Literatura venezolana creatividad y conflicto

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I

Durante el siglo XX, la literatura venezolana no logró la presencia internacional de otras literaturas del continente, al no contar con su repertorio de premios internacionales, traducciones, reediciones y crítica tanto académica como de medios impresos. Salvo figuras señeras conocidas en la primera mitad del siglo XX como Rómulo Gallegos, Teresa de la Parra, Mariano Picón Salas y Arturo Uslar Pietri (cuyos cuentos se reeditaron recientemente en México, de la mano del crítico venezolano Gustavo Guerrero), no es frecuente la inclusión de Venezuela en el canon latinoamericano que orienta la formación universitaria, es objeto de revisiones especializadas y se sigue leyendo hoy día. Tampoco tenemos un autor con la popularidad de García Márquez, por ejemplo. La Biblioteca Ayacucho, creada en Venezuela, cuyo espléndido fondo editorial podría calificarse perfectamente como el gran canon latinoamericano, no logró una mayor penetración de la literatura venezolana en la academia internacional ni tampoco entre los lectores, especializados o no. Lo mismo podría decirse de Monte Ávila Editores, con un catálogo excelente que ha ido perdiendo por problemas de gestión.

Venezuela, muy cosmopolita en cuanto a gustos literarios, no lo ha sido en la misma medida en relación con el mercado del libro. Es decir, no se ha orientado a la internacionalización de los autores, lo cual implica inversión monetaria tanto como relaciones públicas y mercadeo. Es necesario el cultivo del medio académico y también un trato permanente con los medios de comunicación. Sobre todo en el caso de la narrativa, no está de más que los escritores radiquen en capitales como Barcelona, Madrid o México, y que la presencia en ferias internacionales llame la atención de editores en otras lenguas. En cuanto a la poesía, el cuento y la crónica, el ciberespacio favorece una circulación menos dependiente del gran aparato editorial alrededor del libro, pero no independiente de él, pues para convertirse en un poeta de renombre absolutamente internacional, editoriales al estilo de Pre-Textos y Visor siguen siendo vitales. Asimismo, no es lo mismo publicar crónicas en Tusquets que hacerlo de manera dispersa o en libros que no salen de Venezuela. Por último, y no menos importante, a pesar de que el libro electrónico facilita enormemente la circulación literaria, el impreso sigue siendo clave para los lectores. En resumen, que se conozca la literatura de un país depende de un alto grado de profesionalización editorial que permita dar a conocer creadores y libros en un mercado global en español y en otras lenguas, no solamente de la calidad de los autores.

POR FORTUNA ya contamos con varios nombres que han superado las fronteras de Venezuela, pero también con escritores de calidad poco conocidos o desconocidos en el exterior, que le han dado un gran empuje creativo a la literatura venezolana del siglo XXI. Sometidos a los vaivenes y las tensiones editoriales, literarias y políticas dimanadas del impacto de la revolución bolivariana en el campo literario, poetas, narradores, ensayistas y críticos han apostado por la palabra con persistencia y brillo, incluso en estos últimos seis años testigos del desmoronamiento del mundo del libro dada la situación económica.

Todo inventario es injusto, y éste peca al subrayar la creación ligada con la situación de Venezuela y al marcar el énfasis en los autores publicados fuera del país. Igualmente, se señala a autores con premios internacionales y varios libros pero sólo se menciona uno, máximo dos. Además, el presente ejercicio busca estimular la lectura, para lo cual es necesario que los libros puedan adquirirse en impreso o digital; si no se consiguen en la edición original, en publicaciones posteriores con otras casas editoras. Se tomó también en consideración la pertenencia generacional y los distintos géneros. Por supuesto, la selección de autores sufre de otras limitaciones típicas en estos panoramas: preferencias personales, olvidos, los siempre polémicos premios y, lo más difícil, los buenos escritores que deben dejarse de lado en esta oportunidad.

"Las dificultades cambiarias hicieron más rentable invertir en autores nacionales. Con el tiempo se nacionalizó la oferta editorial porque la dificultad de importar libros comenzó a crecer".

II

Hasta 1998, cuando comienza la revolución bolivariana en Venezuela, el Estado fue el gran editor. Las voces literarias del país contaban con Monte Ávila y FUNDARTE, las cuales apoyaban a escritores de distintos géneros. Asimismo, existían concursos literarios que daban a conocer las nuevas voces. No obstante, la literatura venezolana parecía falta de lectores interesados, como si entre ella y su público inmediato hubiese un abismo difícil de subsanar. Aunque en el mundo entero los autores nacionales han estado compitiendo hace mucho tiempo con best sellers vendidos por millones, por lo menos el público universitario lector mantenía cierta familiaridad con ellos. Las editoriales privadas no apostaban por creadores del patio y la ausencia de estos de los medios de comunicación y de la educación formal empeoraba la situación. Si el mundo del libro reflejaba la realidad de un país petrolero que enfrentó una baja sustancial de los precios del crudo en la década de los noventa, era evidente que entre los lectores y la literatura nacional la separación trascendía la coyuntura económica.

LA LLEGADA de la revolución bolivariana en 1998 produjo una profunda sacudida en el campo cultural, intelectual y literario venezolano. Con los años se constituyeron dos circuitos de escritura, edición y recepción completamente diferenciados por razones estrictamente políticas. Acudir o no a un recital de poesía, publicar en una determinada editorial o periódico, ser invitado a una feria del libro, frecuentar determinadas librerías, participar en el Premio de Novela Rómulo Gallegos, incluso leer libros de determinados autores y editoriales empezó a tener connotaciones ideológicas. Tan lamentable circunstancia ha marcado la literatura venezolana hasta hoy y explica la presencia del tema político en numerosas obras.

III

Sostengo que la fuerza que tomó la literatura venezolana en lo que va de este siglo se debe tanto a la creatividad de los escritores como al manejo profesional de editores privados. No estoy en contra de editoriales estatales ni mucho menos, pues tienen un rol clave en las políticas culturales orientadas a la lectura en países como los nuestros, pero en el caso concreto de Venezuela, su situación política y económica marcó el auge de la edición privada. Tan tempranamente como en el año 2000, hombres y mujeres de letras empezaron a dividirse por razones políticas y a tal situación abonó la búsqueda de opciones editoriales no estatales. Aunque hasta mediados de la pasada década, la estatal Monte Ávila, dirigida por el fallecido escritor Carlos Noguera, intentó mantener una fachada de pluralidad y publicó a escritores opositores, la realidad superó las intenciones de Noguera, pues no hubo rincón de la vida cultural que no se hubiera impregnado de la polarización reinante. En medio de una creciente atmósfera autoritaria, la propaganda gubernamental dentro del sector cultural mostraba como prueba de su índole democrática, muy discutible, los nombres de escritores opositores. Estos luego abandonaron las editoriales del Estado.

Por otra parte, en el año 2003 el gobierno de Hugo Chávez decidió controlar la salida y entrada de divisas en el país, con lo cual empresas y particulares se vieron limitados a solicitar determinadas cantidades de dólares o euros fijadas por el Estado, vía trámites burocráticos. Igualmente, el Estado controlaba el suministro del papel. Las condiciones ya estaban dadas para el manejo político de la publicación impresa, pero a la revolución la literatura nunca le ha molestado realmente, pues su gran preocupación han sido los medios de comunicación. Lo que sí ocurrió es que las dificultades cambiarias, que de entrada propiciaron un floreciente mercado negro de divisas que todavía está en pie, hicieron más rentable invertir en autores nacionales. Además, con el tiempo y paulatinamente se nacionalizó la oferta editorial porque la dificultad de importar libros comenzó a crecer hasta convertirse en un grave escollo.

En todo caso, a la circunstancia cambiaria y la división del sector cultural se sumó una transformación dentro del público lector venezolano, asediado por las circunstancias históricas. El problema dictadura-democracia empezaba a obsesionar a los venezolanos, que entre 2002 y 2008 habían vivido un periodo de fuerte inestabilidad política que incluyó un golpe de Estado (2002) y una huelga petrolera (2002-2003). Luego de confirmarse su mandato en 2004 vía referéndum, Chávez propuso en 2005 el socialismo como vía para Venezuela y ganó las elecciones en 2006, lo cual fue el espaldarazo que necesitaba para acelerar el proceso revolucionario. En 2007 su propuesta de reforma constitucional fue derrotada en las urnas pero posteriormente la impondría por la vía de los hechos. En medio de este ambiente enrarecido y, como ya dijimos, con un control de cambio que restringía las importaciones de libros, la gente buscó en los autores venezolanos respuesta a sus desvelos políticos.

COMENZÓ ENTONCES una nueva y sorprendente etapa. En el año 2004 se publicó la novela Falke, de Federico Vegas (1950), de la mano de Random House Mondadori, Venezuela. Desde lectores de best sellers hasta críticos de las escuelas y los posgrados de literatura del país se volcaron en esta novela histórica que recreaba una empresa quijotesca: derrocar al dictador Juan Vicente Gómez, que gobernó entre 1908 y 1935. El buque Falke llegó a las costas venezolanas pero los insurrectos fueron rápidamente sometidos. La novela consagró a Vegas, cuentista y novelista prolífico que de esa manera  se aseguró un lugar de excepción en la narrativa venezolana.

Su caso de éxito no fue el único. Francisco Suniaga (1954) obtuvo un éxito resonante con El pasajero de Truman (Random House, 2008), que por medio del diálogo de dos hombres mayores reconstruye la historia de Diógenes Escalante. Este personaje fue el candidato civil de consenso entre todos los actores políticos de los años cuarenta del siglo pasado; su enfermedad mental le impidió protagonizar como presidente de la república una transición pacífica de los gobiernos militares a la democracia. La historia tomaría entonces otros caminos, más violentos y traumáticos.

En esta orientación, el ensayista Miguel Ángel Campos publicó Desagravio del mal (Bigott, 2005), libro clave para entender el impacto del petróleo en la cultura y la vida venezolana, con una prosa personalísima, amén de una mirada aguda sobre el papel hipertrofiado del Estado como razón de la decadencia tremenda de la sociedad venezolana. Por su parte, la sobresaliente novelista, ensayista y miembro de número de la Academia Venezolana de la Lengua, Ana Teresa Torres (1945), publicó La herencia de la tribu. Del mito de la Independencia a la Revolución Bolivariana (2009), en el sello de Alfa, la editorial privada con más trayectoria y mejor catálogo del país. Este ensayo, cercano a la historia de las ideas, examina el uso político del pasado en el proceso revolucionario y la persistencia del militarismo y el caudillismo en la antiliberal sociedad venezolana. Su triunfo entre los lectores fue notable y la autora fue convocada a medios y foros públicos en los que el público mostró sus ganas de comprender la coyuntura histórica.

Antes, Torres publicó también en Alfa una novela distópica, Nocturama (2007), que con sorprendente agudeza recreó una ciudad que recuerda mucho a la Caracas de 2019: devastada, hambrienta y anárquica. Esta vocación distópica es evidente en novelas posteriores como Las peripecias inéditas de Teofilus Jones (Alfaguara, Venezuela, 2009), de Fedosy Santaella (1970), radicado en Ciudad de México, cuyos extravagantes personajes viven bajo el imperio de una teocracia inepta y corrupta. Santaella ganaría posteriormente el Premio Internacional de Novela Corta Ciudad de Barbastro (España, 2016) con Los nombres, publicada por Pre-Textos. Otros ejemplo es Jinete a pie (Lector cómplice, 2014), del narrador Israel Centeno (1958), asilado en Estados Unidos, que dibuja una urbe devastada en manos de criminales al servicio del poder político.

Por su parte, la poesía, género de aquilatada trayectoria en Venezuela y que contó con el Estado para su difusión, vivió un auge que se expresó en editoriales privadas como Bid&Co y Sociedad de Amigos del Santo Sepulcro. País (2007), de Yolanda Pantin (1954), es un libro clave por su tratamiento extraordinario del tema político desde la memoria familiar, vista como la intrahistoria entrañable que prueba el alcance de la historia como violencia en la intimidad del mundo doméstico. Pantin, junto con Rafael Cadenas, es la poeta más destacada del país. En 2017 se le otorgó el XVII Premio Casa de América de Poesía Americana por su obra Lo que hace el tiempo. Igualmente, obtuvo el galardón del XVII Premio de Poesía Poetas del Mundo Latino Víctor Sandoval 2015, que otorga el Seminario de Cultura Mexicana. Su obra ha sido publicada en editoriales como Pre-Textos y Visor.

El interés en la literatura venezolana (limitado, sin duda, en comparación con la lectura de best sellers, pero muy real), no se redujo a su cercanía con los dramas políticos. Una novela mayor de este periodo fue sin duda Lluvia (2002), de la escritora Victoria De Stefano, publicada por Candaya en España, una reflexión única sobre el proceso creador desde la soledad de la lectura y la escritura, que expresa la singular potencia estética de la autora. Por su parte, el poeta, narrador, cronista y guionista de televisión, residenciado en México, Alberto Barrera Tyszka (1960), ganó el Premio Herralde de Novela (2006) con La enfermedad, cuyo protagonista es un médico que tiene que lidiar con el cáncer de su padre. Logró mucho éxito de público en Venezuela y traducciones a otros idiomas, un paso más para una literatura poco conocida en el exterior. Patria o muerte, Premio de Novela Tusquets (2015), es su novela más lograda y pone en escena lo que es vivir durante la revolución en Venezuela, desde una perspectiva polifónica que deja respirar sin maniqueísmo a los personajes. Se trata de seres sumergidos en la vida de una sociedad rota, inestable y brutalmente polarizada, hasta el extremo de dividir familias, encerrar niños ante el peligro callejero, enfrentar a arrendadores y arrendatarios de viviendas.

El relato corto dio a conocer en la primera década del milenio a autores de nuevas generaciones que se destacaron con el paso del tiempo y de los que se hablará posteriormente. Ganó una extraordinaria vitalidad y también éxito de público de la mano de autores como Oscar Marcano (1958), cuya mano maestra para los temas relativos a la abyección humana frente a la vida, el poder y el sexo tiene una acabada expresión en Sólo quiero que amanezca, reeditado en 2008 por Seix Barral, Venezuela. En 1999, Marcano ganó el Premio Internacional de Cuento Jorge Luis Borges con este libro. Salvador Fleján (1967), radicado en Argentina, mostró su talento para el humor en Intriga en el Car Wash (Random House, Venezuela, 2006), inusual en una literatura poco dada a explorar la tragicomedia. Personajes fracasados, músicos que alegran las fiestas de narcotraficantes, beisbol, misses, todo un repertorio de la cultura popular venezolana visto desde el desparpajo más absoluto. Miguel Gomes (1964) —cuentista, novelista, ensayista y académico residente en Estados Unidos—, con un estilo personalísimo que mezcla en partes iguales erudición, humor, ironía, fantasía y tragedia, establece su poética con meridiana claridad en Un fantasma portugués (Otero Ediciones, 2004).

"La segunda década del siglo XX ha sido testigo de la decadencia del mundo del libro en Venezuela, luego de un florecimiento que comenzaría a decaer paulatinamente en 2013, con el advenimiento de una crisis económica sin precedentes".

IV

La segunda década del siglo XX ha sido testigo de la decadencia del mundo del libro en Venezuela, luego de un florecimiento que comenzaría a decaer paulatinamente en 2013, con el advenimiento de una crisis económica sin precedentes y una inflación que terminaría haciendo languidecer las mejores intenciones y esfuerzos de los editores, hasta lograr el desmoronamiento del ecosistema editorial venezolano. No obstante, en esta década han ocurrido eventos importantes en cuanto a la emergencia de nuevas voces, la producción literaria de la diáspora, reconocimientos internacionales y publicación de escritores en formatos digitales.

En la medida en que la situación política y económica empeoraba en Venezuela, los escritores se sintieron más llamados a expresarse sobre el tema desde una perspectiva que privilegió sobre todo los efectos en la vida cotidiana. El cuentista, novelista, cronista y promotor cultural Héctor Torres (1968) ofrece en Caracas muerde (Punto Cero, 2012)   un conjunto de crónicas sobre la vida urbana capitalina que funciona como un caleidoscopio que recoge desde una perspectiva abierta a todos los matices posibles la belleza y la furia de una urbe en revolución en el siglo XXI, desde la compasión y la ternura hasta la furia más denodada. Su merecido éxito y la calidad de su propuesta colocan a Torres como el cronista más sobresaliente del país, precisamente en el momento en que se escribe más y mejor crónica en Venezuela, en especial en los medios de comunicación, sobre la trágica situación del país.

De las voces narrativas jóvenes de la década pasada, Rodrigo Blanco Calderón (1981) —cuentista, novelista y editor— ha llegado lejos en razón de su probado talento. Su primera novela, The Night, lanzada simultáneamente en España (Alfaguara, 2016) y Francia (Gallimard), ha logrado posicionarse entre la crítica internacional y ha sido traducida a varios idiomas. En 2007, Blanco Calderón fue seleccionado para formar parte del grupo Bogotá39, los mejores narradores latinoamericanos menores de treinta y nueve años. En junio de 2016 recibió el Premio Rive Gauche à Paris de novela extranjera precisamente por The Night, finalista por cierto del Premio Bienal Mario Vargas Llosa 2019 que se falla en el próximo mes de mayo. El nombre de la novela remite a las largas noches oscuras de una Venezuela sumida en cortes eléctricos, a las veladas de alcohol y conversación que intentan comprender el absurdo de la muerte y el peso del pasado histórico a través de la literatura y de héroes literarios. Novela sobre la literatura y de la literatura, pero sin duda parte de la reflexión estética que ha propiciado la situación revolucionaria en Venezuela.

Otra voz clave es la de la poeta, cronista y narradora Enza García Arreaza (1987), quien obtuvo el VII Premio Literario Cuento Contigo de Casa de América (Madrid, 2004). En 2017, fue residente en el International Writing Program (IWP) de la Universidad de Iowa y escritora invitada en el programa City of Asylum, en Pittsburgh. En 2018 fue seleccionada como escritora residente en el IWP para el año académico de la Universidad Brown. En El bosque de los abedules (Sudaquia, 2010), renueva su interés por historias límite en las que campea el sexo entre la pasión y la sordidez, relaciones humanas complejas hasta la violencia y la presencia del humor negro. El narrador, poeta y ensayista Roberto Martínez Bachrich (1977), actualmente en Estados Unidos, sorprendió con la calidad indudable de sus cuentos en Las guerras íntimas (Lugar Común, 2012), relatos donde lo grotesco y el humor marcan la apetencia por situaciones insólitas que muestra el autor.

Otro tema ha sido el de la diáspora, situación inédita en Venezuela. El novelista, cronista y cuentista Eduardo Sánchez Rugeles (1977), residente en Madrid, tuvo un éxito inusitado entre lectores menores de treinta y cinco años con su novela Blue Label (El Nacional, 2010). Su protagonista, una joven de clase media caraqueña, quiere recuperar la nacionalidad de su abuelo para irse de Venezuela. Su desencanto con el país se evidencia en el viaje a un lejano pueblo con el fin de encontrar a su ancestro, acompañada por un amigo del que se enamora. Recuerda su historia desde París, paralizada por un pasado que no supera. La narración del mundo juvenil desde la perspectiva del desencanto, la droga y el alcohol, con un lenguaje despojado e incisivo, explica su merecido éxito. Desde un punto de vista radicalmente diferente, el también residenciado en Madrid Juan Carlos Méndez Guédez (1967), narra en Chulapos Mambo la insólita vida madrileña de inmigrantes venezolanos en la ruina, mezclados con revolucionarios corruptos y arribistas, entre ellos un supuesto escritor que en realidad no escribe. Con humor y desfachatez únicos, el autor demuestra el lado esperpéntico de la revolución bolivariana. Méndez Guédez ha sido publicado por editoriales como Harper Collins, Siruela, Alianza y Lengua de Trapo.

La poeta, narradora y guionista Sonia Chocrón (1961) aborda también el tema migratorio en Las mujeres de Houdini (Bruguera, Venezuela, 2012), pero desde la perspectiva de la llegada de los judíos a Venezuela en el siglo XX. Tres generaciones de mujeres en distintos países y realidades están relacionadas por el parentesco y por heridas cuya superación depende de saber la verdad tras las apariencias.

La poesía ha sido caja de resonancia de la situación venezolana. Adalber Salas (1987), con Salvoconducto (Pre-Textos, 2015), ganó el Premio de Poesía Arcipreste de Hita, otorgado por esta editorial española y el Ayuntamiento de Alcalá La Real. Es un poemario dedicado a escudriñar la tragedia venezolana desde el deterioro, la miseria del poder y la tristeza de las víctimas. El excelente poeta Igor Barreto (1952) ha publicado igualmente en Pre-Textos su poesía reunida. Su poemario El muro de Mandelshtam (Bartleby, 2017) fue incluido en la lista de los mejores libros del año 2017 por el diario The New York Times (edición en español). Es excepcional la manera en que teje, desde la perspectiva de los lugares y tonos de la pobreza y la miseria, una crítica lapidaria a la revolución bolivariana.

"El poemario El muro de Mandelshtam de Igor Barreto (1952) teje, desde la perspectiva de los lugares y tonos de la pobreza y la miseria, una crítica lapidaria a la revolución bolivariana".

Por su parte, la sobresaliente poeta y narradora Jacqueline Goldberg (1966) rompe en El cuarto de los temblores (Oscar Todtmann Editores, 2018) las fronteras de los géneros, pero siempre desde su perspectiva de poeta, en un libro que explora la experiencia de quien padece una enfermedad de nacimiento, tema tremendamente comprometido en un país con las carencias de Venezuela. Hablando de ruptura genérica, Ricardo Ramírez Requena (1977), en Constancia de la lluvia: Diario 2013-2014 (2015), practica un diarismo que juega con un mundo paralelo distópico y cruel, espejo imaginario de una vida signada por la revolución. Estos experimentos arriesgados tienen otro ejemplo en la novela Santiago se va (2015), de José Urriola (1971), que reflexiona sobre la memoria, la migración y el olvido desde la reconstrucción de la vida del personaje, quien le encarga a un amigo un documental sobre su vida.

Precisamente sobre el tema revolucionario habla Antonio López Ortega (1957), novelista y cuentista publicado por Pre-Textos, además de ensayista. En 2018 publicó La gran regresión. Crónicas de la desmemoria (Ab Ediciones), una recopilación de sus artículos en revistas y prensa entre 2000 y 2016, que le toma el pulso a la situación venezolana desde la cultura, la literatura y la reflexión política.

Para cerrar el inventario, el poeta mayor de mi país, Rafael Cadenas (1930), ha sido galardonado con el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances (2009), el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca (2012) y el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2018). Además, ha sido publicado en editoriales como Pre-Textos, Visor y el Fondo de Cultura Económica, y traducido a lenguas como francés, italiano, inglés, alemán y búlgaro. Hay quienes lo consideran el más grande poeta vivo en lengua española.

La decadencia del mundo editorial venezolano en general, hasta llegar a su agonía actual, ha suspendido hasta nuevo aviso la riqueza del intercambio literario entre lectores y novedades de los escritores. No obstante, la palabra de los venezolanos resiste y se perfila sin el respaldo del Estado para mostrar su empuje y calidad.