Alcanzar la tierra prometida

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larazondemexico

para mi madre, Jeannine Piché

Tengo para mí que con el discurso de apenas ocho minutos que ofreció Jon Stewart para celebrar el otorgamiento de la Medalla Presidencial de la Libertad a Bruce Springsteen, la noche del 22 de noviembre de 2016 en el Lincoln Center de Washington, D. C., tenemos suficiente para lo que reste de la historia del rock y de la música. No hay que buscar mucho más para encontrar un encomio a la vez equilibrado y emotivo, la perfecta máquina suicida ajustada a punto, de rines cromados, avanzando con gasolina inyectada a tope para que, una vez renacidos en nuestra carrera hacia adelante, jamás en dirección contraria, cualquiera consciente de su propia condición errante salga disparado a recorrer autopistas colmadas de héroes caídos, a resistir la tristeza compartida y quizás, solamente quizás, llegar a ese lugar adonde una pareja de solitarios busca llegar, sin saber del todo adónde.

Cierto es sin duda que Barack Obama, quien horas antes le había impuesto la más alta distinción que otorga el gobierno de su país, tampoco lo hizo nada mal, ahí en la Sala Este de la Casa Blanca, colmada de distinguidos recipiendarios: entre ellos la arquitecta Maya Lin, el médico de origen cubano Eduardo Padrón, el gigante Kareem Abdul-Jabbar y Michael Jordan —el primer basquetbolista capaz de alcanzar el aro como quien vuela a la Luna—, Diana Ross, los titanes del celuloide Robert De Niro y Robert Redford, entre una larga y eminente lista de personalidades.

Acerca de Bruce Springsteen, el presidente Obama dijo lo siguiente. Vale la pena volver a escucharlo desde el pozo de la memoria:

Emergió de una jaula en algún punto de la carretera 9. Un niño apacible de Nueva Jersey, tempranamente trató de encontrar sentido en los templos de sueños y misterio que azotaban su pueblo —billares, bares, chicas y automóviles, líneas de producción y altares. Durante décadas, Bruce Springsteen nos ha conducido a través de un largo recorrido que sintetiza los regateos entre la ambición y la justicia, el placer y el dolor; las glorias sencillas y los corazones rotos que todos los días se diseminan en la vida de cada día en Estados Unidos. Con el fin de concebir uno de sus más grandes hits, alguna vez confesó: “Quería crear un álbum que lograra sonar como el último álbum grabado en la Tierra... el último que necesitarías escuchar. Un sonido glorioso... después, el apocalipsis”. Todos los jóvenes inquietos y rebeldes de Estados Unidos escucharon una historia: “Born to Run”. No se detuvo ahí. También nos contó acerca de sí mismo, nos contó algo acerca de todos nosotros. Del trabajador del acero en “Youngstown”. Del veterano de Vietnam en “Born in the USA”. De los enfermos y los marginados en “The Streets of Philadelphia”. Del bombero que carga con el peso de una viga de metal, impulsado por la resiliencia de una nación en “The Rising”. El joven soldado tratando de ajustar sus cuentas en Irak con “Devils and Dust”. Las comunidades aniquiladas por la irresponsabilidad y la avaricia en “Wrecking Ball”. Todos nosotros, con nuestros problemas y nuestras fallas, sin importar el color, la clase social, el credo religioso, todos nosotros a bordo de un tren desafiante y agitado, pasajeros de un tren con destino a “Land of Hope and Dreams”. Todas estas canciones son el himno de Estados Unidos, la realidad que refleja en verdad quiénes somos y los sueños de quienes quisiéramos ser [...]. Sí, yo soy el presidente, pero él es el Jefe. Y empujando ya hacia los setenta años, continúa ofreciendo conciertos de cuatro horas continuas —si no han asistido a alguno de ellos, les puedo asegurar: está trabajando, un tragafuegos del rock’n’roll. Me lo pensé dos veces antes de otorgarle una medalla que apela y celebra la libertad porque esperamos que, como lo dice en sus propias palabras, se mantenga prisionero del rock’n’roll durante muchos años más.

La pregunta que cualquiera en sus cinco sentidos podría hacerse es la siguiente: ¿en realidad es necesario otro texto, otro ensayo, otro lo que sea para ponderar a ese músico y personaje que ha alcanzado rasgos míticos, cuya presencia en la escena no sólo del rock sino de la música ha logrado cruzar un país inclemente, brutal, desde un desconocido pueblo de su natal Nueva Jersey, hasta llenar a tope estadios en Francia, Alemania, España, el conocido Hyde Park de Londres?

[caption id="attachment_890722" align="alignnone" width="653"] Born To Run, la gira. Fuente: pinterest.com.mx[/caption]

¿En verdad es necesario?

Como decía el gran Contrarian (imposible de traducir: disidente se queda corto y es otra cosa), Christopher Hitchens, desde su apartamento en la avenida Columbia, Washington D. C., depende: ¿quién lo pregunta?

No veo la obligación de justificar la extensión de la cita de Obama, ni explicar que, a diferencia de su impresentable y repelente sucesor, en su discurso celebratorio en la Casa Blanca, el presidente Obama no estaba haciendo alusión a la Doctrina Monroe.

De hecho, al designarlo imbatible embajador de Nueva Jersey, con su buen sentido del humor, el ahora ciudadano Barack tocó una fibra muy honda tanto en la historia personal como en el carácter de Springsteen, de su música, la que nos ha ofrendado a todos, estadunidenses o ciudadanos alrededor de la Tierra que sacudió con el álbum Born To Run.

ME REFIERO, en primera instancia, al hecho de que millones de seguidores del Jefe no nacimos en Freehold, estado de Nueva Jersey, ni en los despiadados suburbios de Lincoln, Nebraska. Millones y millones fuimos arrojados al mundo sin que nadie nos pidiera una opinión al respecto. Haya ocurrido el milagro en São Paulo, en un barrio acaudalado o en una de sus favelas, en las afueras de Londres, en Madrid, Barcelona, cualquier colonia de la Ciudad de México, Buenos Aires, Berlín o París, “My Hometown” apela al Ulises que estamos destinados a no ser, a favor o en contra de nuestra propia voluntad. Ayer por la noche, cuenta el Jefe, mi mujer y yo estábamos en la cama, deliberando sobre partir hacia el sur; tengo 35 años y un pequeño niño, ayer lo senté detrás del volante y le dije: hijo, mira bien a tu alrededor, éste es tu hogar. Y así es, así ha sido siempre, es la razón por la que, después de componer esa canción, ese mítico himno, millones en el mundo siguen coreando “My Hometown” en los conciertos de Springsteen y la E Street Band. Nunca nos será dado regresar, es la ley de la vida, pero el Jefe nos aproxima al fuego de la nostalgia y a la certeza de que nuestro lugar de origen siempre estará ahí, incluso para quienes no sepan dónde buscarlo.

Nunca he estado en una guerra ni en un conflicto armado. Jamás he sido soldado de ejército alguno ni está en mis planes futuros. Sin embargo, en el actual estado de excepción respecto a los extraños provenientes de lejos y las guerras civiles de baja a alta intensidad en que vivimos, sea en Francia, en México, en España, en la doble cuna de la tolerancia, Suiza y los Países Bajos —lector, te remito al mapamundi—, la historia de “Born in the USA” sigue resonando en las conciencias, al menos en quienes tienen el doloroso privilegio de poseer una, de los seguidores del Jefe:

Tuve un hermano que combatió en Khe Sahn al Viet Cong, ellos siguen ahí, él ya no está. Tenía una mujer en Saigón a la que amaba. Me queda una fotografía de él en los brazos de ella. Bajo la sombra de la penitenciaría, respirando los gases de la refinería, llevo diez años incendiando mi camino, sin lugar adonde correr, sin sitio al cual ir.

No, no soy un proletario y sin embargo, el efecto empático del gran arte me produce la misma sensación que debió experimentar Aquiles, hijo de la diosa Tetis y del mortal Peleo, cuando se unió a las fuerzas griegas en contra de Troya, sabedor de que no regresaría con vida, de que imploraría por la victoria de los troyanos y conocería la muerte en vida con la caída en batalla de su mejor amigo, Patroclo.

Ni qué decir de The River, la osadía que acometió en 1980, un álbum doble del cual yo todavía tengo el cassette, cuando las máquinas que los reproducen desaparecieron. El Jefe sentenció en palabras de fuego para la revista Musician: “Hacerlo es el fin, no el medio. Ese es el punto. ¿Qué sigue después? Más todavía”.

Y es el caso. Hace poco, un amigo y cómplice entrañable me convenció no sólo de escuchar el reciente y aclamado show Springsteen on Broadway sino también de verlo en Netflix. Me resistía porque quería mantener la sensación, la fuerza, la experiencia de ver y escuchar al Jefe ante las multitudes en dos ocasiones en mi vida. Pagué mi cuota y me conecté. Me gustó, me hizo reír, me hizo pensar, pero sobre todo recordar las 508 páginas de su autobiografía impecablemente titulada Born To Run, pues reconocí pasajes del libro.

Reconocí también el inicio de la despedida del ídolo, del Jefe. Y volvió a mi corazón “Atlantic City”: Nena, todo se muere, eso es un hecho, pero quizá todo lo que muere regresará algún día.

NACIDOS PARA CORRER

BRUCE SPRINGSTEEN

VERSIÓN DE JUAN VILLORO

En el día sudamos en las calles

de un fugitivo sueño americano

En la noche viajamos por mansiones de gloria

en máquinas suicidas

Salimos de jaulas en la Autopista 9

rines cromados, gasolina inyectada

pisando sobre la línea

Nena, esta ciudad rasga los huesos de tu espalda

Es una trampa mortal, es un golpe suicida

Porque vagabundos como nosotros nacimos para correr.

Wendy, déjame entrar, quiero ser tu amigo

Quiero cuidar tus sueños y fantasías

Sólo trenza tus piernas en estas llantas de terciopelo

y abraza mis motores

Juntos podemos romper esta trampa

Correremos hasta caer, jamás regresaremos

Caminarás conmigo en la alambrada

Sólo soy un asustado y solitario conductor

Pero ahora sé lo que se siente

Quiero saber si tu amor es salvaje

Niña, quiero saber si tu amor es real

Detrás del Palacio vagabundos drogados

gritan por el boulevard

Las muchachas se arreglan el pelo en espejos retrovisores

Y los muchachos tratan de parecer muy viriles

El parque de diversiones se alza prominente y rígido

Los chavos están amontonados en la playa brumosa

Esta noche quiero salir contigo a morir en las calles

en un beso interminable

Las autopistas están llenas de héroes caídos

En la última oportunidad de conducir poderosamente

Esta noche todo el mundo está en la carretera

Pero no queda un lugar para esconderse

Juntos, Wendy, podemos vivir con la tristeza

Te amo con toda la locura de mi alma

Algún día, niña, no sé cuándo,

Llegaremos a ese lugar

Adonde realmente queremos ir

Y caminaremos bajo el sol

Pero hasta entonces, vagabundos como nosotros

nacimos para correr.

* Reproducimos esta versión, publicada en 1980, por cortesía de Juan Villoro.