Notre-Dame y las cenizas

5ed0d1294ff3b.jpeg
Foto: larazondemexico

1.“Fue como ver morir a una persona”, escribe Michael J. Crosbie, doctor en arquitectura, reconocido historiador y crítico en la materia y, como lo demuestra en Houses of God: Religious Architecture for a New Millennium (2006), un pensador fascinado por la relación entre la arquitectura y lo sagrado.

Sí, todos sabemos que eventualmente toda construcción será destruida, pero no es lo mismo entenderlo de manera abstracta que constatarlo. En el caso de la Catedral de Notre-Dame fue particularmente doloroso sentir que con las llamas se consumía la historia, no como un concepto abstracto, sino como la suma de vidas que la construyen. Cientos de manos y voluntades reunidas para embellecerla y hacerla perdurar, objetivadas en la techumbre que su esfuerzo levantó, en la piedra labrada, en los metales que la mano hizo florecer durante años y siglos de anhelo y trabajo que se perdieron en unas cuantas horas.

Y un templo, que por definición quiere ser un espacio intemporal —la casa de Dios—, hecho para soportar el peso de los siglos, parecería estar exento de la posibilidad de una catástrofe. Así sea como un mero resabio ancestral, el mito de la divinidad influye de manera muy profunda en la conciencia social.

Es fácil imaginar a Baudelaire visitando Notre-Dame para ver los enormes cuadros de antiguos pintores de la corte como Charles Le Brun o Laurent de la Hyre, lo mismo que a tantos otros artistas que debieron recorrer la catedral y examinar con reverencia cada rincón. No fue siempre tan venerada como ahora (incluso por los no creyentes) ni fue siempre sitio de veneración: durante la Revolución Francesa se le arrebató su custodia a la iglesia, vieja aliada de la monarquía, para convertirla, en noviembre de 1793, en un “Templo de la Razón”. Volvería a manos de la iglesia católica hasta 1802, cuando Napoleón se reconcilió con el Vaticano.

Decenas de pintores han retratado Notre-Dame —de Maximilien Luce y Paul Signac a Matisse y Picasso—, que asimismo ha sido escenario de luchas y conflictos, motines y transformaciones que fuera de Francia y de quienes estudian su historia, ahora apenas se recuerdan. Pero el incendio hizo evidente que Notre-Dame —a cuatro décadas de cumplir novecientos años de edad— es parte fundamental no sólo del paisaje parisino, sino del horizonte cultural de Occidente.

2. Joya en sí misma, la Catedral ha sido también depositaria de un enorme número de tesoros culturales, artísticos y religiosos por cuya suerte muchos se preguntaron apenas se difundió la noticia del incendio, que hacía temer una pérdida, si no total, sí de muy grandes proporciones.

Para tranquilizar a quienes seguían el desarrollo del siniestro, pronto se dio a conocer que buena parte de los objetos más preciados del acervo de la Catedral se hallaba a salvo en el Hôtel de Ville, sede del Ayuntamiento de París. Algunos señalaron que se trataba de un rescate más bien escaso, aunque entre los objetos salvados se encuentran piezas que son esenciales para los creyentes: la Corona de Espinas de Cristo, que Luis IX de Francia —o San Luis, como se le llama comúnmente— compró a cambio de una fortuna a Balduino II, último emperador latino de Constantinopla; uno de los clavos de la crucifixión y un trozo de su cruz, la túnica del propio San Luis. Pero al margen de tales reliquias, algunas estatuas y un centenar de objetos litúrgicos de oro, no se sabe con certeza qué tantas cosas quedaron intactas y cuáles sufrieron daños de muy diverso grado.

Los maravillosos vitrales, al parecer, podrán recuperarse por completo, lo mismo que las numerosas esculturas de mármol, madera y otros materiales que se hallan en el interior —aunque muchas tallas de madera se vieron afectadas por la gran cantidad de agua que se usó para combatir el fuego. Y como persiste el riesgo de que algunas estructuras del edificio se colapsen, todavía pueden registrarse daños considerables.

En un artículo que puede leerse en línea (http://www.telerama.fr/scenes/notre-dame-le-tresor-et-les-toiles-sauves-des-flammes,n6217972.php) centrado en el rescate de los tesoros de Notre-Dame, Olivier Cena, crítico de arte del semanario Télérama, señala:

Nadie habló de las pinturas. Probablemente porque la catedral, a diferencia del duomo italiano, no debe su reputación a obras maestras esenciales: el saqueo, las modas, la Revolución y las renovaciones del siglo XIX dirigidas por Viollet-le-Duc la han despojado de algunas de sus maravillas. Queda lo que llamamos los mayos, grandes lienzos del siglo XVII (más de 3 x 2 metros) donados a la catedral como ofrenda cada primero de mayo por el gremio de los orfebres, uno de los gremios de artes más poderosos de aquel siglo. Había setenta y seis; quedan trece. Los otros se perdieron o se distribuyeron en diversos museos franceses después de la Revolución. (Traducción mía).

Sólo al paso del tiempo se sabrá cuál es la verdadera magnitud del daño causado por las llamas. Pero la sola quema del techo de Notre-Dame representa una catástrofe, pues al fundirse las trescientas toneladas de plomo empleadas en su construcción el terreno ha quedado seriamente contaminado; incluso las partículas que se dispersaron en el aire ponen en riesgo la salud de los habitantes del entorno, quienes ya han recibido indicaciones sobre lo que deben hacer para protegerse.

En la limpieza y recuperación de la catedral, tanto de su acervo como de  las viviendas aledañas no bastará con pasar un trapo mojado.