Cambia, todo cambia

larazondemexico

Cada que cambio de computadora, de impresora o de celular sé que tengo que dedicarle horas a entender eso que tiene de novedoso. Me sucede lo mismo con el portal de un banco o de una línea aérea: lo que antes hacía en unos minutos ahora tengo que hacerlo en más tiempo y con frecuencia, cuando de plano no puedo, debo pedir asesoría a través de un chat o vía telefónica, que también anuncia: “Escuche con atención: nuestro menú ha cambiado”. A veces me aviento y le doy click a la opción equivocada: así perdí todo el historial que tenía en el WhatsApp, algunos contactos que no he podido recuperar hasta el día de hoy  y las películas que había comprado para mi tableta.

“Cambia lo superficial / cambia también lo profundo”, cantaba la gran Mercedes Sosa. Ahora, en cuestión de cambios, a veces no distingo lo superficial de lo profundo: solo sé que cambia, todo cambia a un ritmo acelerado que no logro alcanzar.

El cambio de horario de verano a invierno y viceversa no me causa tanto problema, me acostumbro rápido. Pero sí cuando viajo a estados de la República en los que hay dos horas de menos: si suelo comer hacia las tres de la tarde, en Tijuana lo tengo que hacer a la una (a las dos allí es común hacerlo). Y por supuesto un viaje a Europa trastorna mucho más el reloj biológico: desayunar, comer o cenar se confunden, al igual que las horas de sueño. Cuando el jet lag empieza a desaparecer, hay que estar de regreso para volverlo a padecer a la inversa.

"Cambia lo superficial / cambia también lo profundo , cantaba Mercedes Sosa. A veces no distingo lo superficial de lo profundo".

El cambio es un gran negocio, no necesariamente un avance. Cada tanto hay que estar pendientes de las funciones nuevas que tienen los móviles, que están diseñados para hacerse inútiles en tres o cuatro años. Hace poco fui a pedir asesoría a mi compañía de telefonía celular. Por más que me explicó el empleado, no entendí gran cosa. Su expresión denotaba claramente lo que pensaba: “Hasta un niño sabe cómo funciona el aparato”. Ni hablar de la moda en cuestiones de diseño de vestuario. Se trata de un negocio. Incluso el cambio puede ser una revaloración de aquello que ahora se ha dado en llamar vintage.

En las aerolíneas hay que adaptarse a cada rato a sus sorpresas de transformación: en el 85 viajaba a Villahermosa y la línea aérea ofrecía, en un trayecto de poco más de una hora, una comida caliente. Hoy nos ofrecen de cortesía 27 cacahuates y en muchas de ellas  los alimentos y las bebidas tienen un costo. Antes nos decían, al aterrizar, que por cuestiones ecológicas había que bajar las ventanas y encender el aire acondicionado. Al parecer fue una falsa información ya que hoy en día no lo pide la aeromoza. Ahora hay que pagar un extra para llevar una maleta documentada y para elegir asiento. Hasta cambian el vocabulario: en vez de decir mampara, prefieren la palabra mamparo.

El cambio climático, que según Trump es un invento de los chinos, sí es documentable y no una manera de perjudicar la economía de Estados Unidos. El relevo en la presidencia en ese país, por el contrario, no es invento de los rusos, sino muestra de la voluntad del electorado de ese país.

Los cambios más graves para mí están tocados por las recomendaciones médicas: “¿No duerme bien?”, me preguntó el neurólogo, y luego me dio un folleto impreso con las medidas a tomar para combatir el insomnio: “Cambie de vida”, así de fácil. Hacer deporte, dejar el vino y los cigarros, comer siempre a la misma hora, no ver televisión o estar frente a la computadora al menos noventa minutos antes de dormir, también siempre a la misma hora, etcétera.

Prefiero media pastilla de Rivotril por las noches que convertirme en algo que no soy ni en lo superficial ni en lo profundo.