de proceder que generalmente marcan cuál será el desarrollo de una administración.

Desde luego, siempre es posible enmendar errores y corregir el rumbo. La política cultural que se perfila en nuestro país tiene problemas de concepción y ejecución muy evidentes que, sin embargo, pueden ser superados abriendo espacios para la reflexión y el análisis, y convocando la participación de los mejores especialistas en cada rubro.

Reconocer que no todo se hizo mal en las anteriores administraciones es parte de otros reconocimientos no menos importantes: no se va a inventar el hilo negro en este gobierno y tampoco las buenas intenciones son suficientes.

El nivel de vanguardia que mantiene la cultura mexicana no depende, por suerte, única ni principalmente de las acciones del gobierno. La presencia exitosa de muchas manifestaciones de nuestra identidad en el mundo, a través del arte popular, la cocina, las artes visuales, el cine, la literatura, la ópera, el teatro, la danza o la música no están sujetas a las buenas o malas decisiones que se tomen desde la Secretaría de Cultura. No obstante, sería importante que desde esta instancia se le respaldara.

Lo cierto es que la libertad cultural que se ha construido en México durante décadas —y que ha hecho posible que un sinnúmero de talentos artísticos prosperen y nos representen, orgullosos, ante el mundo—, configura una dinámica que los actuales funcionarios culturales no podrán ignorar porque está muy por delante de la Cuarta Transformación.

Notas

1 Disponible en http://bit.ly/2EjL8rB.

2 Citado por Gabriel Zaid en Daniel Cosío Villegas. Imprenta y vida pública, FCE, México, 1985.

3 Lourdes Arizpe,  “Cultura e identidad. Mexicanos en la era global”, Revista de la Universidad Nacional, Nueva época, núm. 92, octubre, 2011.

4 Juan Carlos Talavera, “Concentran y reducen presupuesto de Cultura”,  Excélsior, 17 de diciembre, 2018.

5 Secretaría de Cultura, Comunicado de prensa, 18 de diciembre, 2018.

6 Mónica Mateos-Vega, Carlos Paul, Ángel Vargas y Reyes Martínez, “Trabajadores de la cultura denuncian ‘despidos masivos’ y maltrato”, La Jornada, 2 de febrero, 2019.

7 Vicente Gutiérrez, “Se rebelan secretarios estatales de cultura”,  El Economista, 17 de diciembre, 2018.

8 Rolando González Valdés,  “Nueve tareas para la política cultural”, en la edición digital de la revista nexos, 10 de septiembre, 2015 http://www.nexos.com.mx/?p=26273).

9 Ibid.

10 Erika P. Bucio, "Traza Mario Bellatin ruta para el Fonca", Reforma, 11 de enero, 2019.

11 Blanca González Rosas, “Austeridad vs. derroche: las becas del Fonca”, Proceso, 15 de enero, 2019.

12 Ibid.

13 Ibid.

14 Rafael Pérez Gay, “Dilemas del Estado cultural”, en Cultura mexicana: revisión y prospectiva, varios autores, Francisco Toledo, Enrique Florescano y José Woldenberg (coordinadores), Taurus, México, 2008, pp. 180-181.

15  Tomás Granados Salinas, “Días de (otro) combate: una crítica del proyecto de Taibo II en el FCE”, Confabulario, suplemento cultural de El Universal, 5 de enero, 2019.