Cuaderno de retos y piritas

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En doce libretas pequeñas se fueron juntando las notas previas y paralelas a la escritura de esa novela. Transcribo dos de ellas. La primera y la última. Casi siete años las separan. Es curioso que, aunque hay cierta continuidad en los propósitos, las versiones del libro mismo fueron cambiando notablemente. Añado algunas de las ilustraciones que forman parte del libro o de sus esbozos. —ARS

CUADERNO DE RETOS

Enero 2011

El reto de volver a explorar el deseo, pero ahora en la dimensión donde se entreteje con el mal. Por lo tanto, al fondo tendrá que estar muy presente la política, llena de engaños, y la historia, llena de sus consecuencias.

El reto de retomar, en otro tiempo histórico, la reflexión sobre las paradojas del bien y del mal que puse en acto al escribir Los demonios de la lengua. Sumarlo al reto de ir más a fondo en las paradojas del “compromiso” político y la relación conflictiva con la verdad que exploré al escribir el libro sobre Gide y su regreso de Rusia, Tristeza de la verdad.

El reto de contar al mal y al deseo arraigados en ciertos momentos históricos precisos pero que vayan más allá, que sean sustanciales. El mal y el deseo puestos en escena de tal manera que su naturaleza sea válida lo mismo para describir mecanismos sociales, reclutadores de entusiasmos creyentes lo mismo de Stalin como de Hitler. Incluso válidos para describir los trucos de políticos actuales de eso que llaman insuficientemente populismo, de izquierda o de derecha. Los tres impregnados de la idea de que algo, una utopía, o alguien, un líder carismático, justifican el sacrificio de sus creyentes o seguidores (sacrificio de vidas, de salud, de derechos humanos, de cultura, de ecología, de dignidad, de lucidez).

El reto de exhibir, sutilmente, pero de forma definitiva, ese sustrato profundamente falocrático que hay en el ardor creyente por los líderes políticos carismáticos del signo que sean. Cómo la formación temprana de la sexualidad de las personas se relaciona con su necesidad de seguir órdenes de un partido o un líder.

El reto de usar la pérdida de la memoria, forzada, y su paulatina y difícil recuperación, como una manera de ver con escepticismo sus anteriores ilusiones y versiones históricas. Se van evaporando las razones o más bien la racionalización de su fe.

"El reto de encontrar la forma literaria, el registro narrativo preciso para decir eso que tengo que decir. Una historia sobre el desconcierto de quien ha perdido la memoria, contada desde el desconcierto".

El reto de encontrar la forma literaria, el registro narrativo preciso para decir eso que tengo que decir. Esa historia que tengo que contar. Una historia sobre el desconcierto de quien ha perdido la memoria, contada desde el desconcierto. Como antes conté al deseo desde el deseo en Los nombres del aire.

Plan flexible. Una narración que se despliegue como las hojas de un biombo japonés cuyos elementos variados van tomando la forma de un collage.

Primera parte: 1. El desconcierto del primer narrador que escucha algo que no entiende y trata de armar el rompecabezas cambiando de método a cada paso. 2. Como espuma, como una yerba que será un árbol, crece el segundo narrador desde el caos. La digresión reflexiva es abono para dejar surgir la verdad del segundo narrador. 3. Al ordenarse y tomar coherencia y consistencia el segundo narrador, el primero la pierde. Podría casi decirse que se convertirá patológicamente en él. 4. Su épica de la memoria lo hace irse cuestionando TODO: porque todo es nuevo. Pero lo mismo sucede en su vida y en las creencias del siglo. Su memoria surge nueva, limpia de mitos compartidos, mira todo desde un ángulo inusitado y así lo cuenta.

Segunda parte: 5. La construcción de la memoria es construcción de un ámbito. Su historia toma la forma de la habitación que lo contiene. 6. Paradójicamente, por la fuerza del arte que crea, del encierro mismo surge su liberación y su reconstrucción. Del caos, una geometría perfecta. Del sinsentido una mirada y una perspectiva: una voz.

[caption id="attachment_964683" align="alignnone" width="907"] Ilustraciones de los cuadernos originales del autor.[/caption]

Pero más que una trama, deseo e imagino una secuencia anímica. Pensarla en términos de composición musical. Mi partitura sería así:

1. Obertura, asombro.

2. Introducción: desconcierto.

3. Búsqueda, retos: esfuerzos de la memoria, digresiones, temas paralelos.

4. Un pasado posible. Crece la incertidumbre.

5. Umbral, penumbra. Se abre el espacio negro

6. Primera coherencia, primera luz en las sombras.

7. Segunda ráfaga de luz, otras voces, otras sombras.

8. Tercera ráfaga, a la sombra grave del amo se espesa el parpadeo de la sombra y de ella, la huida.

9. Coda: Fugacidad de las voces, se disuelven en las manos del tiempo, Se disuelve la sombra, la historia del siglo, las voces se vuelven murmullo.

El reto de contar cada fragmento con brevedad, concentrando el placer de la dispersión. Cada vez tirar de nuevo los dados, no a nivel del suspenso de la historia sino de cómo es contada. Algo más cerca del collage que del lienzo o del fresco mural.

El reto de oponer en acto, más que en teoría, la vieja idea sartreana del “compromiso”, a la idea más antigua pero más necesaria, del “deber de lucidez”. El compromiso ciega.

El reto de crear o descubrir “islas de luz” en una situación histórica y personal terriblemente obscura. Afirmar esa luz necesaria sin negar las sombras.

"Mi tendencia a definir esta forma de Los sueños de la serpiente es la apariencia de caos de las piritas donde unos cubos se meten y salen de otros: un collage que suma al azar la necesidad codificada de decir algo".

Como en mis otros libros, poner una atención especial a la voz femenina. El reto de reivindicar, escuchándola, a una mujer que ha sido juzgada ominosamente por decenas de narradores, periodistas e historiadores. Sylvia Ageloff, la mujer engañada por Mercader. El reto de no hablar por ella sino escucharla. El narrador ideal, tal vez, un enamorado de Sylvia, despechado, pero ya sin rencor porque han pasado muchos años, y está más con ánimo de disentir de quienes la juzgan. Desde el comienzo deja ver todas sus limitaciones para comprenderla cabalmente.

El reto para mí como narrador será alimentar a ese personaje de un conocimiento de otras mujeres traicionadas, como ella, vivas ahora. Como las autoras de los collages de Santa Martha Acatitla. Aprender yo de esa experiencia para poder sentirla al tratar de comprenderla y contarla. Y a él contando desde su limitación. De nuevo, pero siempre transformado, el reto de escuchar el deseo femenino y masculino.

El reto de cuestionar, de nuevo, la figura del narrador. Esta vez, al que cree poder ver la locura sin enloquecer y que descubre la relatividad radical de lo normal.

El reto de hacer del primer narrador un lector que no teme contar lo que ha leído dejando claro dónde lo leyó pero sobre todo de qué manera lo hace reflexionar, lo transforma e incluso lo trastorna. Es lector y admirador de Lawrence Weschler y de Oliver Sacks, convertidos en personajes lúcidos, guías, faros. El segundo narrador, el principal, será lector de Alejandra Pizarnik.

El reto de documentarse históricamente a fondo pero de cada veinte libros históricos producir tan sólo una frase o dos. Obtener de ellos una comprensión del momento, una visión.

El reto de construir una historia más desde la neurología, llena de accidentes y extrañezas, que desde el sicoanálisis freudiano, donde todo es significativo de una culpa. Es decir, contar sin culpa pero con la atención puesta en una responsabilidad más profunda.

Así, el reto de establecer un narrador que encuentre las palabras para señalar “la banalidad del mal” (Arendt) en sus propias ilusiones, que fueron las de su siglo. El reto de poner en escena narradores que no sean héroes: no son artistas contra el poder, ni siquiera son necesariamente buenas personas (no lo sabemos y él tampoco puesto que no recuerda), son cualquier persona.

[caption id="attachment_964684" align="alignnone" width="859"] Ilustraciones de los cuadernos originales del autor.[/caption]

El reto de contar una vida dramática sin utilizar el chantaje del melodrama. Contar más cerca de la tragedia pero con la distancia del olvido. La distancia brechtiana sobre la tragedia humana abre el espacio para la reflexión del lector. Lo deja vivir y pensar entre los intersticios.

El reto de construir un narrador que sea lo que cuenta, casi sin nombre, casi sin sicología. (Como el de Los jardines secretos de Mogador). Pero ahora tendré un doble reto por la construcción de los dos narradores, como esas escaleras que tienen el mismo eje pero son distintas espirales. El segundo narrador, el principal, irá surgiendo del desconcierto que describe el primero, como un árbol incipiente entre las ruinas de un desastre. Uno aparece y desaparece en el otro.

Quisiera construir una historia que apenas comience se diluya, como en un grabado japonés que nos deja ver un instante de lo que sucede bajo la lluvia. Construir una trama que se niegue la tensión del suspenso tradicional renunciando al pellizco emocional, que avance sin avanzar y nos envuelva sin taparnos los ojos.

El reto de contar una historia que avance por digresiones, acercándonos a su centro más por el camino de la duda que por el de la certeza. Construir una trama que sea una composición en negativo, como un deshilado, donde de la renuncia surgen las figuras inesperadas.

La imagen de los fragmentos de un libro como una marabunta, en rutas paralelas, toda separada y a la vez toda junta. Apelan a otros fragmentos cuando lo necesitan. Exploran, se alejan y luego convergen.

El reto de reinventarme escribiendo este libro, no como meta sino como consecuencia de la obra que se irá construyendo. Seguir sus designios, aprender de nuevo.

"Hay muchos asesinatos e intrigas criminales pero este libro huye de los recursos de la intriga policiaca. Hay mucha historia del siglo XX pero la novela huye de los recursos de la novela histórica".

EL CUADERNO DE LA PIRITA

Mayo 2017

¿Cómo llamar a ese momento único en el que la novela toma su forma decisiva? Cuando adquiere esa fuerza de composición irremplazable para decir su urgencia, su manera de existir y su sentido.

¿Cristalización? Pienso más bien en el proceso que hace a las piritas posibles. Esas rocas que forman cubos perfectos y que son productos naturales aunque parecen creadas por humanos.

Recuerdo la necesidad de una lentitud formativa para que ese “accidente” de perfección sea posible.

Pero mi tendencia a definir esta forma de Los sueños de la serpiente es la apariencia de caos de las piritas donde unos cubos se meten y salen de otros: un collage que suma al azar la necesidad codificada de decir algo.

Me salta a la mente la cita recurrente de Borges en su Elogio de la sombra: “Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”.

Descripción de mi novela, posible en labios de lectores fieles al realismo, a sus reglas artificiosas disfrazadas de hilo literario, a su ficción de coherencia que en la realidad no tienen las personas y, por lo tanto, en los personajes es simulación evidente.

A un lector realista mi libro le parecería eso: espejos rotos, pedacería. No es fácil darse cuenta de que en el caos aparente hay una lógica interna y que, si uno se ha pasado tantos años cosechando y cultivando la forma posible de la novela, este caos no lo es sino en apariencia. Que un sentido distinto exige una forma distinta, propia, única.

La historia que cuento es la de una persona cuyo único heroísmo es buscar su yo perdido a través de una recuperación asistida de la memoria.

Un hombre atrapado en las ilusiones del siglo: en la utopía socialista que lo llevó a emigrar de México a Estados Unidos, volverse obrero y sindicalista; emigrar a la Unión Soviética en los treintas con muchos obreros norteamericanos radicales, ser víctima, como tantos miles de miles, del estalinismo, salvarse por el azar convirtiéndose en lacayo de uno de los verdugos mayores, Beria; se vuelve maestro de inglés de su hijo y sombra de la sombra.

Sólo se salva traicionando, seguramente asesinando, siendo fiel a “la banalidad del mal” con la que convive durante años, cada día. No es alguien bueno luchando contra el mal. Es el mal en su forma más marginal y desechable. Victoria de nuevos giros del destino incierto que lo anima, termina siendo objeto de una experimentación neurológica del estalinismo dentro de la conocida fábrica de venenos bolcheviques de la policía secreta.

Puesto en reserva dentro de una red norteamericana, lo mantienen casi vegetando hasta que varias décadas después un neurólogo emprende la lucha de hacerlo recuperar su memoria, sus espejos rotos.

Usa el método de Ricci en El Palacio de la Memoria y lo hace pintar y escribir sobre los muros de la celda, lo obliga a elegir ancestros puesto que no puede recordar los suyos y elige a Wolfli, a Aloise, a Martín Ramírez. Locos, artistas que llenaron muros y más muros y kilómetros de papeles.

[caption id="attachment_964685" align="alignnone" width="853"] Ilustraciones de los cuadernos originales del autor.[/caption]

Recuerda a trompicones su historia y las cuatro mutaciones de su recorrido:

Mexicano del campo: Juan.

Obrero gringo: Johny.

Ruso voluntarioso: Ivan.

Servidumbre georgiana: Ianni.

Es muchos y es ninguno.

Hay una historia de amor desventurado y más. Hay muchos asesinatos e intrigas criminales pero este libro huye de los recursos de la intriga policiaca. Hay mucha historia del siglo XX pero la novela huye de los recursos de la novela histórica.

El texto se construye más sobre silencios pero sin suspenso.

Si todo el tiempo pienso en la estructura de mis libros con formas y técnicas artesanales, esta vez mi recurso ha sido el de las blusas deshiladas, como se hacen en México, donde lo no dicho perfila, sugiere, delimita a lo que se dibuja, de manera que sólo con distancia y viendo el conjunto se puede percibir la forma que se muestra. Antes y de cerca, sólo se ven puntadas, la nada y sus orillas.

El hombre que intenta recordar es lector de Pizarnik. Las sombras de ella le dan un asidero, paradójicamente luminoso. Lo ayudan a comprender sus propias sombras, por lo menos a pensarlas y a nombrarlas.

El relato de este hombre ofrece al principio sólo indicios entretejidos con el ensayo: con la búsqueda del primer narrador, del autor que irá perdiendo certeza a medida que el memorioso construye y adquiere, más o menos, la suya.

Ya entrado, el relato del hombre que recuerda, su memoria, se organiza como un ámbito cerrado, su celda, su cuarto de hospital que al ser escrito de pared a pared se va convirtiendo, en lugar de encierro, en lugar de liberación, de vuelo, no libre pero sí menos atado a la sombra de la piedra del olvido que le ataron al cuello y que lo hunde.

El muro de entrada es el más incierto. Está hecho de sombras que son como el reverso de las alas negras que cubren su espíritu, alas de cuervos. Los cuervos lo habitan, enormes lo ayudan a volar hacia afuera sin olvidar lo negro de la noche que lleva en el cuerpo.

Después vienen los ancestros que ha elegido. El médico le dice que si no recuerda, algo de la verdad habrá en lo que elija o invente. Y recordar, de cualquier modo, es una manera de inventar, de recrearnos como quisiéramos. Luego la historia posible en México, igualmente poco comprobada.

Viene un mundo con la esencia de la trampa que es la utopía que obliga a creer que existe una idea, un proyecto de humanidad y de sociedad que justifica matar a otros por él o morir por él. La ilusión del siglo, la enfermedad que sigue viva.

La novela es una puesta en crisis desde un ángulo distinto, de la idea estalinista, o leninista más bien, que el mismo Trotsky compartía. Aquí no hay buenos en la historia. Todos son lo que son y no se trata de justificar o de lo contrario. Los crímenes se cuentan solos. No requieren ser enfatizados. El hecho es que hoy en día esos mitos, esas ilusiones siguen vivas y requieren una y otra vez mostrarse como lo que son, enfermedades del siglo, como tantas otras de distintas ideologías.

"La historia del asesino de Trotsky subordinada a la historia de la mujer que él sedujo dos años para acercarse diez minutos a Trotsky es una historia terrible del deseo y el mal".

Aquí lo que se construye no es una argumentación sino una circunstancia que no es común contar: la de una persona que cuenta su historia, que es la de muchos, pero que la cuenta desde el olvido forzado, en su caso.

Con un poco de voluntad interpretativa se podría pensar que la búsqueda por recuperar su memoria es la misma batalla mínima, de antiheroísmo, que efectúa el siglo.

Las nuevas ideologías, compromisos, justificaciones de la violencia tienen la misma raíz: encontrar una ilusión que todo lo justifique y que le dé sentido a la vida de las personas que se lanzan al sacrificio y a la violencia.

El hombre que recuerda nos sorprende a cada escena y cada muro. Cada conjunto de recuerdos tiene una voz distinta porqué él es muchas personas. Además, dentro de ca-

da paleta hay voces de otros que se entretejen con la suya.

Todas las voces son ecos retumbando en el silencio de su alma: creer es crear un silencio de la razón donde resuenen todas las voces. Si las escuchamos atentamente dejamos de creer o nos lanzamos, como los insectos, de cabeza al fuego que nos consume.

El primer narrador se ofrece la libertad de encontrar imágenes del mundo natural que le ayudan a pensar lo que va descubriendo.

Y esas hormigas zombis que son poseídas por una espora que anida en su cerebro y las obliga a trepar a lo más alto de un árbol desde donde lanzará las nuevas esporas al aire para que otras hormigas las vuelvan suyas, es decir, para que las hormigas sean poseídas, es una imagen poderosa que incomoda con frecuencia a los nuevos estalinistas. No pueden pensarse como negadores de la razón y esa fe es inamovible e incuestionable como una espora poderosa: la ilusión del siglo XXI transformada en lucha ciega. La historia del asesino de Trotsky subordinada aquí a la historia de la mujer que él sedujo dos años para acercarse diez minutos a Trotsky es una historia terrible del deseo y el mal contada desde la voz de Sylvia Ageloff, tal y como la recuerda el memorioso.

Su primera rebelión es creer que todos se equivocan y son violentos al llamarla fea, lo que hasta el más reciente novelista del caso repite acríticamente.

La novela es un collage codificado. Pero también es como una de esas tarjetas de cosas dispersas e increíbles que se hacían para ayudar a memorizar los evangelios parte por parte, con frecuencia incluyendo santos y demonios.

Mi esfuerzo por encontrar la forma adecuada me ha llevado a renunciar a muchos de los recursos de mis libros anteriores.

Trato de llegar a la poesía de otra manera. ¿Cómo lograr que la poesía siga siendo el centro de una obra que acosa al tema desde la reflexión y con un relato que huye del melodrama político y de la narración realista? Como siempre, llevar a Beckett dentro, genéticamente.