Tan sólo palabras

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Hace más de veinte años publiqué un cuento llamado “A los pinches chamacos” (Cuentos héticos, Joaquín Mortiz, 1996). Desde hace dieciséis, el actor Esteban Castellanos lo presenta como monólogo (o teatro unipersonal) y se ha reproducido en muchos estados del país, aceptado por la SEP para el programa de teatro escolar y viajado a otras ciudades a lo largo del continente. Ya rebasa las 750 representaciones. He estado presente en varias de ellas como espectador o para develar placas conmemorativas. Por mi parte, lo leo en secundarias y preparatorias. En cuanto digo el título del relato, el bullicio de los jóvenes se frena y se torna en risas de sorpresa: en el aula o el auditorio de las escuelas no se dicen groserías, salvo las que usan entre ellos mismos y por cierto con gran abundancia. Al finalizar la lectura conversamos acerca de las palabras, de la violencia y del humor negro. A veces, quienes se incomodan son los maestros, los directivos o los padres de familia. Y por supuesto, he sido en ocasiones censurado.

Luego escribí otro libro de literatura infantil (Léperas contra mocosos, FCE, 2007) en el que tres señoras son malhabladas con los niños. Por supuesto un libro así sería impublicable porque no entraría a los colegios. Entonces me inventé las leperadas. Una de ellas le dice a un mocoso que es un “tácito esdrújulo séptimo”; por la intención con la que se profieren dichas palabras se comprende que son claramente ofensivas. Y en este caso, no hay censura.

Durante años estuve con la idea de escribir un libro para niños que se llamara Pinche. Obviamente no habría editorial que quisiera publicarlo ni escuela que lo pusiera en los estantes de su biblioteca. Finalmente, le di una vuelta al término para que se dijera sin decirlo. Y además que no tuviera una cierta definición. Este año saldrá publicado.

¿Cómo definir una palabra? Guillermo Sheridan escribió un artículo en el que exhibía veinticinco acepciones del vocablo pedo tal como lo usamos en México. Con el pinche omnipresente entre nosotros sucede algo similar: puede ser una denostación (pinche chamaco) o una alabanza (pinche tequila tan bueno). En cambio, sería grosero si nos referimos así al ayudante de un cocinero. Para José Emilio Pacheco es “la palabra más autóctona de México”.

"Las palabras son de quien las pronuncia o de quien las conoce, aunque no las use".

Las palabras son de quien las pronuncia o de quien las conoce, aunque no las use. Cuando mi abuelo se quedó ciego, le gustaba hacer crucigramas con su enfermera. Ella le decía la definición y él sabía las respuestas que quizás el 99 por ciento de los académicos de la lengua, no crucigramistas, no resolverían. ¿Cuál es una “especie de violoncelo siamés”? La respuesta: sa. ¿Cómo se llaman los indios de la Tierra del Fuego? Onas. Para resolver los publicados por el diario El País habría que ser español: ¿cuál es su cuna del calzado? No es León, Guanajuato, sino Elda. ¿Y el diminutivo de aragonés (fem.)? Ica. Además, un crucigramista debe conocer todos los símbolos de la tabla periódica. Existen en internet varios sitios dedicados a definir palabras contenidas en este juego cuadriculado.

En un espectáculo en el que participo sobre La peor señora del mundo como lector con la Orquesta Basura, en algunos momentos “rompo la cuarta pared”, o sea, interactúo con el público. En una de las intervenciones trato de describir lo que significa un pellizco y cito el Diccionario de la Real Academia: pellizcar significa para ellos “asir con el dedo pulgar y cualquiera de los otros una pequeña porción de piel y carne...”. Pregunto al auditorio quién ha pellizcado a alguien con el dedo pulgar y el meñique, el anular o el de en medio. Por supuesto la respuesta es que solo lo hacen los académicos de la lengua. Tan sólo palabras.

(En el artículo que publiqué sobre “Neruda en Morelos”, me aclara Mario Casasús que la cita que tomé de Carlos Lavín es un burdo plagio que éste hizo del libro de Casasús. Reconozco que fue una mala lectura mía. Va mi disculpa a un periodista e investigador muy serio que ha dedicado quince años a la poesía y la vida de Neruda).