Edward Dahlberg, un puñado de máximas

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Foto: larazondemexico

Las razones del corazón es un breve libro de máximas de Edward Dahlberg (1900-1977), escritor estadunidense cuya prosa, desde el mismo inicio de su carrera, siempre fue mucho más poderosa cuando le interesó enunciar que incitar, como lo notó un crítico temprano de su narrativa, John Chamberlain (1903-1995).

Dahlberg reunió estas máximas a mediados de los novecientos sesenta. Ya era una especie de autor de culto en el mundo literario anglosajón, no obstante su intensa e ininterrumpida actividad pública, en la cual era mucho más respetado por sus diversos ensayos o por su autobiografía (Because I Was Flesh), que por sus novelas (Bottom Dogs, From Flushing to Calvary y Those Who Perish) o su poesía (Kentucky Blue Grass Henry Smith, Cipango’s Hinder Door). De identificarse con la llamada literatura proletaria del final de los novecientos veinte y el inicio de los treinta, Dahlberg migró formal y políticamente hacia la crítica de nuestra historia moderna en su acepción más amplia, y hacia una suerte de antropología literaria de sus escritores y artistas predilectos, no sin antes pasar unos meses entre los de abajo en la capital de México en 1937. Todas estas pasiones arden en las cartas que cruzó con una amplia variedad de autores, como Herbert Read (1893-1968).

La palabra y el ejemplo del artista Alfred Stieglitz (1864-1946), el escritor Theodore Dreiser (1871-1945) y el activista Randolph Bourne (1886-1918) fueron clave en el desempeño de Dahlberg, incluso en la construcción tanto de su credo como de su persona pública. El tono de sus ensayos, que no la textura de su prosa inconfundible, lo encontró en otro escritor estadunidense, diez años menor, Charles Olson (1910-1970), y a quien sobrevivió casi por una década. “Nunca le he ofrecido un cardumen de vocales y consonantes ni a Mammón ni a esa otra ramera, la Fama”, escribió Dahlberg en 1946. “Me propongo seguir como hasta hoy, sembrando dientes de dragón cuando así haga falta, y germinando afecto en el alma de mis desconocidos lectores, si lo puedo hacer”. Anthony Burgess fue uno de esos lectores, y desde muy joven siguió con entusiasmo cada uno de los movimientos de Dahlberg —como el citado Read, desde el otro lado del Atlántico—, al grado que identificó con claridad el enorme pavor que la voz de un excéntrico como Dahlberg era capaz de suscitar con su obra.

Si a los mejores les faltan convicciones, dijo Burgess citando a Yeats, cuando se trata de escritores también les suelen faltar regalías. Toda su vida Dahlberg se esmeró porque la pobreza material, la indecible precariedad de su vida diaria, no le ocupara todo el tiempo, alejándolo de la responsabilidad social de su oficio y de la manifestación de sus propias aprehensiones y afectos por medio de su propio arte. “Todos los artistas, en donde sea, son parias”, escribió en el ensayo central de Vivirán estos huesos (Universidad Veracruzana, 2007). “Pero ciertos países los lapidan más que otros, obstaculizan sus destinos al grado de que sus vidas acaban salvajemente desolladas, como las tres gargantas del Cancerbero”. Ésta fue la levadura que empleó para darle forma a sus diversos apuntes del natural, a su prédica contra la superstición del Estado, contra sus imágenes y fetiches, a sus luminosas reflexiones sobre los ritos modernos de la obediencia y la sumisión. Tal es el vasto arsenal retórico de Dahlberg que en algún momento se pudo plantear incluso la elaboración de una distopía para plantar al lector ante el negro espejo de la sátira, a la manera de otros autores en lengua inglesa como Macaulay, Huxley, Orwell. No lo hizo, es un hecho incontestable, aferrado siempre a su elocuencia, a su creciente aversión a incitaciones de corte sentimental, a la pertinencia de cada aseveración que arrancaba a la experiencia diaria de vivir en el infierno de un presente asfixiado por el peso del pasado y con el futuro hipotecado a perpetuidad.

Se diría que todo el tiempo sostuvo en pie a Dahlberg, de manera literal, la conocida máxima de Blaise Pascal según la cual el corazón tiene razones que la razón no entiende. La mera sobrevivencia de Dahlberg escapa precisamente a cualquier entendimiento, desde el encierro en un orfanato precario y fiero durante su infancia hasta la proscripción social en la que transitó su vejez. Y lo que es más, Dahlberg vislumbró que de nada o muy poco le servía reconocer la fuerza oculta de la admonición de Pascal, si al menos no intentaba desgranar para sí las razones de su propio corazón en un puñado de máximas. De eso se trata.