Al fondo de su grieta en el muro, el alacrán ordenaba su biblioteca cuando cayó en trance ante dos viejos libros. Se vio veinteañero, al final de su carrera universitaria, leyendo en los jardines de la vieja Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM el libro La ciudad tan personal, de José Joaquín Blanco (1951). Editado en junio de 1976 en los talleres Sandoval Godoy de Guadalajara, el volumen fue publicado por el Centro para el Estudio del Folclor Latinoamericano (Cefol) de la Ciudad de México. La poesía de Blanco capturó al venenoso. Distante de la poética culterana y de la militante al uso, Blanco lograba rimas, tonos de inteligente originalidad introspectiva, genuinos tesoros hallados en los pliegues de la tumultuosa vida citadina.
“En momentos desairados como éste la tristeza me distancia de mí mismo; / una lejanía inmóvil, y me veo y me pienso como el indiferente panorama; / me saludo, me digo: ‘¡Qué lejos de tu corazón despertaste esta mañana! [...] / Pero no me hago caso. Me acompaño a mí mismo durante el trayecto en camión a la oficina, / juntos y silenciosos los dos, como después de haber irreparablemente reñido”.
Un par de años después llegó también al arácnido otro libro editado en esos talleres de Guadalajara y publicado por el mismo Cefol en julio de 1976: El pobrecito Señor X, de Ricardo Castillo (1954). Es un libro destinado a trastocar la poética mexicana al singularizar en un personaje callejero y escuálido, duro y frágil a la vez, la aspiración que tienen muchos poetas jóvenes de salir del purismo aséptico de la torre de marfil y poetizar la descarnada vida propia en la dura urbe contemporánea.
"Blanco capturó al venenoso. Lograba rimas, tonos de inteligente originalidad introspectiva".
“Crecí como trébol de jardín, / como moneda de cinco centavos, como tortilla. // Crecí con la realidad desmentida en los riñones, / con cursilerías en el camarote del amor. / Mi mamá lloraba en los resquicios. / Mi papá se moría mirándome a los ojos... / y luego yo, tan mirón, tan melodramático. // Jamás he servido para nada. // No he hecho sino cronometrar el aniquilamiento. // Como alguien me lo dijo una vez: Valgo Madres”.
Los dos libros, editados con un mes de diferencia en 1976, fueron los únicos publicados por el Cefol en la colección El ciervo herido, a cargo del poeta Ricardo Yáñez. El escorpión conoció poco después a José Joaquín Blanco (an ever master) y aprendió de su obra poética, narrativa y ensayística.
Conoció también a Ricardo Castillo y participó con él en espectáculos poéticos allá por mediados de los años ochenta, cuando el venenoso compartió aventuras con una espléndida banda de mujeres y hombres artistas a quienes hoy saluda en el trance hipnótico de esta historia de dos libros.