El arquitecto Neruda

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A principios de los noventa (guardo las fechas en el pasaporte: 1 a 5 de diciembre de 1993) nos invitaron a la Feria del Libro de Santiago a Federico Campbell y a mí. Era la primer vez que nos veíamos fuera de México —solíamos encontrarnos en reuniones y también en la calle, caminando. Él andaba entonces muy cercano a Leonardo Sciascia y si mal no recuerdo ése fue el tema de su intervención en la feria.

Además de ser bien recibidos por el embajador y el agregado cultural, también lo fuimos por dos amigos que vivían allí: Galo Gómez, entonces representante de Notimex en la zona, y su esposa Tania Lomnitz. Ella nos adoptó para llevarnos a La Chascona —la casa que Neruda le construyó a su amor secreto, Matilde Urrutia— y a la otra en Isla Negra, a dos horas de Santiago. También nos llevó al mercado central —Lo de Augusto— a comer esos moluscos y crustáceos desconocidos para nosotros: piures, picorocos, machas, choros, locos y erizos. Probé estos últimos con una gran expectación creada por Álvaro Mutis, tanto de voz viva como a través de sus personajes. No pude con ellos: su consistencia y su profundo sabor a yodo no me permitieron disfrutar lo que Maqroll el Gaviero anhelaba como manjar de premio.

Muchos años después —más de veinte— regresé a La Chascona. Si bien todavía guardo muchas imágenes de la casa de Isla Negra y de La Sebastiana en Valparaíso, que visité en otra ocasión, de la de Santiago apenas tenía una vago recuerdo.

Neruda, además de ser uno de los grandes poetas de la lengua española, era un gran arquitecto, un coleccionista compulsivo, un excelente anfitrión y un generoso amigo de sus amigos.

No había detalle que se le escapara en su concepción de buena vida compartida. Construyó la casa para su joven amante, Matilde Urrutia, cuando él aún estaba casado. Eligieron entre ambos el terreno en el que se edificaría gracias a que se escuchaba allí el sonido del agua proveniente de una acequia: “agua que corre escribiendo en su idioma”. El arquitecto a quien encomendó el proyecto era un catalán, Germán Rodríguez Arias, que siguió las instrucciones del poeta hasta concluir que el diseño había sido concebido en todos los detalles no por él, sino por Neruda.

"Neruda, además de ser uno de los grandes poetas de la lengua española, era un gran arquitecto, un coleccionista compulsivo".

El mar está presente en todas sus casas aunque sea en tierra adentro, como en La Chascona, cuyo bar y comedor simulan el interior de una embarcación. Y por supuesto dos de sus colecciones también: caracolas y mascarones de proa que traía de cualquier parte del mundo.

Hay en esta casa un retrato de Matilde pintado por Diego Rivera, cómplice del poeta en su relación clandestina: en él se aprecia a la mujer con dos cabezas, una de frente y la otra con un lado oculto. En su pelo se puede apreciar el perfil de Neruda.

A propósito de este retrato, más de cuarenta años después se inauguró una exposición dedicada a los muralistas mexicanos Orozco, Tamayo y el propio Rivera. Esa muestra debió abrirse al público en 1973. Si no lo hizo fue porque, dos días antes, el general Pinochet y sus gorilas dieron un golpe de Estado.

Si bien el Museo de Bellas Artes que albergaría la exhibición fue tocado por la metralla de los militares, las obras fueron rescatadas por la embajada mexicana y regresadas sin daño a nuestro país, que también trató de darle entonces asilo político a Pablo Neruda a través del embajador de México en Chile, Gonzalo Martínez Corbalá, a lo que el poeta renunció por no querer dejar su país. Matilde quiso velarlo en La Chascona, a pesar de que la casa fue vandalizada por los propios milicos. Su entierro fue el primer acto masivo en repudio a los golpistas de la Junta Militar.