Neruda en Morelos

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Foto: larazondemexico

Recientemente vi en Netflix una película (Pearl Harbor) y una serie (La Segunda Guerra Mundial a todo color). La primera hace una convincente reproducción del ataque sufrido por las fuerzas estadunidenses en Hawái, al mismo tiempo que desarrolla una trama de amor entre pilotos y enfermeras. La segunda, más que “a todo color”, coloreada, tiene una buena narrativa que va y viene en el tiempo a lo largo de toda la guerra. Las imágenes no dejan de ser repetitivas: cazas derribados, acorazados y portaviones hundidos, submarinos, metralla, bombardeos, resistencia, cadáveres a montones y la presencia de los principales personajes que determinaron el curso del conflicto moderno que más muertos ha aportado a la historia reciente.

Cuando aún me faltaban algunos episodios por ver de la serie, mi hermano me envió un artículo acerca de la presencia de Pablo Neruda en Morelos que se ligaba con lo que estaba viendo.

Tres semanas después de que la Armada Imperial Japonesa bombardeara sorpresivamente la base naval de Estados Unidos en Pearl Harbor, el domingo 28 de diciembre de 1941 Pablo Neruda y amigos fueron atacados en Cuernavaca por un grupo de presuntos agentes nazis, llamados la “Quinta Columna”. El entonces cónsul general de Chile en México, compartía la mesa con amigos —entre ellos Luis Enrique Délano, padre de Poli— en el Restaurante Hotel Parque Amatlán. En algún momento brindaron por los presidentes de Estados Unidos y México —que ya le había declarado la guerra al Eje—, Franklin D. Roosevelt y Manuel Ávila Camacho, sin saber que en otra mesa los escuchaban con atención unos alemanes de la Gestapo.

"Neruda y amigos fueron atacados en Cuernavaca por un grupo de presuntos agentes nazis".

Xalbador García (vientredecabra.wordpress.com) cita una carta dirigida por el poeta a Diego Muñoz y Alberto Romero: “De pronto estos bandidos se levantan y se precipitan sobre nosotros, formados más o menos militarmente, armados de sillas y unos laques que fueron a buscar a sus automóviles. [...] Haciendo el saludo nazi se lanzaron contra nosotros que naturalmente nos defendimos, a silletazos, bofetadas, etcétera. Pero eran muchos y como os digo estaban armados. Yo recibí un lacazo que me partió la cabeza, no sin haber pegado algunos silletazos, pero os digo que tengo la cabeza dura. Algunos eran derribados y se levantaban felina y gimnásticamente”. A pesar de su “cabeza dura”, el poeta terminó con un fuerte golpe, que en palabras de Poli Délano —que entonces tenía seis años y que había presenciado la escena debajo de una mesa— tenía “la cabeza partida y la sangre corriendo a raudales”. Los agresores huyeron y el hotel, propiedad de Roberto Kabler, también simpatizante de Hitler, fue clausurado. Antes de que nuestro país se uniera a los aliados, el dictador alemán había formado células en México para tener una mayor cercanía con Estados Unidos. Un año antes del incidente, Neruda había recibido la autorización de Lázaro Cárdenas para ocupar el consulado general de la embajada chilena en nuestro país. Su fotografía, con la cabeza vendada, circuló rápidamente por diarios de México y Latnoamérica y provocó el rechazo unánime de una buena cantidad de escritores e intelectuales de todo el mundo. Ya antes, Malcolm Lowry “confirmó que Cuernavaca era un foco de fanáticos de Hitler y Franco” (Mario Casasús, Pablo Neruda en Morelos 1941-1966, Libertad bajo palabra, México, 2016; se consigue en línea).

A pesar de ese episodio, Neruda regresó a Morelos muchas veces a lo largo de los años. Según un artículo publicado por Carlos Lavín en el Diario de Morelos, el poeta compartió en Cuernavaca “amistad con Alfonso Reyes, Carlos Fuentes, Andrés Henestrosa, Carlos Pellicer, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros”, “tramitó su divorcio en Jojutla, se casó en Tetecala; en Cuautla, comía en el mercado y departía en las más antiguas cantinas”, “gustaba de comer iguana, conejo y huevos de codorniz acompañados de cereza o agua de coco en el Salto de San Antón”. Hubiera vivido los últimos años en nuestro país, pero no lo quiso así el destino. Gonzalo Martínez Corbalá, nuestro embajador en Chile, le ofreció asilo. Quedaron que lo harían el lunes 24 de septiembre de 1973. Murió un día antes.