Lev Tolstói un aforista póstumo

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Foto: larazondemexico

A fines de mayo del año pasado recibí un mensaje de Selma Ancira pidiéndome ayuda para despejar una incógnita con la que se había tropezado en el proceso de traducción de este libro enigmático: los Aforismos de Tolstói. Yo sabía que Selma llevaba años traduciendo a Tolstói y que había acometido la improbable tarea de poner en español este libro-biblioteca armado por el autor de La guerra y la paz en sus últimos años. La pregunta de Selma era en apariencia sencilla. Entre los Aforismos aparece transcrito un canto del poeta mexica Nezahualcóyotl: ¿sabía yo de dónde podía venir? No lo pensé mucho, el nombre de Nezahualcóyotl evoca para mí el de mi querido maestro José Luis Martínez a quien ya no podía acceder, pues ya fue traducido a la otra orilla, pero sí podía dirigirme a su hijo Rodrigo Martínez Baracs, quien no tardó mucho en especificar que la cita de Nezahualcóyotl provenía de la Historia de la conquista de México escrita por William Prescott, el pasmoso historiador amigo de Joaquín García Icazbalceta. Rodrigo acertó en la respuesta. El libro de Prescott está en la biblioteca del santo maestro de la literatura donde lo fue a encontrar Selma. El texto en cuestión es el siguiente:

Todo en la vida llega a su fin, y aun los más valerosos y dichosos caen en su grandeza y su alegría, y se convierten en polvo. La tierra entera es una enorme tumba, no hay nada en su superficie que no se oculte en la tierra debajo de la tumba. Las aguas, los ríos y los arroyos corren a su fin, no regresan al lugar feliz de donde brotaron. Todos se apresuran a enterrarse en las profundidades del inagotable océano. Lo que fue ayer ya no es hoy; y lo que es hoy, ya no será mañana. Los cementerios están repletos de los restos de quienes algún día tuvieron vida y fueron reyes, dirigieron pueblos, presidieron reuniones, mandaron ejércitos, conquistaron nuevas tierras, exigieron pleitesía, se hincharon de vanidad, pompa y poder.

Pero la gloria se desvaneció, como el humo negro que exhala un volcán, y no quedó nada salvo alusiones en la hoja de un cronista.

Los grandes, los sabios, los valientes, los magníficos, ay, ¿dónde están ahora? Todos se han mezclado con el barro y lo que les ocurrió nos ocurrirá, y les ocurrirá a quienes vengan después de nosotros.

Pero ármense de valor, jefes célebres, amigos sinceros, súbditos fieles, aspiremos todos a ese cielo donde todo es eterno y no existe ni la putrefacción ni la destrucción.

La oscuridad es la cuna del sol, y para que brillen las estrellas es necesaria la negrura de la noche.

Texcoco, Nezahualcóyotl (alrededor de 1460), pp. 251-252.

Selma no sólo es una excelente traductora sino que, al igual que el castor, es una trabajadora infatigable. Sin esa virtud no sería explicable el trabajo de delicada ingeniería editorial que hizo posible este milagro de la coedición al asociar al Fondo de Cultura Económica, al Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, al Consejo de la Música en México, A. C., al Institute for Literary Translation, al Baltic Centre for Writers and Translators de Gotland.

Aforismos de Lev Tolstói contiene la selección, traducción y prólogo realizados por Selma Ancira de ese libro póstumo titulado El camino de la vida, publicado en 1911, tras la muerte del escritor, el 20 de noviembre de 1910.

El camino de la vida en su edición original tiene alrededor de 500 páginas, y es uno de los noventa volúmenes de que consta la obra completa del autor. Los Aforismos aquí presentados suman 302 páginas. Los acompaña una útil cronología del escritor, preparada por Ricardo San Vicente, y una noticia “acerca de los autores” citados por Tolstói.

Este libro, traducido por Selma Ancira, busca asentar o afirmar la verdad del camino de la vida, esa verdad única de la conciencia que debe tener el ser humano de que pertenece a un todo y de que su destino no es privado, personal o exclusivo, sino que es común a toda la especie y, más allá, a toda la creación. Ese destino viene de la vida previa, se deletrea en el presente perpetuo vivido aquí y ahora, donde cada instante es una campanada cuyo tañido desemboca en la muerte para la cual la vida nos prepara. Ese destino es universal y por supuesto político: no reconoce patria ni Estado y se afirma en la soberanía de la conciencia personal. Ese destino es armonioso, gira en torno al amor, desconfía y huye de la violencia, la crueldad, el castigo, la coacción. Ese destino muestra la dependencia recíproca de todos los seres.

Aforismos es y no es un libro de lectura sencilla, fácil. Fue hecho, copiado, traducido, transcrito para ser masticado, releído, recitado, recitado. Se puede también leer de otro modo: a contraluz de la vida del atormentado y genial autor expresada en la cronología. Así cobra un sentido personal, íntimo, desgarrador, doloroso y doliente, agonista. Hay que recordar que los libros de Tolstói fueron prohibidos. Era casi lógico que las obras subversivas de un terrateniente que estaba dispuesto a repartir sus propiedades a sus siervos pudiera molestar no sólo a la familia sino a los otros terratenientes. Tolstói era un personaje incómodo, un hombre cuyo trato no siempre era fácil (se peleó con su amigo Turguénev durante años y estuvieron distanciados mucho tiempo). De esta suerte, podrían leerse los Aforismos como cicatrices, incisiones, heridas, llagas y marcas en El camino de la vida. Otra forma de leerlo sería no como un libro escrito o copiado por Tolstói, sino como una canasta de mensajes que, a través del escritor ruso, llegan hasta nosotros como señales de alerta y gritos de auxilio y ayuda del cosmos.

Selma Ancira, la prodigiosa mexicana que lleva el nombre de la maravillosa Selma Lagerlöf y cuyo nombre significa “Casco de Dios”, nos ha invitado a un imposible: ¿cómo presentar los Evangelios? Regresaré a mi casa sin saber dónde poner el libro, si entre las obras del escritor ruso, por ejemplo, junto a la traducción al inglés de este mismo libro con otra selección hecha por Guy De Mallac, The Wisdom of Humankind [La sabiduría de la humanidad],1 o si lo pongo junto a las traducciones que ha hecho Selma de Tolstói, Tsvetaieva, Seferis, Ritsos, muchas publicadas por el Fondo de Cultura Económica, o bien junto a la La filosofía perenne de Aldous Huxley2 y La importancia de vivir de Lin Yutang. Tal vez, de hecho, compre dos ejemplares: uno para dejarlo en la cabecera y otro para ir acomodándolo en distintos lugares en la biblioteca.

"He leído a Tolstói en sus novelas y en sus diarios. Podría decir que siento que estos Aforismos son como las cuerdas de una guitarra cuyo cuerpo es LA obra MISMA DEL escritor".

Se trata de un libro para reflexionar. Yo no sé ruso. He leído a Tolstói en sus novelas y en sus diarios traducidos por Rafael Cansinos Assens. Podría decir que siento que estos Aforismos son como las cuerdas de una guitarra cuyo cuerpo es la obra misma del escritor y que nos pueden ayudar a leerlo mejor gracias a Selma Ancira.

En realidad es un volumen desconocido, en cierto modo oculto. Hasta donde sé, ninguna biografía de Tolstói lo menciona. Por ejemplo la de Francois Porche, Tolstói, Retrato psicológico.3

El autor, atormentado como sólo un ruso puede estarlo, libraba una perpetua guerra civil contra sí mismo. Predicaba la castidad —tuvo diez hijos— y sus novelas documentan con minucia microscópica su pasión por el conocimiento del mundo y de la historia. Desdeñaba al Estado, pero mostró su avidez por comprender la historia, de la cual sus novelas son enorme testimonio. Tolstói fue un gran lector de la Biblia, a tal punto que él mismo aparece como una especie de patriarca bíblico, uno de esos profetas desgarrados por la luz de la verdad. No se puede dudar, tiene una filosofía, pero la suya es una filosofía salvaje o, si se quiere, una muy próxima a la de los padres del desierto, próxima a Pascal —a quien cita muchas veces— y no tanto a Montaigne —a quien no cita en esta edición. Sin embargo, según George Steiner en su libro Tolstói o Dostoievski:

En la casa del jefe de estación de Astápovo, dícese que Tolstói tenía dos libros junto a su cabecera: Los hermanos Karamázov y los Ensayos de Montaigne. Diríase que había decidido morir en presencia de su gran antagonista y de un espíritu de su misma casta. En el último caso eligió adecuadamente, pues Montaigne era un poeta de la vida y de su totalidad, más bien en el sentido en que Tolstói mismo había entendido ese misterio. Si hubiese acudido al famoso capítulo XII del segundo libro de los Ensayos mientras preparaba su soberbio genio para la tranquilidad, Tolstói hubiera encontrado una sentencia igualmente apropiada para él y para Dostoievski: C’est un grand ouvrier de miracles que l’espirit humain… [El espíritu humano es un gran forjador de milagros].4

Según Elías Canetti, en el texto “Tolstói, el último antepasado”, el conde era un personaje contradictorio:

La evolución religiosa del Tolstói tardío se halla bajo el signo de un imperativo inevitable. Lo que él mismo considera una decisión libre de su espíritu está determinado por una equiparación terrible: con Cristo. Pero su alegría, cualquier trabajo en el campo y ese predominio de las actividades manuales en él, tienen muy poco en común con Cristo.

En vez de un Cristo es más bien un hacendado regresivo, un patrón que vuelve a convertirse en campesino. Para reparar todo cuanto los amos han cometido, se sirve de los Evangelios. Cristo es su muleta. Lo que persigue es reconvertirse, a título plenamente personal, en campesino. No le interesa el derecho, sino la existencia del campesino, a la que no podría llegarse a través de la violencia. Pero también le importa ser reconocido como campesino.

Su familia, que obstaculiza esta transformación, acaba por resultarle molesta. Su esposa se casó con el conde y el escritor; del campesino no quiere saber nada. Lo rodea con sus ocho hijos vivos, que no son, ni de lejos, hijos de un campesino.

Reparte sus propiedades en vida. Quiere deshacerse de ellas, y todas las disputas habituales entre herederos se desarrollan entre la esposa y los hijos, bajo sus propios ojos. Es como si se hubiera propuesto sacar a luz los aspectos más horribles de sus familiares [...]

El hecho de que al final huyera y no muriese en casa convirtió en leyenda su propia vida. Pero la época que precedió a su fuga quizás tenga más valor. La oposición de Tolstói contra todo lo que no le parecía verdadero le granjeó la enemistad de sus seres más próximos: su mujer y sus hijos. Si hubiera abandonado a su mujer en el acto y no se hubiera inquietado por su vida, si le hubiera vuelto la espalda —y motivos no le faltaban para hacerlo— en cuanto la vida se le hizo insoportable a su lado, sería imposible tomarlo en serio. Pero se quedó y, a una edad muy avanzada, decidió arrostrar sus amenazas diabólicas. La paciencia del anciano provocó el estupor de los campesinos que lo rodeaban, y más de uno con los que hablaba llegó incluso a decírselo. La opinión de esa gente no le parecía despreciable: entre todos los hombres le seguían pareciendo los mejores.

En las batallas que tuvo que soportar se convertía, como él mismo escribió, en un objeto, y esto era lo que más lo incomodaba.5

Tolstói era un personaje atormentado y contradictorio. Así lo reconoce Edmund Wilson, en sus “Notas sobre Tolstói” de Ventana a Rusia:

Se encontró entonces en la situación poco común, y para un gran escritor tal vez sin precedentes, de tener todo lo que le era posible desear en el sentido material, habiendo además realizado todas sus posibles ambiciones en el campo literario. Tenía un título, antepasados distinguidos y una extensa propiedad en el campo, ninguna presión paternal adversa, una mujer atractiva e inteligente, capacidades intelectuales de primer orden y un genio imaginativo que le había permitido crear dos obras maestras de la narrativa que empezaban a rendir mucho dinero: cuando oía que sus antiguos colegas recibían cargos oficiales importantes, solía señalar irónicamente que “aunque [él] no hubiera ganado un nombramiento de general de artillería, sí se había ganado el grado de general en literatura”. Pero había servido en la guerra contra Shamil y casi lo mata una bomba, había peleado en Crimea y había rechazado o ignorado tres cruces al valor; había tenido innumerables mujeres; había visto todo cuanto quería de la Europa occidental. Había actuado como Árbitro de la Paz, después de la liberación de los siervos, con una justicia tan imparcial que puso furiosos a muchos de los nobles; había instituido y dirigido una escuela para los hijos de los campesinos, con un sistema inventado por él mismo. Aunque sensible, era físicamente vigoroso. No es sorprendente —aunque sea un fenómeno tan poco frecuente— que, habiendo experimentado y logrado tanto a una edad relativamente temprana, se preguntara, como lo hace en Una confesión, qué podía esperar e intentar ahora. La vida finalmente lo enfrentaba a un gran vacío. ¿Cómo llenarlo? No hay ya ninguna otra manera de sobresalir salvo mediante algún esfuerzo de autoennoblecimiento espiritual.6

Tolstói es un hombre escandalizado por la tecnología, la industrialización, y el temor completamente justificado por el progreso y la tecnología recorre su obra. Aforismos es un destilado de sabiduría. No es una obra para leerse como una novela. Es la alacena o más bien el arsenal de un hombre decidido a entrar armado hasta los dientes para luchar consigo mismo y armar con sus lecturas una tabla de salvación de la vida interior. Lo que está en juego en este libro sería precisamente la vida interior en el presente de la creación, tal vez no en el presente de los sentidos. Aforismos podría leerse como un libro de fotografías de los cielos cuyo motivo es precisamente el firmamento ilimitado. Los cielos, no el cielo, pues como diría María Zambrano, el infierno es único pero el cielo es plural. Plural como este Tolstói, ecologista y anarquista, místico, devorado por el viento de la verdad interior que lleva al escritor a callar.

Hablar de Tolstói en México lleva necesariamente a pensar en Sergio Pitol, amigo y maestro de Selma Ancira. Tolstói, la literatura rusa y Pitol están indisociablemente ligados. Al inicio de su ensayo titulado “La casa de la tribu”, incluido en el libro del mismo nombre, Sergio recuerda su visita a la casa de Tolstói en Moscú: la casa de la tribu. Señala que ahí

tanto los actos más mínimos como los verdaderamente espectaculares, los triviales como los escabrosos tenían que ocurrir a la vista casi de todo el mundo: dramas, rivalidades, reproches, momentos de melancolía, nacimientos, enfermedades, muertes.

“La casa de la tribu” es una casa de cristal. La obra de Tolstói, y este libro en particular, lo es también:

Uno de los temas centrales lo constituye la relación entre el individuo y un núcleo social comunitario, la familia, el grupo profesional, la polis. El hombre disminuye al separarse de sus semejantes. Y si la separación no se produce por propia voluntad sino es consecuencia de una expulsión, de un rechazo, suele producir una amputación o una herida difícilmente curable. Todo en la literatura, y se podría decir que en el mundo ruso en general, tiende a la congregación, a la participación comunitaria. Vivir fuera de ella, como lo hacen Eugenio Oneguin, Pechorin, Rudin, Raskolnikov o, a partir de un determinado momento, Ana Karenina, significa vivir en el error, aproximarse al abismo.8

Los Aforismos de Tolstói se inscriben en el horizonte de los libros sapienciales y religiosos. Uno de ellos, que desde luego él conoció y que cita Dostoievsky, es el compendio conocido como la Filocalia, antología en la cual se encuentran citadas varias voces relacionadas con la práctica de la oración perpetua. Podría decirse que en cierto modo los aforismos reunidos en este volumen merodean ese volcán espiritual.

Notas

1 Leo Tolstoy, The Wisdom of Mankind, traducción, selección e introducción de Guy de Mallac, CoNexus Press, EUA, 1999.

2 Aldous Huxley, La filosofía perenne, traducción de C. A. Jordana, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1977.

3 Francois Porche, Tolstói. Retrato psicológico, traducción de Aurora Bernárdez, Editorial Losada, Buenos Aires, 1958.

4 George Steiner, Tolstói o Dostoievski, traducción de Agustí Bartra, Era, México, 1968, p. 296.

5 Elías Canetti, La conciencia de las palabras, traducción de Juan José del Solar, FCE, México, 1981, pp. 268-269 y 274.

6 Edmund Wilson, Ventana a Rusia, traducción de David Huerta y Paloma Villegas, FCE, México, 1981, pp. 218-219.

7 Sergio Pitol, La casa de la tribu, FCE, Universidad de Alcalá, México, 2006.

8 Idem, pp. 12-13.

Aforismos De Lev Tolstói un muestrario

A lo impalpable, invisible e incorpóreo que da vida a todo lo existente y existe por sí mismo lo llamamos Dios. A ese mismo principio impalpable, invisible e incorpóreo, separado por el cuerpo de todo lo demás y al que reconocemos como nosotros mismos, lo llamamos alma.

No importa cuán malo, injusto, tonto y desagradable sea un hombre, recuerda que, al dejar de respetarlo, cortas el vínculo que te une no sólo con él, sino con todo el mundo espiritual.

Si haces una buena acción pensando en obtener algún beneficio, ya no es una buena acción. Sólo amas verdaderamente cuando no sabes por qué y para qué.

Quien peca por primera vez siempre siente su culpa; quien repite con frecuencia el mismo pecado, sobre todo cuando la gente que lo rodea está instalada en esa misma falta, cae en la tentación y deja de percibir su pecado.

Los pecados vienen del cuerpo; las tentaciones, de la opinión pública, y de la falta de confianza en la razón propia nacen las supersticiones.

Si quieres vivir tranquilo y libre, aprende a no desear aquello de lo que puedes prescindir.

Nunca molestes a otro con aquello que puedes hacer tú mismo.

El trabajo manual, y sobre todo el trabajo agrícola, es útil no sólo para el cuerpo, sino para el alma. A las personas que no trabajan con sus manos, les cuesta comprender sanamente las cosas. Esas personas piensan, hablan, escuchan o leen sin cesar. Su mente no descansa y se irrita, se enreda. El trabajo agrícola es de provecho para el hombre porque, además del descanso que le procura, le ayuda a entender simple, clara y sensatamente cuál es la situación del hombre en la vida.

Quien posee más tierras de las que necesita para alimentarse y alimentar a su familia, no sólo es cómplice, es también culpable de la indigencia, la miseria y el desenfreno por los que padece la gente trabajadora.

Los placeres de los ricos se obtienen con las lágrimas de los pobres.

La soberbia es repugnante porque la gente se enorgullece de lo que debe avergonzarse: la riqueza, la gloria, los honores.

Es difícil amar de igual manera a todos los seres humanos, pero que sea difícil no quiere decir que no debamos esforzarnos. Todo lo bueno es difícil.

Nuestra vida sería maravillosa si fuéramos capaces de ver aquello que arruina nuestra felicidad. Y aquello que arruina nuestra felicidad es, sobre todo, creer que la violencia puede darnos la felicidad.

Se puede entender por qué los zares, los ministros, los ricos se aseguran a sí mismos y le aseguran a los demás que la gente no puede vivir sin un Estado. Pero ¿por qué apoyan al Estado los pobres, a los que éste nada da y sólo atormenta? Sólo porque creen en la falsa doctrina del Estado.

No existe el tiempo, sólo existe el instante. Y en él, en el instante, está toda nuestra vida. Por eso hay que poner en él todos nuestros empeños.

El silencio es a menudo la mejor de las respuestas.

Las supersticiones impiden llevar una vida de bien. La veracidad es lo único que puede liberarnos de las supersticiones, y no sólo frente a los demás, sino frente a nosotros mismos.

—De Lev Tolstói, Aforismos, traducción

de Selma Ancira, FCE, México, 2019.

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