¿El dinosaurio ya no estaba ahí?

Foto: larazondemexico

Estoy con Antonio Porchia cuando dice: “Mi lado es el izquierdo, nací de ese lado”... Desde que pude votar, lo hice por la izquierda: Heberto Castillo, Rosario Ibarra de Piedra, Cuauhtémoc Cárdenas, López Obrador... y aunque la izquierda política se fue desdibujando, mi puño tiende a esa parte de la boleta cuando me encuentro en la casilla.

Por lo mismo mi destino, o el destino de mi voto, era la derrota, a veces de forma injusta, pues parecía que el aparato político, por ejemplo en la elección que encumbró a Salinas, asumía el no pasarán como propio. Eran tiempos del carro completo priista y la caída del sistema, y vicios como las urnas embarazadas o el ratón loco. El presidente era el árbitro único de las elecciones: él definía a su sucesor.

Cuando leí un texto de Martín Luis Guzmán, que es una suerte de epílogo de La sombra del caudillo, aquel que se titula “Axkaná González en las elecciones”, creí entender que esa realidad no variaría, y los intentos de López Obrador por romper ese cerco me lo demostraban... Mas ocurrió que no, que los tiempos han cambiado y en 2018 por vez primera voté no por el derrotado sino por el ganador. Me encuentro en un México distinto al que hallé al llegar a la edad ciudadana. Más de tres décadas después parece abrirse el camino de la legalidad democrática. Y de aquel PRI que parecía invencible sólo queda, luego de la votación del primero de julio, su pasmo. Ahora todos repiten esa variación inevitable del cuentínimo de Monterroso: al despertar, el dinosaurio ya no estaba ahí. ¿Será?

Exploro en mi computadora y encuentro apuntes de cómo he vivido algunos momentos de ese tránsito político.

"Y vinieron las elecciones. Los signos oscuros tuvieron el respiro de un debate abierto entre los tres principales candidatos. Aquella primera discusión pública fue atendida como una pelea de Julio César Chávez".

UNA NOCHE, dos o tres días después de las elecciones del 21 de agosto de 1994, despertó llorando mi hija Isabel, que estaba por cumplir cuatro años. La madre corrió a consolar a la pequeña.

—¿Por qué lloras, Isabel?

—Tengo miedo, mamá.

—¿Por qué tienes miedo?

—Porque ganó Ernesto Zedillo. No va a ser buen presidente, mamá. Sólo le da de comer a su familia.

La niña había oído insistentemente en la televisión aquello de “Bienestar para tu familia”, y creyó en principio que el candidato priista le daba de comer a todos los niños de México, mas algún malhumorado la corrigió diciéndole: “Sólo le da de comer a sus hijos”.

Esa noche la madre siguió consolando a la niña, a la que el sueño había llevado a concentrar lo que escuchó y vio durante esas jornadas políticas y que bien a bien no comprendía. La niña se volvía espejo sincero o inocente, digamos, de esperanzas y temores, prejuicios e ideales de los adultos que la rodeaban: sus padres, sus abuelos, sus tíos...

—¿Y Carlos Salinas es mal presidente, mamá? —siguió preguntando la niña en su llanto.

—No, hija. Salinas es buen presidente —mintió la madre para tranquilizar a Isabel.

La niña al fin se quedó tranquila y volvió a dormir.

[caption id="attachment_894615" align="alignnone" width="696"] Fuente: verificado.mx[/caption]

¿Cuál fue el 1994 que los niños tenían en el subconsciente? En horas de caricaturas y por los cortes informativos, la televisión les brindaba todos los días (como sigue ocurriendo) imágenes de violencia. Desde tiempo atrás, el pudor hacia lo sangriento había sido olvidado. ¿Cómo entendió un niño la sublevación indígena? ¿O un hecho tan cruelmente fotografiado y videograbado como el ocurrido a Luis Donaldo Colosio en Lomas Taurinas?

El niño recibe la información y busca el modo de codificarla, relacionarla con su entorno. Al presidente, por ejemplo, lo encuentran en la televisión y los periódicos que compran sus padres. Se vuelve una presencia, una figura tutelar. El presidente es el personaje más importante del país; así, la mente infantil relaciona a la figura más importante de México con la figura masculina que domina en su casa.

Un padre malo crea angustia en un niño. Un padre bueno le da tranquilidad.

Recuerdo también la noche aquella en que empezaron a transmitir los primeros informes del atentado contra Colosio. El sonido de la televisión partía de todos los hogares. Estuvimos frente al monitor horas y horas en espera de que el candidato del PRI se reestableciera. Nadie quería oír una noticia en sentido contrario. ¿Quién podía alegrarse ante un hecho tan lamentable? Pensábamos en su esposa, en lo que estaría sufriendo, y en sus hijos. Diana Laura mandó por ahí el mensaje de que su pequeño no viera la televisión, de que lo alejaran del aparato.

La estupefacción era el sentimiento común. Y más noche, cuando se confirmó la muerte de Colosio, la tristeza fue profunda.

LO DE CHIAPAS fue distinto. La lucha armada duró un poco más de diez días, y el resto ha sido torpe negociación y larga espera. El levantamiento zapatista nos hizo despertar hacia un sector de la población que habíamos olvidado y que es una de nuestras raíces fundadoras: el mundo indígena.

Y (seguimos en 1994) vinieron las elecciones. Los signos oscuros tuvieron el respiro de un debate abierto entre los tres principales candidatos, y otros minidebates ya no transmitidos en horario estelar. Aquella primera discusión pública fue atendida como una pelea de Julio César Chávez.

Para las campañas políticas hubo un descanso de medio tiempo, como en el futbol y por el futbol: el campeonato del mundo. La última recta presagiaba un final, en las elecciones para presidente, con serie de penales. No fue así. Para nuestra desgracia, ganó Zedillo, que le entregaría el poder a Vicente Fox en el 2000.

SÍ, UNA OPORTUNA ventana literaria para observar cómo se han sentido o vivido las elecciones en México por casi un siglo, con carros completos, operaciones tamal y ratones locos o caídas del sistema, entre otras linduras fantasmales que en las incertidumbres aún nos acosan, es el texto extraño de Martín Luis Guzmán, “Axkaná González en las elecciones”. Es un desprendimiento, en cuanto a su protagonista, de La sombra del caudillo (1929), quien cumple en esa novela un papel digno como acompañante del político que va a ser sacrificado por el tirano, al no apegarse a los usos y costumbres de la pirámide del poder, y también Axkaná, conciencia sobreviviente de la tragedia antidemocrática, pero que en ese otro apunte no muy conocido pierde del todo la compostura.

El párrafo que abre esas notas plantea muy bien las condiciones en que se daba la batalla electoral, y muchas veces ocurrió en tiempos del priato que podrían haberse tomado tal cual esas líneas, sólo modificando los nombres y las ubicaciones geográficas y cronológicas, para describir varios presentes vividos en nuestra historia patria, que son pasajes de una asombrosa y cruel picaresca. Se lee:

La víspera de las elecciones, a las nueve de la noche —era al mediar la tercera década de este siglo—, Axkaná González, candidato a diputado por el 5° Distrito de la ciudad de México, consideraba su causa poco menos que perdida. Teódulo Herrera, primero entre sus contrincantes, había logrado apoderarse de los documentos necesarios para la confección del expediente electoral, y Axkaná, pese a sus enormes esfuerzos de última hora, no conseguía reunir aún gente aguerrida con quien asaltar al otro día las mesas de los comicios y adueñarse, a su vez, de los tales papeles.

Ganar las elecciones no implica ahí convocar el mayor número de votantes sino “apoderarse de los documentos necesarios para la confección del expediente electoral”. Fue algo que le ocurrió, varias décadas más tarde, a Cuauhtémoc Cárdenas, cuando le arrebataron su triunfo sobre Carlos Salinas de Gortari, que gobernó al país de manera ilegítima, fraude que se cometió a través de una inocente falla general en el Programa de Resultados Preliminares, esa herramienta que se consulta ahora como quien sigue, vía la red, una serie futbolera de penales.

[caption id="attachment_894614" align="alignnone" width="696"] Fuente: gaceta.mx[/caption]

Por esas tradiciones, que van desde Axkaná González hasta Manuel Bartlett, el domingo 2 de julio de 2006 por la noche muchos murmuraban las palabras “fraude” y “robo”, pero quizá en este caso no se justifican porque es difícil, en estos tiempos, alterar o maquillar un resultado para que el candidato del sistema triunfe... aunque la clase gobernante lo haya apoyado sin discreción alguna en su campaña, con mensajes directos o indirectos, o docudramas propagandísticos que podría uno considerar como ingenuos artísticamente, y hasta absurdos y grotescos, pero al parecer efectivos para fabricar miedos. ¿Se pensará que la democracia evolucionó cuando no hay ya que ir a robar las papeletas para imponerse, como le ocurre a Axkaná, pero con una “guerra sucia” no más sofisticada pero que se ejercita en otros terrenos, con estrategias de control social desarrolladas sobre todo a través de la dos veces triste televisión mexicana?

Metido, pues, en ese lío, Axkaná recibe solicitudes de ayuda; aparece entonces por ahí don Casimiro, que le dice:

Todo en estas bolas, mi jefe, es asunto de dinero y de unos cuantos ciudadanos de buena voluntad. Si ahorita me entrega usted cien pesos, yo me comprometo a traerle mañana en la madrugada cincuenta o sesenta compañeros con los que le garantizo el triunfo.

El relato de Martín Luis Guzmán se ubica (sin fecha) en el tomo primero de sus obras completas, casi al final (entre las páginas 1052 y 1073), un poco antes de “Piratas y corsarios”. Tiene el mismo espíritu bucanero de quienes van por el botín del poder en un país que vive “la abstención popular más completa, la indiferencia total del conjunto ciudadano, la renuncia a la dignidad de gobernarse a sí mismo”, y en el que las actividades inverosímiles se vuelven toda una especialización, como ese Chato Méndez, muñidor electoral de Axkaná, que siete días después de las elecciones se dedicaba aún a la tarea de fabricar expedientes falsos:

Llevaba ya inventados centenares de nombres de personas y simuladas otras tantas firmas; había anotado multitud de padrones, cruzado millares de boletas, y ahora se ocupaba en llenar con imaginarios sucesos de mucho sabor democrático, actas tan notables por la prosa como por la variedad de los tipos de letras y los colores de las tintas.

En ese texto raro de Martín Luis Guzmán triunfan los gañanes. Los operadores reciben en el Club Radical Progresista de la calle de Guerrero sus recompensas:

Hubo enorme entusiasmo, aplausos y vítores. Porque Axkaná, desde aquella hora, debía considerarse diputado presunto, y, en efecto, lo era. Su credencial no podría considerarse de menor valer, ni menos limpia, que las que trajeran los 259 diputados del futuro Congreso. Así lo aseguraban y garantizaban el Chato Méndez, don Casimiro, Gándara y el estudiante veracruzano.

En las condiciones actuales (julio de 2006), sin reglas muy claras, con un presidente que fabrica equívocos sin ton ni son y ha seguido en esa línea desde el principio hasta el final de su sexenio, y con un árbitro que duda a la hora de declarar el gol como bueno y en la ejecución de la pena máxima se pone más nervioso que el tirador o el arquero, está uno tentado a repetir la frase publicitaria del filme que enfrentó al Alien contra el Depredador: “Gane quien gane, nosotros perdemos”.

El que lo haga no podrá decir, en tal caso, que tiene las manos limpias.

"Tengo a mi lado a un crítico de teatro que va al cuarto con morbo, pensando que veremos una escena fuerte de sexo; yo le sugiero, con un gesto, que se trata de otra cosa".

ESTÁBAMOS EN UNA ESTACIÓN de autobuses intermedia a nuestro destino. Nos habían bajado ahí porque de pronto se les ocurrió, sin dar mayores explicaciones, cancelar ese itinerario. Yo me molesté y pedí hablar con el responsable. Tenía sólo el fin de semana para vacacionar, y ya nos estaban haciendo perder el tiempo, dejándonos, además, entre dos ciudades sin ofrecer nada a cambio, alguna alternativa para llegar a nuestra meta. El encargado no respondió, sólo decía que así eran las cosas, que sólo recibía órdenes de arriba, etcétera. Y además se reía de mi enojo.

Mis acompañantes estaban resignados a la situación, pero yo sentí que con presiones algo se resolvería: no podía ser que uno comprara un boleto de autobús para ir a un lugar específico, y lo dejaran a uno en otro sitio. Era algo absurdo. Alguien tenía que respondernos, podían habilitar otro autobús que continuara la ruta...

Seguí con mis quejas y mis gritos. En algún momento del sueño vi que aparecía por ahí Vicente Fox, quien realizaba algún acto protocolario y me acerqué, él pensó que para saludarlo pero lo que hice fue contarle con furia lo que nos estaba sucediendo.

—¿Y yo qué tengo que ver en el asunto?

—Que su gobierno debe cuidar que las empresas actúen con honestidad y no hagan lo que les dé la gana y dañen a la gente —le dije, creo—. Si no hay gobierno...

Él se me quedó mirando y se dio la vuelta, para seguir saludando al pueblo como si fuera estrella de cine. Volví con quienes administraban la estación de autobuses, que ya estaban dando vales a los que bajaron del autobús que no concluyó su viaje, los cuales podrían hacerse valederos para otro turno en la semana... No acepté esa compensación, no entendía qué estaba pasando. Quienes estaban alrededor me pedían que fuera razonable. Después, como vieron que no me convencían, ofrecieron devolver un porcentaje del importe, ¿y el viaje?, ¿cómo llegaríamos a donde queríamos vacacionar?

Terminamos caminando por la zona de talleres de la estación. Entre autobuses y motores desarmados había hamacas y literas para descanso de los choferes. Vi a uno que se deslizaba por las cobijas para no ser visto, y pensé que se le había hecho tarde e intentaba que pareciera que todo el tiempo había estado ahí, y no saldría de la cama hasta que lo buscaran, como el burócrata que escapa de la oficina para desayunar o comprar algo y luego hace como que estuvo trabajando la jornada completa.

En otra parte había tirados en el suelo cuerpos humanos envueltos en bolsas negras, pero era gente viva, y un automóvil en reversa los iba a aplastar. Advertimos al que manejaba que tuviera cuidado e hicimos a un lado las bolsas para que nadie fuera atropellado.

El sueño se desvanece... Estoy en una reunión, en una casa, como invitado. Deciden, en la familia, si es buen momento para entrar a un cuarto y despertar a los durmientes. Ven la hora, sonríen nerviosos, alegres, y tocan a la puerta. En la cama hay una pareja de hermanos, ella y él; las sábanas están revueltas y da la apariencia de que hicieron el amor. Ellos se quejan de que uno le quitaba las cobijas al otro durante la noche. Están desnudos. Me invitan a pasar al cuarto pues se trata de una representación, una obra de teatro que se irá desarrollando en esta casa y cuya escena primera es el despertar en la recámara.

[caption id="attachment_894613" align="alignnone" width="696"] Fuente: chihuahuanoticias.com[/caption]

El que actúa como el hermano me pide que me acerque, me asomo por la puerta y me dice que no me apene, esto lo hace distrayéndose de la parte suya actuada pero con naturalidad, como si fuera parte del juego escénico. Tengo a mi lado a un crítico de teatro que va al cuarto con morbo, pensando que veremos una escena fuerte de sexo; yo le sugiero, con un gesto, que se trata de otra cosa. Y pienso que la imagen de los hermanos en la cama es más bien una metáfora, por aquello que escribe Tomás Segovia del incesto como polo del amor: no se trata de hacer de nuestra hermana nuestra amante sino de nuestra amante, nuestra hermana. Es la búsqueda del amor entre iguales, el amor fraterno.

Despierto y llueve. Amanece con lluvia, como al final de la novela corta Noches blancas, de Dostoievski, y murmuro unas frases que suelen venir a la memoria en los despertares húmedos. ¿Cómo es? Según el recuerdo, algo así: “Amaneció un día hostil, los goterones daban a la ventana con una quejumbre monótona”, luego se describe la recámara oscura del personaje solitario, que se considera a sí mismo un soñador, y se enfatiza la lobreguez exterior.

La lectura primera se confunde con una lectura en atril de esa nouvelle de Dostoievski en Casa del Lago, con Enrique Lizalde, Enrique Rocha y Diana Bracho (o Helena Rojo, las confundo), en una adaptación de Vicente Leñero de los años ochenta... Leñero lamentó más tarde que se haya agregado la voz del narrador, que él omitió, y esa voz es la que habla del amanecer de un día hostil y los goterones que daban a la ventana... ¿Cómo tradujo esto Cansinos Assens? Quizá fue la traducción de la que partió Leñero o que retomaron los actores, porque dice:

Mis noches terminan con una mañana. Amaneció un día hostil; llovía, y los goterones de la lluvia daban con una quejumbre monótona en los cristales de mi ventana; en la habitación había oscuridad, como sucede en los días de lluvia, y fuera, lobreguez. (Tomo I de las Obras completas, p. 532).

Los sueños se funden con las lecturas. Llueve en el amanecer de esas Noches blancas de Petersburgo y llueve en la Ciudad de México, mientras un equipo de discurseadores prepara al presidente en turno un informe equívoco y fantasioso, a ser leído entre aplausos no merecidos y rechiflas certeras, del “estado que guarda la nación”.

"Llueve en el amanecer de esas Noches blancas de Petersburgo y Llueve en la Ciudad de México, mientras un equipo de discurseadores prepara al presidente en turno un informe equívoco y fantasioso del estado que guarda la nación".

SE HA ESTADO YENDO la luz el fin de semana. La pausa que esto impone es a veces agradable porque crea un silencio distinto, nuevo, sin la música estridente de los vecinos de al lado ni el ruido de las máquinas de los impresores del edificio vecino, que han de tener mucho trabajo porque se pasaron en su oficina sábado y domingo, desde que Dios  amaneció hasta que Dios anocheció. Nada de eso se escucha ahora que no hay luz.

Lo que se interrumpe de momento es la escritura. Si acaso algunas líneas logran salvarse, pero al volver a encender la computadora ésta no marcha como es debido, o cuando por fin se entra de nuevo al texto iniciado resulta que una frase no concluyó o un desarrollo que se antojaba interesante quedó trunco y uno no comprende ya o no ata el hilo del discurso propio, y cuando se logra medio reconstruirlo viene otro apagón y... Vuelta a empezar.

Mientras la luz regresa, y si parece que va para largo, debe uno armarse con lo elemental: el cuaderno y el lápiz o el cuaderno y la pluma. Un tipo dijo un día:

—Espera, deja que saque mi laptop —porque algo debía anotar.

Y mostró su cuadernito escolar.

Es como cuando alguien comenta con tono preocupado:

—No puedo encontrar las llaves del coche.

Y se busca en los bolsillos del saco y en la camisa y en el pantalón, hasta que halla unos boletos del metro, que son sus llaves del coche.

El cuaderno es una laptop que no tiene que ser encendida. Con lápiz o lapicero o pluma, lo que gustéis, basta. Es de lo que se provee José García, el personaje de El libro vacío (1958), de Josefina Vicens, que compra dos cuadernos, uno para las anotaciones primeras y otro para las versiones definitivas... pero el segundo cuaderno se queda en blanco, vacío, por lo que parecería que leemos sus borradores, lo del cuaderno en sucio, digamos, aunque eso está por discutirse. ¿No será que José García encontró la fórmula literaria adecuada a sus dificultades con la escritura?, ¿y si bien no llenó nunca ese libro vacío sí reescribió el otro, el sucio, porque encontró que al relatar su angustia con las palabras se retrataba a sí mismo?

Reeditó el Fondo de Cultura Económica las dos novelas de Josefina Vicens en un tomo, El libro vacío y Los años falsos (1982), basándose en la edición de la UNAM de 1987, omitiendo la carta-prefacio de Octavio Paz a la primera novela, que la ha acompañado desde 1978 y que el tomo universitario sí incluía. ¿Por qué no aparece el texto de Paz?, ¿por una mala decisión editorial o porque la heredera del poeta no concedió el permiso correspondiente? Le hace falta, al tomo nuevo, esa carta-prefacio, toda vez que el nuevo prólogo, de la mano Aline Petterson, es a todas luces insuficiente.

¿A todas luces? No vuelve, todavía, la energía o corriente eléctrica, y escribe uno en un cuaderno, como José García, letras o palabras que cuando la luz regrese deberán ser pasadas en limpio.

"El mapache es Felipe Calderón, que acude a los otros animales en busca de mano de obra barata, pues el oso le exige alimentos. El oso representa a la clase empresarial, que pide todo para sí misma".

¿Qué se llama “La luz que regresa”?

Solamente los relojes se mantienen en marcha, y lo que indican es el tiempo en que no ha habido luz. Por los cubos del edificio se escuchan algunas voces murmurantes, y afuera pasan los vehículos de sur a norte, o norte a sur, por la avenida Doctor José María Vértiz.

Tocan a la puerta. Es Aurelio, del servicio de limpia, que viene a recoger la basura lunes, miércoles y viernes a las 9:30 horas. No llamó por el timbre, obviamente, y encontró la puerta del edificio abierta. Parece excitarlo ese hecho, que dificultará hoy sus labores: la incertidumbre de si podrá entrar o no a los edificios, sin timbres ni interfones funcionando.

A propósito, en el prólogo a uno de los libros de Castaneda apunta Octavio Paz: “La mucha luz es como la mucha sombra, no deja ver”. Y tiene García Márquez un relato que se llama “La luz es como el agua”, sobre el que en otro lado, y muchos años antes de salir los Doce cuentos peregrinos, contó cómo se le ocurrió, cuando preguntó a un eléctrico cómo era eso de la corriente eléctrica, y el tipo le dijo eso que luego se convirtió en el título de la narración, pues decía que al activar el interruptor, como quien abre el grifo del agua, corría el fluido en el foco, chocaba con el vidrio, y creaba luz.

En el cine, el sábado, también se fue la luz. Veíamos Vecinos invasores, una cinta de animación por computadora que parece fabular lo que hoy ocurre en el país: el mapache es Felipe Calderón, que acude a los otros animales en busca de mano de obra barata, pues el oso le exige alimentos. El oso representa a la clase empresarial, que pide todo para sí misma. Y el líder de los otros animales es una tortuga, que vendría siendo López Obrador, quien presiente el engaño en que sus compañeros están cayendo con las promesas de una vida mejor, el ingreso a la modernidad con alimentos empacados y no frutos silvestres. En principio el mapache desplaza a la tortuga aunque al final se descubre el engaño, de que aquél sólo buscaba el bien suyo y del oso...

Se activa de pronto el refrigerador. Suenan de nuevo las máquinas de la imprenta. Vuelve al edificio la música estridente de unos vecinos también invasores. Y la pausa termina. Es decir, regresó la luz.

HASTA AQUÍ MIS NOTAS del pasado. Increíblemente, la tortuga asumió la presidencia de los Estados Unidos Mexicanos el primero de diciembre de 2018. Como en la vieja fábula, esta vez cruzó la meta antes que el conejo. Todos esperamos que actúe a la altura de las circunstancias.

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