Misterio de una obra por descubrir

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Foto: larazondemexico

El 19 de julio de 1902, al oír “La raza de bronce”, el extenso poema compuesto y recitado por Amado Nervo en honor a Benito Juárez en la Cámara de Diputados, el general Porfirio Díaz reconoció que tiene musiquita:

Señor, deja que diga la gloria de tu raza,

la gloria de los hombres de bronce, cuya

[maza

melló de tantos yelmos y escudos

[la osadía:

¡oh caballeros tigres!, ¡oh caballeros

[leones!,

¡oh caballeros águilas!, os traigo

[mis canciones;

¡oh enorme raza muerta!, te traigo

[mi elegía.

No sería la primera vez de Nervo en un escenario o en un teatro. En 1903 recitó su poema “Los niños mártires de Chapultepec” en honor de los Niños Héroes en el monumento de Chapultepec. Era una figura pública. Había salido del cuarto de estudio para estar presente en distintos foros llevando la voz de la poesía que dominaba y lo dominaba.

Las numerosas referencias a Amado Nervo en la Reseña histórica del teatro en México de Enrique Olavarría y Ferrari hacen ver que el poeta y narrador frecuentó los foros teatrales durante muchos años, leyendo poemas suyos, improvisando, estrenando piezas propias, saludando el paso de actores y hasta de toreros y brindando recitales junto con otros talentos.

El otro lado de Nervo era misterioso y secreto. A los ojos de Rubén Darío era “celeste anacoreta”. Ese lado secreto tenía que ver con su atormentada vida amorosa y en última instancia trágica. Pero con Nervo la poesía no se encontraba arrinconada en la alcoba, ni en las bibliotecas o mesas de café. Era dicha y recitada en salones y parques, amenizaba las fiestas. A fines del siglo XIX, el teatro era una plataforma desde la cual la sociedad y el poder se ponían en escena a sí mismos a través del estandarte de la poesía. En las crónicas citadas por Olavarría se alude con adjetivos afectuosos a este escritor que, desde la co-dirección de la Revista Moderna con Jesús E. Valenzuela en 1903, fue conquistando los espacios de la cultura y el arte. Al igual que su admirado Manuel Gutiérrez Nájera —como él, poeta y periodista enamorado del teatro de las artes—, Nervo supo fraguar una alianza sutil pero firme entre el verso, la prosa, el periodismo, la escena, la edición, la fiesta y el convivio. Poco a poco, sin darse cuenta, se fue transformando en su propia estatua y cuando despertó ya era una leyenda.

PERIODISMO Y POESÍA

Su intensa actividad periodística corría paralela a su acción editorial y a sus intervenciones como poeta. Era un virtuoso del verso y de la métrica: endecasílabos, estribillos, sonetos, décimas, versos aconsonantados, de arte mayor y de arte menor, letanías, quintillas, canciones, versos para zarzuelas, composiciones improvisadas en corridas de toros según advirtieron Juan Ramón Jiménez, Federico de Onís y Tomás Navarro Tomás. Como Lope de Vega, era un virtuoso sensible a su público, a sus públicos: lo mismo habla En voz baja (1909) que sabe reunir a su alrededor la atención de la tribu a la que se dirige en actos luctuosos o con sonoros versos como los de “La raza de bronce”. Nervo era un personaje doble: el mundano y el secreto, el paseante y el político, el chispeante conversador y el melancólico imitador de Cristo, el cosmopolita y el aprendiz de fraile atormentado por la vida espiritual. Amado Nervo: uno de los nombres tensos con los que se llamaba la cultura de finales de siglo XIX en México.

Si la estrella del nayarita subió en la estima de Justo Sierra y de la alta sociedad porfirista (Joaquín de Casasús contaba sílabas y billetes: era Secretario de Hacienda y traductor de autores latinos), esto no sólo se debe a su poesía cristalina. Era un forzado, un obrero de la pluma y un artesano impecable. Sus crónicas, cuentos, ensayos no sólo contribuyeron a sembrar los vientos de la inspiración modernista por todo el orbe, también lograron renovar esos géneros a través de una narrativa nunca desdeñosa de la magia de lo sobrenatural y lo fantástico, y nunca olvidadiza tampoco de lo que podría llamarse cierto color local o aun costumbrista: arraigado Nervo en su solar tradicional y legendario, memorioso de su patria chica. No se ha estudiado hasta ahora en forma organizada el sistema de vasos comunicantes que fluye entre los dos cuerpos de la obra: la prosa y el verso; tampoco se ha detenido la atención lo suficiente en la inteligencia capaz de armonizar lo mundano y callejero, lo social y lo secreto, la tormenta mística que rayaba en el silencio y acaso en el nihilismo.

"En 1895, su novela corta El Bachilller despierta el interés y su fama inicia con la polémica por la forma en que el autor teatraliza la vocación poética definida por las sombras de la educación religiosa".

DEL PRINCIPIO AL PURGATORIO

Nació en Tepic el 27 de agosto de 1870. En el horóscopo chino le tocó el signo de la libertad: Caballo blanco de metal; en el horóscopo europeo: el signo de Virgo, emblema de los meditativos como Jorge Luis Borges. Huérfano a los trece años, fue enviado por su madre a Jacona, pequeña ciudad cercana a Zamora donde había un colegio conocido y prestigioso y donde hubo ferrocarril antes que en otras ciudades. Ahí inicia sus estudios formales y empieza a frecuentar a los clásicos españoles y franceses —el Romancero, los autores del Siglo de Oro, Cervantes, Corneille—, latinos —Horacio, Virgilio—  y la lengua y las obras de Shakespeare. La familia se traslada a Zamora, otra ciudad ilustrada; de 1886 a 1888, en el seminario, se consagra al estudio de las Ciencias y de la Filosofía; en 1889 sale para estudiar Leyes, pero vuelve al seminario en 1891 donde, atraído por la religión, la liturgia y los misterios de la teología, compone sus primeros poemas, canciones y textos en prosa. Quedará marcado por esos años de aprendizaje. De esa prehistoria le vienen a Nervo sus orientaciones hacia la religión y la mística, tanto como el impulso que lo lleva a cristalizar sus meditaciones en el cauce de Horacio y sus odas filosóficas.

A fines de 1891, apremiado por la situación económica de su madre y de la familia sale a Mazatlán. En esa ciudad desarrolla una intensa actividad periodística que aún desafía a los investigadores. En 1895, su novela corta El Bachilller despierta el interés y su fama inicia con la polémica por la forma en que el autor teatraliza la vocación poética definida por las sombras de la educación religiosa. El artista como sacerdote expoliado. Ese mismo año, al morir Manuel Gutiérrez Nájera, recita un poema que pone su nombre en boca de muchos. De ahí en adelante, el poeta y el periodista, el cronista y el artista,  el editor y el conversador chispeante ganarán creciente admiración. A cien años de su muerte, hoy leemos a Amado Nervo, por así decir, en frío. No logramos escucharlo como ese actor de sus emociones y las de su público que lo hizo célebre en virtud de su gracia y conversación.

Después de su apogeo, Nervo cayó en un purgatorio, como se puede desprender de las palabras de José Luis Martínez:

Seguirá nuestro Amado Nervo en las bibliotecas rosas por sus incapacidades insuperables; por su deplorable inclinación a la chabacanería, por su gusto dudoso, por su carencia de profundidad y de misterio, por su falta de poder para desvelarnos radicalmente [...] y sobre todo, porque no tiene una dimensión más allá de su eficacia comunicativa.

Nervo decía estar más orgulloso de su prosa que de su poesía. Pocos se han detenido en esto. Por ejemplo en “Las ideas de Tello Téllez”, escritas al final de su vida, se pueden leer páginas donde aparece un “maestro apócrifo” que luego veremos en Antonio Machado.

Sin embargo, el aliento que mueve sus composiciones ha sido capaz de atravesar las décadas y todavía un adolescente en 1962 —el suscrito— recitaba de memoria los versos de “La raza de bronce” que le hicieron notar a Porfirio Díaz que tenían musiquita. De hecho, esta facilidad armónica le costaría a Nervo el desdén de los escritores que vendrían después de él, más atentos a otros valores de la palabra poética.

[caption id="attachment_927919" align="alignnone" width="696"] Carta de Amado Nervo a Rubén Darío, mayo de 1912. Fuente: cervantesvirtual.com[/caption]

EL MODERNISMO Y DARÍO

De Tepic a Jacona, Zamora, Mazatlán, México, Madrid, París, Uruguay. Los lugares por donde anduvo y residió Amado Nervo deslindan también un espacio cultural y una órbita de la letra escrita y hablada en español.

En París se hizo muy amigo de Rubén Darío, con quien compartió no sólo el domicilio sino también las tareas en la redacción de periódicos y revistas. Iban juntos a cafés, restaurantes y teatros, frecuentaban a los mismos amigos, como se desprende de la correspondencia de Nervo con su amigo Luis Quintanilla. La amistad entre Nervo y Darío se tradujo no sólo en colaboraciones puntuales sino en el tejido de una red. Nervo hacía publicar en México las colaboraciones de Darío y los autores promovidos por él. Juntos armaron una máquina de guerra llamada modernismo. Su fraternidad tenía también un lado humano. Nervo se había hecho amigo de Darío y de su pareja sentimental a la que había conocido en Madrid, Francisca Sánchez, la hija del jardinero de Alfonso XIII. Entre los tres se estableció una complicidad, convivían en el mismo espacio y esa alianza fue más allá de la muerte. Nervo visitaba a Francisca luego de la muerte del nicaragüense. Al morir Darío, Nervo escribió:

... Ha muerto Rubén Darío:

¡el de las piedras preciosas!

¡Cuántos años intensos junto

[al Sena vivimos,

engarzando en el oro de

[un común ideal

los versos juveniles que, a veces,

[brotar vimos

como brotan dos rosas a un tiempo

[en un rosal!

Hoy, ya tu vida, inquieta cual

[torrente bravío

en el Piélago arcano desembocó;

[ya posas

las plantas errabundas en

[el islote frío

que pintó Böcklin... ¡ya sabes

[todas las cosas!

Ha muerto Rubén Darío:

¡el de las piedras preciosas!

No es extraño que la estafeta del modernismo haya pasado naturalmente a manos de Amado Nervo. Muchas cosas tenían en común, además de las lecturas y del espíritu de su poética de la sinceridad y la naturalidad. Ambos eran capaces de imantar a las muchedumbres. La llegada tumultuosa de Darío a Veracruz en 1910 rima, en cierto modo, con el llanto de las multitudes a lo largo del continente durante el último viaje en barco de Amado Nervo en 1919, que las hacía salir a las calles para saludarlo. Darío llegando a Veracruz en 1910, Nervo llorado por multitudes en 1919. Cuando Ramón López Velarde se enteró de la desaparición del poeta, escribió:

Un periodista me dijo... murió Amado Nervo... Quedé impasible. En ello reconocí la eternidad del muerto, porque vivir o morir es secundario para él, en presencia de la perpetuidad de su obra. Para mí, él es el poeta máximo nuestro... El Nervo encantador que me sé de memoria, pleno, sobresaltado, místico, abundante de gracia, fiel a sí mismo, de urbanas y ágiles maneras, amartelado con cada creatura... Una sola cosa sabemos: que el mundo es mágico... Vamos de la vigilia al sueño como del deleite de un rubí al encantamiento de una perla...

MISTICISMO Y BOHEMIA

“¿Era Amado Nervo un místico?”, se preguntaba Max Henríquez Ureña en su Breve historia del modernismo (1954). Había materia documental para esa cuestión delicada, a la vez íntima y pública. Nervo tuvo la tentación de entrar por la puerta estrecha del sacerdocio al que renunció. Muchos entendían que era una especie de sacerdote expoliado, un defroqué. Títulos como Místicas (1898), Los jardines interiores (1905), En voz baja (1909), Serenidad (1914), Renunciación (1914), Elevación (1917), El estanque de los lotos (1919) y El arquero divino (1922, póstumo) denunciaban o sugerían esa vacilación. Por eso mismo, Nervo puede hablar de Hamlet en su poema “La raza de bronce” como de un “doliente hermano”.

Es cierto que Nervo leyó a Tomás de Kempis, quien urgía a sus lectores a la Imitación de Cristo: no a leer los Evangelios sino a ser Cristo. Es cierto también que por un momento, como queda claro en su poema, intentó esa terrible aventura. También es cierto que su frágil condición humana lo llevó a buscar el mundo, el amor y la felicidad profanas, y que el duelo por la amada perdida (La amada inmóvil) lo devolvería a ese camino de la desnudez y la búsqueda interior.

Falta estudiar con cuidado la evolución religiosa de este poeta de cuya sinceridad no se puede dudar. Y precisamente la sinceridad es, como apunta Carlos Monsiváis, una brújula de su actitud ética. Tal vez percibiendo esto sus lectores lo siguieron en sus libros, en vida y póstumamente. La historia editorial de Amado Nervo no puede desprenderse de esta recapitulación. No sólo eso. Habría que añadir a esa historia editorial oficial la caudalosa de las ediciones piratas. Nervo es en ese sentido un clásico. Pero sigue siendo un misterio. Un fantasma que recorre la historia de la poesía mexicana con su cauda anacrónica pero decididamente carismática, con su vidriosa fama, tan peligrosa para él como para sus lectores.

Los críticos y lectores de Amado Nervo, como la puertorriqueña Concha Meléndez, el hispanista norteamericano Alfred Coester, hasta Luis Leal y Manuel Durán, coinciden en dar cuenta de ese proceso por el cual Nervo deja atrás el cortejo afectivo del carnaval bohemio para adentrarse en las austeridades de una poesía a la par edificante y pedagógica. Este proceso pudo ser seguido abiertamente por el público que lo leía. Nervo se hizo un estandarte de la poesía entre las multitudes, pero al mismo tiempo fue perdiendo lectores entre los poetas más exigentes y comprometidos con los procesos de la vanguardia.

"Crea el mito del poeta que sabe templar no sólo las cuerdas íntimas sino la lira heroica.   La raza de bronce condensa un abanico de las posibilidades éticas y estéticas del mundo indígena y mestizo mexicano".

VIGENCIA Y CELEBRIDAD

Un año después de su muerte, en 1920, la colección Cvltvra publica Los cien mejores poemas de Amado Nervo, escogidos y prologados por Enrique González Martínez —poeta que, con Alfonso Reyes, podría decirse su heredero—. Luego, en la Biblioteca Nueva en Madrid, con ilustraciones de Marco, se publican entre 1920 y 1928 los 29 volúmenes de las Obras completas al cuidado de Reyes. En 1943, el sello Espasa Calpe de Argentina edita sus Poesías completas, y en 1944 la Editorial Nueva España de México. En 1945, el sello argentino Calomino lanza treinta tomos de las Obras completas previamente editadas por Reyes. Casi tres décadas después, la editorial Aguilar publica en Madrid, en papel Biblia, dos volúmenes empastados con edición, estudios y notas de Francisco González Guerrero para los escritos en prosa: volumen I (1,454 pp.) y una parte del II (1,889 pp.). En ese tomo, las Poesías completas, abarcan más de 600 páginas; su edición estuvo a cargo de Alfonso Méndez Plancarte. No hay queja de su actualidad editorial. Si en el pasado fue objeto de numerosas ediciones, incluidas las piratas, actualmente la UNAM cuenta con la página “Amado Nervo: lectura de una obra en el tiempo” (http://www.amadonervo.net), dirigida por Gustavo Jiménez Aguirre.

Escribió cuentos, novelas cortas, historias varias, cuadros costumbris-tas, crónicas urbanas, literarias y teatrales, piezas de “teatro mínimo”, conferencias, discursos, libros, crónicas de viaje, cartas, textos autobiográficos, apuntes, ideas, aforismos. La vertiente poética no es menos caudalosa: las más de 600 páginas del tomo II impresas a doble columna abarcan Mañana del poeta (1886-1891), Místicas, Poemas (1894-1900), Cantos escolares, El éxodo y las flores del camino, Los jardines interiores, En voz baja, Serenidad, La amada inmóvil, Elevación, El estanque de los lotos, El arquero divino, La última luna (abril-mayo de 1919).

El pacto que sella la vocación poética de Amado Nervo es a la vez artístico y civil, poético y político, literario y religioso. Al redactar cada una de sus estampas líricas, al fraguar sus poemas y dejarse hablar por los espíritus de la letra que lo convocan y apremian, al reiterar en cada signo su apuesta espiritual y ética, interroga al mito y paralelamente crea el mito del poeta que sabe templar no sólo las cuerdas íntimas sino la lira heroica. En particular, “La raza de bronce” cifra y condensa un abanico de las posibilidades éticas y estéticas del mundo indígena y mestizo mexicano.

Al morir en Uruguay, Nervo es declarado “Príncipe de los poetas continentales” y “el más grande lírico de América”. El buque en que viaja rumbo a México el cadáver embalsamado del poeta es escoltado por naves de Argentina y de Cuba; llega cubierto por los pabellones de otros países  —como Venezuela y Brasil— que se han unido a Uruguay en el duelo. Un vistoso sarcófago diseñado y esculpido por el artista uruguayo José Zorrilla de San Martín arropa los despojos del poeta, que yace en la Rotonda de las Personas Ilustres.

Lo veneran las multitudes que lo han leído y lo siguen en procesión a lo largo de ese viaje póstumo que trae sus restos desde Banda Oriental hasta México, en un barco de guerra escoltado por una comisión de intelectuales, un  trayecto que dura casi medio año. Desembarca el 11 de noviembre en Veracruz. Ese día se declara luto nacional. El 14 de noviembre es inhumado en la Rotonda del Panteón de Dolores. El cortejo convoca a cerca de 200 mil personas.

EN LA CIUDAD LITERARIA

El nombre de Amado Nervo llegó a ser ejemplo del escritor despierto en las orillas del poema y en las de la prosa. También sinónimo del poeta a la vez oficial y popular. Tal vez no es extraño que Ramón López Velarde lo haya considerado como un ascendiente decisivo de su proyecto poético, ni que Octavio Paz lo lea a la luz de esa “religión del amor” que practicó López Velarde y desde luego él mismo, autor de La llama doble. Tampoco es casual que Reyes lo cite copiosa y naturalmente a lo largo de su obra, ni que le haya dedicado al menos su Tránsito de Amado Nervo, ni que la primera edición de sus Obras completas las editara el mismo Alfonso Reyes para la Biblioteca Nueva con elegantes ilustraciones en las portadas, estilo art déco, ni que la segunda edición, para el sello de Aguilar, se deba a los buenos oficios de Alfonso Méndez Plancarte. Amado Nervo ronda las calles de la ciudad literaria mexicana e hispanoamericana como una sombra fiel a su propia hora.

Fue un poeta religioso. Buscó el fantasma o la presencia de lo sagrado no sólo en el ámbito litúrgico sino aun y sobre todo en el amor o en los amores imposibles. Octavio Paz, Alí Chumacero, José Luis Martínez, Juan José Arreola —me consta— se sabían de memoria poemas y versos de Nervo. Tampoco es casual que Carlos Monsiváis le haya dedicado su libro Yo te bendigo, vida. Amado Nervo: Crónica de vida y obra: su memoria pagaba así una deuda con el autor de tantos poemas citados y re-citados por él mismo.

Quizás sólo los estudiosos están conscientes de que la obra de Amado Nervo permanece aún por descubrir. Un ejercicio que puede distraer de la lectura gastada de la poesía cívica o de las efusiones sentimentales es el de espigar en los versos y la prosa de Amado Nervo las composiciones que le dedicó desde su juventud hasta su edad madura a Siddhartha Gautama, Buda, de las cuales hay ejemplos en la antología de Jorge Cuesta y en el Ómnibus de poesía mexicana de Gabriel Zaid, otro lector suyo. Nervo fue un hombre de su tiempo, es decir, es uno de nuestros soterrados contemporáneos. Pero su escritura poética se sobrepone a la silueta del hombre de letras que, a pesar de la admiración oficial, aún no ha merecido una biografía digna de ese nombre, ni una nueva, rigurosa y actualizada versión de sus Obras completas.

Debo reconocer que me admira el entusiasmo —cívico o religioso, sentimental o pánico— que estremece algunos poemas suyos y esa peculiar, inconfundible musicalidad de su escritura poética que el lector encuentra en antologías, libros de texto y, desde luego, en los versos de otros poetas que a veces lo re-escriben sin atreverse a citarlo.

"No es extraño que Ramón López Velarde lo haya considerado ascendiente decisivo de su proyecto poético, ni que Octavio Paz lo lea a la luz de esa 'religión del amor' que [él mismo] practicó".

OTRAS LECTURAS

Octavio Paz afirma en su ensayo sobre Amado Nervo de 1950: “Después decide desnudarse. En realidad se trata de un cambio de ropajes. El traje simbolista, que le iba bien, es sustituido por el gabán del pensador religioso. La poesía perdió con el cambio sin que ganara la religión o la moral”. Y Eduardo Lizalde recuerda, en su ensayo sobre Manuel Gutiérrez Nájera:

del Nervo brillante, lírico, enamorado, romántico-modernista de la primera etapa, todo el mundo habló bien; en cuanto entró al misticismo y a los sermones del género catequista, todos odiaron discretamente la poesía de Nervo, incluidos sus discípulos y admiradores.0

A su vez, Salvador Elizondo precisa: “Según muchos, Amado Nervo (1870-1919) es el más grande poeta modernista mexicano, pero su condición más exacta es la de ser el más modernista de los poetas mexicanos de su época”.11 Es, en cualquier caso, un poeta que suscitó en vida y todavía sigue despertando fervores y distancias. Entusiasmos y reticencias, precisamente por esa lealtad a su camino interior, a su vocación artística, poética o religiosa.

Es cierto, como recuerda Carlos Monsiváis, que Amado Nervo fue quizá uno de los últimos avatares del poeta inspirados por “una fe religiosa, la mística del verbo”.12 Ese fervor se daba tanto en el ámbito privado como en el espacio público. Según lo señala Monsiváis: “De entre los modernistas, Nervo es el más abiertamente religioso a la antigua usanza, y anhela la transfiguración, el acto mediante el cual el escritor deviene sucesión de formas diáfanas”.13 Monsiváis pone como ejemplo un poema de este proceso:

TODO YO

Todo yo soy un acto de fe.

Todo yo soy un fuego de amor.

En mi frente espaciosa lee,

mira bien en mis ojos de azor:

¡hallarás las dos letras de FE,

y las cuatro, radiantes, de AMOR!

Si vacilas, si deja un porqué

en tu boca su acerbo amargor,

¡ven a mí, yo comienzo, yo sé!

Mi vida es mi argumento mejor.

Todo yo soy un acto de FE.

Todo yo soy un fuego de AMOR.

Febrero 9, 191514

[gallery order="DESC" td_gallery_title_input="Algunos de los 29 volúmenes de las Obras completas, al cuidado de Alfonso Reyes, Biblioteca Nueva, Madrid, 1920-1928." link="file" size="full" td_select_gallery_slide="slide" ids="eyJ1cmwiOiJodHRwOlwvXC9kMWR4dnJ5ZW45Z29pNS5jbG91ZGZyb250Lm5ldFwvd3AtY29udGVudFwvdXBsb2Fkc1wvMjAxOVwvMDVcL0VDMS03Mi5qcGciLCJ0aXRsZSI6IkVDMS03MiIsImNhcHRpb24iOiIiLCJhbHQiOiIiLCJkZXNjcmlwdGlvbiI6IiJ9,eyJ1cmwiOiJodHRwOlwvXC9kMWR4dnJ5ZW45Z29pNS5jbG91ZGZyb250Lm5ldFwvd3AtY29udGVudFwvdXBsb2Fkc1wvMjAxOVwvMDVcL0VDMS02Mi5qcGciLCJ0aXRsZSI6IkVDMS02MiIsImNhcHRpb24iOiIiLCJhbHQiOiIiLCJkZXNjcmlwdGlvbiI6IiJ9,eyJ1cmwiOiJodHRwOlwvXC9kMWR4dnJ5ZW45Z29pNS5jbG91ZGZyb250Lm5ldFwvd3AtY29udGVudFwvdXBsb2Fkc1wvMjAxOVwvMDVcL0VDMS01Mi5qcGciLCJ0aXRsZSI6IkVDMS01MiIsImNhcHRpb24iOiIiLCJhbHQiOiIiLCJkZXNjcmlwdGlvbiI6IiJ9,eyJ1cmwiOiJodHRwOlwvXC9kMWR4dnJ5ZW45Z29pNS5jbG91ZGZyb250Lm5ldFwvd3AtY29udGVudFwvdXBsb2Fkc1wvMjAxOVwvMDVcL0VDMS00Mi5qcGciLCJ0aXRsZSI6IkVDMS00MiIsImNhcHRpb24iOiIiLCJhbHQiOiIiLCJkZXNjcmlwdGlvbiI6IiJ9,eyJ1cmwiOiJodHRwOlwvXC9kMWR4dnJ5ZW45Z29pNS5jbG91ZGZyb250Lm5ldFwvd3AtY29udGVudFwvdXBsb2Fkc1wvMjAxOVwvMDVcL0VDMS0zMy5qcGciLCJ0aXRsZSI6IkVDMS0zMyIsImNhcHRpb24iOiIiLCJhbHQiOiIiLCJkZXNjcmlwdGlvbiI6IiJ9"]

Notas

1 Amado Nervo, Obras completas, tomo II, “Prosas-Poesías”, edición, estudios y no-

tas de Francisco González Guerrero (prosa), introducción y noticia biográfica de Alfonso Méndez Plancarte (poesías), Aguilar, Madrid, 1952, p. 1216.

2 Enrique de Olavarría y Ferrari, Reseña Histórica del Teatro en México, 1538-1911, prólogo de Salvador Novo, Editorial Porrúa, México, 1961.

3 José Luis Martínez, Literatura mexicana siglo XX, 1910-1949, Antigua Librería Robredo, México, 1949, p. 153.

4 En Obras completas, op. cit., pp. 993-994.

5 Amado Nervo, Un epistolario inédito. XLIII Cartas a don Luis Quintanilla, prólogo y notas de Ermilo Abreu Gómez, México, Imprenta Universitaria, 1951.

6 Ramón López Velarde, “La magia de Nervo”, en Obras, edición de José Luis Martínez, Fondo de Cultura Económica, México, 1971, pp. 502-503.

7 Véase Concha Meléndez, Amado Nervo, Instituto de las Españas en los Estados Unidos, Nueva York, 1926, y Manuel Durán, Genio y figura de Amado Nervo, EUDEBA, Buenos Aires, segunda edición, 1969, 223 pp.

8 Amado Nervo, Obras completas, op. cit.

9 Carlos Monsiváis, Yo te bendigo, vida. Amado Nervo: crónica de vida y obra, Gobierno del Estado de Nayarit, Hoja Casa editorial, México, 2002, 120 pp.

10 Eduardo Lizalde, Tablero de divagaciones, tomo I, FCE, México, 1999, pp. 19-20.

11 Salvador Elizondo, Museo poético, segunda edición, Aldus, México, 2002, p. 27.

12 Carlos Monsiváis, op. cit., p. 41.

13 Ibid., p. 44.

14 Ibid., pp. 41-44.

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Portada del libro "Overol, apuntes sobre narrativa mexicana reciente".